Preguntas 97-100: Pedro y los papas
¿Los primeros cristianos reconocían a Pedro como cabeza de la Iglesia? ¿Reconocía Pablo la supremacía de Pedro? ¿Pedro fue el primer obispo de Roma? ¿Los cristianos primitivos consideraban a Pedro como el papa?
Antes de contestarle permítame que le recomiende ser un poco más cauto al emplear la expresión «cabeza de la Iglesia». En el nuevo testamento ese término se aplica a Cristo, sobre todo en las Cartas a los colosenses y a los efesios. La Iglesia es el cuerpo y Cristo es la cabeza. Incluso con el respeto que profesamos al papa como sucesor de Pedro, según la doctrina católica, siempre deberíamos dejar muy claro que el liderazgo del papa no suplanta nuestra coincidencia con la generalidad de la fe cristiana de que Cristo es la única cabeza de la Iglesia. Cristo ejerce en parte su gobierno mediante el liderazgo del papa, de modo que el papa jamás puede aparecer como un rival de Cristo.
Pero volviendo a lo fundamental de su pregunta me va a permitir que la conteste a dos niveles: el primero, a nivel de lo que hace Pedro durante su vida y el segundo, a nivel del simbolismo de lo que se dice sobre Pedro. Al nivel de lo que hace durante su vida, en los cuatro evangelios Pedro aparece como el discípulo más importante de Jesús, por cuanto es el que se menciona con mayor frecuencia y el que más veces habla. Efectivamente, muy a menudo, en todos los evangelios, es el portavoz del grupo de los Doce y de los que siguen inmediatamente a Jesús. En nuestro actual enfoque de los evangelios sabemos que hay un contenido básico que procede del tiempo de Jesús, y un desarrollo de ese contenido en el transcurso de la predicación cristiana (cf. la pregunta 40). Por consiguiente, tanto si la descripción de la actividad de Pedro en el ministerio de Jesús es absolutamente histórica, en el sentido de que él hiciera todas esas cosas, de manera tan destacada, durante la vida de Jesús, como si se trata de una simplificación producida por la predicación cristiana, lo que se nos está diciendo es simplemente la importancia que tenía Pedro durante su vida, dado que el desarrollo de la tradición evangélica a través de la predicación habría tenido lugar durante los años comprendidos entre la crucifixión de Jesús, a principios de los años 30, y la muerte de Pedro, a mediados de los 60.
La preeminencia de Pedro y su manera de actuar tras la resurrección queda reflejada en el libro de los Hechos; y si aceptamos el enfoque moderno de los Hechos como una obra de los años 80, nos enteramos, por lo menos, de que en los años 80, se recordaba a Pedro en Jerusalén como el más activo de los Doce, e igualmente fuera de Jerusalén, en los primeros años del movimiento cristiano. Indirectamente, esto aparece confirmado en las cartas paulinas. Pablo predicó a las Iglesias en Galacia, y cuando escribe a los gálatas, él da sin más por supuesto que ellos saben quién es Cefas (Pedro), mencionando su presencia, en tiempos pasados, en Jerusalén y Antioquía. Igualmente, cuando escribe la primera Carta a los corintios y comenta los privilegios de un apóstol él menciona a Cefas y a su mujer (1 Cor 9, 5). Se puede suponer inteligentemente que en cualquiera de las comunidades cristianas de los años 60, el nombre de Pedro era conocido y reconocido como una figura importante. (La mayor o menor importancia concedida a Pedro estaría en función de que hubiera o no visitado aquella zona). Tenemos motivos suficientes para afirmar que se le conocía como el más importante de los Doce y como el que había tomado parte en las decisiones cristianas más importantes con respecto a la extensión de la misión para la proclamación del evangelio. Pasando al nivel del simbolismo, probablemente ya durante su vida y ciertamente en documentos que circularon después de su muerte, Pedro se convirtió en símbolo de guía pastoral en distintas regiones. Permítanme subrayar que los evangelios de Mateo, Lucas y Juan fueron escritos todos ellos probablemente tras la muerte de Pedro y que, por consiguiente, los textos que en ellos hacen referencia a Pedro tienen importancia en cuanto revelan lo que se pensaba de él en el último tercio del siglo I. En Mt 16, 16-18 tenemos el famoso pasaje en el que Jesús le dice: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Piedra y sobre esta roca voy a edificar mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará». Con estas palabras se enaltece a Pedro como receptor de una revelación divina que le faculta para proclamar a Jesús como el Hijo del Dios vivo. Debido a esa revelación y proclamación se le describe como la piedra sobre la cual se edificará la Iglesia. Ciertamente eso implica que a Pedro se le recuerda como un gran predicador, como alguien que proclamaba la adecuada concepción de la identidad de Jesús, que constituye el evangelio, como alguien a través de cuya predicación y fe se fundamenta la Iglesia tal como Mateo la conoció.
En Lc 22, 31-34, cuando celebra Jesús la última cena y encara su próxima muerte, anuncia que Pedro le negará antes de que cante el gallo, pero antes Jesús hace esta oración especial por Pedro: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros (plural) como trigo, pero yo he pedido por ti (singular) para que no pierdas la fe. Y tú, cuando te arrepientas, afianza a tus hermanos». Así se enseñaba a los cristianos del último tercio del siglo I, que Jesús veía en Pedro un instrumento especial para el fortalecimiento en la fe del resto de sus seguidores, y que en la crisis provocada por la crucifixión y resurrección de Jesús, las oraciones especiales por Pedro harían que fuera capaz de superarla y de llevar a cabo su papel como instrumento decisivo para el inicio y la consolidación de la Iglesia.
En Juan 21, 17-19, se presenta a Jesús resucitado hablando con Simón Pedro, poniendo a prueba su amor, para asignarle luego la responsabilidad de pastorear sus ovejas. Este es un pasaje extraordinariamente importante en un evangelio que ya había proclamado la absoluta primacía de Jesús como el buen Pastor. A Pedro, se le concede por su amor a Jesús actuar como pastor del rebaño que sigue perteneciendo a Jesús. Estos tres pasajes, escritos para distintas comunidades, confirman el constante simbolismo de Pedro como encarnación de la fe, de su proclamación, de su tarea pastoral, y de su apoyo ininterrumpido en la Iglesia.
No debe olvidarse que cuando yo estaba hablando de Pedro nunca afirmé que él fuera el único responsable de la Iglesia. Afirmé con todo detalle que durante su vida todos unánimemente le aceptaban como el primero entre los Doce y que, acabada su vida, su imagen adquirió un grandísimo valor simbólico en la fundación de la Iglesia y en su dedicación pastoral total a la misma. Con todo, en otros sectores de la actividad de la Iglesia, la influencia de Pedro ha sido limitada. Por ejemplo, en el nuevo testamento no se indica que Pedro fuese administrador de una Iglesia local, ya fuera la de Jerusalén, Antioquía o Roma, y fue a ese administrador al que más tarde se le dio el nombre de obispo. Y otras figuras, además de Pedro, desempeñaron papeles importantes en la Iglesia. Por ejemplo, si estudiamos la situación de la Iglesia en Jerusalén hacia el año 49 —el período del llamado concilio de Jerusalén— deberíamos aceptar que hubo personas de distintas categorías, comprometidas en aquel debate sobre si se tenía que exigir a los paganos convertidos hacerse primero judíos, es decir, si tenían que circuncidarse. Pedro era el máximo responsable como el primero entre los Doce. Santiago tenía también una responsabilidad especial como pariente de Jesús y encargado de la comunidad de Jerusalén. Pablo tenía también una gran responsabilidad en cuanto era el gran evangelizador de los gentiles, cuyo ministerio apostólico había provocado la temática de la conversión de los gentiles. Cada una de estas figuras tenía todo el derecho a expresar sus ideas y podían no estar de acuerdo a la hora de enfocar el problema. Afortunadamente todos coincidieron en lo que podríamos llamar el fondo de la cuestión: que se podía admitir a los gentiles sin una previa circuncisión.
Ahora bien, usted me preguntó si Pablo se enfrentó a Pedro. Sí, lo hizo, que nosotros sepamos, en dos ocasiones. En el concilio de Jerusalén, al que me acabo de referir, Pablo fue a Jerusalén convencido de que había proclamado el auténtico evangelio de la gracia de Jesucristo para la conversión de todos; y queda claro por sus palabras que, dijeran lo que dijeran Pedro o Santiago o cualquier otro ser humano (o incluso un ángel), Pablo no iba a cambiar su evangelio. Sin embargo, tuvo que dialogar con Pedro y con Santiago y con las autoridades de Jerusalén. Se refirió a ellos, en tono desdeñoso, como los así llamados pilares de la Iglesia (Gál 2, 9), pero incluso esa referencia un tanto desdeñosa viene a realzar la importancia de Pedro. Evidentemente hubo quien le tuvo como «pilar de la Iglesia»; y aunque Pablo no compartiera aquella admiración, sin embargo, tuvo que ir a Jerusalén a dialogar con Pedro, dada la importancia de las autoridades de Jerusalén. Ellos tenían la potestad de romper la koinonia o comunión con Pablo, y para Pablo eso habría significado la desautorización de su trabajo y habría creado una división entre los seguidores de Cristo. Afortunadamente, como ya apunté, esa koinonia se salvó en Jerusalén (Gál 2, 9).
La otra ocasión en que Pablo tuvo un enfrentamiento con Pedro fue posteriormente en Antioquía, donde se debatió otro tema (Gál 2, 11-14). Los gentiles conversos y admitidos sin previa circuncisión ¿habrían de observar las leyes judías sobre los alimentos? Por lo menos esa parece una manera de traducir la disputa originada a raíz de que Pedro comiera con unos incircuncisos para luego cambiar de actitud debido a la presión que ejercieron sobre él unos hombres enviados por Santiago. Cuando Pedro cedió ante quienes prohibían sentarse a la mesa con cristianos gentiles, Pablo estimó que Pedro había traicionado el evangelio. Obviamente fue un momento de ira y originó un serio enfrentamiento entre dos dirigentes cristianos, o incluso entre tres. Mi análisis general es que Pablo insistió en que a los gentiles no les obligaban las leyes judías sobre los alimentos; los enviados de Santiago insistían en que sí les obligaban; y Pedro adoptó una postura intermedia allí donde la cuestión era opinable, si bien prefería alinearse con los enviados de Santiago antes que dividir a la comunidad.
En mi opinión, todo esto demuestra que Pablo no había tenido que aceptar todos los puntos de vista de Pedro ni Pedro tuvo que aceptar todos los puntos de vista de Pablo. Y pienso que es urgente en el cristianismo de hoy día que reconozcamos que pueden darse temas de legítimo debate entre los teólogos cristianos e incluso entre los dirigentes cristianos. Sin embargo, lo que es extraordinariamente importante con respecto a la situación entre Pedro y Pablo es que cuando se llegó a lo esencial de la fe en Cristo, en 1 Cor 15 —un pasaje donde Pablo hablaba sobre la muerte, la resurrección y las apariciones de Jesús— él mencionó en primer lugar la aparición a Cefas (Pedro) y después una aparición a Santiago, y luego una aparición a él mismo. Con respecto a todo ello Pablo dijo: «Eso es lo que predicamos y eso fue lo que creisteis». El reconocía que en lo esencial de la proclamación de Cristo, él mismo y Pedro y Santiago predicaban el mismo mensaje básico y los cristianos tenían que creerlo. Si se ha de reconocer una legítima discrepancia en el cristianismo de nuestro tiempo, también debe ser necesaria la unanimidad en las cuestiones esenciales. Por consiguiente, los desavenencias entre Pedro y Pablo no disminuyen, en mi opinión, la importancia de Pedro en los puntos específicos que he señalado.
A finales del siglo II se confeccionaron las primeras listas de los obispos de las principales ciudades. Por ejemplo, en la lista de los obispos de Roma, dada por Ireneo, Pedro aparece el primero. Con todo uno puede preguntarse qué significa eso. En alguna parte, allá por el siglo II (probablemente a mediados de ese siglo) la Iglesia romana desarrolló la estructura de un solo obispo y varios presbíteros, aun cuando otras Iglesias hubieran desarrollado o estuvieran desarrollando esa misma estructura durante el siglo II. A partir de ese momento, al presbítero reconocido como el dirigente de la Iglesia romana, especialmente en los asuntos relacionados con otras Iglesias, se le llamó obispo. Antes de que se aceptara un solo obispo, diversos asuntos en Roma fueron tratados por un grupo de presbíteros; pero inevitablemente en ese grupo destacaría alguna persona como el dirigente natural y como tal sería reconocido implícitamente con una finalidad determinada.
Por ejemplo, reuniendo información posterior, podemos reconocer que una carta con amonestaciones enviada por la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corinto, a finales del siglo I, fue escrita por Clemente, presbítero de la Iglesia romana. Es poco probable que se llamara a Clemente el obispo de Roma; estaría más cerca, con terminología moderna, del consejero delegado de la Iglesia. Sin embargo, al ser recordado como el más destacado entre los presbíteros de su tiempo, su nombre aparece en la lista como obispo de Roma.
De manera similar, yo diría que en los años 60, cuando Pedro llegó a Roma, el primero de los Doce, era la figura más destacada de la Iglesia romana. En el lenguaje de finales del siglo II, esa hubiera podido ser la causa de que apareciera como obispo de la Iglesia romana, aun cuando los contemporáneos de Pedro en los años 60 podrían no haber empleado tal término para referirse a él. Lo que sí digo es que aquellas listas de obispos nos han conservado las figuras más destacadas y representativas en la historia de una determinada Iglesia, incluso antes de que se empleara la denominación de un solo obispo. En cualquier caso, no estoy quitando importancia a Pedro o a su estancia en Roma cuando señalo que resulta anacrónico pensar en él como un obispo local. Realmente, y puesto que la tarea del obispo era la de administrar una pequeña comunidad y vivir en ella, yo diría que la importancia de Pedro va mucho más allá de lo manifestado; como el primero de los Doce él representó a la totalidad del renovado Israel y tuvo la potestad de juzgar a todo el pueblo cristiano de Dios.
Otra vez tengo que recordar que la terminología exige un tiempo para su desarrollo, que la terminología de la Iglesia posterior no estaba ya creada en el siglo I y que cuando empezó a emplearse una terminología posterior tenía unas implicaciones más específicas de las que puedan haber entendido los cristianos del siglo I. Por ejemplo, cuando el término «papa» empezó a emplearse en los siglos posteriores para referirse al obispo de Roma, ese término expresaba unos logros importantes en la historia del obispo de Roma. Roma era la capital del imperio y, por tanto, la Iglesia de Roma se revistió con el manto de la Iglesia de la ciudad más importante del mundo. Fue en Roma donde fueron martirizados los apóstoles Pedro y Pablo; y así, en realidad, la sede de Roma se convirtió en la sede apostólica, heredando los restos y el legado de los dos apóstoles más importantes de la historia cristiana. En el siglo II, especialmente, los presbíteros romanos habían desempeñado un importante papel al oponerse a las ideas heréticas e insistir en la pureza de la fe cristiana, de modo que la sede romana se había convertido en un símbolo de la tradición conservada con toda su pureza. Todos estos factores hicieron atractiva la descripción del obispo de Roma como papa, puesto que ayudaban a entender a la santa sede como la responsable de las Iglesias dispersas por el imperio, así como de la conservación de la fe ortodoxa.
Ahora, cuando usted pregunta, en el siglo XX, si a Pedro se le consideraba como papa, me está haciendo una pregunta que esconde tras sí en el término «papa» una tradición aún más rica. Especialmente, y como moderno telón de fondo ahí radica la declaración del concilio Vaticano I por la que el papa tiene jurisdicción sobre todos los cristianos. Obviamente, los cristianos del siglo I no iban a pensar según unos conceptos de jurisdicción o según muchos otros aspectos que se han ido asociando al papado a través de los siglos. Ni los cristianos que vivían en tiempos de Pedro han asociado totalmente al apóstol con Roma, ya que probablemente Pedro llegó a Roma sólo en los últimos años de su vida. Ni su veneración por la Iglesia de Roma se debía a que allí habían recibido el martirio Pedro y Pablo ni a la posterior historia de la preservación de la fe por parte de la Iglesia romana frente a la herejía.
Quizás la mejor manera de formular una pregunta propia de los años 60 y a la que pudiera contestarse no sea: «¿Los cristianos de aquellos tiempos consideraban a Pedro como papa?», sino esta otra: «¿Consideraban los cristianos de aquellos tiempos a Pedro como el depositario de unos poderes que iban a contribuir esencialmente al desarrollo del papel del papado en la Iglesia futura?». Pienso que la contestación ha de ser afirmativa, tal como traté de explicar en respuesta a una pregunta anterior en la que comentaba las tareas que Pedro llevó a cabo durante su vida, así como a los simbolismos que se le atribuyen incluso después de su muerte. A mi entender fueron ellos los que contribuyeron de forma decisiva a que se viera al obispo de Roma, al obispo de la ciudad en la que Pedro murió y donde Pablo dio testimonio de la verdad de Cristo, como al sucesor de Pedro al frente de la Iglesia universal.
En el libro ecuménico redactado por especialistas de distintas iglesias cristianas, Pedro en el nuevo testamento (R. E. Brown et al.; Sal Terrae, Santander 1976), empleamos el lenguaje de la «trayectoria» petrina. Creo que se trata de un término apropiado, ya que transmite la idea de un largo camino de progreso que dio sus primeros pasos en vida de Pedro y continuó en la Iglesia que vendría a continuación. A partir de Pedro veo el papado en una línea de desarrollo. Resulta interesante que el evangelio recuerde algunos de los fallos de Pedro así como los pasajes en que se pone de relieve su autoridad. No se ha omitido el reproche de Jesús por su incomprensión (Mc 8, 31-33) así como por las negaciones de Jesús. Eso puede resultarnos muy útil a nosotros los católicos que creemos firmemente en el papa como vicario de Cristo al frente de la Iglesia de Cristo. Al igual que Pedro tuvo, a veces, sus fallos, del mismo modo ha habido quienes ejercieron su responsabilidad como papas con significativos fallos e incluso escándalos. Nada de ello elimina el simbolismo esencial asignado al oficio petrino, el simbolismo del fortalecimiento en la fe, el de la roca fundacional que capacita a la Iglesia para hacer frente a las fuerzas del mal, y el del pastor que tras testimoniar su amor a Cristo recibe el encargo de pastorear a su rebaño.