Preguntas 69-76: Cristología: el conocimiento de Jesús
¿Qué sabemos en concreto sobre Jesús? ¿Jesús sabía que era Dios? ¿El conocimiento de Jesús fue incrementandose durante su vida? ¿Puede Jesús ser Dios e ignorar ciertas cosas? ¿El conocer de Jesús era idéntico al de cualquier otro hombre? ¿Sabía cosas que sobrepasaban el conocimiento humano? ¿Tenía en claro su misión, sabía que iba a morir crucificado? ¿Conocía el futuro, sabía que iba a resucitar?
Doy por supuesto que usted no está hablando acerca de una certeza matemática o de una certeza de las ciencias físicas sino de la razonable certeza o de la elevada verosimilitud propias de los asuntos humanos, por ejemplo, el tipo de certeza que yo tendría acerca de la vida y de las acciones de alguien a quien conozco. Algunos biblistas le darían a usted una respuesta escéptica diciéndole que es muy poco lo que podemos saber sobre Jesús. Aunque yo soy optimista sobre nuestro conocimiento de Jesús, no voy a tratar de darle una lista exhaustiva, ni tampoco un informe detallado de su vida, como, por ejemplo, que nació en Belén, se crió en Nazaret, fue bautizado por Juan, para iniciar finalmente un ministerio de predicación mediante parábolas y curaciones, etc.
Me imagino que usted querría más detalles de los que se pueden dar en este tipo de respuestas, de manera que le recomiendo el libro de Gerd Theissen, La sombra del Galileo: Las investigaciones históricas sobre Jesús traducidas a un relato (Sígueme, Salamanca, 1995). Se trata de un excelente biblista que desarrolla en forma narrativa una imagen de Jesús y de su tiempo comprensible al hombre de hoy y acorde con el estado actual de la investigación. En cualquier caso, si usted tiene algunos puntos concretos, me encantaría contestárselos como mejor supiera.
He aquí una de las raras ocasiones en que quisiera que se volviera a formular la pregunta, porque tal como usted la plantea se presta a que una respuesta inteligible sea casi imposible. Me disgustan enormemente los juegos de palabras y tengo ese mismo sentimiento de desconfianza que tienen muchos cuando alguien dice: «¿Qué quiere decir con esa palabra?». Sin embargo, debo plantear el tema aquí de qué quiere decir, quien formula la pregunta, con la palabra «Dios». La pregunta se refiere a Jesús, un judío galileo del primer tercio del siglo I, para quien «Dios» tendría un determinado significado debido a su formación y al lenguaje teológico de su tiempo. Para simplificar (o quizás más que simplificar) permítame decir que yo creo que para un judío de aquel tiempo la idea de «Dios» debería ser la de aquel que habita en los cielos, entre otros muchos atributos. Por tanto, si se hubiera planteado esta pregunta a Jesús en la tierra: «¿Crees que eres Dios?» hubiera significado para él si creía que era aquel que habita en el cielo. Y se comprende que ésa habría sido una pregunta mal planteada, ya que Jesús habitaba visiblemente en la tierra. De hecho, jamás se le hizo tal pregunta; lo más que se le preguntó fue acerca de su relación con Dios. Se puede captar el sabor de ese lenguaje y de ese problema en la escena de Mc 10, 17-18: un hombre se dirige a Jesús como «maestro bueno» y Jesús contesta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios». Se puede ver un distanciamiento entre Jesús y el término «Dios».
Sin embargo, y muy acertadamente, se podría señalar que en otro evangelio se alaba a Tomás por dirigirse a Jesús como «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). La clave de esa expresión está en que se encuentra en el cuarto evangelio escrito a finales del siglo I. Yo diría que en aquel entonces, y dado el empeño que tenían los cristianos por comprender a Jesús, éstos habían ampliado, en cierto sentido, el significado de la palabra «Dios». Para ellos ya no significaba simplemente el Padre del cielo; quería decir también el Hijo en la tierra. Habían llegado a darse cuenta de que Jesús estaba tan íntimamente relacionado con Dios, tan lleno de la presencia de Dios, que el término Dios podía aplicarse tanto a él como al Padre del cielo. Permítame recalcar que esto no supone un cambio en Jesús; supone un cambio y un progreso en la percepción cristiana de quién era él. Dicho progreso prosiguió de manera que en el concilio de Nicea, a principios del siglo IV, los cristianos describían al Hijo de Dios como «Dios verdadero de Dios verdadero». El impacto de Jesús y la reflexión que originó cambió todo el lenguaje teológico de quienes creían en él, incluyendo el término «Dios».
Una vez aclarada (así espero) la dificultad del lenguaje, si me permite reformular su pregunta de una manera que confío sea fiel a su intención, voy a tratar de contestarla. Aceptando que el término «Dios» se fue desarrollando hasta representar para los cristianos una verdadera intuición de la identidad de Jesús, creo que su pregunta se podría formular así: «¿Sabía Jesús que tenía una identidad que sus seguidores llegarían a comprender más tarde en el sentido de que era Dios? Si era Dios (y los cristianos, en su mayoría, están en eso de acuerdo), ¿sabía él quién era?». Creo que la respuesta más sencilla es sí. Evidentemente, no hay manera de demostrar una respuesta afirmativa, porque no tenemos material que describa toda su vida. Sin embargo, con el material que se nos da en el evangelio, se muestra siempre a Jesús consciente de una relación particular con Dios, que le permite hablar con tremenda autoridad. Jamás aparece una escena en la imagen que nos ofrece el evangelio en la que descubra algo de sí mismo que ya no supiera antes. Soy consciente de que lo que estoy diciendo va en contra de algunas opiniones populares según las cuales Jesús habría descubierto su identidad en el bautismo o en algún otro momento, pero no hay pruebas de tales opiniones. La escena del bautismo está reseñada para decirnos a quienes la leemos quién es Jesús, no para decirle a él quién era.
Permítame empezar por la segunda parte de su pregunta. Usted, como yo, que somos seres humanos, ¿en qué momento de nuestra existencia averiguamos que somos humanos y lo que eso significa? En cierto sentido, ¿no sabemos que somos humanos desde el primer momento en que podemos pensar? En ese momento tal vez no sepamos todas las implicaciones que comporta ser humanos, y ciertamente no tenemos vocabulario para expresar lo que significa ser humanos. De hecho, es difícil encontrar una definición de lo que significa ser humanos. Sin embargo, sabemos que somos humanos.
Por analogía, ¿se podría aplicar algo similar a Jesús de quien sabemos que ha sido verdaderamente divino y verdaderamente humano? ¿por qué no han de creer los cristianos que él supo quién era desde el primer momento en que empezó a actuar su mente humana? Eso no significaba que pudiera expresar con palabras humanas lo que significaba ser Dios, y de ahí que en la pregunta anterior fuera tan cauto con respecto a la terminología. Podemos saber que somos humanos sin que sepamos encontrar el lenguaje adecuado para expresarlo; Jesús podía saber que era Dios sin que pudiera encontrar el lenguaje humano que expresara quién era él. Y mi opinión es, dicho sea de paso, que eso explica por qué la cristología está muy implícita en los tres primeros evangelios, es decir, no es una cristología en la que los términos nos digan quién es Jesús, sino una cristología en la que descubrimos quién es oyendo lo que dijo y el tono en que lo decía, y observando lo que hizo y el poder y la autoridad con que lo hacía.
Sin embargo, permítame volver a la primera parte de su pregunta con respecto a su ser humano que va incrementando gradualmente sus conocimientos. Si parece que Jesús sabía quién era a lo largo de todo lo que se cuenta de su vida, ¿por qué el conocimiento su identidad divina iba a impedir que se desarrollara la comprensión de cómo esa identidad se interrelacionaba con una vida humana en la que el crecimiento, la experiencia, los acontecimientos de su ministerio, y sobre todo, su muerte, aportaban una mayor comprensión de su condición humana? Se puede sospechar la existencia de un desarrollo a partir de una lucha como la que se da en la escena de Getsemaní, en Marcos, donde un Jesús que había desafiado a sus discípulos con anterioridad (10, 38) para que bebieran de la copa que él iba a beber, ahora, ante la muerte, pide a su Padre que, si es posible, pase de él este cáliz. Se podría aducir que eso supone una lucha interior mientras el Hijo de Dios lucha con la experiencia humana del sufrimiento y de la muerte. Pero sólo podemos adivinarlo y lo hacemos a partir de la analogía con nuestra propia experiencia humana. Nadie conoce las profundidades misteriosas de la encarnación y sus efectos en Jesús interiormente. Los evangelios se escribieron para decirnos lo que nosotros teníamos que saber de Jesús, no lo que sabía él de sí mismo.
A esto tendré que contestarle con un lenguaje casi filosófico. Según la filosofía escolástica y de manera especial según santo Tomás de Aquino, el conocimiento de Dios no es como el nuestro. Nuestra forma normal de conocimiento es mediante conceptos y juicios; o dicho de otra manera, pensamos. En la filosofía escolástica, el conocimiento de Dios es inmediato: no tiene ideas; él conoce las cosas íntimamente; no necesita pensar en términos de reunir conceptos y formar juicios, es una forma distinta de conocimiento. Por tanto, el conocimiento divino que Jesús habría poseído como la segunda persona de la Trinidad (si me puedo servir de un lenguaje que tardó varios siglos en desarrollarse en el cristianismo) en realidad no funcionaría en una mente humana. En un famoso pasaje de la Summa theologiae (3, q. 9, a. 1, ad 1), Tomás de Aquino observaba: «Si no hubiera habido en el alma de Cristo algún otro conocimiento aparte de su conocimiento divino, no habría sabido nada. El conocimiento divino no puede ser un acto del alma humana de Cristo; pertenece a otra naturaleza». Por tanto, no resulta fácil afirmar: «Dios lo sabe todo; por consiguiente, Jesús lo sabía todo».
Esa misma filosofía escolástica reconoce que, de vez en cuando, se da en el ser humano un conocimiento inmediato, algo a la manera como Dios sabe, y un claro ejemplo de conocimiento inmediato —no mediante conceptos o abstracciones— es el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Sabemos quienes somos por ser lo que somos y no simplemente por pensar lo que somos. Precisamente por ese principio, al contestar la pregunta: «¿Sabía Jesús quién era?», no tuve ninguna dificultad en decir que sí. Karl Rahner lo expresó con los términos de la unión hipostática, es decir, la unión entre la persona divina y la naturaleza humana. Sin vincularme a la teología de ningún autor en particular, y sin meterme en las expresiones más abstractas de la teología sistemática, creo que es justo decir: «Por ser quien era, Jesús sabía quién era».
No. Tal como ya dejé dicho, el conocimiento inmediato de su identidad, su conocimiento de quién era, significaba que tenía el conocimiento más profundo y más íntimo de la voluntad de Dios. Fue totalmente obediente a la voluntad de Dios y, por tanto, estaba siempre en armonía con la voluntad de Dios; el nuevo testamento lo describe como el sin pecado. Por tanto, podía hablar con autoridad divina sobre lo que Dios quería de nosotros; esto lo vemos ilustrado en sus frases con «amén», donde esa palabra, en vez de emplearse como una respuesta que reconoce la veracidad de un enunciado, se introduce en el enunciado de Jesús que exige nuestro reconocimiento. La descripción que hace el nuevo testamento de cómo la gente quedaba impresionada al ver cómo Jesús hablaba con autoridad y no como los demás maestros, es asimismo el reconocimiento de un conocimiento único de la voluntad de Dios. El conocimiento que fluía del autoconocimiento que Jesús tenía de su identidad con Dios durante su vida humana es lo que hizo que los cristianos creyeran que la última revelación de Dios vino a través de él. «En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por un Hijo» (Heb 1, 1-2).
Creo recordar que los teólogos escolásticos españoles de la universidad de Salamanca defendían que Jesús estaba en posesión de una gama extraordinaria de conocimientos: en todo sería perfecto, como soldado, como científico, como artista, como poeta, etc. En el nuevo testamento no aparece nada de esto. La gente queda asombrada por su manera de enseñar con autoridad, no por su habilidad al hacer las cosas. El hablaría el arameo y probablemente el hebreo; tal vez conocía algunas palabras y expresiones griegas debido a las rutas comerciales que pasaban por Cafarnaún; tal vez, los judíos de Palestina recogieron también algunas expresiones latinas, especialmente las que guardaban relación con el poder romano y las maniobras militares. Pero no veo ningún motivo para que supiera alguna otra lengua más allá de las que aprendiera en su entorno familiar, y que las hablaría con el acento de sus padres. Fueran las que fueren sus habilidades manuales me imagino también que las aprendería de sus padres. Si bien no debemos apurar al máximo la frase, Lucas, que nos presenta a Jesús concebido por obra de Dios, no tiene ningún inconveniente en aplicarle la descripción bíblica de que crecía en sabiduría (Lc 2, 40.52).
En cierto modo, a mí esta pregunta me parece siempre curiosa. Por lo que voy viendo, alrededor de los cinco años, todo individuo de la raza humana toma conciencia de que morirá, por tanto saber que se ha de morir no constituye una forma especial de conocimiento. Pero supongo que lo que su pregunta plantea realmente es si Jesús sabía con exactitud la manera y la hora de su muerte. ¿Sabía que lo iban a crucificar?
En los evangelios sinópticos aparecen tres famosas predicciones de Jesús sobre la muerte del Hijo del hombre (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34). Pero se han de tener en cuenta dos factores al valorar aquellas afirmaciones. En primer lugar, se consignaron en los evangelios pasados entre treinta y cincuenta años de los acontecimientos ocurridos en el Gólgota o Calvario, y por tanto, es muy difícil saber, en el proceso de elaboración del evangelio, hasta qué punto aquellas afirmaciones han recibido una matización por parte cristiana al describir lo que sucedió realmente. En segundo lugar, al encontrar Jesús una hostilidad creciente por parte de las autoridades religiosas, habría presentido ciertamente la posibilidad de una muerte violenta. Tenía el ejemplo de los profetas, que habían sido perseguidos e incluso condenados a muerte por las autoridades religiosas y políticas. Al vivir en Palestina y conocer las costumbres y leyes de la prefectura romana que gobernaba la región pudo haber sospechado o adivinado que una muerte violenta significaría la crucifixión, el castigo romano habitual. Por consiguiente, un cierto conocimiento de cómo iba a morir no habría de considerarse necesariamente sobrenatural.
Trataré de contestar a la pregunta con todo detalle; pero permítame volver a señalar la diferencia existente entre la convicción de que Dios le haría salir victorioso (lo que no sólo se atestigua en el nuevo testamento, sino que está en total armonía con la fe y confianza de los salmistas del antiguo testamento en los momentos de profunda aflicción) y un conocimiento detallado de cómo iba a suceder. A usted le interesa esto último. Existen, una vez más, algunas manifestaciones que hizo Jesús durante su ministerio, en las que predice la resurrección del Hijo del hombre.
Aquí se tendría que aceptar una falta de acuerdo entre los teólogos cristianos. Tal como señalé en mi libro Jesús, Dios y hombre (Sal Terrae, Santander 1973), donde afronté directamente la cuestión de qué era lo que sabía Jesús, hubo Padres de la Iglesia en los primeros siglos que no tuvieron ninguna dificultad en aceptar cierta ignorancia en Jesús que formaba parte de su condición humana. (Y aquí se emplea la palabra «ignorancia» en el sentido de falta de conocimiento; deberíamos evitar siempre el término peyorativo de «ignorante» al referirnos a Jesús). Esto concuerda con lo que se afirma en la Carta a los hebreos (4, 15) de que, al igual que nosotros fue probado en todo, menos en el pecado; ese pasaje no indica que no fuera como nosotros en lo que respecta a la falta de conocimientos.
Sin embargo, hubo otra tendencia en el pensamiento cristiano que insistía en atribuir a Jesús todas las perfecciones y daba por supuesto que una falta de conocimiento es una imperfección. Se puede argumentar al respecto que generalmente no se admira a la gente que lo sabe todo, ya que es propio de la condición humana, no una imperfección, tener unos conocimientos limitados. En cualquier caso, en la escolástica medieval, especialmente en los escritos de santo Tomás de Aquino, se defiende la tesis de que Jesús tuvo unas formas especiales de conocimiento. Santo Tomás (cf. pregunta 72) defiende que resulta intransferible el conocimiento divino a la mente humana, ya que ésta trabaja mediante conceptos. Por tanto, se supone que a Jesús le fue dado un conocimiento útil para la mente humana. (Pero ni aún así daba por supuesto Tomás de Aquino que Jesús en cuanto hombre lo conociera todo). Tomás de Aquino hablaba de un conocimiento infuso y de un conocimiento accesible al espíritu de Jesús mediante la posesión de la visión beatífica a lo largo de toda su vida. Muchos teólogos modernos han puesto en duda este tipo de ayuda sobrenatural. En especial Karl Rahner, Joseph Ratzinger y Jean Galot (quienes representarían un amplio espectro de distintos enfoques teológicos) han indicado que, en su opinión, no es necesario afirmar que Jesús gozaba de la visión beatífica tal como se ha venido entendiendo tradicionalmente. De distintas maneras vienen a afirmar una experiencia inmediata de Dios (cf. pregunta 72), pero sin insistir en la transmisión de ese conocimiento mediante la visión beatífica, tal como afirmaba Tomás de Aquino.
Esas distintas especulaciones teológicas van más allá de los datos del nuevo testamento. Los teólogos que admiten ignorancia o no afirman unas concesiones especiales de conocimiento divino, estarían en consonancia con la opinión mayoritaria de los exegetas bíblicos de que Jesús compartió muchos de los presupuestos religiosos de su tiempo, presupuestos que reflejaban las limitaciones del conocimiento de su tiempo. Por ejemplo, Jesús parece aceptar al pie de la letra que Jonás permaneció tres días y tres noches en el vientre de una ballena (Mt 12, 40), mientras nosotros entenderíamos el libro de Jonás como una parábola. En Mc 12, 36-37 Jesús afirma que David pronunció la primera línea del salmo 110: «Dijo el Señor a mi Señor», dando por supuesto que David estaba pensando en el futuro Mesías. Pocos biblistas modernos interpretarían de esa manera el significado original del salmo. En Jesús, Dios y hombre cito otros ejemplos en los que Jesús parece compartir los limitados puntos de vista de su época con respecto a algunos temas que son religiosos en un sentido amplio. En consecuencia, se puede defenderse, tanto bíblica como teológicamente, un conocimiento limitado en Jesús.
Vale la pena subrayar que tan peligroso es negar la plena humanidad de Jesús como su plena divinidad, y puede argumentarse que es auténticamente humano sentirse uno limitado y condicionado por el tiempo en nuestros conocimientos. De ahí que podamos tener en Jesús la extraña combinación de una absoluta certeza de lo que Dios quiere de nosotros para que venga a nosotros el reino de Dios así como una manera humana limitada de expresar el mensaje.