23. Sin duda la gente se escandaliza al oír que no todo lo que se nos cuenta en la Biblia ocurrió literalmente.

No estoy seguro de que eso ocurra en todos los casos; yo creo que la gente está cada vez mejor preparada, por lo menos en el primer mundo. Sospecho que por ósmosis a partir de la enseñanza primaria y secundaria, la gente ya ha tomado conciencia de que hay algunos fragmentos de la Biblia que no son relatos literales de una historia real. Que se puedan escandalizar cuando lo oyen bajo los auspicios de la Iglesia depende seguramente de cómo se diga.

Nunca consideré que fuera útil el que alguien desde un púlpito proclamara que este o aquel episodio bíblico jamás ocurrió. Mi ejemplo preferido de mal gusto, de mala pedagogía y, tal vez, de mala teología es el de aquel que se pone a proclamar en la Iglesia que «los reyes magos no existieron». Sé perfectamente que hay motivos serios para dudar de la historicidad literal del episodio de los magos en la narración que hace Mateo de la infancia de Jesús (cf. las preguntas 54-57). No obstante, afirmar rotundamente que los magos no existieron va más allá de lo que pueden demostrar los estudios bíblicos. Resulta muy difícil demostrar una negación tan rotunda, de manera que, sobre una base puramente científica, no debería hacerse. Pedagógicamente no veo que esta pequeña dosis de conocimiento negativo pueda resultar espiritualmente útil a los fieles, y se supone que lo anunciado en el templo tiene como objetivo ayudar a que la gente progrese en el conocimiento de Dios. ¿Cómo iban a relacionarse más íntimamente con Dios por saber que no existieron los magos? Teológicamente, tal planteamiento negativo distrae de aquello que en verdad nos quiere transmitir el relato que aparece entonces como si tuviera como primer objetivo transmitirnos unos hechos.

En mi opinión, la manera de predicar o enseñar sobre relato de los reyes magos a una comunidad de fieles es presentando, en el contexto veterotestamentario, a unos sabios que llegan de oriente anunciando la revelación de Dios sobre Israel. (No voy a entrar en ese fondo, pero viene a ser el núcleo del episodio de Balaam en el libro de los Números). De esta manera, los oyentes pueden llegar a comprender el mensaje de Mateo de que estos gentiles, a partir de una fuente de conocimientos a la que tenían acceso, como era la interpretación de los astros, llegan para adorar a Dios, aun cuando sigan necesitando la ayuda de las Escrituras hebreas para averiguar precisamente dónde había nacido el Rey de los judíos. Cuando se muestra a los oyentes hasta qué punto el relato que nos hace Mateo de la infancia de Jesús nos está repitiendo simbólicamente relatos del antiguo testamento, se les puede decir, consecuentemente, que este relato de los magos no es historia tomada al pie de la letra. Pero sin poner demasiado el acento en la falta de historicidad para no perder de vista el valor teológico del relato. Contestando, pues, a su pregunta, creo que no hay nada escandaloso en predicar o enseñar cada uno de los libros de la Biblia según su propio género literario, la historia como historia, la parábola como parábola, siempre que el predicador o el maestro respete tanto la finalidad propia del libro como lo que nos quiere transmitir.

Permítame señalar una consecuencia de todo esto. Algunas veces, por temor al escándalo, hay quien diría que es mejor tratar una narración no histórica como histórica para así no suscitar problemas. Es un error peligroso. Para servir a la verdad de Dios se ha de buscar lo mejor de la percepción humana: ponemos en peligro la aceptación de la verdad divina si enseñamos algo que, según nuestras mejores investigaciones, sabemos que es falso. Tarde o temprano, quienes oyen a un predicador que está hablando de Jonás como de un episodio histórico, o de los primeros capítulos del Génesis como si fueran científicos, se darán cuenta de la falsedad de tal presentación y, en consecuencia, rechazarán la verdad divina inspirada contenida en esos capítulos. Al exponer cualquier pasaje de las Escrituras no hay por qué plantear problemas que los oyentes no pueden comprender; ahora bien, un discreto silencio sobre temas extremadamente complicados no es lo mismo que enseñar o predicar algo que se tiene por falso. Cuando predico sobre los relatos de la infancia (otra cosa muy distinta es dar un curso en la universidad) no entro en toda la problemática de la historicidad. Pero tampoco sugiero, explícita o implícitamente, que todos los episodios allí relatados sean históricos y tengan que tomarse como tales. Probablemente hemos de ser cautos y no infravalorar la formación de los oyentes. Sin duda, cuando uno está hablando a niños de primaria sobre la estrella que apareció en oriente y se dirigió hacia Jerusalén hasta posarse sobre Belén, la preocupación de estos niños no se planteará si todo esto ocurrió o sólo es un «cuento». El reto para el maestro o predicador tal vez sea mantenerse en una línea media entre la afirmación de que todo aconteció al pie de la letra y la sugerencia de que sólo es un cuento. Se trata de un relato que nos transmite la verdad inspirada de Dios.

24. Pero ¿hasta dónde podemos llegar en lo de no tomar al pie de la letra los relatos bíblicos? Para mí no representa ningún problema que el mundo no fuera creado en seis días y que la vida se vaya desarrollando mediante la evolución, pero ¿qué hay de Adán y Eva? Al cura de mi parroquia le he oído afirmar que tenemos que creer que son personas reales.

Si bien me gustaría, a veces, que los sacerdotes gozaran de igualdad de oportunidades para que pudieran aclarar lo que realmente dijeron, puede muy bien darse el caso de que el cura de su parroquia haya dicho eso. A mí también me enseñaron una interpretación muy literal con respecto a la existencia de Adán y Eva cuando estaba en el seminario. En parte se debía a una respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica, a principios de siglo, en la que se especificaba que ciertas partes del relato del Génesis debían entenderse al pie de la letra, incluida la aparición del demonio en forma de serpiente. Se nos dijo que teníamos que aceptar como un hecho que la primera mujer fue formada del primer hombre y que existía la unidad de la raza humana, en el sentido de que todos los seres humanos descendían de aquella primera pareja. Si el sacerdote de su parroquia se formó antes de 1955, probablemente ésa fue la enseñanza que recibió. Pero en 1955, el secretario de la Pontificia Comisión Bíblica anunció que los católicos tenían ahora «plena libertad» con respecto a las primeras respuestas de la comisión salvo en lo tocante a la fe y a la moralidad. Por tanto, se daba mayor libertad en lo referente a la literalidad del relato del Génesis.

Sin embargo, la postura con respecto a Adán y Eva era más compleja. En 1950 la encíclica Humani Generis del papa Pío XII se refería a la teoría del poligenismo, según la cual había más de una pareja de progenitores de las que procedían todos los seres humanos que actualmente pueblan la faz de la tierra; y decía: «de ninguna manera se ve cómo se puede reconciliar una tal teoría» con lo que se ha enseñado sobre el pecado original. Hubo quienes interpretaron que así se condenaba el poligenismo, pero no es eso lo que dijo. Muchos teólogos sí pensaban que la existencia de más de una pareja de progenitores podía reconciliarse con la doctrina del pecado original e incluso con la descripción de Pablo del pecado que entra en el mundo por un solo hombre en Rom 5. (No voy a entrar en todo el razonamiento teológico que hay detrás de ello). No obstante, la situación científica, curiosamente, ha cambiado. Mientras que en la década de 1950 la mayoría de científicos habría estado en favor del poligenismo, los descubrimientos genéticos ahora parecen respaldar la teoría de que todos los seres humanos descienden de una sola pareja.

Quizás se pueda decir lo siguiente. El tema de si hubo una sola pareja o más de una es, en parte, un tema científico, y por tanto, cuando se habla en términos religiosos deberíamos tener cuidado en no alinearnos con demasiada firmeza con una u otra postura científica, ya que ninguna está demostrada. El auténtico mensaje religioso implícito en el relato de Adán y Eva es que, hubiera una sola pareja o más de una, todas fueron creadas por Dios en el sentido de que Dios les infundió un alma viviente. Además, fueron creados buenos, no malos; también nosotros somos creados buenos y no malos. No obstante, en los seres humanos hay una tendencia básica pecaminosa que va más allá de los pecados personales que podamos cometer; y esta tendencia básica hacia el mal forma parte de la corrupción que los seres humanos han introducido en el mundo, no procede de Dios. Así se podría conservar lo fundamental del concepto de «pecado original» (aun cuando se trate de una terminología que no es técnicamente bíblica sino reflejo más bien de las reflexiones de san Agustín y de otros Padres de la Iglesia primitiva). También podríamos reconocer lo bien que el ingenioso relato bíblico de Adán y Eva nos transmitió la idea del pecado y de sus orígenes y no pensar que vamos a encontrar una nueva y mejor narración moderna para contar esa misma idea. Puede darse una posición más equilibrada entre lo que usted oyó al cura de su parroquia que insistía en la historicidad literal del relato de Adán y Eva y la afirmación destructiva e inexacta de que «Adán y Eva no existieron».

25. Tanto si se toma el relato de Adán y Eva al pie de la letra como si se toma como una parábola, ¿no hace verdaderamente daño en el sentido de que resulta peyorativo para las mujeres?

No voy a entrar a tontas y a locas en un terreno en que hay que andar con pies de plomo; de modo que al contestar a su pregunta no quiero entrar en la cuestión feminista que sobrepasa mi competencia como biblista y como hombre. Creo que entendido adecuadamente el relato del Génesis no es peyorativo con respecto a las mujeres, si bien reconozco que ciertos pasajes en otras partes de la Biblia sí son peyorativos, ya que reflejan algunos de los prejuicios propios de los tiempos en que fueron escritos. La creación de la mujer de una de las costillas del varón, descrita en Gén 2, 21, no está concebida primariamente para mostrar a la mujer como una figura secundaria procedente del varón o inferior al mismo. En efecto, la reacción inmediata de Adán al ver a la mujer en Gén 2, 23 es exclamar que esto es «hueso de mis huesos y carne de mi carne», en otras palabras, alguien exactamente igual que yo, ni un animal ni una creación inferior. Todo el relato en su conjunto no es más que una argumentación en contra de la tesis de que la mujer es simplemente una posesión del varón que ha de ocupar un escalafón inferior. La afirmación de Gén 1, 27 de que al dar origen a la raza humana Dios los creó varón y hembra según su imagen divina es la afirmación de la igualdad de los dos sexos ante Dios, como un reflejo complementario del mismo Dios. Se ha de conocer mínimamente la situación inferior de las mujeres, no sólo en los países circundantes sino en la vida ordinaria en Israel, para darse cuenta de que en realidad el autor del Génesis está corrigiendo tanto la desigualdad de la mujer como una teología de su inferioridad. Así pues, el relato del Génesis ofrece a los predicadores o maestros que sean perspicaces la oportunidad de enseñar unos valores muy fundamentales con respecto a la dignidad de los dos sexos.

26. Si vamos más allá del relato de Adán y Eva, ¿hasta dónde llegan los relatos simbólicos o parabólicos? ¿Existieron Abrahán, Moisés, David, Jeremías? Me parece que apartarnos del sentido literal de la historia bíblica viene a ser como abrir la caja de Pandora.

Sin duda un enfoque del todo literal resulta más simple; pero en la vida nos podemos encontrar con una especie de caja de Pandora y no siempre puede contestarse a todo con respuestas simples. Basta con recordar una experiencia común: después de leer un manual de bricolaje, cuando llega la hora de arreglar el lavabo o una conexión eléctrica, uno puede llegar a sentirse totalmente frustrado y acabar teniendo que llamar a un profesional. Cuando explica al fontanero o al electricista lo que ha estado haciendo y se queja de que tendría que haber funcionado de acuerdo con lo que decía el manual, la respuesta a menudo es: «Sí, pero este caso es un poco más complicado debido a esto y a lo de más allá en lo que usted no cayó». De alguna manera se nos puede convencer de que la fontanería y la electricidad y mil aspectos más de la vida pueden ser complicados, y sin embargo, nos parece mal que las relaciones entre Dios y la raza humana sean complicadas.

Si yo le preguntara si cree realmente que Washington cortó el cerezo, o tiró la moneda al otro lado del río Potomac, o durmió en todas las casas en las que se supone que se detuvo, podría contestarme: «Bueno, creo que en todo eso hay algo de leyenda». Entonces qué me contestaría si le dijera: «Bueno si empieza a poner en duda todo eso sobre Washington, ¿cómo sabe que Lincoln llevó a la victoria a la Unión contra la Confederación, o que Teddy Roosevelt fue el responsable de la construcción del canal de Panamá?». Pronto se vería obligado a reconocer que hay diferentes tipos de pruebas para unas afirmaciones y para otras y que a veces lo que se cuenta sobre algunas personas está rodeado de una cierta atmósfera legendaria y en otros casos sólo se cuentan los hechos sin más. Lo mismo se tiene que aceptar con respecto a los relatos asociados a los grandes personajes bíblicos. El rey Arturo, el rey Guillermo el Conquistador (responsable de la invasión normanda de Inglaterra) y la reina Isabel II todos ellos son monarcas que van asociados a la historia de Gran Bretaña; pero la calidad de lo que sabemos sobre cada uno de ellos abarca toda una gama, desde lo alegórico con ribetes históricos en el caso de Arturo, hasta una historia aceptada como verídica aunque cargada de leyendas en el caso de Guillermo el Conquistador, hasta finalmente la posibilidad de narrar una crónica diaria de las actividades de Isabel II. Así también los relatos concernientes a Abrahán poseen un encuadre histórico general; pero se le presenta como padre de dos pueblos, Israel e Ismael (los árabes), por lo que el relato contiene su parte de alegoría. El relato de Moisés forma parte de una epopeya nacional en la que se mezclan las hazañas de un individuo con la historia de un pueblo. Algunas partes de la historia de David probablemente tienen su origen en un biógrafo de la corte que viviría en aquel período histórico y que describió los hechos ciñéndose a la realidad. Los tres relatos contienen historia pero con distintas dosis de historia y de detalles. Puede que se trate de la caja de Pandora pero algo parecido se da en la historia de Estados Unidos o de Gran Bretaña o en cualquier otra. Tendremos que aguantar nuestro enfado ante el hecho de que Dios no haya eliminado de la historia de Israel todas aquellas vicisitudes por las que han tenido que pasar las demás naciones en su historia.

27. ¿Qué hay de los descubrimientos arqueológicos? ¿vienen a confirmar la historicidad de amplias zonas de la Biblia?

La arqueología presenta un cuadro confuso. No hay duda de que los descubrimientos arqueológicos han arrojado mucha luz sobre las costumbres, la situación social y el ambiente físico de la Biblia. Asistimos al descubrimiento de las casas y ciudades en las que vivieron los israelitas de la época bíblica. Incluso en la era del nuevo testamento, los descubrimientos arqueológicos han arrojado luz sobre prácticas como la crucifixión y los ritos funerarios, así como también sobre las calles de Jerusalén por las que ciertamente anduvo Jesús.

No obstante, cuando ya se trata de confirmar la historicidad exacta de algún acontecimiento bíblico, los hallazgos de la arqueología no han gozado de la misma fuerza. Por ejemplo, en las primeras excavaciones de Jericó, el descubrimiento de unas murallas destruidas violentamente fue para muchos la confirmación del relato de Josué sobre la destrucción de las murallas. Sin embargo, técnicas más modernas han fechado las enormes murallas destruidas en un período anterior a Josué y al parecer Jericó ni siquiera estaba habitada en tiempos de Josué. En algunos de los emplazamientos mencionados en el relato bíblico de la invasión de Palestina por los israelitas, tras las excavaciones, han aparecido señales de destrucción precisamente en un período en el que la mayoría de los investigadores habrían fechado el éxodo; en otros lugares ha pasado como en el caso de Jericó, pues no han aparecido huellas de ocupación en ese período. La idea de que la arqueología demuestra que la Biblia tiene razón es inexacta y engañosa. La crítica bíblica indica que algunos de los relatos que los arqueólogos esperaban poder confirmar, probablemente, y para empezar, no eran simplemente historia y de ahí que no constituya ninguna sorpresa el que la arqueología no haya podido confirmar lo que en ellos se cuenta.