93. He observado que cuando hablaba de la función de los presbíteros-obispos, no mencionó la eucaristía. ¿A qué se debe?

Lo que estaba intentando era, sobre todo, describir el papel de los presbíteros-obispos en el nuevo testamento, y a este respecto nunca se dice que los presbíteros-obispos celebraran la eucaristía. Lo más cercano a lo que podría llamarse una acción litúrgica atribuida a los presbíteros sería lo que se indica en Sant 5, 14-15: que debía llamarse a los presbíteros de la Iglesia para ungir a los enfermos y rogar por ellos. A principios del siglo II, tal como podemos ver en las cartas de Ignacio de Antioquía, en la estructura tripartita que él defiende de un solo obispo y varios presbíteros y diáconos, la celebración de la eucaristía queda asignada solamente al obispo, así como la celebración del bautismo. Cuando él esté ausente puede delegar en otros. Sin embargo, con anterioridad y en tiempos del nuevo testamento poseemos muy poca información sobre quiénes celebraban la eucaristía.

Puesto que en dos relatos de la última cena (Lucas y Pablo) Jesús dice a los presentes, que eran los Doce: «Haced esto en memoria mía», se ha pensado que era un recuerdo de que los Doce presidían la eucaristía. Pero no era posible que estuvieran presentes en todas las eucaristías del siglo I y no sabemos que se asignara a una persona regularmente para realizar esa tarea y, aunque así hubiera sido, no sabemos a quién. (Debo hacer hincapié en este punto porque algunos escritores modernos están muy seguros de que era el cabeza de familia quien celebraba la eucaristía. Esto no es más que una suposición, ya que no hay ni un solo texto del nuevo testamento que lo diga). En la Didajé 10, 7 nos encontramos con que, a pesar de las prevenciones hacia los profetas itinerantes, el autor insiste en que no se les puede impedir «eucaristizar». Si eso significa «celebrar la eucaristía» y no simplemente «dar gracias», entonces, en ciertos lugares, los profetas pueden haber tenido una responsabilidad eucarística en la liturgia (cf. también Hech 13, 1-2). Finalmente, por supuesto, la Iglesia reguló y regularizó la celebración de la eucaristía; y realmente resultaba inevitable su desarrollo si se había de proveer regularmente a las comunidades con el pan de vida. No podían depender de una provisión dejada al azar.

94. Si la persona que celebraba la eucaristía no era designada de una manera regular en los inicios del nuevo testamento ¿no podría deducirse de ello que también hoy podríamos sentirnos con una cierta libertad y flexibilidad a la hora de designar al celebrante de la eucaristía?

Permítame recordarle que ya recalqué nuestra ignorancia con respecto a los inicios del nuevo testamento. Los documentos de que disponemos no aportan información suficiente como para afirmar que se llegara a designar al celebrante de la eucaristía mediante una normativa rígida e invariable; pero no afirmé que no existiese tal normativa. Se trata simplemente de que carecemos de la necesaria documentación que lo atestigüe.

Pero vamos a dar por cierto que no hubiera ninguna normativa rígida e invariable en las Iglesias con respecto al celebrante de la eucaristía. Con todo, seguro que en la Iglesia había algún tipo de reconocimiento; quienes asistían a la comida eucarística deberían haber aceptado de alguna manera que una persona pronunciara las palabras del Señor. (Pero aun en este caso, si bien sabemos que se decían las palabras del Señor, ya que se citan no sólo en los evangelios sino en 1 Cor 11, 23-26, en realidad no se sabe exactamente cómo se celebraba la eucaristía en la época del nuevo testamento). Eso significa, en mi opinión, que el reconocimiento de la Iglesia es esencial para la responsabilidad del celebrante de la eucaristía y de ahí el porqué la Iglesia ha insistido en la ordenación, que es el modo establecido para otorgar un reconocimiento público a quien puede y debe celebrar la eucaristía.

Como ya he señalado, la Iglesia regularizó cómo celebrar la ordenación y esa regularización es vinculante porque representa el reconocimiento de la Iglesia. Si su pregunta se refiere a si la Iglesia pudo admitir otro procedimiento para designar al responsable de la celebración eucarística yo diría (y se trata simplemente de mi opinión personal) que sí pudo hacerlo. Pero en «la Iglesia» se habría de incluir ciertamente a las autoridades oficiales de la Iglesia, que para los católicos serían el papa y los obispos. Me parece que la Iglesia así entendida podría establecer otra manera de reconocer a los ministros de la eucaristía además de la acción formal de la imposición de manos por un obispo, si bien no creo que la Iglesia vaya a hacerlo. Lo que yo juzgaría intolerable es que alguno o alguna se autonombrara como celebrante de la eucaristía o que algún pequeño grupo nombrara sus propios celebrantes desconectados de la gran Iglesia. Precisamente para prevenir tales aberraciones se regularizó y desarrolló esta práctica. El reconocimiento de que la situación de la Iglesia estaba desarrollándose ya desde los inicios del nuevo testamento no significa que todas las concreciones desarrolladas sean revocables u opcionales o que se pueda prescindir de ellas. El Espíritu santo continuó su acción en la Iglesia después del siglo I y sus últimas concreciones pueden verse como la acción del Espíritu guiando a la Iglesia en su cometido. Si la Iglesia deseara cambiar una práctica necesitaría para ello la guía del Espíritu santo; y esa decisión habría de expresarse de manera pública y universal.

95. A todo esto usted ni ha mencionado la palabra sacerdocio. ¿A qué se debe?

De nuevo he tratado de concentrarme ampliamente en la imagen que nos ofrece el nuevo testamento y el período inmediato. En todos los documentos de esa época el término «sacerdote» nunca se aplica a un ministro cristiano. Cuando alguien me pregunta qué pensaba Jesús de los sacerdotes, mi respuesta constante es que los textos de Jesús que hacen referencia a su actitud ante los sacerdotes hablan de quienes oficiaban en el templo judío ofreciendo sacrificios. No existe ninguna indicación de que Jesús empleara el término «sacerdote» para referirse a sus fieles o al ministerio de la comunidad futura. Eso no significa, vuelvo a insistir, que el ministerio de la futura comunidad no fuese instituido por Cristo. El ministerio surge de las acciones de Jesús; y puesto que el sacerdocio ministerial cristiano está íntimamente asociado a la eucaristía, deriva de lo que él hizo en la última cena. Sin embargo, la terminología del sacerdocio en boca de Jesús habría reflejado su propia experiencia como judío, pues ya había sacerdotes judíos.

Posteriormente, en la etapa siguiente del nuevo testamento nos encontramos con que todo el pueblo cristiano es «adquirido por Dios» y es designado como «sacerdocio real» (1 Pe 2, 9). Eso dio lugar a lo que erróneamente se conoce como «el sacerdocio de los laicos»; se trata más bien del sacerdocio de todo el pueblo de Dios que no debe minimizarse por posteriores distinciones entre clérigos y laicos: un sacerdocio donde el sacrificio ofrecido es la bondad de vida que glorifica a Dios (1 Pe 2, 12 y 2, 5). También encontramos que se hace referencia al propio Jesús como sacerdote en la Carta a los hebreos. Pero incluso esa carta refleja una comprensión del término «sacerdote» derivada de su uso mucho más frecuente para designar el sacerdocio levítico judío, ya que tiene que explicar que Jesús no es un sacerdote levítico, sino sacerdote según el orden de Melquisedec, el sacerdote-rey de Jerusalén, que no era levita, y cuyo sacerdocio no dependía de su genealogía. Por lo que yo sé, no fue hasta el año 200 aproximadamente cuando el término «sacerdote» se empezó a aplicar al obispo, y sólo algo más tarde al presbítero.

Esta observación explica por qué algunas Iglesias protestantes, que insisten en emplear sólo el lenguaje del nuevo testamento, se niegan a llamar sacerdotes a sus propios ministros ya que consideran que esa terminología no es la propia del nuevo testamento. Cuando en fechas posteriores del nuevo testamento comenzó a aplicarse la palabra sacerdocio a obispos y presbíteros ello comportaba una cierta rememoración del sacerdocio levítico del antiguo testamento al que competía el ofrecer sacrificios. La introducción de este término estaba lógicamente vinculada al desarrollo del lenguaje sobre la eucaristía como sacrificio. (Téngase en cuenta, una vez más, que hablo del desarrollo del lenguaje. Hubo, según mi opinión, un aspecto sacrificial en la primera interpretación de la eucaristía, pero no tengo ningún dato de que se designara a la eucaristía como sacrificio con anterioridad a los inicios del siglo II). Cuando se empezó a pensar en la eucaristía como sacrificio, a la persona designada para presidirla (el obispo y más tarde el presbítero) pronto se le llamaría sacerdote, ya que a los sacerdotes se les relacionaba con el sacrificio.

96. Entonces la palabra «sacerdote» ¿es una simple añadidura a las de «obispo» y «presbítero»?

No, yo no diría eso. Una evolución de este tipo de terminología refleja un progreso en la comprensión de una realidad y ayuda a descubrir aspectos de la misma. Las descripciones de los obispos-presbíteros en las Cartas pastorales, asociándolos a la labor pastoral y a la administración, abarcan una parte importante del ministerio cristiano. Pero el fundamento de ese ministerio en el mismo Jesucristo no aparece claro en las Cartas pastorales. Cuando el ministro empieza a ser llamado sacerdote, entonces la relación entre el presbiterado y el sacerdocio de Jesucristo, ejercido con el sacrificio de su muerte, según la Carta a los hebreos, aparece con mayor claridad. El presbítero es más que un pastor y un administrador; el presbítero participa en la gran acción intercesora de Jesucristo, así como la eucaristía vuelve a hacer presente la muerte del Señor hasta que vuelva.

Ya he dicho que las diferencias que en la práctica separan a católicos y protestantes a este respecto se reflejan en la diferente terminología con respecto al ministerio y al sacerdocio. En su ministerio, los obispos-presbíteros de las Cartas pastorales, han de ser modelos ideales para los cristianos de la comunidad, no sólo por sus virtudes sino por su vida cotidiana. Son elegidos porque saben gobernar un hogar, son buenos esposos y buenos padres. La implicación de tales obispos-presbíteros en la vida normal y corriente se da por supuesto. Por el contrario, el sacerdote levítico del antiguo testamento, cuando ofrece el sacrificio, se ha de apartar totalmente de lo secular. Se ha de lavar de una manera especial, ha de revestirse con unas determinadas prendas y tiene que permanecer alejado de la comunidad porque entra en contacto con Dios, el todo santo. Parecía inevitable que cuando el término sacerdocio se empezaba a emplear para designar al obispo y al presbítero cristiano, en parte esta exigencia de la separación de lo secular y de una santidad única y apartada de los modos ordinarios de vida, tenían que considerarse como una parte del ideal cristiano del obispo-presbítero. Esto ha creado una tensión en las expectativas de los católicos sobre sus sacerdotes. Como ministros que han de estar en contacto con las vidas de aquellos de los que son pastores, hay una demanda para que el clero comparta su forma de vida ordinaria y sus problemas; pero como sacerdotes que han de ser representantes de la comunidad, de un modo especial, ante la santidad de Dios, hay también la demanda de que se mantengan un tanto separados y dedicados únicamente a Dios.

La postura de Hans Küng, en mi opinión, consistiría en considerar como una aberración la introducción de las ideas levíticas sacerdotales del antiguo testamento en el ministerio cristiano; él prescindiría de las mismas. Yo adopto la postura contraria: que, en la providencia de Dios, ésta era una manera de preservar un valor único de Israel y que la tensión, si bien resulta difícil, es saludable. Todo mi enfoque de la Iglesia como preservadora de tensiones queda modelado por la encarnación, que mantiene la tensión entre lo divino y humano en un solo Jesús. Reconozco que en nuestro tiempo hay muchos que prefieren hacer desaparecer la tensión entre dos supuestos librándose de uno. En mi opinión eso viene a ser un empobrecimiento del cristianismo. A través de mis respuestas puede detectarse que tengo la sensación de que el cristianismo, a partir de la encarnación, ha de preservar aquellas actitudes que están en tensión; la encarnación, que implica lo plenamente divino y lo plenamente humano en Jesús, es una primera tensión. Las Escrituras, con palabras escritas totalmente por seres humanos y que, sin embargo, sólo provienen de Dios, implican otra tensión. La Iglesia y los sacramentos, instituidos por Cristo y que, no obstante, superan cualquier esbozo o plan detallado por el mismo Jesús, implican tensión. Lo mismo ocurre con un ministerio identificable con la comunidad de donde procede el ministro y que, con todo, se ve apartado para servir en la presencia de Dios y representar a Cristo sacerdote.