Artículo 1:
¿Vio o no vio el hombre a Dios en su esencia?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre vio a Dios en su
esencia:
1. La bienaventuranza del hombre consiste en la visión de la esencia
divina. Pero el primer hombre, cuando vivía en el paraíso, tuvo una
vida dichosa sin faltarle nada, como dice el Damasceno en el II
libro. Agustín, en XIV De Civ. Dei, dice: Si
los hombres tenían los mismos afectos que nosotros
ahora, ¿cómo eran felices en aquel lugar de indescriptible felicidad
que era el paraíso? Por lo tanto, parece que el
primer hombre en el paraíso vio a Dios en su esencia.
2. Dice Agustín en XIV De Civ. Dei: Al
primer hombre no le faltaba nada de lo que su buena voluntad podía
alcanzar. Pero su buena voluntad no podía alcanzar nada mejor que
la visión de Dios en su esencia. Por lo tanto, el primer hombre veía a
Dios en su esencia.
3. La visión de Dios en su esencia consiste en verle sin
mediación y sin enigma. Pero el hombre, en el estado de inocencia, vio a Dios sin mediación alguna, como dice el Maestro en IV Sent. d.1. Lo vio también sin enigma, pues, según
Agustín en XV De Trin., el enigma lleva consigo
oscuridad, y ésta vino después del pecado. Por lo tanto, el hombre en
aquel primer estado vio a Dios en su esencia.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en 1 Cor 15,46: Pero no es
primero lo espiritual, sino lo animal. Pero sumamente espiritual
es ver a Dios en su esencia. Por lo tanto, el primer hombre, en su
primer estado de vida animal, no vio a Dios en su esencia.
Respondo: El primer hombre no vio a Dios en su
esencia según el estado común de aquella vida, a no ser que digamos
que lo vio en rapto, cuando,
Dios infundió en Adán un profundo
sueño (Gén 2,21). El porqué de esto radica en que, siendo la
esencia divina la bienaventuranza misma, el entendimiento que ve la
esencia divina está, respecto de Dios, en la misma relación que
cualquier hombre respecto de la bienaventuranza. Es evidente que
ningún hombre puede apartarse voluntariamente de la bienaventuranza,
ya que, de un modo natural y necesario, el hombre busca la
bienaventuranza y huye de la miseria. Por eso, nadie que haya visto a
Dios en su esencia puede apartarse de El voluntariamente, en lo cual
consiste el pecado. Y así, cuantos han visto la esencia divina se
reafirman de tal manera en el amor de Dios, que no pueden ya pecar
nunca. Por lo tanto, como Adán pecó, es evidente que no vio a Dios en
su esencia.
Sin embargo, conocía a Dios de un modo más sublime que nosotros,
llegando a ser su conocimiento un término medio entre el conocimiento
de esta vida y el del cielo, por el que se ve la esencia de Dios. Para
demostrarlo hay que tener presente que la visión de Dios en su esencia
se distingue de la visión de Dios por medio de las criaturas. Pero
cuanto más elevada y semejante a Dios es una criatura, tanto más
claramente se ve por medio de ella a Dios, como al hombre se ve mejor
reflejado en un espejo limpio. Por lo mismo, se ve a Dios mucho mejor
por medio de los efectos inteligibles que por medio de los sensibles y
corpóreos. Pero en esta vida terrena el hombre no puede valorar plena
y lúcidamente los efectos inteligibles, porque le distraen los
sensibles cuando se ocupa de ellos. Pero, como se dice en Ecl 7, 29: Dios hizo al hombre recto. Rectitud que consistía en la sumisión
de las fuerzas inferiores a las superiores, sin dificultad ni
obstáculo. De ahí que el primer hombre no encontraba en las cosas
externas obstáculo para la clara y segura contemplación de los efectos
inteligibles, que percibía por irradiación de la primera verdad, sea
por conocimiento natural o gratuito. Por eso dice Agustín en XI
Super Gen. ad litt.: Quizá en un principio
Dios hablaba con los primeros hombres del mismo modo que habla con los
ángeles, ilustrando sus inteligencias con la verdad inmutable, aunque
sin concederles tanta participación de la esencia divina como son
capaces de recibir los ángeles. Así pues, conocían más claramente
que nosotros a Dios por medio de estos efectos inteligibles.
A las objeciones:
1. El primer hombre fue dichoso en
el paraíso, pero no con la felicidad perfecta a la que había de ser
elevado, y que consiste en la visión de la esencia divina; pero, según
Agustín en XI Super Gen. ad litt., poseía una vida
en cierto modo bienaventurada, en cuanto que poseía cierta
integridad y perfección natural.
2. La voluntad recta es la
voluntad ordenada. Por lo tanto, la voluntad del primer hombre no
hubiera sido recta si en el estado de mérito hubiera
querido poseer lo que se le prometía como premio.
3. Hay que distinguir una doble
mediación.
Una, en la que se ve a la vez el medio y lo que por
él se ve. Ejemplo: Cuando el hombre se ve en el espejo y a la vez ve
el espejo.
Otra, aquella por cuyo conocimiento llegamos a algo
desconocido. Ejemplo: El medio de la demostración. Sin este medio veía
el primer hombre a Dios, no sin el primero; pues no era conveniente
que el hombre llegara al conocimiento de Dios por una demostración
tomada de algún efecto, como precisamos nosotros, sino que juntamente
con los efectos, sobre todo intelectuales, conocía a su modo a Dios en
ellos.
También hay que tener presente que la oscuridad que implica la
palabra enigma puede tomarse en un doble sentido.
Primero, en cuanto que toda criatura es algo oscuro comparada
con la inmensidad de la claridad divina. Así, Adán veía a Dios en
enigma porque lo veía por medio de efectos creados. Segundo, en
cuanto que procede del pecado. Así, las preocupaciones sensibles
impiden al hombre ocuparse de las cosas inteligibles. Tomado en este
sentido, Adán no vio a Dios en enigma.
Artículo 2:
Adán, en su estado de inocencia, ¿vio o no vio a los
ángeles?
lat
Objeciones por las que parece que Adán, en el estado de inocencia,
vio a los ángeles:
1. Dice Gregorio en IV Dialog.: En el paraíso, el
hombre estaba acostumbrado a gozar de la palabra de Dios y a estar
entre los espíritus de los ángeles bienaventurados por la pureza de su
corazón y la claridad de la visión.
2. Más aún. El alma, en el estado terreno, no puede conocer
las sustancias separadas, porque está unida al cuerpo corruptible, el
cual, como se dice en Sab 9,15,
sobrecarga al alma. De ahí que
el alma separada pueda conocer las sustancias separadas, como ya
dijimos (
q.89 a.2). Pero el alma del primer hombre no estaba
sobrecargada por el cuerpo, por no ser corruptible. Por lo tanto,
podía ver las sustancias separadas.
3. Una sustancia separada conoce a otra al conocerse a
sí misma, como se dice en el libro De Causis.
Por lo tanto, como el alma del primer hombre se conocía a sí misma,
conocía también las sustancias separadas.
Contra esto: el alma de Adán era de la misma naturaleza que la nuestra,
la cual no puede conocer en el estado actual las sustancias separadas.
Por lo tanto, tampoco las conoció Adán.
Respondo: El estado del alma humana puede
distinguirse de dos maneras. 1)
En primer lugar, por el diverso
modo de su ser natural. Así se distingue el estado del alma separada
del estado del alma unida al cuerpo. 2)
En segundo lugar se
distinguen el estado de alma íntegra y corrompida, aunque ambas poseen
la misma naturaleza esencial. Así, el estado de inocencia se distingue
del estado del hombre después del pecado. Pues el alma humana en el
estado de inocencia era apta para perfeccionar y regir el cuerpo, como
ahora; por eso en Gén 2,7 se dice:
El primer hombre fue ser
animado, es decir, su alma daba vida animal al cuerpo. Pero poseía
la integridad de esta vida en cuanto que el cuerpo estaba totalmente
sometido al alma sin ser ningún impedimento, como dijimos (
a.1). Es
evidente que, por el hecho de ser el alma apta para regir y
perfeccionar al cuerpo en su vida animal, le corresponde conocer
recurriendo a las imágenes. Así conocía también el alma del primer
hombre.
Según este modo de conocer, en el alma se da, como dice Dionisio en
c.4 De div. nom., un movimiento en tres grados.
1) El primero hace que el alma de lo externo vuelva sobre sí
misma. 2) El segundo, que ascienda para unirse a las
virtudes superiores unidas, a los ángeles. 3) El tercero,
que sea llevada al supremo bien, a Dios.
Siguiendo el primer proceso, de lo externo a sí misma, se perfecciona
el conocimiento del alma, porque la operación intelectual del alma se
ordena naturalmente a lo externo, como dijimos (q.87 a.3); por el
conocimiento de lo externo puede conocerse perfectamente nuestra
operación intelectual, como el acto por medio del objeto. Y, a su vez,
por la operación intelectual puede conocerse perfectamente el
entendimiento humano, como la potencia por su propio acto. Pero en el
segundo proceso no hay conocimiento perfecto, porque, como el ángel no
conoce por medio de imágenes sensibles, sino de un modo muy superior,
como dijimos (q.55 a.2), dicho modo de conocerse el alma a sí misma no
lleva suficientemente al conocimiento de los ángeles. El tercer
proceso está aún mucho más lejos de llegar al conocimiento perfecto;
porque ni siquiera los ángeles, al conocerse a sí mismos, pueden
llegar al conocimiento de la sustancia divina, que está a infinita
distancia de ellos.
Así, pues, el alma del primer hombre no podía ver a los ángeles en su
esencia. No obstante, los conocía de un modo más perfecto que
nosotros, pues su conocimiento era más cierto y seguro que el nuestro
respecto de lo inteligible interno. A esta superioridad sobre nosotros
se debe el que Gregorio diga que estaba entre los
espíritus de los ángeles.
A las objeciones:
1. La respuesta está incluida en lo expuesto.
2. El que el alma del primer
hombre no conociera las sustancias separadas no provenía de la
sobrecarga del cuerpo, sino de que su objeto connatural era más
imperfecto que las sustancias separadas. Nosotros, en cambio, nos
encontramos con ambos obstáculos.
3. El alma del primer hombre no
podía, por medio del conocimiento de sí misma, llegar al conocimiento
de las sustancias separadas, como dijimos, porque cada
sustancia separada conoce a los demás según su modo propio de
conocer.
Artículo 3:
El primer hombre, ¿lo conoció o no lo conoció todo?
lat
Objeciones por las que parece que el primer hombre no lo conoció
todo:
1. Esta ciencia tenía que poseerla o por especies adquiridas o
connaturales o infusas. Pero no pudo poseerla por especies adquiridas,
pues tal conocimiento procede de la experiencia, como se dice en I Metaphys.; y no era experto en todo. Tampoco por
especies connaturales, pues era de la misma naturaleza que nosotros, y
nuestra alma es, como dice el Filósofo en III De Anima, como una tablilla en la que nada hay
escrito. Si la tuvo por especies infusas, su ciencia de las cosas
no fue idéntica a la nuestra, que adquirimos de las cosas
mismas.
2. En todos los individuos de una misma especie se da el
mismo modo de conseguir la perfección. Pero los hombres no adquieren
la ciencia de todo en el instante en que empiezan a existir, sino que
la adquieren con el tiempo de manera adecuada a su modo propio. Por lo
tanto, tampoco Adán poseyó la ciencia de todo en el instante de su
formación.
3. El estado de la vida terrena se le concede al hombre
para que el alma progrese en conocimiento y en mérito; pues para esto
parece estar unida el alma al cuerpo. Pero el hombre en aquel estado
habría progresado en méritos. Por lo tanto, progresaría también en el
conocimiento de las cosas y, por consiguiente, no poseyó la ciencia de
todas.
Contra esto: como se dice en Gén 2,20, el primer hombre puso nombres a
los animales. Como éstos deben acomodarse a la naturaleza, se sigue
que Adán conoció las naturalezas de todos los animales y, por lo
tanto, la ciencia de todas las demás cosas.
Respondo: Por el orden natural, lo perfecto es
anterior a lo imperfecto, como, por ejemplo, el acto es anterior a la
potencia, pues lo que está en potencia no pasa al acto sino por un ser
en acto. Como las cosas en un principio fueron
producidas por Dios, no sólo para que existieran, sino también para
que fuesen principios de otras, por eso fueron producidas en estado
perfecto, conforme al que pudieran ser principio de otras. Pero el
hombre puede ser principio de los demás, no sólo por la generación
corporal, sino también por la instrucción y el gobierno. De ahí que el
primer hombre, así como fue producido en estado perfecto en su cuerpo
para poder engendrar, también fue hecho perfecto en cuanto a su alma
para que pudiera instruir y gobernar a los demás.
Pero nadie puede instruir sin poseer ciencia. Por lo mismo, el primer
hombre fue creado por Dios en tal estado que tuviera ciencia de todo
aquello en que el hombre puede ser instruido. Esto es, todo lo que
existe virtualmente en los principios evidentes por sí mismos; esto
es, todo lo que el hombre puede conocer naturalmente. Y para el
gobierno propio y el de los demás, no sólo es necesario el
conocimiento de lo que puede saberse naturalmente, sino de lo que
supera el conocimiento natural, pues la vida humana se ordena a un fin
sobrenatural, del mismo modo que a nosotros, para gobernar nuestra
vida, nos es necesario conocer los contenidos de la fe. Por eso, el
primer hombre recibió conocimiento de lo sobrenatural tanto cuanto le
era necesario para el gobierno de la vida humana en aquel
estado.
Las demás cosas que ni por investigación pueden conocerse ni son
necesarias para el gobierno de la vida humana, el primer hombre no las
conoció; como los pensamientos de los hombres, lo futuro contingente y
algunas cosas muy concretas, como, por ejemplo, cuántas piedrecitas
hay en el lecho de un río.
A las objeciones:
1. El primer hombre poseyó la
ciencia de todas las cosas por medio de especies infundidas por Dios.
No obstante, esta ciencia no fue distinta de la nuestra, como tampoco
los ojos que Cristo dio a un ciego de nacimiento son distintos de los
ojos naturales.
2. Adán, como primer hombre, debía
poseer alguna perfección que no poseen los demás, como se ve por lo
dicho.
3. Adán no hubiera progresado en
la ciencia de lo natural en cuanto al número de cosas sabidas, sino en
cuanto al modo de saber; lo que sabía intelectualmente, lo hubiera
sabido después por experiencia. En cuanto a lo sobrenatural, hubiera
progresado también en su número por medio de nuevas revelaciones, al
igual que los ángeles progresan por nuevas iluminaciones. Pero no son
idénticos el progreso de mérito y de ciencia, porque un hombre para
otro no es principio de mérito como sí lo es de ciencia.
Artículo 4:
El hombre en su primer estado, ¿pudo o no pudo ser
engañado?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre en su primer estado pudo
ser engañado:
1. Dice el Apóstol en 1 Tim 2,14: La mujer, seducida, incurrió en
la transgresión.
2. Más aún. Dice el Maestro en II Sent.
d.21: La mujer no se horrorizó de que hablara la
serpiente, porque creyó que había recibido de Dios la función de
hablar. Pero esto era falso. Por lo tanto, la mujer fue engañada
antes de pecar.
3. Lo natural es que, cuanto más lejos está una cosa,
menos se vea. Pero la naturaleza del ojo no fue reducida por el
pecado. Luego esto mismo debió suceder en el estado de inocencia. Por
lo tanto, el hombre se engañaría, como ahora, respecto de la cantidad
de lo visto.
4. Dice Agustín en XII Super Gen. ad
litt.: En el sueño el alma toma las imágenes
por los objetos. Pero el hombre en estado de inocencia comería y,
por lo tanto, dormiría y soñaría; con lo cual tomaría las imágenes por
las cosas.
5. El hombre no conocería, como acabamos de decir (
a.3),
los pensamientos de los hombres ni lo futuro contingente. Por lo
tanto, si alguien lo falseara, sería engañado.
Contra esto: está lo que dice Agustín: Aprobar lo verdadero por falso no se debe a la naturaleza del
hombre creado, sino a la pena del hombre condenado.
Respondo: Algunos dijeron que en
la palabra
engaño pueden distinguirse dos aspectos: cualquier
estimación por la que se toma lo falso por verdadero sin asentimiento
firme; y la firme credulidad. Con respecto a lo que Adán conocía por
su ciencia, antes de pecar no podía engañarse por ninguno de estos dos
conceptos. Pero, con respecto a aquellas cosas de las que no tenía
ciencia, podía engañarse, tomando el engaño en sentido amplio, como
una estimación cualquiera sin asentimiento de credulidad. Esto lo
dicen porque creer algo falso en tales casos no es perjudicial para el
hombre; y porque, no asintiéndolo temerariamente, no es algo
culpable.
Pero esto no puede decirse de la integridad del primer estado, pues,
como dice Agustín en XIV De Civit. Dei, en
dicho estado se evitaba fácilmente el pecado y, mientras duraba
dicho estado, no podía existir ningún pecado. Es claro, por otra
parte, que, así como la verdad es un bien para el entendimiento, la
falsedad es un mal, como se dice en VI Ethic.
Por lo mismo, no era posible que, mientras permaneciera la inocencia,
el entendimiento humano asintiera a algo falso tomándolo por
verdadero. Así como en los miembros del cuerpo del primer hombre
faltaba alguna perfección, por ejemplo, el resplandor de la gloria,
sin que por ello pudiera darse en ellos mal alguno, así también en su
entendimiento podía faltar algún conocimiento, pero no podía darse
alguna apreciación de lo falso como verdadero.
Esto es claro, además, si consideramos la rectitud del estado
primitivo, según el cual, siempre que el alma permaneciera fiel a
Dios, sus potencias inferiores se someterían a las superiores sin
obstaculizarlas. Es evidente, por lo dicho (q.17 a.3; q.85 a.6), que
el entendimiento nunca se equivoca sobre su objeto propio. De ahí que
nunca se engaña por sí mismo, sino que todo engaño le viene de alguna
facultad inferior, como la imaginación o facultades sensibles. Por
eso, cuando no está impedida la facultad natural del juicio, no nos
engañan tales apariencias, sino sólo cuando está impedida, como sucede
en el que duerme. De todo lo cual se deduce que la rectitud del estado
primitivo no era compatible con engaño intelectual
alguno.
A las objeciones:
1. La seducción de la mujer, aunque
precedió al pecado de obra, fue posterior al pecado de presunción
interna. Pues dice Agustín en XI Super Gen. ad litt.: La mujer no hubiera dado crédito a las palabras de la serpiente si en su mente no hubiera existido, ya antes, el amor a la propia potestad y cierta estimación presuntuosa de sí misma.
2. La mujer creyó que la serpiente
había recibido la misión de hablar, no de un modo natural, sino
sobrenatural. Pero tampoco es necesario aceptar en esto la autoridad
del Maestro de las Sentencias.
3. Si a los sentidos o a la
imaginación del primer hombre se les hubiera representado algo de
manera distinta a como está en la naturaleza, no por ello hubiera sido
engañado, puesto que su razón hubiera descubierto la
verdad.
4. Lo que sucede en el sueño no se
le imputa al hombre, ya que en ese estado no hace uso de su razón, que
es el acto propio suyo.
5. Si alguien hubiera dicho algo
falso sobre lo futuro contingente o sobre los entresijos de los
corazones, el hombre en estado de inocencia no hubiera creído que era
así en efecto, sino que lo hubiera creído como posible. Esto no es
creer lo falso.
O puede decirse también que Dios le asistiría para que no fuera
engañado en aquello de lo que no tenía ciencia. Y no puede alegarse,
como hacen algunos, que en la tentación no recibió
ayuda para no caer en ella, a pesar de ser cuando más la necesitaba.
Porque ya se había albergado el pecado en su interior y no había
recurrido al auxilio divino.