Preguntas 34-37: El nuevo testamento
¿El nuevo testamento también cuestiones discutibles de historicidad? ¿Las autoría de las cartas es discutible? ¿Qué importancia tiene establecer quién fue el autor? ¿Poner en duda la autoría tradicional menoscaba la autoridad?
Su pregunta me recuerda a un profesor que tuve en el seminario. Insistía siempre en que se podía aplicar la crítica de las formas al antiguo testamento pero no al nuevo. Me parece que él entendía por crítica de las formas una disminución de la historicidad, pero su auténtico significado no es otro que el de indicar el carácter o género literario de un determinado libro, es decir, la imagen de la biblioteca a la que hice referencia anteriormente (cf. pregunta 20). Al igual que el antiguo también el nuevo testamento es una biblioteca, la de la Iglesia primitiva. Cuando usted dice que seguro que podemos confiar en su historicidad da a entender que la totalidad de sus veintisiete libros son historia, y no es así. Apenas se puede hablar de historia con respecto a las visiones simbólicas del Apocalipsis, como ya indiqué (cf. preguntas 29-30).
Muchas de las obras del nuevo testamento son epístolas o cartas. Tampoco aquí cuadran los criterios de historicidad. Por supuesto que quien escribe una carta no se inventa la situación a la que hace referencia, pero valora mucho más la calidad del mensaje que su historicidad. Por lo que hace referencia a que estas cartas sean contemporáneas de los acontecimientos que describen, uno ha de enfrentarse al hecho de que si bien algunas de las cartas atribuidas a san Pablo fueron indudablemente escritas por él, otras probablemente las escribieron sus discípulos en su nombre, incluso después de su muerte. Con respecto a otras cartas del nuevo testamento, atribuidas a Pedro, a Santiago y a Judas, se repite un problema similar. Tal vez no se den en el nuevo testamento los mismos arduos problemas de historicidad que se encuentran en las narraciones del antiguo testamento, pero también el nuevo testamento tiene sus problemas.
Tal vez podría empezar distinguiendo entre lo que dice y no dice el nuevo testamento. He oído a algunos lectores que, en la iglesia, empiezan la epístola diciendo: «Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los hebreos». En el nuevo testamento no hay una clara indicación de que la Carta a los hebreos fuera escrita por san Pablo; y además, en el texto no hay ninguna referencia «a los hebreos». La identificación de los destinatarios de esta carta como «los hebreos» aparece en el siglo II (y no en el mismo texto) y la identificación de Pablo como su autor incluso aparece más tarde, y durante algún tiempo sólo en una parte de la Iglesia. La Iglesia de Roma fue muy reacia en aceptarla como carta de Pablo. Igualmente se habla de tres cartas de Juan. Pero no hay la más mínima referencia a Juan en el texto de dichas cartas; de nuevo se trata aquí de una suposición que aparece en el siglo II y no en el nuevo testamento.
Sin embargo, tiene usted razón con respecto a otras cartas en las que se identifica concretamente a su autor. Trece de las obras del nuevo testamento son cartas que llevan el nombre de Pablo en su texto. De esas trece, los biblistas, en su inmensa mayoría, atribuyen siete a Pablo como su autor: 1 Tesalonicenses, Gálatas, 1 y 2 Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos. Aproximadamente un 90% de los críticos especializados creen que no fue el mismo Pablo el autor de las cartas pastorales (1 y 2 Timoteo, Tito); aproximadamente un 80% estaría de acuerdo en que no escribió Efesios; un 60% aproximadamente en que no escribió Colosenses; y algo más de la mitad en que no escribió 2 Tesalonicenses. Le doy estos porcentajes estimativos para subrayar que ésta no es una ciencia absoluta; sin embargo, se trata de las opiniones de no pocos. Del mismo modo, en relación con las cartas católicas, un 95% aproximadamente estaría de acuerdo en que Pedro no redactó la 2 Pedro; un 75% aproximadamente en que no fue Judas el redactor de la carta que lleva su nombre o en que Santiago no redactó la suya. Y existen tantas posibilidades en pro como en contra de que Pedro tuviera alguna participación en la redacción de la 1 Pedro.
¿No nos garantiza la inspiración que cuando una carta lleva el nombre de Pablo o Pedro es él quien la escribió? En absoluto. Al igual que no porque se diga que Moisés escribió el Pentateuco está garantizado que fue Moisés quien efectivamente lo escribió. Existe la costumbre de atribuir una obra de importancia a una gran autoridad. Se recuerda a Moisés como el que recibió la ley y, por tanto, a Moisés se le atribuye la autoría de todo lo relacionado con la ley. A Salomón se le tenía por un hombre sabio y por eso se le atribuye todo lo relacionado con la sabiduría. A David se le recordaba como el cantor de salmos, y por tanto, se puede hablar del salterio de David, aun cuando no todos los salmos del salterio sean de David. Del mismo modo, tras la muerte de Pablo, sus discípulos, que seguían sus tradiciones, querían instruir a la gente sobre cuál habría sido el pensamiento de Pablo al enfrentarse con nuevas situaciones y se sentían libres para escribir en nombre de Pablo. Tal como ya he dicho anteriormente, escribir es una actividad humana y la inspiración divina respeta las normas propias de dicha actividad.
Para darle un ejemplo de cómo la intelectualidad católica ha evolucionado al respecto, permítame volver a la Biblia de Jerusalén de la que hice mención al contestar una pregunta anterior (pregunta 2). En la primera edición inglesa de La Biblia de Jerusalén uno se encontraba con esto: «Algunos críticos han llegado a la conclusión de que las cartas (pastorales) no fueron escritas por Pablo, sino por un falsificador que introdujo algunos detalles para que las cartas parecieran más auténticas y tan paulinas como fuese posible». En el comentario que hice sobre esa Biblia protesté enérgicamente por lo que tenía de prejuicio tal observación que no tenía en cuenta el hábito de escribir en nombre de otro (es decir, la pseudonimia). Me encantó leer en la Nueva Biblia de Jerusalén: «Tal vez, la mejor explicación sea que las cartas pastorales son cartas escritas por un seguidor de Pablo, consciente de haber heredado su espíritu y que trataba de aconsejar e instruir en el gobierno de las Iglesias locales. Esta adopción de un nombre reverenciado en tales circunstancias era una costumbre literaria propia de aquellos tiempos». En mi opinión, eso viene a ser un reflejo de cómo ha progresado la crítica intelectual católica entre los años que van de 1950 a 1980.
Mi respuesta no quería dar a entender que no tuviera importancia que fuera Pablo u otro quien escribiera una carta. Sólo trataba de contestar a la cuestión de si una comprensión adecuada de la inspiración nos permitiría afirmar que Pablo no escribió una carta que empezara con las palabras: «De Pablo, por la voluntad de Dios apóstol de Jesucristo...», y mi respuesta fue que sí.
Al contrario de lo que usted insinuaba, creo que supone una gran diferencia que sea Pablo u otro el autor de una carta. Nuestra imagen de cómo se desarrolló la Iglesia primitiva puede verse enormemente influenciada por la identificación del autor. Si Pablo escribió las cartas pastorales durante su vida significa que era ya una preocupación importante la estructura de la Iglesia y quiénes habían de ser presbíteros-obispos y cómo había de controlarse la enseñanza a principios de los años 60. Si la gran mayoría de los críticos están en lo cierto y no fue Pablo quien escribió esta carta, el problema surgía precisamente porque la generación apostólica, de la cual Pablo era un representante, ya había desaparecido, y por tanto, existía el problema de quién debería tener la responsabilidad de pastorear y enseñar a las Iglesias cristianas.
Si Pablo escribió las cartas a los colosenses y a los efesios durante su vida, entonces su teología había girado notablemente en el sentido de que la eclesiología ya empezaba a destacar, llegando casi a sustituir a la cristología como temática principal. Estas dos cartas tratan de la Iglesia como cuerpo de Cristo por el que se entregó. Mientras en sus cartas auténticas Pablo recalca a los cristianos que todos son miembros del cuerpo de Cristo, la visión colectiva de la Iglesia, casi como el objetivo y la meta de la obra de Cristo, no queda tan resaltada como en las cartas a los colosenses y a los efesios. Entonces nos estamos preguntando dónde empezó exactamente la eclesiología a ocupar un primer plano en la primera etapa cristiana. Puedo dar muchos más ejemplos de la importancia que tiene toda la problemática derivada de quién sea el autor de los escritos.
Yo contestaría a esa pregunta con un rotundo no, aun sabiendo que son muchos los exegetas, incluso católicos, que implícitamente están en esa onda. Ya indiqué que las cuestiones sobre la estructura de la Iglesia, especialmente la necesidad de presbíteros-obispos, constituyen la temática de las epístolas pastorales. Quienes quisieran reconstruir hoy una Iglesia sin autoridad eclesiástica, o con una menor autoridad, o deseando introducir cambios arrolladores en la naturaleza de esa autoridad, argüirían que dichas cartas no fueron escritas por Pablo y que, por tanto, no tienen tanta importancia.
Usted planteó su pregunta diciendo: aun cuando las cartas no escritas por Pablo están inspiradas, ¿tienen la misma autoridad que las cartas auténticas? Yo me remontaría con mi respuesta afirmativa no simplemente hasta la inspiración sino hasta la misma naturaleza del canon. Al aceptar estas cartas en el canon, la comunidad cristiana se ha comprometido a vivir de acuerdo con ellas y bajo su autoridad. Confío haber dejado claro que no tengo una visión fundamentalista de la revelación o de la autoridad de las Escrituras, pero veo otro tipo de fundamentalismo por parte de quienes simplemente descartan las obras canónicas o la importancia que tienen apoyándose en dudosos argumentos sobre sus autores. El compromiso de la Iglesia con las Escrituras, como norma fundacional de su vida, tiene más entidad que saber simplemente quién fue el autor de una determinada obra en la Iglesia primitiva. Si se insiste demasiado en la autoridad apostólica (que prácticamente quiere decir que su autoría se remonte a un tiempo anterior a mediados de los 60), la mayor parte del nuevo testamento perdería su autoridad. El autor de las cartas pastorales tenía que hacer frente a una situación con la que no había tenido que enfrentarse Pablo durante su vida. La respuesta que da a esa situación en nombre de Pablo merece mucho más crédito que las recomposiciones fantasiosas sobre lo que Pablo pensaba cuando vivía, recomposiciones no basadas en datos consistentes y que por lo general no son sino un reflejo de lo que habría gustado a quien las presenta que hubiera sido el pensamiento de Pablo.