Diciéndoles El estas cosas, se le aproximó un príncipe de la sinagoga, y le adoró diciendo: "Señor, mi hija es ahora un cadáver; mas ven, pon tu mano sobre ella y vivirá". Y levantándose Jesús le seguía en compañía de sus discípulos. Y he aquí una mujer, que padecía hacía doce años flujos de sangre, se le acercó por detrás y tocó la orla de su vestido. Porque decía ella en su interior: "si llegare a tocar tan sólo su vestido, quedaré sana": Y volviéndose Jesús, y viéndola, dijo: "Confía, hija, tu fe te ha sanado", y desde aquella hora quedó completamente sana. (vv. 18-22)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Después de las palabras, siguió la acción, que debía cerrar por completo la boca a los fariseos, puesto que el mismo Jefe de la sinagoga se había acercado a Jesús para pedirle un milagro. Grande era su tristeza, porque era hija única la difunta, tenía doce años y estaba en los primeros albores de la vida y por eso dice: "Mientras El les hablaba estas cosas: He aquí que se le aproximó uno de los principales".
San Agustín,
de consensu evangelistarum, 2, 28
San Marcos y San Lucas refieren el mismo hecho, aunque no en el mismo orden, porque colocan este hecho después de su salida del país de los Gerasenos, cuando atravesó el lago después de haber arrojado a los demonios que se posesionaron del cuerpo de los cerdos. Según San Marcos, debió acontecer este hecho después que Jesús atravesó por segunda vez el lago, aunque no se sabe cuánto tiempo después. Debió indudablemente haber algún intervalo, porque de otra manera no tendría lugar en la narración de San Mateo la permanencia de Jesús en el convite de la casa de Mateo: a continuación de este hecho, sigue inmediatamente el de la hija del jefe de la sinagoga. Porque si el referido jefe se hubiera acercado a Jesús en el momento en que estaba haciendo las comparaciones de la pieza de paño nuevo y del vino nuevo, no hubiera habido interposición alguna entre sus acciones y palabras. Pero en la narración de San Marcos, existe un espacio donde se pudieron interponer otras cosas. San Lucas no contradice a San Mateo cuando dice: "He aquí que un hombre llamado Jairo" (
Lc 8,41)
. No debe colocarse este hecho a continuación, sino después de lo que refiere San Mateo, sobre el convite de los publicanos, en los términos siguientes: Mientras El les decía estas cosas, he aquí, que un príncipe (es decir, Jairo, príncipe de la sinagoga) se acercó a El y le adoró diciéndole: "Señor, mi hija acaba de morir". Se debe tener presente (para evitar toda aparente contradicción), que los otros dos evangelistas no dicen que estuviera muerta, sino próxima a morir. Hasta afirman que vinieron después a anunciarle la muerte, a fin de no incomodar al Maestro. Es preciso admitir, que San Mateo, para mayor brevedad, se contentó con referir la petición, dirigida al Señor, de que hiciera lo que realmente ejecutó, es decir, de que resucitara a una difunta. Porque en este pasaje no debemos fijarnos en las palabras del padre sobre su hija, sino (y esto es lo esencial) en la voluntad. Estaba él tan desesperado de que pudiera resucitar, que no se imaginaba encontrar viva a la que dejó difunta. Dos evangelistas, pues, dan testimonio de lo que dijo Jairo mientras que San Mateo de lo que deseó y lo que pensó. Evidentemente, si uno de los primeros hubiera dicho que el mismo padre dijo que no se molestase a Jesús, porque su hija estaba ya muerta, semejantes palabras estarían en contradicción con las de San Mateo. Pero no se expresa en la narración que estuviera conforme con las noticias que le daban sus criados. De aquí la absoluta necesidad en que estamos de no dar a las palabras de cada uno más valor que el que les da su propia voluntad, a quien están subordinadas las palabras y de no inventar mentiras por haber dicho en otros términos lo que realmente quiso decir, aunque con palabras distintas.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
O también: Lo que el príncipe dijo de la muerte de su hija, no es más que una exageración propia del que anuncia una desgracia. Porque es natural en todos los que piden algo presentar sus males como mayores y decir más de lo que realmente es, con el objeto de interesar más a aquellos a quienes suplican. De aquí aquellas palabras: "Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá". Ve aquí su confianza. Exige dos cosas de Cristo: el que vaya a su casa y el que ponga su mano, precisamente lo que el Sirio Naaman exigió del profeta (
2Re 5). Porque necesitan ver y apreciar las cosas de una manera sensible los que sólo tienen disposiciones vulgares.
Remigio
Admirable e igualmente digna de imitación es la humildad y la mansedumbre del Señor, porque en seguida que fue suplicado, siguió al que le suplicó: por eso se dice: "Y levantándose le seguía". De esta manera enseña lo mismo a los súbditos que a los superiores: a los súbditos les dejó el ejemplo de la obediencia y manifestó a los superiores la solicitud y la prontitud que deben tener en la enseñanza: de suerte que deben acudir en seguida a cualquier parte donde hubiere una persona muerta en su alma.
Sigue: Iban con El sus discípulos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
San Marcos y San Lucas dicen, que llevó consigo tres de sus discípulos, esto es, a Pedro, Santiago y Juan. A Mateo no le llevó para estimular más su deseo y a causa de la imperfección de sus disposiciones. Honra con esta distinción a aquellos, a fin de que los otros se hagan iguales a ellos y en cuanto a San Mateo, le era suficiente el haber visto la curación de la mujer que padecía el flujo de sangre, de la cual se dice: He aquí que una mujer, que padecía un flujo de sangre, se acercó por detrás y tocó la orla del vestido del Señor.
San Jerónimo
Esta mujer, que padecía un flujo de sangre, no se acerca al Señor ni en su casa, ni en la ciudad (porque según la ley no podía habitar en las ciudades) sino en el camino por donde pasaba el Señor, de suerte que el Señor, cuando iba a curar a una, curó también a otra.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Por eso no se acerca en público al Señor, porque tenía vergüenza a causa de la enfermedad que padecía y por la que ella, apoyada en la ley, se tenía por muy impura; por eso se esconde y se oculta.
Remigio
Debemos en esta acción alabar la humildad de la mujer, que no se acerca de frente al Señor, sino por detrás, juzgándose indigna de tocar los pies del Señor. No toca todo el vestido, sino solamente su franja, porque el vestido del Señor tenía una franja conforme con el precepto de la ley. Llevaban los fariseos en sus vestidos unas franjas, que ellos estimaban mucho, en las que colocaban unas espinas; pero las de la franja del vestido del Señor no eran para herir, sino para curar y por eso decía la mujer en su interior: "Si tan sólo tocare su vestido, quedaré curada". Admirable es su fe, porque desesperando de los médicos, en los que había gastado su capital (como dice San Marcos) comprendió que había un médico celestial, puso en El toda su esperanza y mereció ser curada según las palabras: Mas volviéndose Jesús y viéndola, dijo: "Confía, hija, tu fe te ha salvado".
Rábano
¿Por qué mandó que tuviera confianza aquella mujer, que si no la hubiera tenido no hubiera buscado en El la salud? Exigió de ella fuerza y perseverancia en la fe, a fin de que llegara a tener una salud segura y verdadera.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
O bien porque la mujer era tímida, le dijo: "Confía" y la llama hija, porque con la fe se hizo hija.
San Jerónimo
Y no dijo: porque tu fe te ha de sanar, sino te sanó porque en el acto mismo de creer fue curada.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Aun no tenía ella un conocimiento exacto acerca de Cristo, pues creía que podía permanecer oculta a sus miradas. Pero no le permitió Cristo que se escondiese, no porque El ambicionase gloria alguna, sino por varios motivos: Primeramente, calma su temor para que no le remordiera la conciencia de haber arrebatado un don; en segundo lugar, la reprende de haber querido permanecer oculta; en tercer lugar, pone su fe a la vista de todos, para que a todos sirva de estímulo. Mostrando, en fin, que sabe todas las cosas, nos da una señal de su divinidad, no menor que la que nos dio con el derramamiento de su sangre: "Y esta mujer fue curada en aquel instante".
Glosa
Por aquella palabra: "desde aquella hora", debe entenderse no desde aquella en que Jesús se volvió hacia la mujer, sino desde el momento en que ella tocó la franja: como expresamente dicen otros evangelistas (
Mc 5,29;
Lc 8,44) y hasta de las mismas palabras del Señor se colige claramente.
San Hilario,
in Matthaeum, 3
Debemos admirar en este acontecimiento el gran poder del Señor, puesto que, permaneciendo ese poder dentro de un cuerpo, comunica a las cosas inanimadas la virtud de sanar, hasta el extremo de comunicarse la operación divina por la franja de los vestidos. No estaba Dios limitado en el estrecho límite de un cuerpo y su unión con el cuerpo no tenía por objeto encerrar en él todo su poder, sino elevar la fragilidad de nuestra carne hasta la obra de la redención.
Se entiende en sentido místico, por el príncipe de la sinagoga a la ley, que suplica al Señor devuelva la vida al cadáver de este pueblo, a quien la misma ley había estado alimentando con la esperanza de la venida de Cristo.
Rábano
También representa a Moisés y se le llama Jairo, esto es, el que ilumina o es iluminado, porque él recibió las palabras de la vida eterna para trasmitírnoslas a nosotros y hacerlas brillar de esta manera en los demás, al mismo tiempo que él mismo es iluminado por el Espíritu Santo. La hija, pues, del príncipe de la sinagoga, esto es, la sinagoga, de edad de doce años, es decir, de la pubertad, está abatida por la gangrena de los errores, en el momento que está obligada a engendrar hijos para Dios. Por eso el Verbo de Dios corre hacia esta hija del príncipe para salvar a los hijos de Israel; la Iglesia santa formada por las naciones, que perdían sus fuerzas por los crímenes interiores que las corroían, consiguió salvarse por la fe que estaba preparada para otros. Es digno de notarse, que la hija del príncipe estaba en la edad de los doce años y la mujer curada del flujo de la sangre estuvo padeciendo esta enfermedad durante doce años. Así que, cuando aquella nació, principió ésta a padecer, casi al mismo tiempo en que la sinagoga nació de entre los patriarcas y las naciones extrañas comenzaron a afearse con el corrompido veneno de la idolatría. El flujo de sangre puede tomarse en dos sentidos: por la corrupción y mancha de la idolatría, o también por todas las maldades practicadas bajo el imperio del placer de la carne y de la sangre. De ahí que, cuando la sinagoga tuvo vigor, luchó la Iglesia y sus pecados fueron la causa de que pasara la salud a otras naciones (
Rom 11). La Iglesia se acerca al Señor, lo toca, cuando se aproxima a El por la fe.
Glosa
Creyó, dijo, tocó; porque con estas tres cosas, la fe, la palabra y la obra, se consigue la salud.
Rábano
Y se acercó por detrás, según aquellas palabras: "Si alguno me quiere servir, sígame" (
Jn 12,26). O bien, porque no viendo ella en la carne a la persona de Dios, llega a conocerlo después que fueron cumplidos los misterios de su Encarnación. Por eso toca la franja del vestido, figura del pueblo gentil, que no habiendo visto a Cristo en su carne, recibió sus palabras de la Encarnación. Porque el vestido representa el misterio de la Encarnación, en la que se cubrió la divinidad y las palabras que siguen a la Encarnación, representan la franja del vestido. Toca, no el vestido, sino la franja, porque no vio a Dios en la carne, sino que recibió por los Apóstoles la palabra de la Encarnación. ¡Dichoso el que toca con su fe, aun cuando no sea más que las extremidades del Verbo! No recupera la salud en la ciudad, sino en el camino por donde iba el Señor; por esta razón dijeron los Apóstoles: "porque por vuestra conducta os hacéis indignos de la vida eterna; por eso nos volvemos a los gentiles" (
Hch 13,46). Los gentiles comenzaron a gozar la salvación desde la llegada del Señor.