Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 163
El pecado del primer hombre
Pasamos ahora a estudiar el pecado del primer hombre, que fue de soberbia. Trataremos, primero, de su pecado, en segundo lugar, de la pena del pecado (q.164) y, en tercer lugar, de la tentación que le indujo a pecar (q.165).

Sobre lo primero se plantean cuatro preguntas:

  1. ¿Fue de soberbia el pecado del primer hombre?
  2. ¿Qué buscó el primer hombre al pecar?
  3. ¿Fue un pecado más grave que todos los demás?
  4. ¿Quién pecó más: el hombre o la mujer?
Artículo 1: ¿Fue de soberbia el pecado del primer hombre? lat
Objeciones por las que parece que el pecado del primer hombre no fue de soberbia.
1. Dice el Apóstol en Rom 5,19: Por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron hechos pecadores. Ahora bien: es el pecado del primer hombre el que hizo que todos los pecadores contrajeran el pecado original. Luego el primer pecado fue de desobediencia y no de soberbia.
2. Dice San Ambrosio, en Super Lc., que el diablo tentó a Cristo en el mismo orden en que hizo caer al primer hombre. Ahora bien: Cristo fue tentado, en primer lugar, por la gula, como aparece en Mt 4,3: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Luego el pecado del primer hombre no fue de soberbia, sino de gula.
3. El hombre pecó por sugestión diabólica. Pero el diablo, al tentar al hombre, le prometió ciencia, como se nos dice en Gen 3,5. Luego el primer desorden del hombre se debió al deseo de ciencia, que pertenece a la curiosidad, y así el primer pecado fue de curiosidad y no de soberbia.
4. Al comentar el pasaje de 1 Tim 2,4: la mujer, seducida, incurrió en la transgresión, dice la Glosa: El Apóstol habla de seducción porque la mujer creyó el engaño que se le había propuesto, a saber: que Dios había prohibido tocar el fruto de aquel árbol porque sabía que, si lo tocaban, serían como dioses; como si el que había creado a aquellos hombres se sintiera celoso de la divinidad de ellos. Por consiguiente, el primer pecado de aquellos hombres fue de infidelidad y no de soberbia.
Contra esto: está la afirmación de Eclo 10,15: La soberbia es el principio de todos los pecados. Ahora bien: el pecado del primer hombre fue el principio de todo pecado, según se dice en Rom 5,12: Por un hombre entró el pecado en este mundo. Luego el primer pecado del hombre fue de soberbia.
Respondo: En un pecado pueden concurrir varios movimientos, entre los cuales posee la primacía aquel en el que primero se halla el desorden. Es claro, por otra parte, que el desorden se encuentra en el movimiento interno del alma antes que en el acto externo del cuerpo, porque, como dice San Agustín en I De Civ. Dei, no se pierde la santidad del cuerpo mientras se conserve la del alma. Y, dentro de los movimientos interiores, el apetito es movido a alcanzar el fin antes que los medios. Por eso el primer pecado del hombre se dio allí donde fue posible el primer deseo desordenado del fin. Pero el hombre se hallaba en estado de inocencia, de tal modo que no había ninguna rebelión de la carne contra el espíritu. Por tanto, el primer desorden del apetito humano no pudo consistir en apetecer un bien sensible, al cual la concupiscencia de la carne tiende sin obedecer el orden de la razón. Queda, pues, como única solución, que el primer desorden del apetito humano consistiera en apetecer, de un modo desordenado, algún bien espiritual. Pero no lo hubiera apetecido de modo desordenado si lo hubiera deseado según la medida establecida por la norma divina. Luego la solución es, en último término, que buscó un bien espiritual por encima de su medida, lo cual es propio de la soberbia. Por consiguiente, el primer pecado del hombre fue de soberbia.
A las objeciones:
1. La desobediencia al precepto divino no fue querida en sí misma, porque no era posible sin suponer un desorden anterior en la voluntad. Por tanto, lo quiso en orden a otra cosa. Pero lo primero que buscó de un modo desordenado fue la propia excelencia; luego la desobediencia fue causada por la soberbia. Esto mismo dice San Agustín en Ad Orosium: El hombre, llevado por la soberbia, obedeció a la sugestión de la serpiente y despreció el mandato de Dios.
2. También tuvo lugar la gula en el pecado de los primeros padres, pues en Gén 3,6 se dice: Vio la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable, y cogió de su fruto y comió. Sin embargo, no fue la bondad y belleza del alimento el primer motivo para pecar, sino la insinuación de la serpiente, que dijo (v.5): Se os abrirán los ojos y seréis como dioses. Al desear esto, la mujer incurrió en soberbia. Luego el pecado de gula se derivó del de soberbia.
3. El apetito de ciencia, en los primeros padres, fue efecto del desordenado apetito de excelencia. Por eso la serpiente dijo primero: seréis como dioses, y luego añadió: conocedores del bien y del mal.
4. Como escribe San Agustín en XI Super Gen. ad litt.: La mujer no hubiera dado oídos a la voz de la serpiente, llegando a creer que Dios le había prohibido una cosa útil, si en su mente no hubiera existido aquel deseo de propia excelencia y cierta soberbia presunción de sí misma. Esto no quiere decir que la soberbia fuera anterior a la sugestión de la serpiente, sino que, inmediatamente después de esta persuasión, su mente se vio invadida por el orgullo, que le hizo creer que era cierto lo que el demonio decía.
Artículo 2: ¿Consistió la soberbia del primer hombre en desear ser semejante a Dios? lat
Objeciones por las que parece que la soberbia del primer hombre no consistió en desear ser semejante a Dios.
1. Nadie peca deseando lo que es conforme con su naturaleza. Pero la semejanza con Dios es connatural al hombre, pues en Gén 1,26 se dice: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Luego no pecó buscando ser semejante a Dios.
2. Parece que el primer hombre buscaba la semejanza con Dios para poseer la ciencia del bien y del mal, porque esto fue lo que le sugirió la serpiente (Gen 3,5): Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Pero el deseo de ciencia es natural al hombre, según dice el Filósofo en Metaphys.: Todos los hombres, por naturaleza, buscan saber. Luego no pecó por querer ser semejante a Dios.
3. Ningún sabio elige lo imposible. Ahora bien: el primer hombre estaba dotado de sabiduría, según aparece en Eclo 17,5: Los llenó de inteligencia. Siendo cierto que todo pecado consiste en un deseo deliberado, que es la elección, parece que el primer hombre no pecó deseando algo imposible. Pero es imposible que el hombre sea semejante a Dios, según se dice en Ex 15,11: ¿Quién es semejante a ti, oh Dios, entre los dioses? Luego el primer hombre no pecó buscando la semejanza con Dios.
Contra esto: está el comentario que hace San Agustín sobre el salmo 68,5, y tengo que pagar lo que nunca tomé: Adán y Eva quisieron robar la divinidad y perdieron la felicidad.
Respondo: Existen dos formas de semejanza. Una es de igualdad absoluta, y esta semejanza con Dios no pudieron buscarla los primeros padres, porque a nadie se le ocurre pensar en ella, y menos a los sabios. Otra es la semejanza de imitación, que es posible en la criatura respecto de Dios, en cuanto que participa, en alguna medida, de la semejanza con El. A este propósito dice Dionisio en el IX De Div. Nom.: Una misma cosa es semejante a Dios y desemejante. Semejante por la imitación del ser divino; desemejante por la inferioridad del ser causado respecto de su causa. Ahora bien: todo bien que existe en las criaturas es una semejanza participada del primer bien. Por eso, al apetecer el hombre algún bien espiritual que lo supere, como ya dijimos (a.1), desea la semejanza con Dios de un modo desordenado.

Pero hay que tener en cuenta que el apetito se dirige principalmente a algo que no se posee. Y el bien espiritual, en cuanto que la criatura racional participa de la semejanza divina, puede considerarse bajo tres aspectos. En primer lugar, en el ser y en la naturaleza, y tal semejanza fue impresa por Dios en el hombre, conforme a Gén 1,2627: Hizo Dios al hombre a su imagen y semejanza, y en el ángel, del que se dice en Ez 28,12: Tú, sello de la semejanza. La segunda es la semejanza por el conocimiento. Esta la recibió también el ángel al ser creado. Por eso, en el texto anterior, después de decir: Tú, sello de la semejanza, añade: lleno de sabiduría. La tercera es la semejanza en cuanto a la potencia operativa. Esta no la poseían ni el ángel ni el hombre, en acto, al principio de su creación, porque ambos tenían que hacer algo para llegar a la bienaventuranza.

Por eso, dado que ambos, el diablo y el primer hombre, desearon de un modo desordenado la semejanza con Dios, ninguno de ellos pecó al desear una semejanza de naturaleza. Pero el primer hombre pecó sobre todo al desear la semejanza con Dios en cuanto al conocimiento del bien y del mal, como la serpiente le sugirió, es decir, el poder determinar, con su propia naturaleza, lo que era bueno o malo que fuera a sucederles. En segundo lugar pecó deseando la semejanza con Dios en cuanto al mismo poder operativo, es decir, el poder según su propia naturaleza, obrar de modo que consiguiera la bienaventuranza. Por eso dice San Agustín en XI Super Gen. ad liti.: Entró en la mente de la mujer el deseo del poder propio. Pero el diablo pecó buscando la semejanza con Dios en cuanto a poder. A propósito de ello dice San Agustín, en De Vera Relig.: Prefirió disfrutar de su poder antes que del de Dios. Sin embargo, ambos quisieron equipararse a Dios en algo: ambos quisieron confiar en sus propias fuerzas despreciando el orden de la norma divina.

A las objeciones:
1. La objeción parte de la semejanza en naturaleza, con cuyo deseo el hombre no pecó, según dijimos (In corp.).
2. No es pecado apetecer la semejanza con Dios absolutamente hablando en cuanto a la ciencia. Pero sí lo es el desearla de un modo desordenado, es decir, por encima de lo conveniente. Por eso, al comentar el salmo 70,19, Oh Dios, ¿quién hay semejante a ti?, dice San Agustín: El que quiere ser Dios mediante sus propias fuerzas quiere ser semejante a Dios de un modo malo, como el diablo, que no quiso estar sometido a El, y el hombre, que no quiso obedecer sus mandatos.
3. La objeción parte de la semejanza como igualdad absoluta.
Artículo 3: ¿Fue el pecado de los primeros padres más grave que los demás? lat
Objeciones por las que parece que el pecado de los primeros padres fue más grave que los demás.
1. Dice San Agustín en XIV De Civ. Dei: Hubo gran iniquidad en el pecado, donde hubo tanta facilidad para no pecar. Ahora bien: los primeros padres tuvieron la máxima facilidad para no pecar porque no había dentro de ellos nada que los empujara al pecado. Luego su pecado fue más grave que los demás.
2. La pena es proporcionada a la culpa. Pero el pecado de los primeros padres fue castigado con la máxima gravedad, puesto que por él entró la muerte en este mundo, como dice el Apóstol en Rom 5,2. Por tanto, aquel pecado fue más grave que los demás.
3. Lo que es primero en cada género parece que es también lo más grande, como se dice en II Metaphys.. Ahora bien: el pecado de los primeros padres fue el primero de entre los pecados de los hombres. Luego fue el más grave.
Contra esto: está el testimonio de Orígenes: No creo que nadie que esté en el más alto grado de perfección caiga de él repentinamente, sino que debe descender de él de un modo paulatino. Pero los primeros padres estaban en un grado de perfección sumo. Luego su pecado no fue el mayor de todos.
Respondo: Podemos distinguir en el pecado una doble gravedad. Una por parte de la especie del pecado mismo; así decimos que el adulterio es un pecado más grave que la fornicación simple. Otra es la gravedad del pecado teniendo en cuenta las circunstancias de lugar, persona o tiempo. La primera es más esencial al pecado y hace que el pecado sea más grave que los otros.

Debemos decir, pues, que el pecado del primer hombre no fue más grave que todos los demás pecados humanos según la especie de pecado porque, si bien la soberbia destaca, de algún modo, sobre los demás, es mayor la soberbia por la que uno niega o blasfema de Dios que aquella por la que se desea de un modo desordenado la semejanza con El, cual fue la que cometieron los primeros padres, como queda dicho (a.2). Pero según la condición de las personas que lo cometieron, aquel pecado revistió máxima gravedad, dada la perfección de su estado. Por eso debe decirse que aquel pecado fue gravísimo por las circunstancias, pero no absolutamente hablando.

A las objeciones:
1. La objeción parte de la gravedad del pecado por parte de la circunstancia del que lo comete.
2. La magnitud de la pena que siguió a ese primer pecado no corresponde a él según la cantidad de la propia especie, sino en cuanto que fue el primero, puesto que por él quedó interrumpida la inocencia del primer estado y la naturaleza humana quedó ya desordenada.
3. En las cosas ordenadas es preciso que la primera sea también la mayor. Pero este orden no se tiene en cuenta en los pecados; antes bien, uno sucede a otro de un modo accidental. Por eso no se sigue que el primer pecado sea el más grande.
Artículo 4: ¿Fue el pecado de Adán más grave que el de Eva? lat
Objeciones por las que parece que el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
1. En 1 Tim 2,14 se dice que Adán no fue seducido, mientras que la mujer sí fue seducida a pecar. Conforme a eso, parece que el pecado de la mujer fue de ignorancia, mientras que el del varón fue de conocimiento. Pero este pecado es más grave, según se dice en Lc 12,47-48: El criado que conoce la voluntad de su amo y no la cumple será azotado más gravemente; el que no la conoce y deja de cumplirla será azotado menos. Por consiguiente, el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
2. Dice San Agustín, en De Decem Chordis: Si el varón es la cabeza, debe comportarse mejor y preceder a la esposa en todas las obras buenas, para que ella lo imite. Luego el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
3. El pecado contra el Espíritu Santo parece ser gravísimo. Adán debió de pecar contra El, pues pecó pensando en la divina misericordia, es decir, con presunción. Luego el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
Contra esto: está el hecho de que la pena corresponde a la culpa. Pero la mujer fue castigada más duramente, como puede verse en Gén 3,16ss. Luego pecó más gravemente que el hombre.
Respondo: Como ya hicimos ver antes (a.3), la gravedad del pecado se mide por la misma especie de pecado más que por la circunstancia de quien lo comete. Hay que decir, por tanto, que, si consideramos la condición de ambas personas, hombre y mujer, es más grave el pecado del varón porque era más perfecto que la mujer.

En cuanto al género de pecado, fueron iguales, porque ambos cometieron pecado de soberbia. Por eso dice San Agustín, en XI Super Gen. ad litt., que la mujer pecó en sexo más débil, pero con un orgullo igual.

En cuanto a la especie de soberbia, en cambio, pecó más gravemente la mujer, por una triple razón. En primer lugar, porque su engreimiento fue mayor al creer que era cierto lo que le sugirió la serpiente, a saber: que Dios les había prohibido comer del árbol por miedo a que llegaran a ser como Él. Por ello, al querer hacerse semejante a Dios comiendo del árbol prohibido, su soberbia fue tan grande que quiso obtener algo contra la voluntad de Dios. El varón, en cambio, no creyó que fuera verdad, por eso no pretendió conseguir la semejanza divina en contra de la voluntad de Dios, aunque cometió pecado de soberbia al querer conseguirla por sí mismo. En segundo lugar, porque la mujer no sólo pecó, sino que indujo a pecar al varón, con lo cual pecó contra Dios y contra el prójimo. En tercer lugar, porque el pecado del hombre fue menor porque consintió en él por benevolencia de amistad, que casi siempre hace que se ofenda a Dios para evitar que el hombre se convierta de amigo en enemigo, aunque no por eso carece de maldad, según declara manifiestamente la sentencia de Dios, como dice San Agustín en XI Super Gen. ad litt.. Queda claro, pues, que el pecado de la mujer fue más grave que el del hombre.

A las objeciones:
1. La seducción de la mujer siguió a su soberbia. Por tanto, tal ignorancia no la excusa, sino que agrava el pecado, en cuanto que, con la ignorancia, aumentó su soberbia.
2. La objeción parte de la circunstancia de la persona, por razón de la cual fue mayor el pecado del hombre.
3. El hombre no pensó en la misericordia divina, hasta el punto de despreciar la justicia divina, como hacen los pecados contra el Espíritu Santo, sino que, como dice San Agustín en XI Super Gen. ad litt., sin conocer la severidad de Dios creyó que aquel pecado era venial, es decir, fácilmente perdonable.