Preguntas 89-92: Los ministerios en la Iglesia primitiva
¿Qué rol tuvieron los doce apóstoles en los comienzos de la Iglesia? ¿Cómo se organizó la Iglesia primitiva? ¿Los obispos son los sucesores de los apóstoles? ¿La ordenación de los ministros es un sacramento instituido por Cristo?
Para contestar a esta pregunta tengo que hacer una distinción entre los Doce y los apóstoles. La fórmula que usted ha empleado de los «doce apóstoles» aparece en ciertos libros tardíos del nuevo testamento, pero en ellos se concentra en dos palabras la designación de personas que ejercían dos cometidos distintos.
La fórmula más primitiva fue la de «los Doce». Se trataba de un grupo de hombres escogidos por Jesús durante su vida para simbolizar la renovación de Israel. La única manifestación que hizo Jesús sobre el simbolismo de los Doce es que se sentarían en (doce) tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Mt 19, 28; Lc 22, 30). En los inicios de Israel, según el relato bíblico, hubo doce patriarcas de quienes descendían las doce tribus. En este momento crucial de la renovación de Israel, tenemos a estos doce hombres, escogidos por Jesús para simbolizar a las doce tribus del Israel renovado. Son figuras escatológicas como muestra su papel como jueces en doce tronos celestiales. Pablo sabe de su existencia ya desde el tiempo de las apariciones de la resurrección, ya que los menciona en 1 Cor 15, 5. Como grupo activo son mencionados en las primeras descripciones de la Iglesia de Jerusalén (Hech 6, 2). En efecto, parece que en un principio estuvieron relacionados con Jerusalén, lo que no sorprende. Como tienen que tomar parte en el juicio, Hech 1, 11-12 (además de Zac 14, 4-5) parece indicar que se esperaba que Jesús volviera para juzgar en el Monte de los Olivos a Jerusalén. En el libro de los Hechos, los únicos miembros de los Doce cuya actividad va más allá de Jerusalén son Pedro y Juan, lo que, en parte, confirma Pablo, que habla de Pedro (Cephas) en Antioquía (Gál 2, 11) y dice que era muy conocido por la comunidad de Corinto, tal vez por haber visitado la ciudad (1 Cor 1, 12; 9, 5).
Pasando de «los Doce» a «los apóstoles», nos encontramos con que existen distintos significados de la palabra «apóstoles» en el nuevo testamento y ciertamente forman un grupo que supera el número de doce. Véase en 1 Cor 15, 5 y 7 donde «todos los apóstoles» constituyen un grupo que no se reduce a «los Doce». Para Pablo, al menos en la mayoría de sus acepciones, las características de un apóstol son las de quien ha visto al Señor resucitado y ha sido enviado por él para proclamarlo y dar testimonio de él en diversos lugares, tanto por medio de la palabra como del sufrimiento. Según este criterio, Pablo piensa claramente en Pedro —uno de los Doce— como apóstol (Gál 2, 7). No tenemos una plena seguridad de si consideraba al resto de los Doce como apóstoles según este mismo modelo, si bien los libros más tardíos del nuevo testamento hablaban ya de los Doce como apóstoles. Todavía una tradición posterior atribuía a los Doce tareas de apostolado con una amplia repercusión en distintas partes del mundo, si bien puede tratarse muy bien de simples leyendas.
Tal como ya, en parte, indiqué en una respuesta a una pregunta anterior, yo veo el cometido de los Doce cargado de contenido simbólico para un renovado Israel, y pienso en la Iglesia primitiva como la personificación del Israel renovado. La Iglesia primitiva no se consideró a sí misma como una entidad separada de Israel. Por tanto, los Doce prestaron un importante servicio en favor de la unidad de las primitivas comunidades cristianas. No obstante, no se les consideraba como los administradores de las comunidades. Efectivamente, lo de negarse en Hech 6, 2 a servir las comidas pone de manifiesto su negativa a verse involucrados en la administración local de un grupo cristiano. Ni como grupo, ni como individuos, se presenta a los Doce como «directores» de alguna Iglesia local.
Sólo tenemos una información parcial en lo referente al desarrollo de la organización los grupos cristianos locales. Ningún escrito del nuevo testamento trata de describirlo y dependemos, por tanto, de referencias ocasionales o fortuitas. En Hech 6, 5 se confía a siete varones la administración de la comunidad cristiana helenista, es decir, un grupo, probablemente, de judeo-cristianos, que tenían una actitud hacia el templo más crítica que otro grupo de judeo-cristianos, a los que se daba el nombre de hebreos. Aunque ese capítulo no especifica quiénes eran los administradores de la comunidad cristiana hebrea, en pasajes posteriores encontramos referencias (Hech 12, 17; 15, 4.13; 21, 18) a Santiago, el hermano del Señor, y a los ancianos que ocupaban un lugar destacado en la Iglesia de Jerusalén. En 1 Tes 5, 12, Pablo habla de que algunos estaban sobre otros «en el Señor», en la primitiva comunidad de Tesalónica, aproximadamente en el año 50 d.C. En una carta algo posterior, 1 Cor 12, 28, Pablo menciona una serie de carismas o dones de Dios que habrían influido en la dirección de la comunidad de Corinto: «apóstoles, profetas, maestros, quienes realizan milagros, curaciones, asistencias, funciones directivas, quienes tienen el don de lenguas». No sabemos con exactitud cuál sería el cometido de «quienes ejercían funciones directivas» en una comunidad en la que había también profetas y maestros; obviamente el apóstol Pablo tiene autoridad sobre todos. En la introducción a Filipenses (1, 1), Pablo señala la existencia de obispos (supervisores) y diáconos en aquella comunidad, pero no sabemos en concreto nada de lo que hacían cada uno de ellos.
En las cartas pastorales (1 Tim, Tit) se refleja el intento —precisamente en tiempos posteriores a Pablo— de que cada ciudad tenga asignados presbíteros-obispos junto a los diáconos. Estos presbíteros-obispos (¿todos o la mayoría?) enseñaban, administraban los bienes de la comunidad, examinaban la doctrina y la conducta moral de todos sus miembros, etc. La Didajé 15, 1 (uno de los primeros escritos cristianos, que se remonta al año 100 aproximadamente) considera el nombramiento de obispos y diáconos como el equivalente a las anteriores tareas carismáticas de los profetas y maestros. En tiempos de Ignacio de Antioquía (alrededor del año 110 d. C.), en algunas zonas de la Iglesia del Asia menor y de Grecia empezaba a ser una norma que se contara con un obispo que supervisara toda la Iglesia local y tuviera bajo su mando a los presbíteros y diáconos. A finales del siglo II ése era el modelo de Iglesia.
Así es verdaderamente. Esa es la doctrina católica. No veo ningún motivo para pensar que los datos del nuevo testamento amenacen esa doctrina si se entiende adecuadamente y se habla con exactitud de «apóstoles» y «obispos». Ya hice hincapié (cf. la pregunta 89) en que hay que distinguir entre los Doce y los apóstoles, aun cuando en algunos casos se confundían. La doctrina de la Iglesia no indica que los obispos sean los sucesores de los Doce en cuanto tales. En efecto, dado que sólo se disponía de doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel, para ejercer esa función no se podía superar ese número. En la Iglesia primitiva nunca se sugirió la sustitución de ninguno de los Doce tras su muerte. (La sustitución de Judas se debió al abandono de su responsabilidad entre los Doce y a que habían de ser Doce quienes iniciaran la renovación de Israel, dado que fueron doce los patriarcas del antiguo Israel).
Por otra parte, los apóstoles tenían la misión de salir a proclamar el evangelio y de crear comunidades de creyentes. Alguien tenía que hacerse cargo del cuidado pastoral de las comunidades nacidas al amparo de la misión apostólica. Como ya indiqué, en el último tercio del siglo I, y tal vez un poco antes, nos encontramos con el término de «obispos» para aquellos que desempeñaban un papel de liderazgo en algunas comunidades. En la primera etapa había un buen número de obispos o supervisores para una determinada comunidad; posteriormente se impuso la costumbre de contar con un solo obispo para cada comunidad. Por tanto, puede decirse con exactitud que los obispos se hicieron cargo de la acción pastoral en aquellas comunidades surgidas de la predicación apostólica, y así fueron los sucesores de los apóstoles.
La sucesión apostólica indica que los obispos se hicieron cargo finalmente de las tareas pastorales de los apóstoles, lo cual no tiene nada que ver con el modo en se nombraron o eligieron los primeros obispos. Poco sabemos al respecto, ni siquiera si había alguna formalidad para su designación. Por analogía con una costumbre judía y según la descripción que se nos hace de la designación de Timoteo por parte de Pablo en las Cartas pastorales (2 Tim 1, 6), algunos han pensado en una imposición de manos. Con todo, Timoteo no fue designado como obispo en el sentido de administrador de una comunidad local. Su cometido era el de conseguir prebíteros-obispos (en plural) para las comunidades, y se trataba, por tanto, de una tarea semiapostólica. La imposición de manos puede considerarse, por tanto, como su designación para ocupar el puesto de delegado apostólico. En 1 Tim 5, 22 se habla de Timoteo imponiendo las manos a otros, pero sin que quede claro que se trate de unos administradores de la Iglesia. En Hech 14, 23 encontramos otra información que asegura que Pablo y Bernabé (posiblemente en los años 40) elegían a los ancianos en cada una de las comunidades de Asia menor. No sabemos si esa descripción de los Hechos pertenece históricamente al tiempo en que Pablo vivía; pero, ciertamente, no se habría incluido en los Hechos si no hubiera existido en los años 80 una tradición de tal designación apostólica de los obispos. Esa tradición se menciona también en las Cartas pastorales, donde, como acabo de indicar, se dice que Pablo había nombrado delegados apostólicos como Timoteo y Tito, quienes, a su vez, nombraron obispos. La misma tradición queda reafirmada al final de los años 90 por la primera Carta de Clemente 42, 4, donde se dice que los apóstoles elegidos por Cristo iban de ciudad en ciudad, nombrando, de entre sus primeros conversos, a obispos y diáconos. Por supuesto, eso no significa que todos los presbíteros-obispos de la Iglesia primitiva fuesen nombrados por los apóstoles, aunque existe la posibilidad de que algunos sí lo hubieran sido.
Por otra parte, hacia el año 100, la Didajé 15, 1 nos dice que los cristianos se asignaban obispos y diáconos. Además, podemos imaginarnos que habría otros procedimientos mediante los cuales se hacían los nombramientos de obispos. Por ejemplo, y dado que los presbíteros-obispos eran hombres casados, podrían haber dispuesto que les sucedieran sus propios hijos. Se trata de un tema sobre el que no tenemos bastante información. En último término, y por supuesto, la Iglesia iría desarrollando un método regularizado para la elección y ordenación de obispos, método que, a partir del siglo III, ya se seguía en todas partes.
Al contestar una pregunta anterior (pregunta 79) ya señalé que «instituido por Cristo» no significaba necesariamente que, durante su vida, Jesús hubiese planeado cuidadosamente el sistema sacramental o hubiera previsto con exactitud los distintos sacramentos dotados de un poder santificante que él otorgó a la Iglesia por y a través de los apóstoles. Lo que él hizo en la última cena fue el fundamento no sólo del sacramento de la eucaristía sino también del sacramento del orden. La doctrina de la Iglesia católica, y la de otras Iglesias que tienen la ordenación en «alta» estima, consiste en remontar hasta Cristo el poder pastoral de santificación que se ejerce en el episcopado, presbiterado y diaconado, pero no todos los aspectos de la disciplina que se iba desarrollando. Por ejemplo, no hay nada en las palabras de Jesús en la última cena que especifique quién ha de «ordenar» a los otros o de qué manera. Incluso la conocida imagen del mismo Cristo ordenando a los Doce en la última cena, con todas sus simplificaciones, no insiste en que él se pusiera de pie y fuera alrededor de la mesa imponiendo sus manos a cada uno de ellos. Todos aquellos a quienes la Iglesia reconoció finalmente como obispos, presbíteros y diáconos participaron en los trabajos pastorales que el mismo Jesús llevaba a cabo con quienes le seguían y que los apóstoles continuaron con los primeros creyentes. El ministerio ordenado no fue simplemente establecido por la propia autoridad de la Iglesia; más bien, la existencia del ministerio ordenado es parte esencial en la continuación del ministerio de Jesucristo y ayuda a hacer de la Iglesia lo que realmente es. Todos estos factores son los que afirma la doctrina que describe la ordenación como un sacramento instituido por Cristo, no las modalidades de elección, por quién y cómo. Todo ello quedará determinado por la práctica religiosa.