Preguntas 54-60: Los relatos de la infancia
¿Son históricos los relatos del nacimiento de Jesús? ¿Tenemos el testimonio de María y de José? ¿Qué diferencias importantes hay entre los relatos de Lucas y Mateo? ¿Podríamos suponer que uno es simbólico y otro histórico? ¿Son sólo folklore? ¿Qué dicen los relatos de la infancia -y la Biblia en general- respecto de los ángeles? ¿Qué sabemos de la vida oculta de Jesús?
Jamás he dicho tal cosa. Rara vez niego algo sobre la historicidad de manera absoluta ya que luego resulta muy difícil su demostración. Yo presentaría esta temática diciendo que hay motivos para pensar que los relatos sobre el nacimiento, que se encuentran en los dos primeros capítulos de Mateo y en los dos primeros capítulos de Lucas, no son históricos en algunos detalles, incluso en muchos.
Han de tenerse en cuenta dos hechos que guardan relación con este asunto. Los católicos a veces creen que si se cuestiona la historicidad de las narraciones sobre el nacimiento, se va contra la enseñanza de la Iglesia. Eso no es verdad. No existe ninguna declaración oficial de la Iglesia que diga que las narraciones del nacimiento son literalmente históricas. En efecto, la declaración de la Pontificia Comisión Bíblica sobre «La verdad histórica de los evangelios» (cf. la anterior pregunta 40), que se ocupa claramente de lo que los discípulos oyeron a Jesús y vieron durante su ministerio público, no se ocupó, sin embargo, de los relatos de su nacimiento. Más tarde se intentó que la Comisión hiciera una declaración sobre la historicidad de las narraciones del nacimiento, pero se desistió hacia finales de los años 60, presumiblemente porque una declaración de ese tipo habría sido demasiado complicada y quizás habría tenido que matizarse excesivamente.
El segundo factor está en relación con el origen de la tradición sobre lo que Jesús hizo y dijo. Quienes habían estado con él podían narrar sus palabras y hechos, a saber, sus discípulos y, en particular, los Doce. Pero ninguno de esos discípulos presenció el nacimiento de Jesús, de manera que no se puede afirmar que tengamos testigos apostólicos de los acontecimientos relacionados con el nacimiento.
Tal vez, pero eso jamás se afirma en el nuevo testamento. Por lo que sabemos, José ya había muerto cuando Juan bautizó a Jesús, ya que José nunca aparece en el relato del ministerio de Jesús. María vivía todavía durante el ministerio público de Jesús, pero nunca se la menciona entre quienes acompañaban a Jesús en sus desplazamientos mientras predicaba y curaba. No sabemos cuál fue su relación con los predicadores apostólicos que conservaron la tradición. Algunos se imaginan a María relatándoles los acontecimientos del nacimiento, pero en el nuevo testamento no hay nada que lo sugiera, y menos en la época posterior. Los dos relatos de Mateo y de Lucas sobre el nacimiento de Jesús son tan absolutamente distintos que resulta difícil imaginarse que procedan de una misma persona, es decir, que recojan los recuerdos de María. Los biblistas más románticos han sugerido alguna vez que José fue la fuente del relato de Mateo y María del de Lucas; pero la respuesta que se viene repitiendo, con un cierto sentido del humor, es que, entonces, evidentemente María y José nunca se hablarían porque tienen unos recuerdos absolutamente distintos de unos mismos acontecimientos.
Según el relato de Mateo, José y María viven en Belén y allí tienen casa (2, 11). Permanecen en Belén hasta que el niño está a punto de cumplir dos años (2, 16) y el único motivo por el que no pueden volver, tras su huida a Egipto, es el miedo que tienen al hijo de Herodes. Debido a ello, se van a una ciudad llamada Nazaret, con la clara insinuación de que nunca habían estado allí (2, 22-23). Según Lucas, María y José viven en Nazaret y sólo van a Belén para empadronarse (1, 26; 2, 4). Tras el nacimiento del niño, después de parar en Jerusalén, regresan a Nazaret para quedarse allí (2, 39). En Lucas no hay ninguna referencia a que la familia se quedara en Belén tras el nacimiento, durante dos años aproximadamente, ni de la llegada de los magos a Jerusalén y después a Belén, con todo el clamor que debería haber causado, ni de la matanza de niños en Belén, ni de la huida a Egipto. En efecto, en su narración del pacífico retorno de Belén a Nazaret, pasando por Jerusalén, a Lucas no le quedaba espacio para acontecimientos tan terribles ni para desviarse hacia Egipto. En el relato según Mateo no se hace ninguna mención del empadronamiento y toda la ambientación del relato, en su conjunto, es distinta a la de Lucas.
Lo que sí debemos reconocer es que cada relato narra a su manera unos factores que son funcionalmente equivalentes. Por ejemplo, Mateo relata un anuncio a José, mientras Lucas nos relata la anunciación a María y tanto en un caso como en el otro de lo que se trata es de identificar al niño que va a nacer como el Mesías y como el «Dios con nosotros» o el Hijo de Dios. Mateo nos dice que los magos llegan tras el nacimiento de Jesús para adorar al niño; mientras Lucas nos dice que los pastores llegan tras el nacimiento para adorar al niño; ambas escenas tienen la función de mostrar que la revelación de Dios en Jesús tendrá una respuesta de fe y alabanza, por parte de los gentiles en Mateo, y por parte de los judíos en Lucas.
Algunos biblistas responden a las diferencias entre las narraciones del nacimiento eligiendo la solución sugerida por usted. Especialmente entre los católicos, la elección de la descripción histórica se inclina por el relato de Lucas. María es, en Lucas, el tema principal y se sospecha que fue ella la fuente de ese relato. No creo que la solución resulte tan simple porque los criterios de historicidad plantean problemas tanto sobre los acontecimientos descritos por Lucas como sobre los descritos por Mateo.
Permítame darle unos ejemplos. Tanto Mateo como Lucas describen acontecimientos que ciertamente deberían haber dejado algunas huellas de dominio público. Mateo describe un extraordinario fenómeno astronómico: una estrella que apareció en oriente guió, al parecer, a los magos hasta Jerusalén, luego reapareció y se posó encima del lugar donde nació Jesús en Belén (2, 2.9). En mi obra El nacimiento del Mesías examiné todos indicios proporcionados por las crónicas astronómicas de la época del nacimiento de Jesús: cometas, conjunción de planetas y estrellas supernovas. Quedaba claro que no existían crónicas astronómicas de lo que se describe en Mateo (a pesar de los titulares periodísticos que aparecen de vez en cuando en sentido contrario).
En el caso del empadronamiento, que según Lucas, ordenó César Augusto para todo el mundo, siendo Quirino gobernador de Siria (2, 1-2), un empadronamiento que presumiblemente se llevó a cabo siendo Herodes el Grande rey de Judea (1, 5), nos encontramos con un problema similar. En El nacimiento del Mesías examiné todas las crónicas históricas sobre el gobierno de Quirino en Siria y los empadronamientos que se hicieron bajo Augusto. Jamás se ordenó un solo censo que abarcara a todo el mundo bajo Augusto, y el censo (de Judea, ¡que no incluía a Nazaret!), que se llevó a cabo bajo Quirino, ocurrió unos diez años después de la muerte de Herodes el Grande, y por tanto, presumiblemente, después del nacimiento de Jesús. Por tanto, es muy difícil sostener que alguno de los evangelistas describe con precisión los acontecimientos públicos. Probablemente post factum (tras la resurrección) el nacimiento de Jesús quedó asociado a recuerdos dispersos de unos acontecimientos que ocurrieron unos diez años antes o después de su nacimiento.
Permítame que me sirva de otro criterio de historicidad. Se esperaría que lo relatado en los evangelios de la infancia concordara con lo narrado en el resto del texto evangélico. Según Mt 2, cuando los magos acudieron a Herodes el Grande, él y los jefes de los sacerdotes y los escribas se enteraron del nacimiento del rey de los judíos, y Jerusalén entera quedó conmocionada por la noticia. Sin embargo, cuando Jesús inicia su ministerio público, da la impresión de que nadie sabe nada de él ni tiene puestas sus esperanzas en él (Mt 13, 54-56). Concretamente, el hijo de Herodes, Herodes Antipas, no sabe nada de Jesús (Lc 9, 7-9). Según Lucas, Isabel, la madre de Juan Bautista, era pariente de María, y, por tanto, los dos niños eran parientes. Sin embargo, durante su ministerio público nunca se alude a que Juan Bautista sea pariente de Jesús, y en Jn 1,33 el Bautista dice concretamente que «no lo conocía».
No es ésta una lista exhaustiva de los problemas que plantean dudas sobre la historicidad de los evangelios de la infancia, por ejemplo, la genealogía de Jesús en Mateo no concuerda con la genealogía de Jesús en Lucas y ninguna de las dos se ve libre de dificultades notables. Por tanto, no es que uno sea injustificadamente escéptico si piensa que no es tan fácil clasificar una narración como histórica y otra como simbólica. Especialmente con respecto a la tesis de que Lucas aporta los recuerdos que tiene María de los acontecimientos, no sólo se tiene el problema general de la historicidad (el tema del empadronamiento que acabamos de ver) sino también la descripción, al parecer, inexacta de las costumbres y del comportamiento de María cuando lleva al niño a Jerusalén. En 2, 22ss, las leyes judías acerca de la presentación del primogénito y de la purificación de la madre se describen confusamente y parece que se hace la suposición equivocada de que había otros que necesitaban la purificación además de María («su —de ellos— purificación»). Esto no parece reflejar con exactitud un recuerdo familiar.
Perdóneme en que insista con toda franqueza en que preste atención a lo que dije. No he dicho que los evangelios de la infancia no sean históricos. Di las razones por las que algunos biblistas piensan que algunos de los acontecimientos descritos en esos relatos tal vez no sean históricos. Creo que hay detalles históricos en las narraciones del nacimiento, aunque ni el relato de Mateo ni el de Lucas sean históricos en su totalidad.
Siempre recalco que, aparte de discrepar sobre ciertos puntos, los dos evangelistas también coinciden en lo que podría denominarse los puntos más importantes. Ambos contienen el anuncio de la futura grandeza del niño, antes de su nacimiento. Esto significa que ambos coinciden en lo que hace referencia a una providencial preparación divina, y sobre todo, a una revelación. Ambos coinciden en que el niño fue concebido sin la intervención de varón, en la sorprendente reivindicación de una concepción virginal. Ambos coinciden en que el niño era de la casa de David a través de la descendencia davídica de José, y ambos coinciden en que el nacimiento tuvo lugar en la ciudad de Belén. Ambos coinciden en que finalmente la familia se establece en Nazaret. Estas coincidencias son muy importantes y no creo que pueda discutirse la historicidad de dichos detalles.
Sin embargo, también diría que un interés demasiado miope por la historicidad puede no dejar ver a la gente el gran valor que estos relatos tienen en sí mismos. El evangelio de la infancia de Mateo es un «catecismo» cuidadosamente elaborado del mensaje básico de las Escrituras de Israel, es decir, de lo que llamaríamos el antiguo testamento. En la genealogía tenemos los relatos de los patriarcas y de los reyes citados simplemente por la mención de sus nombres, así se nos indica que Jesús es heredero de las promesas de Abrahán, Isaac, Jacob, David, Salomón, etc. En alguna ocasión he recalcado el sentido que pueden tener incluso los nombres desconocidos que aparecen en la última sección de la genealogía de Mateo, como parte del mensaje relacionado con un Mesías que predicará a quienes no iban a ser considerados importantes según las normas del mundo. He señalado los pasajes proféticos en el evangelio de la infancia de Mateo como un intento de incluir en el mensaje del nacimiento de Jesús el testimonio de Isaías, Jeremías, Oseas, etc. La historia de José según Mateo, con sus sueños y su viaje a Egipto, evoca la historia de José en el antiguo testamento, incluso la aparición de Herodes, el rey malvado, degollador de niños, evoca el recuerdo del faraón de Egipto que intentó aniquilar a Moisés. Brevemente, lo que hace Mateo es volver a contar la historia de Israel porque es una introducción esencial al evangelio propiamente dicho, que empieza con el bautismo de Jesús por Juan Bautista.
Encuentro un mensaje parecido en el evangelio de la infancia de Lucas, llevado a cabo con un equilibrio, incluso más exquisito y artístico de los detalles. Se da un paralelismo entre el anuncio del nacimiento del Bautista y la anunciación del nacimiento de Jesús, que culmina en el encuentro de las dos madres. Viene a continuación otro paralelismo entre el nacimiento y la circuncisión del Bautista, saludados con un cántico, y el nacimiento, circuncisión y presentación de Jesús, saludados con otro cántico. La temática del antiguo testamento es más sutil en Lucas que en Mateo; por ejemplo, sólo si se conoce la Biblia se reconocerá que la situación de Zacarías e Isabel es la misma exactamente que la de Abrahán y Sara (de edad avanzada y estériles para poder tener un hijo). En Lc 1, 18, Zacarías dice las mismas palabras que Abrahán en Gén 15, 8. La presentación de Jesús en el templo ante el anciano Simeón se asemeja muchísimo a la presentación de Samuel en el templo ante el anciano Elí, al igual que el cántico de María (el Magníficat) se parece muchísimo al cántico de Ana, la madre de Samuel (1 Sam 2, 1-10). Por tanto, mediante una especie de supercomposición, ambos evangelistas nos están contando escenas y personajes del antiguo testamento que son una anticipación de Jesús.
Quisiera añadir también que cada relato de la infancia es un anticipo del evangelio y de su proclamación. En cada uno de ellos, el mensaje fundamental anunciado por el ángel es que Jesús es el Hijo de Dios, de ahí la identidad cristológica del Mesías. En cada uno de ellos, se recibe el mensaje obedientemente por parte de José en Mateo y por parte de María en Lucas. En cada uno de ellos, otros vienen a adorar (los magos en Mateo, los pastores en Lucas) como señal de que el evangelio será aceptado. También se da, en cada uno de ellos, un rechazo (por parte de Herodes, de los jefes de los sacerdotes y de los escribas, en Mateo, e insinuado en la advertencia de Lc 2, 34: «Este niño está destinado a ser caída y resurgimiento de muchos en Israel»), Los evangelios de la infancia se entienden apropiadamente sólo cuando se recalca su contenido, es decir, sus antecedentes en el antiguo testamento y la básica identidad cristológica de Jesús, incluido el hecho de que su venida obliga a tomar partido en favor o en contra. Por tanto, un enfoque moderno evita tanto la parte de cuento de hadas a que se aludía en la pregunta como la supersensiblería de unas imágenes infantiles.
Hubo ya quienes se interesaron anteriormente por lo demoníaco y por el demonio (cf. preguntas 50-51), de manera que pienso que es justo que los ángeles merezcan también nuestra atención. Al igual que con los demonios, también en el caso de los ángeles se debe distinguir en el pensamiento israelita entre antes del exilio babilónico (587-539 a. C.) y la época post-exílica. Aunque en el pensamiento primitivo israelita se concibe a Dios con su corte celestial, rodeado por esos seres llamados «hijos de Dios», que serían semejantes a los ángeles, en lo que más se insiste es en «el ángel del Señor». No se trata realmente de un ser en sí sino de una representación terrenal y, generalmente, visible de la propia presencia de Dios. Así en el grandioso encuentro de Moisés con Dios en el monte Sinaí (Horeb) en Ex 3, oímos primero al ángel del Señor que se aparece a Moisés en la zarza ardiente, pero luego, inmediatamente, el Señor está allí y habla. Tras el exilio se desarrolla el pensamiento angélico judío según el cual los ángeles pasan a ser efectivamente unos seres distintos e incluso se les da nombres. En el antiguo testamento se encuentran los nombres de Miguel, Rafael y Gabriel.
Es interesante ver el eco de esta historia en los dos relatos evangélicos de la infancia. En Mateo, es el ángel del Señor quien se aparece en sueños a José en varias ocasiones y le transmite el mensaje de Dios. Mateo emplea el lenguaje del antiguo testamento para la revelación divina, aun cuando podríamos sospechar que Mateo, por entonces, piensa en un ángel auténtico más que en echar mano simplemente de un ángel del Señor para describir la presencia de Dios. Por otro lado, Lucas nos habla de un ángel llamado Gabriel como mensajero divino y no hay duda de que Lucas está pensando en un ángel concreto. Puesto que Gabriel es el ángel revelador en el libro de Daniel que explica la grandiosa visión del final de los tiempos, su presencia en el relato de la infancia según Lucas es una señal de que lo que Daniel había profetizado se está convirtiendo ahora en realidad: el final de los tiempos ya está llegando con la concepción y el nacimiento de Jesús.
Me preguntaba usted si existen los ángeles y mi respuesta sería parecida a la que le di a la pregunta de si existen verdaderamente los demonios. Dicho con pocas palabras, no hay manera de demostrar que no existan; Jesús y los autores del nuevo testamento pensaban claramente que sí y ésa ha sido la visión de la Iglesia desde entonces; se piensa corrientemente que la Iglesia, en su doctrina infalible, ha enseñado la existencia de los ángeles y su función como custodios; y en la escala de seres que abarca desde Dios todopoderoso hasta su creación más insignificante, los ángeles merecidamente ocupan un lugar entre Dios y los seres humanos. De ahí que yo encuentre buenas razones para creer en los ángeles y ninguna, prácticamente, para negar su existencia.
Francamente, muy poco. No voy a meterme en un difícil análisis de ese relato de Lucas, pero si se examina cuidadosamente es prácticamente independiente de todo lo que le precede. La reacción de María ante lo que dice Jesús así como su sorpresa resultan difíciles de entender tras todo lo que le ha sido revelado a ella con anterioridad, pero resultaría fácil de entender si el relato de Jesús a los doce años hubiera estado en otro contexto independiente.
Sin embargo, para evitarle una mayor confusión por exceso de información me va a permitir que me concentre en la función que tiene el relato de Lucas. En el primer capítulo de Lucas un ángel le dice a María y al lector que Jesús es el Hijo de Dios. En el tercer capítulo de Lucas la voz de Dios en el bautismo le dice al lector que Jesús es el Hijo de Dios. En el segundo capítulo, precisamente en este relato de Jesús a la edad de los doce años, la primera vez que habla en el evangelio, Jesús mismo identifica a Dios como a su Padre: «¿No sabíais que estaría en la casa de mi Padre?». Por tanto, tiene una función cristológica: el Jesús del ministerio, que habla y actúa como Hijo de Dios, ya hablaba y actuaba como Hijo de Dios desde el primer momento en que aparecía en escena.
Del mismo modo, en los evangelios apócrifos que abordan la juventud de Jesús, se produce como una «retoyección» de las manifestaciones de poder y de los dichos de Jesús sobre su propia persona durante su ministerio público. Por consiguiente, la intención subyacente es mostrar una continuidad a lo largo de la vida de Jesús. Ya en el seno de su familia tenía el mismo conocimiento y poder que manifestó en su ministerio. Incluso se encontraba con la misma oposición. Tal vez haya oído usted un relato del Evangelio de la infancia por Tomás según el cual, cuando Jesús era un niño ya hacía pájaros con el barro que luego se iban volando. Lo que a menudo no se recuerda de ese mismo relato es que cierto judío al verlo fue a quejarse a José porque Jesús estaba trabajando con barro en sábado: el mismo tipo de acusación contra Jesús que durante su ministerio público. Así, la función de los pocos relatos sobre su infancia que tenemos es más bien teológica y no tanto histórica.