28. He observado que usted y otros a menudo emplean la expresión «crítica bíblica». ¿Qué quieren decir con eso?

De algún modo es una expresión poco afortunada. La palabra «crítica» normalmente implica un juicio negativo, y ciertamente, no queremos significar con ella un juicio negativo ante la Biblia. Pero en sentido técnico, «crítica» implica una lectura y un análisis más atentos de una obra. Por ejemplo, en un periódico hay quienes hacen la crítica de cine y quienes la hacen de los libros. Muy a menudo, su juicio con respecto a una película o a un libro en particular puede ser muy positivo, pero se trata de un juicio fundamentado que tiene en cuenta distintos aspectos de aquello que «se critica» o «se hace la crítica».

En el caso de la Biblia, existen distintas formas de crítica bíblica. En una se valora la Biblia como literatura y se tienen en cuenta las distintas técnicas empleadas por los autores bíblicos para conseguir su propósito. ¿Son buenos escritores? En el caso de que estén relatando una historia, ¿han sabido emplear una técnica adecuada para hacer la historia interesante? Si lo que nos están transmitiendo es algo escrito en parábola, ¿han acertado en la selección de sus personajes? Otra forma de crítica bíblica es la crítica canónica. Cada uno de los libros que componen la biblioteca de la Biblia son parte del canon, o sea, de la selección venerada por la Iglesia y que abarca tanto el antiguo como el nuevo testamento. ¿Qué relación se da entre lo que escribió un autor del siglo VI a. C. y otros libros escritos anterior o posteriormente? ¿y qué relación guarda con las obras del nuevo testamento que proclaman la fe en Jesucristo? Dentro de una misma parte del canon, ¿cómo quedan condicionados los juicios de Pablo por el hecho de aparecer junto a otras obras que juzgan de manera distinta un mismo tema? Por ejemplo, se sabe muy bien que Pablo valora la importancia de la fe por encima de las obras (de las obras, se entiende, de la ley judía, Rom 3, 28). Empleando un lenguaje enormemente parecido, Santiago alaba el valor de las buenas obras y condena una fe que sea simplemente intelectual (Sant 2, 24.26). ¿Cómo se condicionan entre sí estos juicios a medida que un cristiano lee la Biblia?

Entre las muchas formas de crítica bíblica, hasta ahora sólo he citado dos. Pero la crítica que un biblista tiene más frecuentemente en su mente cuando habla de crítica bíblica es la crítica histórica. (Y de hecho, cuando me oyen hablar de crítica, sin más, me estoy refiriendo generalmente a ésta). Implica la búsqueda de datos con respecto al autor (antecedentes, situación personal, objetivos), con respecto a las circunstancias en las que escribió (¿a qué problemas tenía que hacer frente?), y con respecto a los lectores u oyentes a quienes dirigía su obra (¿dónde estaban? ¿qué problemas tenían? ¿qué habrían entendido?). Implica, asimismo, un juicio sobre la naturaleza de lo escrito que coloca al libro en una determinada sección de la biblioteca descrita en una pregunta anterior (pregunta 20). En otras palabras, la crítica histórica implica hacerse sobre un libro de la Biblia el mismo tipo de preguntas que uno se haría con respecto a cualquier otro libro si se estuviera intentando descubrir el mensaje transmitido a través del mismo. ¿Qué quería decir el autor realmente a quienes escribía? Detrás de todo ello se esconde la firme convicción de que el Dios inspirador de las Escrituras no elimina ni la propia visión ni el contexto en el que se desenvuelve el autor humano. Aunque Dios lo sabe todo, no ocurre así con el autor humano; y de ahí que las palabras empleadas por el autor bíblico no puedan hacerse servir como respuesta a todas las preguntas.

29. A pesar del empleo de los citados métodos «críticos» por parte de los biblistas, sigo creyendo que hay libros y fragmentos de la Biblia que resultan muy difíciles. En su opinión ¿cuál es el libro más difícil de la Biblia?

Como usted recordará estoy especializado en el estudio del nuevo testamento, de ahí que conteste a su pregunta cambiándola por la siguiente: ¿cuál es el libro más difícil del nuevo testamento? Y en tal caso, me inclinaría por distinguir nuevamente según haga la pregunta un estudioso de la Biblia o un simple lector. Y me va a permitir que me sitúe en el punto de vista de un lector, ya que es usted quien me plantea la pregunta. Me parece que, para un lector, el libro más difícil del nuevo testamento es el Apocalipsis o Revelación de Juan. En mi opinión, para un estudioso de la Biblia no resulta excesivamente difícil, ya que se ve obligado a leer otros libros del mismo género, como son los apocalipsis judíos repletos de vivas imágenes simbólicas del bien y del mal. Por tanto, el estudioso de la Biblia sabe que no ha de tomar al pie de la letra las imágenes del Apocalipsis sino que las ha de leer como las leían los judíos familiarizados con esta clase de libros.

Aun cuando hoy en día se emplea el término «apocalíptico» para designar acontecimientos inquietantes y extravagantes, el género literario del apocalipsis, según el estilo bíblico, apenas se emplea en la literatura contemporánea. Y de ahí que el lector de hoy tienda a interpretar al pie de la letra los diversos esquemas numéricos y las predicciones de un final cercano. Esto crea una gran confusión. Por tanto, desde ese punto de vista, creo que el más difícil es el Apocalipsis.

30. Ya que ha insistido en la dificultad del Apocalipsis o Revelación de Juan, ¿nos podría explicar brevemente su mensaje?

Estoy encantado con que en su pregunta se mencionen los dos nombres con los que se designa este libro. Quizás habrían de ser tres los nombres ya que son muchos quienes preguntan sobre el Libro de las Revelaciones, un plural incorrecto, que puede dar una pista falsa ya que supone una serie de revelaciones dirigidas al autor. La palabra «apocalipsis» es casi una transliteración del griego apokalypsis y significa desvelar. «Revelación» es casi una transcripción de su equivalente en latín revelatio que también significa desvelar. Por tanto implica un conocimiento de lo que hasta ahora estaba tapado u oculto.

Me preguntó sobre el mensaje. Permítame que diga, ante todo, y con precisión, lo que no es. No hace falta que supongamos que el autor tenía un conocimiento del futuro lejano o que Dios se lo había dado. Por lo tanto son inútiles todas las especulaciones sobre la duración del mundo o sobre cuánto tiempo pasará hasta la vuelta de Cristo o la llegada del fin del mundo, especulaciones basadas en el Libro de la Revelación o en el Libro de Daniel que contiene otra serie de visiones apocalípticas. No obstante, estas especulaciones han angustiado a la gente durante dos milenios, ya que con el paso del tiempo distintos individuos han irrumpido blandiendo el libro del Apocalipsis para anunciar que ya comprenden el mensaje numérico y que ya saben que el final está cercano. Hasta ahora tales interpretaciones han sido erróneas: el mundo sigue aquí todavía.

El mensaje básico del Apocalipsis es de esperanza en tiempos de persecución. Sirviéndose de un lenguaje simbólico, como el de grandes bestias, dragones, inundaciones, fuego, etc., el autor describe su tiempo como de dura aflicción y de sufrimientos causados por el mal. En medio de todo esto, desea afianzar en sus lectores que es Dios quien tiene el control de todas las cosas y de ahí sus imágenes de un libro celestial en el que está escrito todo, o de un período de tiempo en el que las diversas actividades tienen un límite determinado, o de ángeles que pueden derrotar a las fuerzas del mal, o incluso de algunas bestias buenas que dominarán sobre las malas. Se está diciendo al grupo perseguido y sufriente que no se desespere ya que Dios pondrá fin a todo ello y se proclamará vencedor. El salvará a todos los que se hayan mantenido fieles y destruirá las fuerzas del mal. ¿Cuándo ocurrirá todo esto? Pronto. Y se puede decir «pronto» tanto si se escribe 500 años antes de Cristo (Ezequiel), o 250 años antes de Cristo (Daniel) o a finales del siglo I de la era cristiana (el Apocalipsis y escritos judíos como el IV de Esdras). «Pronto» se ha de entender desde el punto de vista de Dios y ha de contar con nuestra firme convicción de que Dios no va a permitir que se pisotee y se destruya a su pueblo indefinidamente.

Hay también un mensaje profundo al que me voy a referir brevemente. Existe la convicción de que lo que ocurre en la tierra —guerras, persecuciones y catástrofes— no es sino una parte pálida e insignificante de la realidad total. Mucho más importante es lo que ocurre en el cielo, mediante la alabanza divina a cargo de miríadas de ángeles y santos y la victoria divina sobre las fuerzas sobrenaturales del mal (como, por ejemplo, la de Miguel sobre Satanás). Un escritor apocalíptico a menudo ve lo celestial al mismo tiempo que lo terrenal, y aporta a los lectores el sentido de una realidad más amplia, que va más allá de este mundo. La magnífica liturgia del cielo viene a formar parte de la realidad si tenemos los ojos de la fe para percibirla. Y así hay una obligación en la tierra de participar en lo celestial sin quedar absorbidos totalmente por lo que podemos ver y tocar a través de nuestros sentidos. Lo místico, lo ultramundano, lo celestial, todo forma parte de la contribución apocalíptica al panorama más amplio de la fe y comprensión cristianas. Por esta razón me parece una farsa que en una obra como el Apocalipsis los fundamentalistas busquen principalmente las claves de la historia local actual. A menudo se les escapa lo esencial: la dimensión mística.