Preguntas 1-4: Traducciones de la Biblia
¿Cuál es la mejor Biblia que se puede leer? ¿Qué traducción es recomendable? ¿Qué valor tienen las «traducciones populares»? ¿Se prohíbe a los católicos la lectura de Biblias protestantes?
La traducción más apropiada de la Biblia está en función de la finalidad con que uno la lee. Su lectura en público, ya sea los domingos o en otras celebraciones comunitarias, requiere una cierta solemnidad, y por consiguiente, las traducciones muy coloquiales no son las más apropiadas en estos casos. Por otro lado, para su lectura en privado, para la reflexión y meditación espiritual, a veces resulta más apropiada una traducción atractiva y cercana. Otra lectura personal puede hacerse con la idea de un estudio minucioso, y en este caso, una traducción más literal, que mantenga las dificultades y ambigüedades del original, sería la más aconsejable.
Quizás la mejor respuesta global que pueda dar sea subrayar que en los textos originales bíblicos en hebreo, arameo y griego se encuentran pasajes de difícil comprensión o ambiguos. A veces sus autores no escribieron con claridad. Los traductores tienen a veces que adivinar qué querían decir. Y han de elegir, por tanto, entre traducir literalmente, manteniendo la ambigüedad original, o traducir libremente resolviendo la ambigüedad del original. Una traducción literal ha de ir acompañada de notas a pie de página o de comentarios que sugieran posibles soluciones a la oscuridad que sigue estando presente en la traducción. Una traducción libre representa ya una opción realizada por los traductores sobre cuál es según ellos el significado de un pasaje oscuro. En cierto sentido, el comentario ya va incluido en la traducción realizada. Por eso una traducción libre resulta más fácil en su lectura pero más difícil si lo que pretende es llevar a cabo un estudio minucioso.
[Nota: Las preguntas 2 y 3 han sido totalmente reelaboradas
para la edición española y aprobadas por R. E. Brown].
No me referiré aquí a las versiones que se han hecho o se
están haciendo a otros idiomas ibéricos (catalán, portugués, gallego,
euskera). Me fijaré sólo en las castellanas.
Omito también
las bellas traducciones medievales (del siglo XIII al XVI), realizadas
por judíos sefarditas y cristianos, y las traducciones de la
Vulgata latina, hechas por F. Scio (1790-1793) y por F. Torres
Amat (1923-1925), para fijarme sólo en las de lengua castellana
traducidas de los textos originales.
La primera traducción completa fue la de E. Nácar y A. Colunga, Sagrada Biblia (BAC 1, Madrid 1944), en buen castellano, fiel al original; puede utilizarse aún con provecho, pero necesitaría una revisión y adaptación. Poco después apareció la de J. M. Bover y F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC 25/26, Madrid 1947), más literal que la anterior, pero de lectura más difícil. Después de seis ediciones, ha sido totalmente revisada y ampliada por un equipo bajo la dirección de F. Cantera y M. Iglesias, Sagrada Biblia (BAC Maior 10, Madrid 1975). Exegética y literariamente es la mejor traducción actual, tanto por su fidelidad al original como por sus introducciones y notas. Imprescindible para los estudiantes de teología y Biblia. Deben utilizarla todos los que quieran acercarse lo más posible al texto en sí.
En línea pastoral existen, al menos, cuatro buenas traducciones. La más utilizada sigue siendo la Biblia de Jerusalén (DDB, Bilbao 1967), traducida de los originales por un equipo dirigido por J. A. Ubieta, a partir de la versión francesa, con buenas introducciones y notas de los investigadores de la Ecole Biblique de Jerusalén; las últimas ediciones (desde 1975) han sido mejoradas, aunque se sigue notando la diferencia entre unos libros y otros; la utilizan muchos grupos de oración y estudio popular de la Escritura. Acaba de aparecer La Biblia, publicada por varias editoriales (Sígueme, Atenas, PPC, EVD), bajo la dirección de La Casa de la Biblia (Madrid 1992); muy comprensible, de fácil lectura, más pastoral que literal, exacta en algunos libros, irregular y acomodaticia en otros. Probablemente se irá imponiendo en los grupos de oración y acción pastoral. De Argentina (sustituyendo con éxito a la antigua traducción de J. Straubinger, Buenos Aires 1948-1951) nos llega El Libro del Pueblo de Dios (Fundación Palabra y Vida, Buenos Aires 1980), en buen castellano, con notas de tipo pastoral. Finalmente, debemos citar la Biblia Latinoamericana, traducida bajo la dirección de B. Hurault y R. Ricciardi, que sigue siendo muy útil para quienes quieran entender la palabra de Dios en contexto latinoamericano. Las dos versiones españolas (Biblia de Jerusalén y Biblia de la Casa de la Biblia) han hecho ediciones con numerosas adaptaciones en lenguaje y formato para América Latina.
En perspectiva protestantes sigue siendo fundamental la traducción de C. de la Reina y C. de Valera (1569), fiel al original, en bellísimo castellano, adaptada por las comunidades evangélicas; a veces incluye los deuterocanónicos, otras no, según los destinatarios. En línea ecuménica es importante la edición interconfesional, Santa Biblia. Dios habla hoy (Sociedades Bíblicas Unidas y Ed. Claret, Madrid 1994), con lenguaje popular, adaptado a católicos y protestantes. De más envergadura es La Biblia interconfesional. Nuevo Testamento (BAC, Casa de la Biblia, Sociedades Bíblicas Unidas, Madrid 1978), realizado por un equipo católico-protestante. Desgraciadamente no ha tenido la difusión que se merecía, quizá porque no se ha hecho aún la traducción del antiguo testamento.
Hay, finalmente, otras traducciones que no han tenido tanta difusión. Citamos, sólo a modo de ejemplo: R Franquesa y J. M. Solé, Sagrada Biblia (Regina, Barcelona 1970); S. de Ausejo, La Biblia (Herder, Barcelona 1976); E. Martín Nieto, La Santa Biblia (Paulinas, Madrid 1970). Da la impresión de que estas últimas traducciones se mantienen todavía más por el deseo de prestigio de las respectivas editoriales (que desean tener una traducción propia de la Escritura) que por la novedad que aportan en el panorama bíblico español.
En castellano existe una de las más bellas traducciones modernas de la Biblia, realizada por un exegeta, filólogo y poeta de gran calidad: Luis Alonso Schókel. El dirigió (acompañado por J. Mateos) La Nueva Biblia Española (Cristiandad, Madrid 1975); el texto es desigual (se nota la mano de los colaboradores) y a veces pierde en precisión lo que gana en claridad; pero la fuerza y cercanía de algunos de los libros del antiguo testamento (cf. Sal, Job, Prov) resulta impresionante. Esa traducción, retomada en gran parte por La Biblia para la iniciación cristiana (Episcopado Español, Madrid 1977), constituye uno de los grandes monumentos literarios de la lengua castellana de este siglo. El mismo Alonso Schókel ha retomado y unificado la traducción en La Biblia del peregrino (Ega y Mensajero, Bilbao 1993), superando las lagunas anteriores y ofreciendo después, junto al texto, un comentario literario en tres volúmenes (Ega, Mensajero, EVD, Bilbao-Estella 1996-1997). Esta traducción no puede sustituir nunca en precisión exegética a la de Cantera-Iglesias (BAC), ni en aplicación pastoral a la Biblia de la Casa de la Biblia. Es un texto para recrear y gozar la Biblia más que para estudio o práctica cristiana, pues las opciones literarias y las aplicaciones del autor no serían compartidas por todos. Pero esta traducción seguirá siendo utilizada por los amantes de la buena literatura.
No hay en castellano, que yo sepa, traducciones puramente populares de la Biblia, como hallamos en otros idiomas (inglés, francés). En esa línea se puede situar la traducción ecuménica ya citada Dios habla al hombre (Sociedades Bíblicas Unidas, Claret, Madrid 1994). En perspectiva catequética debemos recordar la Biblia didáctica (SM, Madrid 1996), que aprovecha la traducción de la Biblia de la Casa de la Biblia.
Se ha de distinguir entre la antigua postura católica y la actual. La Biblia fue objeto de grandes controversias entre los reformadores y los teólogos del concilio de Trento. Según el criterio católico, las traducciones vernáculas, es decir, las traducciones a las distintas lenguas nacionales realizadas por los reformadores a menudo estaban enfocadas para favorecer la postura protestante. De ahí que el concilio de Trento insistiera en que se siguiera empleando la Biblia Vulgata latina para la lectura pública, en los sermones y en las explicaciones, tal como había venido haciendo la Iglesia durante siglos. El resultado práctico de todo ello fue que las traducciones católicas de la Biblia estaban basadas en la Vulgata latina mientras que las traducciones protestantes de la Biblia se llevaban a cabo sobre las lenguas originales (hebreo, arameo y griego).
Además la Iglesia católica quería notas a pie de página para salvaguardar tanto sus enseñanzas con respecto a la fe y a la moral como las interpretaciones de los Padres de la Iglesia. De ahí que se aconsejara a los católicos que no leyeran Biblias protestantes por miedo a que se les fuera adoctrinando sutilmente en contra de sus propias creencias. Además, los protestantes ciertamente no leían Biblias católicas, en parte porque suponían que estas Biblias no eran correctas y contenían disimuladamente la enseñanza de la Iglesia católica.
Pero todo esto ha cambiado. Desde 1950, las traducciones católicas, incluso las que se emplean en la lectura pública y en las predicaciones se vienen llevando a cabo a partir de las lenguas originales. Ese es el caso, por ejemplo, de la Biblia de la Casa de la Biblia, la Biblia de Jerusalén..., prácticamente de todas las mencionadas anteriormente. Normalmente contienen notas a pie de página de carácter informativo y no partidista. Si bien puede prolongarse la polémica entre ambas partes, la Biblia ha dejado ya de ser un arma arrojadiza entre las Iglesias protestantes en general y la católica. Ahora nos ayudamos mutuamente a comprender la Biblia y colaboramos en proyectos ecuménicos comunes. En España se está llevando a cabo actualmente la edición del antiguo testamento de la Biblia interconfesional con marcado acento ecuménico.