79. ¿Qué nos dice de los sacramentos? ¿implica nuestra comprensión de los mismos que fueron instituidos directamente por Cristo?

Creo que la pregunta emplea con precisión el término adecuado: «Cristo». La pregunta anterior hacía referencia a la fundación de la Iglesia por Jesús y no puse ninguna objeción porque creo que existe una continuidad entre lo que Jesús hizo durante su vida y la Iglesia resultante. No obstante, las formulaciones clásicas para relacionar la realización concreta de la Iglesia con Jesús de Nazaret las remontaría a Cristo. Los maestros de la Iglesia, responsables de tales formulaciones no estaban pensando simplemente en el Jesús del ministerio, o sea, en lo que exactamente dijo y sabía Jesús antes de su crucifixión. Ellos estaban pensando en la visión global que el nuevo testamento ofrecía de Jesús como Cristo, el Mesías, desde una perspectiva postpascual. Contestando a la pregunta 40, ya reseñada, señalé hasta qué punto, en la fase de predicación anterior a la redacción de los evangelios, la fe en la resurrección iluminaba todo lo que no se había entendido anteriormente. Por consiguiente, al comentar la institución de los sacramentos, la norma no es simplemente lo que dijo Jesús en Palestina en los años 20, sino las huellas que de esos sacramentos encontramos en todo el nuevo testamento.

Su institución por Cristo significa que esas acciones que llamamos sacramentos son la especificación y aplicación de un poder que durante su ministerio y tras su resurrección dio Jesucristo a su Iglesia a través de sus apóstoles, un poder que abarcaba todo cuanto era necesario para hacer que el orden de Dios o su Reino triunfara sobre el mal, mediante la santificación de la vida de todos, desde el nacimiento hasta la muerte. Lo que decimos es que los sacramentos no son un invento de la Iglesia, sino que forman parte del plan de Cristo. Yo no encuentro contradicción entre un enfoque moderno bíblico y la «institución por parte de Cristo» entendida de esta manera.

80. Más concretamente, ¿instituyó Jesús, en la última cena, el sacramento de la eucaristía?

La enseñanza cristiana habitual ha sido que la eucaristía fue instituida por Cristo (vuelvo a recurrir a la palabra clásica, «Cristo») en la última cena y eso fue lo que declaró el concilio de Trento para los católicos. Con todo, una vez más, eso no implica que se tenga que creer que Jesús en la última cena previese todo lo que se iba a derivar de sus palabras sobre el pan y el vino de los que dijo que eran su cuerpo y su sangre. No se tiene que pensar que previera toda una evolución litúrgica, cómo iban a celebrar la eucaristía todos los cristianos, o que él hubiera hablado acerca de la transubstanciación.

Resulta interesante notar que mientras en dos de los cuatro relatos de las palabras eucarísticas de la última cena se dice: «Haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24.25), esas palabras no aparecen ni en Marcos ni en Mateo. Un biblista tan respetado y prudente como el dominico P. Benoit se preguntó si no se trataría de una instrucción litúrgica que apareció en las celebraciones que conocían Lucas y Pablo para subrayar la fidelidad de esa eucaristía a la intención de Jesús. En tal interpretación: «Haced esto en conmemoración mía» formaría parte del desarrollo del mensaje evangélico correspondiente a la segunda etapa ya comentada en la pregunta 40.

Incluso sin recurrir a tal teoría, yo vería una similitud entre la institución de los sacramentos y la fundación de la Iglesia. Tanto en un caso como en el otro, se puede decir perfectamente que son obra de Cristo, pero no es necesario suponer que Jesús tuvo un preciso y detallado conocimiento de todo lo que de ahí se derivaría. El Espíritu santo guiaba los acontecimientos e indicaba aquello que se mantenía fiel al pensamiento de Jesús.

81. ¿No tenemos, sin embargo, una normativa más directa de Jesús sobre el bautismo, una normativa que nos indica que ya sabía todo lo que iba a pasar?

Supongo que se refiere a las últimas palabras de Mateo (28, 19) donde el Señor resucitado dice: «Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo». Pero ese mismo texto debe ser matizado. Si esa expresión se hubiese elaborado inmediatamente después de la resurrección precisamente con esas mismas palabras, el libro de los Hechos resultaría casi ininteligible, ya que entonces no habría existido ninguna razón para que los seguidores de Jesús hubiesen tenido la más mínima duda de que él quería que se hicieran discípulos entre los gentiles. Sin embargo, el debate sobre la aceptación de los gentiles continuó a lo largo de los veinte primeros años de cristianismo. Igualmente, si como sugiere el texto de Mateo, una forma tan completa para el bautismo como la de «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo» se hubiera conocido inmediatamente después de la resurrección, la expresión ordinaria que encontramos en todo el nuevo testamento de bautizar en nombre de Jesús se hace más difícil de entender. Más bien, lo que encontramos en Mateo como las últimas palabras en labios del Señor resucitado es una comprensión de la misión que el Señor dio a sus discípulos que sólo quedó clara tras muchos años de esfuerzos por la conversión de los gentiles y después que una reflexión mostrara hasta dónde llegaba la comunión entre el Padre y el Hijo y el Espíritu santo, de modo que el bautismo en el nombre de Jesús era obra también del Padre y del Espíritu.

Quisiera hacer aquí una observación, aun cuando no vaya a extenderme al respecto. Esta frase se atribuye a Jesús resucitado y las frases que se le atribuyen en los distintos evangelios difieren mucho más de las que se atribuyen a Jesús durante su ministerio. Al contestar a la pregunta 53, señalé que mientras Jesús resucitado ciertamente se aparece corporalmente, con todo, se ha producido una notable transformación por lo que desconocemos, en realidad, de qué manera hablaba Jesús resucitado, es decir, si se comunicaba mediante sonidos audibles e inteligibles. Las diferencias en las frases que se le atribuyen pueden significar que reveló su voluntad, pero que esta revelación la concretaron mediante palabras aquellos que recibieron la revelación. Sin embargo, todo esto no es sino una simple especulación y no voy a insistir en ello.

82. Entonces sin una normativa directa por parte de Jesús, ¿cómo llegaron los cristianos a bautizar? ¿qué les movió en esta dirección?

Francamente, no lo sabemos con exactitud. En los tres primeros evangelios nunca se dice que Jesús bautizase a alguien; en Jn 3, 22, ya se dice que él bautizó, para negarlo luego en Jn 4, 2. No obstante, él fue bautizado por Juan el Bautista, y ese ejemplo podría haber llevado a sus seguidores, algunos de los cuales fueron discípulos de Juan el Bautista, a reconocer que tal como Jesús acogió la predicación de Juan haciéndose bautizar por él, así los creyentes en Jesús mostraban su acogida de Jesús mediante el bautismo y, por supuesto, hay una frase relacionada con Juan el Bautista que decía, que mientras él bautizaba con agua, habría de venir alguien que bautizaría con el Espíritu santo (y con fuego). Por tanto, un bautismo asociado con el don del Espíritu santo pudo muy bien haber sido una de las expectativas de los seguidores de Jesús. Con todo, aunque desconozcamos todos los factores que les llevaron a entender el bautismo como signo de fidelidad al pensamiento de Jesús, hay costumbres y dichos que lo convierten en una práctica comprensible. Por ejemplo, entre los judíos existía un ritual para lavar a los conversos. La profesión de fe en Jesús pudo haber sido entendida como una especie de conversión que requería ese tipo de iniciación. Pero, y vuelvo a repetirlo, se trata de una simple especulación y no voy a insistir en ello.

Lo que resulta interesante es la rapidez con que el bautismo se llega a convertir en una práctica universal entre quienes profesaban su fe en Jesús. En el nuevo testamento sólo hay un caso de creyentes que en el período siguiente a la resurrección no habían sido bautizados, a saber, en Hech 18, 24-19, 7, donde en Efeso, Apolo y algunos otros discípulos han recibido únicamente el bautismo de Juan. ¿Podía tratarse de algunas personas que habían llegado a creer en Jesús durante su ministerio pero que no se habían encontrado con comunidades cristianas en tiempos posteriores a la resurrección? (Por lo que hace referencia a Apolo, éste podía haberse convertido a Jesús mediante alguna de aquellas personas). De cualquier manera, en todas nuestras fuentes de información, el bautismo aparece como una práctica esperada y aceptada.

83. ¿Qué significaba el bautismo para los primeros cristianos?

Nuestra teología cristiana del bautismo, por lo general, es, en realidad, el conjunto de los distintos aspectos del bautismo mencionados en el nuevo testamento. Por eso le diría que era evidente que el bautismo significaba, por lo menos en líneas generales, cosas distintas para cristianos distintos. En una obra del nuevo testamento relativamente tardía como el evangelio de Juan, la referencia a ser engendrado por Dios, o nacido de arriba, guarda relación con el agua y el Espíritu. Eso implica que el bautismo se consideraba como el momento del nacimiento del cristiano, un nacimiento que no era de una madre natural sino del mismo Dios, un ser concebido en el que el creyente recibe la misma vida de Dios. Pablo insiste en que uno se bautiza en la muerte del Señor. Y así el bautismo se convierte en nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, y el salir del agua del bautismo se puede comparar, en cierto modo, a Jesús saliendo de la muerte. En lenguaje asociado con el bautismo, en la primera Carta de Pedro se habla de los gentiles que ahora pasan a ser un pueblo elegido, de modo que, de alguna manera, el bautismo representa la entrada a formar parte del pueblo de Dios.

Si se pregunta sobre los primeros cristianos, en Hech 2 se describe cómo la petición del bautismo hacía cristianos a quienes oyeron el sermón de Pedro en pentecostés. En estos relatos de los Hechos de los apóstoles hemos de tener en cuenta que fueron escritos unos sesenta años después de los acontecimientos y que llevan asociada la interpretación de una teología posterior. Con todo, resulta interesante que la petición formulada por aquellos que escuchan con buena disposición la predicación apostólica en Hech 2 implica una metanoia (un cambio de mentalidad, de corazón y de vida que guarda relación con la proclamación de Jesús del Reino) y una insistencia sobre el bautismo (2, 38). En otras palabras, los predicadores exigen lo mismo que Jesús (la metanoia), y luego imponen una segunda exigencia que no consta que Jesús haya hecho jamás a sus seguidores durante su ministerio público (el bautismo). Esa exigencia adicional del bautismo tiene una consecuencia interesante: el seguimiento de Jesús comporta ahora un paso visible. Durante la vida de Jesús, la gente podía escucharle, sentir su influencia, pero se iban sin ningún signo exterior de que habían llegado a creer en su proclamación del reino. La exigencia, por parte de los predicadores, de un signo visible, que comporta un cierto contenido histórico, porque, de otro modo, el bautismo no se habría propagado tan ampliamente, es, en cierto sentido, el primer paso para la organización de los creyentes en una comunidad visible. El seguimiento de Jesús, mientras él vivía, era informal; el instinto de los primeros cristianos les llevó a exigir un compromiso formal que identificara al creyente y lo asociara con otros creyentes. Dicho de otra manera, quizás uno de los primeros rasgos del bautismo fue ese paso que constituía una comunidad. Con esto sólo hemos subrayado algunos aspectos del bautismo en el nuevo testamento.

84. ¿Qué nos dice de la eucaristía? ¿cómo llegaron los cristianos a celebrar comidas eucarísticas y qué significado tenían para ellos esas comidas?

Una vez más nos encontramos con distintos aspectos de la eucaristía resaltados en distintos escritos del nuevo testamento. Al contestar la pregunta 80, ya hice mención de la enseñanza cristiana tradicional sobre la institución de la eucaristía en la última cena, a saber, que el sentido de la eucaristía está intrínsecamente relacionado con el significado que dio Jesús, en aquella cena, al pan y al vino como su cuerpo y su sangre. Y ciertamente esa debe haber sido una primera concepción cristiana, ya que en 1 Cor 11, 23-26 Pablo menciona la eucaristía (la única vez que hace mención de ella) precisamente en relación con la noche en que Jesús se entregó o fue traicionado y se refiere a la acción que los evangelios relacionan con la última cena. Según Pablo, cada vez que se celebraba la eucaristía, los cristianos recordaban la muerte del Señor hasta su vuelta. Obsérvese que no sólo es un recuerdo o una representación de la muerte del Señor (algo pasado en lo que se nos permite participar, de la misma manera que para Pablo hay un bautismo «en la muerte del Señor») sino la anticipación de algo futuro. El aspecto futuro de la venida del Señor se debió destacar muy pronto en la eucaristía. Cuando Jesús regresara, los cristianos participarían en el banquete celestial. Realmente ellos pueden haber concebido a Cristo como regresando definitivamente en la eucaristía. En la comunidad de los manuscritos del Mar Muerto había un lugar vacío para el Mesías en el simbólico banquete, por si Dios le hacía surgir durante la comida. Obsérvese cómo este aspecto futuro de la eucaristía se ha vuelto a introducir en la misa tras la consagración, como parte de la proclamación del misterio de fe, ya que en dos de las tres respuestas se menciona la futura venida del Señor.

85. ¿Qué nos dice del evangelio de Juan? En él no se hace ninguna mención de la eucaristía en la última cena.

Así es exactamente. Y en cierto modo no deja de ser sorprendente, ya que el relato que hace Juan de la última cena es el más extenso. Si Pablo considera como una tradición conocida que Jesús realizó la acción eucarística en la noche anterior a su muerte, la omisión por parte de Juan puede representar una deliberada opción para hablar de la eucaristía en otra parte de la vida de Jesús, sin negar por ello su relación con la última cena, pero viendo sus potencialidades en una acción anterior.

Cuando se piensa en la eucaristía relacionándola únicamente con la última cena se convierte en algo que hace Jesús tan sólo en vísperas de su muerte, al final de su vida. De este modo viene a contrastar con su ministerio habitual de predicación, de signos milagrosos para ayudar y curar a la gente. Pero Juan se mueve en una dirección contraria al relacionar las palabras eucarísticas no con una acción especial y aislada al final de la vida de Jesús, sino con la multiplicación de los panes, un signo realizado durante el ministerio de Jesús. Jesús dio de comer pan a la muchedumbre; los alimentó. Si la muchedumbre lo hubiera entendido, aquella comida, aunque material, no tenía un significado primordialmente material. El pan era signo de un alimento espiritual que alimentaba la vida divina recibida en el bautismo. En el capítulo 6 de Juan, tras resaltar el valor nutritivo de su revelación como pan celestial, Jesús destaca el valor nutritivo de su carne y de su sangre: es el lenguaje eucarístico de Juan. Es a Juan, pues, a quien debemos primariamente el entender la*eucaristía como alimento, el alimento para la vida eterna.

Ya que estoy tratando del tema de las conexiones de la eucaristía más allá de la última cena, probablemente haya relación en algunos textos del nuevo testamento entre la fracción eucarística del pan y la aparición de Jesús resucitado en las comidas en las que él partía el pan. Ciertamente ese parece ser el caso de Lc 24, 35, donde los dos discípulos que iban caminando hacia Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan. Una relación así puede haber sido el canal a través del cual pasó a primer plano la insistencia en la presencia real de Jesús. Después de todo, en la teología cristiana es Jesús resucitado quien está presente en la eucaristía, así como estaba presente Jesús resucitado cuando los discípulos partían el pan. No estoy diciendo que aquellas comidas posteriores a la resurrección fueran eucarísticas; lo que digo es que al reflexionar sobre la presencia de Jesús en tales comidas, los cristianos podrían haber llegado a comprender un aspecto muy importante de la teología eucarística. Así pues, tres comidas (la última cena, la multiplicación de los panes y las comidas tras la resurrección) habrían dejado todas ellas su huella en el pensamiento cristiano sobre la eucaristía. Resulta difícil señalar cuál de ellas fue la primera.

De todas formas, confío en que se vea que mis respuestas con respecto al bautismo y a la eucaristía guardan relación con el enfoque general que hice de unos orígenes de la Iglesia no minuciosamente establecidos desde el principio. Inmediatamente después de la resurrección los cristianos carecían de una visión completa de todos los aspectos del bautismo o de la eucaristía, por muy pronto que empezaran a realizar esas acciones. Sólo transcurrido cierto tiempo, y por obra del Espíritu santo, llegarían a darse cuenta de las múltiples riquezas de lo que ellos consideraban como dones de Cristo.