15. Todo esto me suena a interpretación personal de la Biblia. Yo tenía entendido que los católicos se gloriaban de no tener que depender de una interpretación personal, sino de tener una Iglesia que les dice lo que la Biblia significa.

Esa es una interpretación extremadamente simplificada. La Iglesia católica (y lo mismo puede decirse también de las Iglesias orientales) pone sobre todo el énfasis en el valor de la fe tradicional atestiguada a través de los tiempos. La razón de este convencimiento está en la creencia de que Cristo, a través del Espíritu, continúa guiando a la Iglesia y no permitirá que se equivoque gravemente en lo que exige de sus fieles en cuanto a doctrina y moral. Por tanto, cuando en nombre de una interpretación personal de las Escrituras alguien se levanta y dice: «Todo lo que habéis creído como doctrina durante cinco, diez o veinte siglos es falso, debéis abandonarlo todo porque así es como yo interpreto la Biblia», la Iglesia católica se ha resistido. El tipo de interpretación personal del que la Iglesia católica desconfía se refiere a aquellas declaraciones doctrinales basadas en interpretaciones de la Biblia que refutan cuanto ha sido enseñado en los credos o en las declaraciones oficiales de la Iglesia.

Por otra parte, la Iglesia católica no ha emitido interpretaciones oficiales de la Escritura con respecto a las áreas tratadas en los comentarios más modernos. Corrientemente, el comentarista trata de discernir lo que el autor de un libro bíblico intentaba transmitir cuando escribía un pasaje y lo que la gente que lo leía, en tiempos del autor, había entendido del mismo. El comentarista normalmente no intenta establecer posiciones doctrinales que pudieran comprometer a los lectores de hoy. En cuanto a lo que pudiéramos llamar el sentido literal de la Escritura, como, por ejemplo, lo que significaba un versículo cuando fue escrito por primera vez, no creo que la Iglesia católica haya definido jamás el significado de algún pasaje. Lo que la Iglesia ha definido es que algunas de sus doctrinas están relacionadas con pasajes de las Escrituras, pero no necesariamente que esas doctrinas estuviesen en la mente de quienes escribieron tales pasajes. Así pues, un conflicto entre una interpretación personal y la doctrina de la Iglesia basada en las Escrituras no se da en el tipo de comentario de ayuda que he venido describiendo.

Recuerdo entre divertido y triste la observación hecha por un crítico en una valoración popular de un extenso comentario realizado por mí. El manifestaba su alegría por no tener que preocuparse de mis opiniones o de las de algunos más, dado que únicamente predicaba lo que la Iglesia católica enseñaba sobre este libro en concreto, y como la Iglesia jamás había interpretado el significado literal de ninguno de los pasajes de tal libro, yo me preguntaba qué habría encontrado él para su predicación. Lo que realmente quería decir, estoy seguro, era que defendía las opiniones que sobre aquel libro le habían enseñado cuando estaba en el seminario, y no quería tomarse la molestia de comprobar si aquellas opiniones seguían teniendo vigencia para la mayoría de los investigadores de hoy en día.

16. ¿Se ha encontrado alguna vez con un conflicto entre lo que la Iglesia católica enseña, basándose en las Escrituras, y su propia interpretación de los textos bíblicos?

No. Y digo no, no simplemente porque, como he indicado previamente, la Iglesia católica no se ha ocupado en sus declaraciones doctrinales del sentido literal de las Escrituras (en el sentido en que expliqué la palabra «literal»), sino por motivos más profundos.

Primero, se debe tener mucho cuidado con lo que constituye la doctrina de la Iglesia. A menudo, la gente considera que todo lo que se le ha enseñado en las clases de religión, en la escuela elemental, es la doctrina de la Iglesia; sin embargo, a veces, aquello era una amalgama de doctrina, de opinión y de pías creencias. En realidad, el campo de la doctrina de la Iglesia es más bien estrecho. Estoy seguro de que saldrán ejemplos más adelante en mis respuestas a otras preguntas que se me hagan.

Segundo, aun cuando de verdad haya una doctrina en conflicto, a menudo sólo con la ayuda de los especialistas la Iglesia ha aislado lo que es doctrina de lo que ha sido simplemente una forma de expresarla. Por ejemplo, es doctrina de la Iglesia que Dios creó el mundo. Durante muchos siglos, los que proclamaban eso pudieron muy bien haberla entendido como formando parte de la doctrina de que Dios creó el mundo tal como se describe en los primeros capítulos del Génesis. Bajo el impacto de los recientes estudios sobre el Génesis, la Iglesia católica ahora tiene claro que en la doctrina de la creación por obra de Dios no va incluida la manera cómo lo creó. Por tanto, se tiene libertad para sostener que los primeros capítulos del Génesis no son un relato histórico de la creación y aceptar la evolución.

Tercero, precisamente porque reconozco que a veces lo que les parecía muy claro a los especialistas de un siglo resultaba falso para los del siglo siguiente, no tengo una confianza absoluta en mis conocimientos, como si fueran infalibles. Debido a lo limitado de las preguntas contestadas por la ciencia y al cuidadoso autoconfinamiento de las formulaciones doctrinales de la Iglesia católica, yo, de verdad, no puedo ver que se vaya a dar un conflicto entre lo que yo descubra como el sentido literal de las Escrituras y lo que enseña la Iglesia católica como doctrina basada en las Escrituras. Pero si hubiera alguien que señalara un auténtico conflicto, mi actitud sería parecida a la que he oído atribuida a H. L. Mencken cuando recibía airadas cartas de protesta de lectores que no estaban de acuerdo con él. Tenía una tarjeta impresa que decía: «Querido señor o señora, es muy probable que usted tenga razón». El tono de Mencken era sarcástico, el mío es sincero: puedo muy bien estar equivocado. No obstante, cuando lo que los contestatarios proponen no es en realidad una doctrina sino su interpretación de la doctrina, entonces yo (o cualquier otro especialista) tiene el derecho a exigir que se aporten razonamientos serios para mostrar quién tiene razón y quién no. En otras palabras, rara vez hay ocasión de conflicto entre la ciencia bíblica que respeta las limitaciones de su propia investigación y la auténtica doctrina de la Iglesia. Independientemente de cómo se enfoque el conflicto, lo más frecuente es que se produzca entre dos interpretaciones, una de las cuales se presenta como doctrina de la Iglesia. Afortunadamente, en mi vida, y en general en la reciente experiencia de la Iglesia católica en el campo bíblico, no ha habido tensión alguna entre la investigación y la doctrina oficial de la Iglesia. No ocurre lo mismo en otros campos de la investigación teológica.

17. Tenía entendido que se habían dado muchos conflictos entre los biblistas y la doctrina oficial de la Iglesia.

La respuesta depende del tiempo verbal que se emplee: se habían dado conflictos a principios de este siglo. Pero desde los tiempos del papa Pío XII, en la década de los años 40, y desde el concilio Vaticano II, a principios de los años 60, ha existido una extraordinaria armonía entre los biblistas y la doctrina oficial de la Iglesia. (Tal vez deba subrayar la palabra «oficial»; pues un pequeño número de vocingleros católicos ultraconservadores creen que sus interpretaciones de la doctrina de la Iglesia son las oficiales y que ellos constituyen un magisterio que puede dictaminar sobre los estudios realizados: se trata de un grupo al que con frecuencia denomino el tercer magisterio, formado por quienes se nombran a sí mismo los guardianes pero que no tienen una entidad oficial para hablar en nombre de la Iglesia).

El hecho singular más importante que se produjo para el cambio de actitud fue el apoyo positivo dispensado por el papa Pío XII a las investigaciones bíblicas modernas, lo cual hizo que los estudiosos de la Biblia empezaran a ver al papa y, en último término, a las altas instancias vaticanas tales como la Pontificia Comisión Bíblica, a partir de los años 60, como amigos y no como unos censores enfrentados. En el último cuarto de siglo se ha dado un mutuo apoyo sin ningún tipo de hostilidad entre los biblistas y la doctrina oficial de la Iglesia. Por lo que a mí se refiere, he expresado frecuentemente mi agradecimiento por el apoyo obtenido por parte de los obispos de la Iglesia católica norteamericana, y aún más, por diversas responsabilidades que me han sido confiadas desde el ámbito papal y romano. No interpreto todo esto como un apoyo a mis puntos de vista personales ni como un respaldo para que me crea que siempre tengo razón sino como un reconocimiento de que los estudiosos católicos, adecuadamente formados en la crítica bíblica moderna, son considerados como un grupo que contribuye positivamente en una empresa más amplia de la Iglesia, la de proclamar el evangelio.