“Sacerdocio”

«Jesús, que permanece eternamente, posee un sacerdocio inmutable» Heb 7,24. De esta manera la epístola a los Hebreos, para definir la mediación de Cristo la relaciona con una función que existía en el AT como en todas las religiones vecinas: la de los sacerdotes. Así pues, para comprender el sacerdocio de Jesús importa conocer con precisión el sacerdocio del AT que lo preparó y lo prefiguró.

AT

1. En los pueblos civilizados que rodeaban a Israel la función sacerdotal es desempeñada a menudo por el rey, particularmente en Mesopotamia y en Egipto; a éste le asiste entonces un clero jerarquizado, las más de las veces hereditario, que constituye una verdadera casta. Nada de esto sucede entre los patriarcas. Entonces no hay templo ni existen sacerdotes especializados del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Las tradiciones del Génesis muestran a los patriarcas construyendo altares en Canaán Gen 12,7s 13,18 26,25 y ofreciendo sacrificios Gen 22 31,54 46,1. Ejercen el sacerdocio familiar, practicado en la mayoría de los pueblos antiguos. Los únicos sacerdotes que aparecen son extranjeros: el sacerdote-rey de Jerusalén, Melquisedec Gen 14,18ss y los sacerdotes del Faraón Gen 41,45 47,22. La tribu de Leví no es todavía más que una tribu profana, sin funciones sagradas Gen 34,25-31 49,5ss.

2. A partir de Moisés, que era también levita, la especialización de esta tribu en las funciones cultuales parece abrirse camino. El relato arcaico de Ex 32,25-29 expresa el carácter esencial de su sacerdocio: es elegida y consagrada por Dios mismo para su servicio. La bendición de Moisés, a diferencia de la de Jacob, le atribuye las incumbencias específicas de los sacerdotes Dt 33,8-11. Es cierto que este texto refleja una situación más tardía. Los levitas son entonces los sacerdotes por excelencia Jue 17,7-13 18,19, adscritos a los diferentes santuarios del país. Pero junto con el sacerdocio levítico sigue ejerciéndose el sacerdocio familiar Jue 6,18-29 13,19 17,5 1Sa 7,1.

3. Bajo la monarquía ejerce el rey diversas funciones sacerdotales, como los reyes de los pueblos vecinos: ofrece sacrificios, desde Saúl 1Sa 13,9 y David 2Sa 6,13.17 24,22-25 hasta Ajaz 2Re 16,13; bendice al pueblo 2Sa 1,18 1Re 8,14... Sin embargo, no recibe el título de sacerdote sino en el antiguo salmo 110 Sal 110,4, que le compara con Melquisedec. En realidad, a pesar de esta alusión al sacerdocio regio de Canaán, el rey es un patrono del sacerdocio más que un miembro de la casta sagrada.

Ésta se ha convertido ahora en una institución organizada, particularmente en el santuario de Jerusalén, que a partir de David es el centro cultual de Israel. En un principio dos sacerdotes se reparten su servicio. Ebiatar, descendiente de Elí, el encargado de Silo, es muy probablemente un levita 2Sa 8,17; pero su familia será excluida por Salomón 1Re 2,26s. Sadoq es de origen desconocido; pero serán sus descendientes los que dirijan el sacerdocio del templo hasta el siglo II. Genealogías ulteriores lo enlazarán, como a Ebiatar, con la descendencia de Aarón 1Par 5,7-34. El sacerdocio de Jerusalén, bajo las órdenes del jefe de los sacerdotes, cuenta diferentes subalternos. El personal del templo, aun antes del exilio, comprende a incircuncisos Ez 44,7ss Jos 9,27. En ios otros santuarios, sobre todo en Judá, los levitas deben ser bastante numerosos. Pareceser que David y Salomón trataron de distribuirlos por todo el país Jos 21 Jue 18,30. Pero varios santuarios locales tienen sacerdotes de otro origen 1Re 12,31.

4. La reforma de Josías en 621, al suprimir los santuarios locales, consagra el monopolio levítico y la supremacía del sacerdocio de Jerusalén. En efecto, esta reforma, rebasando las exigencias del Deuteronomio Dt 18,6ss, reserva el ejercicio de las funciones sacerdotales a los solos descendientes de Sadoq 2Re 23,5.9; prepara ya así la distinción ulterior entre sacerdotes y levitas, que será más clara en Ez 44,10-31.

La ruina simultánea del templo y de la monarquía (587) pone fin a la tutela regia sobre el sacerdocio y da a éste mayor autoridad sobre el pueblo. El sacerdocio, liberado de las influencias y de las tentaciones del poder político, que ahora ya es ejercido por paganos, se convierte en el guía religioso de la nación. La desaparición progresiva del profetismo a partir del siglo V acentúa todavía su autoridad. Ya en 573 los proyectos reformistas de Ezequiel excluyen al «príncipe» del santuario Ez 44,1ss 46. La casta levítica goza ya de un monopolio indisputado (la única excepción en Is 66,21 no se refiere sino a los «últimos tiempos»). Las colecciones sacerdotales del Pentateuco (siglos V-IV) y luego la obra del cronista (siglo III) dan finalmente un cuadro detallado de la jerarquía sacerdotal.

Ésta es rigurosa. En la cumbre, el sumo sacerdote, hijo de Sadoq, es el sucesor de Aarón, sacerdote tipo. Siempre había habido en cada santuario un sacerdote jefe; el título de sumo sacerdote aparece en el momento en que la ausencia de rey hace sentir la necesidad de un jefe para la teocracia. La unción que recibe a partir del siglo IV Lev 8,12 4,3 16,32 Dan 9,25 recuerda la que antiguamente consagraba a los reyes. Por bajo del sumo sacerdote se hallan los sacerdotes, hijos de Aarón. Finalmente los levitas, clero inferior, están agrupados en tres familias, a las que finalmente se agregan los cantores y los porteros 1Par 25-26. Estas tres clases constituyen la tribu sagrada, toda entera consagrada al servicio del Señor.

5. En adelante la jerarquía no conoce ya más variaciones, excepto en cuanto a la designación del sumo sacerdote. En 172 el último sumo sacerdote descendiente de Sadoq, Onías III, es asesinado de resultas de intrigas políticas. Sus sucesores son designados fuera de su descendencia por los reyes de Siria. La reacción macabea desemboca en la investidura de Jonatán, descendiente de una familia sacerdotal bastante oscura. Su hermano Simón, que le sucede (143), forma el punto de partida de la dinastía de los Asmoneos, sacerdotes y reyes (134-37). Éstos, más jefes políticos y militares que religiosos, suscitan la oposición de los fariseos. Por su parte el clero tradicionalista les reprocha su origen no sadócida, y la secta sacerdotal de Qumrán se pone incluso en estado de cisma. Finalmente, a partir de Herodes (37), los sumos sacerdotes son designados por la autoridad política, que los elige entre las grandes familias sacerdotales; éstas constituyen el grupo de los «sumos sacerdotes», nombrado diversas veces en el NT.

II. LAS FUNCIONES SACERDOTALES

En las religiones antiguas los sacerdotes son los ministros del culto, los guardianes de las tradiciones sagradas, los portavoces de la divinidad en su calidad de adivinos. En Israel, a pesar de la evolución social y del desarrollo dogmático que se observa en el transcurso de las edades, el sacerdocio ejerce todavía dos ministerios fundamentales, que son dos formas de mediación: el servicio del culto y el servicio de la palabra.

1. El servicio del culto.

El sacerdote es el hombre del santuario. Guardián del arca en la época antigua 1Sa 1-4 2Sa 15,24-29, acoge a los fieles en la casa de Yahveh 1Sa 1, preside las liturgias en las fiestas del pueblo Lev 23,11.20. Su acto esencial es el sacrificio. En él aparece en la plenitud de su papel de mediador: presenta a Dios la ofrenda de los fieles; transmite a éstos la bendición divina. Así, por ejemplo, Moisés en el sacrificio de la alianza del Sinaí Ex 24,4-8; así también Leví, jefe de todo el linaje Dt 33,10. Después del exilio los sacerdotes desempeñan esta función cada día en el sacrificio perpetuo Ex 29,38-42. Una vez al año aparece el sumo sacerdote en su función de mediador supremo, oficiando el día de la expiación por el perdón de todas las faltas de su pueblo Lev 16 Eclo 50,5-21. Secundariamente está también encargado el sacerdote de los ritos de consagración y de purificación: la unción regia 1Re 1,39 2Re 11,12, la purificación de los leprosos Lev 14 o de la mujer que ha dado a luz Lev 12,6ss.

2. El servicio de la palabra.

En Mesopotamia y en Egipto ejercía el sacerdote la adivinación; en nombre de su dios respondía a las consultas de los fieles. En el Israel antiguo el sacerdote desempeña un quehacer análogo mediante el manejo del efod 1Sa 30,7s, de los Urim y Tummim 1Sa 14,36-42 Dt 33,8; pero después de David no se dan ya estos procedimientos.

Es que en Israel la palabra de Dios, adaptada a las diversas circunstancias de la vida, viene a su pueblo por otro conducto: el de los profetas movidos por el Espíritu. Pero existe también una forma tradicional de la palabra, que tiene su punto de partida en los grandes acontecimientos de la historia sagrada y en las cláusulas de la alianza sinaítica. Esta tradición sagrada cristaliza por una parte en los relatos que hacen presentes los grandes recuerdos del pasado, y por otra parte en la ley que halla en ellos su sentido. Los sacerdotes son los ministros de esta palabra. En la liturgia de las fiestas repiten a los fieles los relatos que fundan la fe (Ex 1-15,Jos 2-6 son probablemente ecos de estas celebraciones). Con ocasión de las renovaciones de la Alianza proclaman la Torah Ex 24,7 Dt 27 Neh 8; son incluso sus intérpretes ordinarios, que responden con instrucciones prácticas a las consultas de los fieles Dt 33,10 Jer 18,18 Ez 44,23 Ag 2,11ss y ejercen una función judicial Dt 17,8-13 Ez 44,23s. Como prolongación de estas actividades, se encargan de la redacción escrita de la ley en los diversos códigos: Deuteronomio, ley de santidad Lev 17-26, Torah de Ezequiel 40-48, legislación sacerdotal (Éx, Lev, Núm), compilación final del Pentateuco Esd 7,14-26 Neh 8. Así se comprende por qué en los Libros sagrados aparece el sacerdote como el hombre del conocimiento Os 4,6 Mal 2,6s Eclo 45,17: es el mediador de la palabra de Dios, bajo su forma tradicional de historia y de códigos.

Sin embargo, en los últimos siglos del judaísmo se multiplican las sinagogas, y el sacerdocio se concentra en sus quehaceres rituales. Al mismo tiempo se ve crecer la autoridad de los escribas laicos. Éstos, pertenecientes en su mayoría a la secta farisea, serán en tiempos de Jesús los principales maestros en Israel.

III. HACIA EL SACERDOCIO PERFECTO

El sacerdocio del AT fue en su conjunto fiel a su misión: con sus liturgias, su enseñanza y la redacción de los Libros sagrados, mantuvo viva en Israel la tradición de Moisés y de los profetas y mantuvo de edad en edad la vida religiosa del pueblo de Dios. Pero debía fatalmente ser superado.

1. La crítica del sacerdocio.

La misión sacerdotal comportaba exigencias muy altas; ahora bien, siempre hubo sacerdotes que no se hallaron a la altura de su cometido. Los profetas estigmatizaron sus fallos: contaminación del culto de Yahveh con los usos cananeos en los santuarios locales de Israel Os 4,4-11 5,1-7 6,9, sincretismo pagano en Jerusalén Jer 2,26ss 23,11 Ez 8, violaciones de la Torah Sof 3,4 Jer 2,8 Ez 22,26, oposición a los profetas Am 7,10-17 Is 28,7-13 Jer 20,1-6 23,33s 26, interés personal Miq 3,11 1Sa 2,12-17 2Re 12,5-9, falta de celo por el culto del Señor Mal 2,1-9... Sería simplismo no ver en estos reproches más que la polémica de dos castas opuestas, profetas contra sacerdotes. Jeremías y Ezequiel son sacerdotes; los sacerdotes que redactaron el Deuteronomio y la ley de santidad trataron evidentemente de reformar su propia casta; en los últimos siglos del judaísmo la comunidad de Qumrán, que se separa del templo oponiéndose al «sacerdote impío», es una secta sacerdotal.

2. El ideal sacerdotal.

El interés mayor de estas críticas y de estos planes de reforma reside en que están todos inspirados en un ideal sacerdotal. Los profetas recuerdan sus obligaciones a los sacerdotes de su tiempo: les exigen un culto puro, la fidelidad a la Torah. Los legistas sacerdotales definen la pureza, la santidad de los sacerdotes Ez 44,15-31 Lev 21 10.

Sin embargo, la experiencia enseña que el hombre abandonado a sí mismo es incapaz de esta pureza, de esta santidad. Por eso, en definitiva, se espera de Dios mismo la realización del sacerdocio perfecto el día de la restauración Zac 3 y del juicio Mal 3,1-4. Se aguarda al sacerdote fiel al lado del Mesías, hijo de David Zac 4 6,12s Jer 33,17-22. Esta esperanza de los dos mesías de Aarón y de Israel aparece varias veces en los escritos de Qumrán y en un apócrifo, los «Testamentos de los patriarcas». En estos textos, como en diversos retoques dados a los textos bíblicos Zac 3,8 6,11, el mesías sacerdotal precede al mesías regio. Esta primacía del sacerdote está en armonía con un aspecto esencial de la doctrina de la alianza: Israel es el: «pueblo-sacerdote» Ex 19,6 Is 61,6 2Mac 2,17s, el único pueblo en el mundo que garantiza el culto del verdadero Dios; en su consumación definitiva será él quien tribute al Señor el culto perfecto Ez 40-48 Is 60-62 2,1-5. ¿Cómo podría hacerlo sin un sacerdocio a la cabeza?

Entre Dios y su pueblo existen, según el AT, otras mediaciones distintas de la del sacerdote. El rey guía al pueblo de Dios en la historia como su jefe institucional, militar, político y religioso. El profeta es llamado personalmente a traer una palabra de Dios original, adaptada a una situación particular, en la que es responsable de la salvación de sus hermanos. El sacerdote tiene, como el profeta, una misión estrictamente religiosa; pero la ejerce en el marco de las instituciones; es designado por herencia, está aplicado al santuario y a sus usos. Lleva al pueblo la palabra de Dios en nombre de la tradición y no por su propia cuenta; conmemora los grandes recuerdos de la historia sagrada y enseña la ley de Moisés. Lleva a Dios la oración del pueblo en la liturgia y responde a esta oración con la bendición divina. Mantiene en el pueblo elegido la continuidad de la vida religiosa mediante la tradición sagrada.

NT

Los valores del AT no cobran todo su sentido sino en Jesús que los cumple superándolos. Esta ley general de la revelación se aplica por excelencia en el caso del sacerdocio.

1. Los evangelios sinópticos.

Jesús mismo no se atribuye ni una sola vez el título de sacerdote. Se comprende fácilmente: este título designa en su ambiente una función definida, reservada a los miembros de la tribu de Leví. Ahora bien, Jesús comprende que su quehacer es muy diferente del de ellos, mucho más amplio y más creador. Prefiere llamarse el Hijo y el Hijo del hombre. Sin embargo, para definir su misión utiliza términos sacerdotales. Según su manera habitual, son expresiones implícitas y figuradas.

El hecho es claro sobre todo cuando Jesús habla de su muerte. Para sus enemigos es ésta el castigo de una blasfemia; para sus discípulos, un fracaso escandaloso. Para él es un sacrificio, que él mismo describe con las figuras del AT: unas veces la compara con el sacrificio expiatorio del Siervo de Dios Mc 10,45 14,24 Is 53, otras con el sacrificio de alianza de Moisés al pie del Sinaí Mc 14,24 Ex 24,8; y la sangre que él da en el tiempo de la pascua evoca la del cordero pascual Mc 14,24 Ex 12,7.13.22s. Esta muerte que se le inflige, la acepta; él mismo la ofrece como ofrece el sacerdote la víctima; y por ello espera de su muerte la expiación de los pecados, la instauración de la nueva. Alianza, la salvación de su pueblo. En una palabra, es el sacerdote de su propio sacrificio.

La segunda función de los sacerdotes del AT era el servicio de la torah. Ahora bien, Jesús tiene una posición clara en relación con la ley de Moisés: él viene para cumplirla Mt 5,17s. Sin atarse a la letra de la misma, que él supera Mt 5,20-48, pone en claro su valor profundo, encerrado en el primer mandamiento y en el segundo, que se le asemeja Mt 22,34-40. Este aspecto de su ministerio prolonga el de los sacerdotes del AT, pero lo supera en todas formas, pues la palabra de Jesús es la revelación suprema, el Evangelio de la Salvación que realiza definitivamente la ley.

2. De Pablo a Juan.

Pablo, que con tanta frecuencia vuelve a hablar de la muerte de Jesús, la presenta, como su maestro, bajo las figuras del sacrificio del cordero pascual 1Cor 5,7, del Siervo Flp 2,6-11, del día de la expiación Rom 3,24s. Esta interpretación sacrificial reaparece también en las imágenes de a comunión en la sangre de Cristo 1Cor 10,16-22, de la redención por esta sangre Rom 5,9 Col 1,20 Ef 1,7 2,13. La muerte de Jesús es para Pablo el acto supremo de su libertad, el sacrificio por excelencia, acto propiamente sacerdotal, que él mismo ofreció. Pero como su maestro, y aparentemente por las mismas razones, tampoco el Apóstol da a Jesús el título de sacerdote. Lo mismo se diga de todos los otros escritos del NT, excepto la epístola a los Hebreos: presentan la muerte de Jesús como el sacrificio del Siervo Act 3,13.26 4,27.30 8,32s 1Pe 2,22ss, del cordero 1Pe 1,19. Evocan su sangre 1Pe 1,2.19 1Jn 1,7. Pero no le llaman sacerdote. Los escritos joánnicos son un poco menos reticentes: describen a Jesús con vestidura pontifical Jn 19,23 Ap 1,13, y el relato de la pasión, acto sacrificial, se abre con la«oración sacerdotal» Jn 17; como el sacerdote que va a ofrecer su sacrificio, Jesús «se santifica», es decir, se consagra por el sacrificio Jn 17,19 y ejerce así una mediación eficaz a la que aspiraba vanamente el sacerdocio antiguo.

3. La epístola a los Hebreos es la única que explicita ampliamente el sacerdocio de Cristo. Vuelve a los temas que ya hemos encontrado, presentando la cruz como el sacrificio de la expiación Heb 9,1-14 Rom 3,24s, de la alianza Heb 9,18-24, del Siervo Heb 9,28. Pero concentra su atención en el papel personal de Cristo en la ofrenda de este sacrificio. Es que Jesús, como antiguamente Aarón, y mejor que él, está llamado por Dios para intervenir en favor de los hombres y ofrecer sacrificios por sus pecados Heb 5,1-4. Su sacerdocio estaba prefigurado en el de Melquisedec Gen 14,18ss, conforme al oráculo de Sal 110,4. Para poner en claro este punto da el autor una interpretación sutil de los textos del AT: el silencio del Génesis sobre la genealogía del rey-sacerdote le parece un indicio de la eternidad del Hijo de Dios Heb 7,3; el diezmo que le ofreció Abraham marca la inferioridad del sacerdocio de Leví frente al de Jesús Heb 7,4-10; el juramento de Dios en Sal 110,4 proclama la perfección inmutable del sacerdote definitivo Heb 7,20-25. Jesús es el sacerdote santo, el único Heb 7,26ss. Su sacerdocio pone término al antiguo.

Este sacerdocio está enraizado en su mismo ser, que le hace ser mediador por excelencia: a la vez verdadero hombre 2,10-18 5,7s, que comparte nuestra pobreza hasta la tentación 2,18 4,15, y verdadero Hijo de Dios, superior a los ángeles 1,1-13, es el sacerdote único y eterno. Realizó su sacrificio de una vez para siempre en el tiempo 7,27 9,12.25-28 10,10-14. Ahora ya es para siempre el intercesor 7,24s, el mediador de la nueva alianza 8,6-13 10,12-18.

4. Ningún título agota por sí solo el misterio de Cristo: Hijo inseparable del Padre, Hijo del hombre que reúne en sí toda la humanidad, Jesús es a la vez el sumo sacerdote de la nueva alianza, el mesias-rey y el Verbo de Dios. El AT había distinguido las mediaciones del rey y del sacerdote (lo temporal y lo espiritual), del sacerdote y del profeta (la institución y el acontecimiento): distinciones necesarias para la inteligencia de los valores propios de la revelación. Jesús, situado por su trascendencia por encima de los equívocos de la historia, reúne en su persona todas estas diferentes mediaciones: como Hijo, es la palabra eterna que remata y supera el mensaje de los profetas; como Hijo del hombre, asume toda la humanidad, es su rey, con una autoridad y un amor desconocidos anteriormente a él; como mediador único entre Dios y su pueblo, es el sacerdote perfecto por quien los hombres son santificados.

1. Como Jesús no se atribuye explícitamente a sí mismo el sacerdocio, tampoco se lo atribuye a su pueblo. Pero no cesó de actuar como sacerdote, y parece haber concebido al pueblo de la nueva alianza como un pueblo sacerdotal. Jesús se revela sacerdote por la ofrenda de su sacrificio y por el servicio de la palabra. Llama la atención comprobar que llama a cada uno de los suyos a tomar parte en estas dos funciones de su sacerdocio: todo discípulo debe tomar su cruz Mt 16,24 p y beber su cáliz (copa) Mt 20,22 26,27; cada uno debe llevar su mensaje Lc 9,60 10,1-16, darle testimonio hasta morir Mt 10,17-42. Jesús lo mismo que hace que todos los hombres participen en sus títulos de Hijo y de rey Mesías, los hace también sacerdotes con él.

2. Los apóstoles prolongan este pensamiento de Jesús presentando la vida cristiana como una liturgia, como una participación en el sacerdocio del sacerdote único.

Pablo considera la fe de los fieles como «un sacrificio y una oblación» Flp 2,17; los auxilios pecuniarios que recibe de la Iglesia de Filipos son «un perfume de buen olor, un sacrificio aceptable, agradable a Dios» Flp 4,18. Para él la vida entera de los cristianos es un acto sacerdotal; los invita a ofrecer su cuerpo «en hostia viva, santa, agradable a Dios: tal es el culto espiritual que tenéis que tributar» Rom 12,1 Flp 3,3 Heb 9,14 12,28. Este culto consiste tanto en la alabanza del Señor como en la beneficencia y en la puesta en común de los bienes Heb 13,15s. La epístola de Santiago enumera en detalle los gestos concretos que constituyen el verdadero culto: el dominio de la lengua, la visita a los huérfanos y a las viudas, la abstención de las impurezas del mundo Sant 1,26s.

La primera epístola de Pedro y el Apocalipsis son explícitos: atribuyen al pueblo cristiano el «sacerdocio regio» de Israel 1Pe 2,5.9 Ap 1,6 5,10 20.6 Ex 19,6. Con este título anunciaban los profetas del AT que Israel debía llevar a los pueblos paganos la palabra del verdadero Dios y promover su culto. Ahora ya el pueblo cristiano asume este quehacer. Puede hacerlo gracias a Jesús que le hace participar de su dignidad mesiánica de rey y de sacerdote.

III. LOS MINISTROS DEL SACERDOCIO DE JESÚS

Ningún texto del NT da el nombre de sacerdote a uno u otro de los responsables de la Iglesia. Pero la reserva de Jesús en el empleo de este título es tan grande que este silencio apenas si prueba algo. Jesús hace participar a su pueblo en su sacerdocio; en el NT, como en el AT, este sacerdocio del pueblo de Dios no se puede ejercer concretamente sino por ministros llamados por Dios.

1. En realidad observamos que Jesús llamó a los doce para confiarles la responsabilidad de su Iglesia. Los preparó para el servicio de la palabra; les transmitió algunos de sus poderes Mt 10,8.40 18,18; la última noche les confió la Eucaristía Lc 22,19. Se trata de participaciones específicas en su sacerdocio.

2. Los apóstoles lo comprenden y a su vez establecen responsables que prolonguen su acción. Algunos de éstos llevan el título de ancianos, que es el origen del nombre actual de «presbíteros» presbyteroi Act 14,23 20,17 Tit 1,5. La reflexión de Pablo sobre el apostolado y los carismas se orienta ya hacia el sacerdocio de los ministros de la Iglesia. A los responsables de las comunidades les da títulos sacerdotales: «dispensadores de los misterios de Dios» 1Cor 4,1s, «ministros de la nueva Alianza» 2Cor 3,6; define la predicación apostólica como un servicio litúrgico Rom 1,9 15,15s. Tal es el punto de partida de las explicitaciones ulteriores de la tradición sobre el sacerdocio ministerial. Éste no constituye, pues, una casta de privilegiados. No hace mella al sacerdocio único de Cristo, como tampoco al sacerdocio de los fieles. Pero, al servicio del uno y del otro, es una de las mediaciones subordinadas, que son tan numerosas en el pueblo de Dios.

hjg.com.ar - Última actualización: 14-junio-2009
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