“Ira”

Nadie puede sin escándalo oír hablar de Dios encolerizado si no ha sido un día visitado por su santidad y por su amor. Por otra parte, así como para entrar en la gracia debe el hombre ser arrancado del pecado, así para tener verdaderamente acceso al amor de Dios, debe acercarse el creyente al misterio de su ira. Querer reducir este misterio a la expresión mítica de una experiencia humana, es desconocer lo serio del pecado y lo trágico del amor de Dios. Cierto, la ira del hombre es la que ha permitido expresar esta realidad misteriosa, pero la experiencia del misterio es primera en relación con el lenguaje, y de un origen muy distinto.

1. Condenación de la ira.

Dios condena la reacción violenta del hombre que se arrebata contra otro, ya sea envidioso como Caín Gen 4,5, furioso como Esaú Gen 27,44s, o, como Simeón y Leví, vengue con exceso el ultraje hecho a su hermana Gen 49,5ss 34,7-26 Jdt 9,2; esta ira induce ordinariamente al homicidio. A su vez los sapienciales censuran la necedad del que se encoleriza Prov 29,11, que no sabe dominar «el soplo de las narices», según la imagen original, pero admiran al sabio, que tiene «el aliento largo», por oposición a impaciente, «de aliento corto» Prov 14,29 15,18. La ira engendra la injusticia Prov 14,17 29,22 Sant 1,19s. Jesús se mostró más radical todavía, equiparando la ira con su efecto habitual, el homicidio Mt 5,22.

San Pablo la juzgará incompatible con la caridad 1Cor 13,5: es un mal puro y simple Col 3,8, del que hay que preservarse, sobre todo en razón de la proximidad de Dios 1Tim 2,8 Tit 1.7.

2. Las iras santas.

Sin embargo, al paso que los estoicos reprobaban todo arrebato en nombre de su ideal de la apatheia, la Biblia conoce «iras santas» que expresan concretamente la reacción de Dios contra la rebelión del hombre. Así Moisés contra los hebreos cuando les falta la fe Ex 16,20, apostatan en el Horeb Ez 32,19.22, descuidan los ritos Lev 10,16 o no observan el anatema sobre el botín Num 31,14; así Pinhas, cuyo celo alaba Dios Num 25,11; así Elías, que da muerte a los falsos profetas 1Re 18,40 o hace caer fuego sobre los emisarios del rey 2Re 1,10.12; así Pablo en Atenas Act 17,16. Frente a los ídolos, frente al pecado, estos hombres de Dios están, como Jeremías, «repletos de la ira de Yahveh» Jer 6,11 15,17, anun ciando imperfectamente la ira de Jesús Mc 3,5.

Sin paradoja, sólo Dios puede airarse. Así, en el AT, los términos de ira se emplean respecto de Dios unas cinco veces más que respecto del hombre. Pablo, que sin embargo debió acalorarse más de una vez Act 15,39, aconseja sabiamente: «No os toméis la justicia por vosotros mismos, antes dad lugar a la ira (de Dios); pues escrito está: 'A mí la venganza, yo haré justicia, dice el Señor' Rom 12,19.» La ira no es asunto del hombre, sino de Dios.

1. Es un hecho. Dios se encoleriza. Toda clase de imágenes afluyen bajo la inspiración bíblica, que recoge Isaías: «Arde su cólera, sus labios respiran furor, su lengua es como fuego abrasador. Su aliento como torrente desbordado que sube hasta el cuello... su brazo descarga en el ardor de su ira, en medio de fuego devorador, en tempestad, en aguacero y en granizo... El soplo de Yahveh va a encender como torrente de azufre la paja y la leña acumulados en Tofet» Is 30,27-33. Fuego, soplo, tempestad, torrente. la ira abrasa, se vuelca Ez 20,33, debe beberse en una copa Is 51,17, como un vino embriagador Jer 25,15-38.

El resultado de esta ira es la muerte, con sus auxiliares. David debe escoger entre hambre, derrota o peste 2Sa 24,13ss; otra vez son las plagas Num 17,11, la lepra Num 12,9s, la muerte 1S s 6,19. Esta ira descarga sobre todos los culpables endurecidos; primero sobre Israel, pues está más cerca del Dios santo Ex 19 32 Dt 1,34 Num 25,7-13, sobre la comunidad 2Re 23,26 Jer 21,5 como sobre los individuos; luego también sobre las naciones 1Sa 6,9, pues Yahveh es el Dios de toda la tierra Jer 10,10. Casi no hay un solo documento ni un solo libro que no recuerde esta convicción.

2. Ante el hecho de un Dios animado de una pasión violenta se rebela la razón y quiere purificar a la divinidad de sentimientos que juzga indignos de ella. Así, según una tendencia marginal en la Biblia, pero frecuente en las otras religiones (p.e., las Erinias griegas), Satán viene a ser el agente de la ira de Dios (comp. 1Par 21 y 2Sa 24). Sin embargo, la conciencia bíblica no acogió el misterio indirectamente, mediante la desmitización o el traspaso. Es evidente que la revelación se transmite a través de imágenes poéticas, pero que no son meras metáforas. Dios parece afectado por una verdadera «pasión» que él mismo desencadena, que no calma Is 9,11 y que no se aparta Jer 4,8, o, por el contrario, que se desvía Os 14,5 Jer 18,20, pues Dios «vuelve» a los que vuelven a él 2Par 30,6 Is 63,17. En Dios luchan dos «sentimientos», la ira y la misericordia Is 54,8ss Sal 30,6, los cuales dos significan la afección apasionada de Dios hacia el hombre. Pero se expresan diversamente: mientras que la cólera, reservada finalmente al día postrero, acaba por identificarse con el infierno, el amor misericordioso triunfa para siempre en el cielo, y ya aquí en la tierra en los castigos que invitan al pecador a la conversión. Tal es el misterio, al que Israel se fue acercando poco a poco por caminos variados.

1. Hacia la adoración del Dios santo.

Un primer grupo de textos, los más antiguos, deja aparecer el carácter irracional del hecho. La amenaza de muerte pesa sobre todo el que se acerque inconsideradamente a la santidad de Yahveh Ex 19,9-25 20,18-21 33,20 Jue 13,22; Oza se ve fulminado cuando quiere sostener el arca 2Sa 6,7. Así interpretarán los salmistas las calamidades, la enfermedad, la muerte prematura, el triunfo de los enemigos Sal 88,16 90,7-10 102,9-12 Job. Tras esta actitud, lúcida, ya que toma el mal por lo que es, ingenua, pues atribuye todo mal inexplicable a la ira de Dios concebida como la venganza de un tabú, se oculta una fe profunda en la presencia de Dios en todo acontecimiento, y un auténtico sentimiento de temor ante la santidad de Dios Is 6,5.

2. Ira y pecado.

Según otros textos, el creyente no se contenta con adorar perdidamente la intervención divina que pone en contingencia su existencia, sino que busca su motivo y su sentido. Lejos de atribuirla a algún odio malicioso (la menis griega) o a un capricho celoso (el dios babilónico Enlil), lo cual sería todavía disculparse con otro, Israel reconoce su falta. A veces designa Dios al culpable castigando al pueblo impaciente Num 11,1, o a Miriam la deslenguada Num 12,1-10; a veces la comunidad misma ejecuta la ira divina Ex 32 o echa las suertes para descubrir al pecador, como Akán Jos 7. Si, pues, hay ira de Dios, es que ha habido pecado del hombre. Esta convicción guía al redactor del libro de los Jueces, que escalona la historia de Israel en tres tiempos: apostasía del pueblo, ira de Dios, conversión de Israel.

Así sale Dios justificado del proceso en que le empeñaba el pecador Sal 51,6; entonces descubre el pecador un primer sentido de la cólera divina: los celos intransigentes de un amor santo. Los profetas explican los castigos pasados por la infidelidad del pueblo a la alianza Os 5,10 Is 9,11 Ez 5,13.; las terribles imágenes de Oseas (tiña, caries, león, cazador, oso...: Os 5,12.14 7,12 13,8) quieren mostrar lo serio del amor de Dios; el Santo de Israel no puede tolerar el pecado en el pueblo que ha elegido. También sobre las naciones se volcará la ira en la medida de su soberbia, que les hace traspasar la misión confiada Is 10,5-15 Ez 25,15ss. Si la ira de Dios se cierne sobre el mundo, es que el mundo es pecador. El hombre, asustado por esta ira amenazadora, confiesa su pecado y aguarda la gracia Miq 7,9 Sal 90,7s.

III. LOS TIEMPOS DE LA IRA

Todavía no se ha terminado el itinerario de la conciencia religiosa: el hombre, después de haber pasado de la adoración ciega a la confesión de su pecado, después de haber reconocido la santidad que mata al pecado, debe adorar al amor que vivifica al pecador.

1. Ira y amor.

Dios no se comporta como un humano en las manifestaciones de su ira: Dios domina su pasión. Cierto que algunas veces se desencadena inmediatamente sobre los hebreos, «que tenían todavía carne bajo los dientes» Num 11,33 o sobre Myriam Num 12,9, pero no por eso es impaciencia. Al contrario, Dios es «tardo a la ira» Ex 34,6 Is 48,9 Sal 103,8, y su misericordia está siempre pronta para manifestarse Jer 3,12. «No desencadenaré todo el furor de mi ira, no destruiré del todo a Efraím, porque yo soy Dios, no soy un hombre», se lee en el profeta de las imágenes violentas Os 11,9. Cada vez va percatándose mejor el hombre de que Dios no es un Dios de ira, sino el Dios de la misericordia, Después del castigo ejemplar del exilio dice Dios a su esposa: «Por una hora, por un momento te abandoné, pero en mi gran amor vuelvo a llamarte. Desencadenando mi ira oculté de ti mi rostro; un momento me alejé de ti; pero en mi eterna misericordia me apiadé de ti» Is 54,7s. Y la victoria de esta piedad supone que el siervo fiel ha sido herido de muerte por los pecados del pueblo, convirtiendo en justicia la injusticia misma Is 53,4.8.

2. Liberación de la ira.

Dios, castigando a su tiempo y no bajo el impulso de una impaciencia, manifiesta al hombre el alcance educativo de los castigos causados por su ira Am 4,6-11. Esta ira, anunciada al pecador en un designio de misericordia, no lo paraliza como un espectro fatal, sino lo llama a convertirse al amor Jer 4,4.

Si Dios tiene una intención de amor en el fondo del corazón, Israel puede, pues, suplicar ser liberado de la ira. Los sacrificios, animados por la fe en la justicia divina, no tienen nada de las prácticas de magia, que quisieran conjurar a la divinidad; al igual que las oraciones de intercesión, expresan la convicción de que Dios puede retractar su ira. Moisés intercede por el pueblo infiel Ex 32,11.31s Num 11,1s 14,11s.. o por tal culpable Num 12,13 Dt 9,20. Así también Amós por Israel Am 7,2.5, Jeremías por Judá Jer 14,7ss 18,20, Job por sus amigos Job 42.7s. Con esto disminuyen los efectos de la ira Num 14 Dt 9 o hasta quedan suprimidos Num 11 2Sa 24. Los motivos invocados revelan precisamente que no se ha cortado entre Israel y Dios Ex 32,12 Num 14,15s Sal 74,2: en este diálogo argumenta el hombre con su debilidad Am 7,2.5 Sal 79,8 y recuerda a Dios que él es esencialmente misericordioso y fiel Num 14,18.

3. Ira y castigo.

Al reducir Israel la ira, que extermina al pecador endurecido, a un castigo sufrido con miras a la corrección y a la conversión del pecador, no por eso ha anulado la ira en sentido propio, sino la ha situado en su puesto exacto, que es el día postrero. El día de las tinieblas, de que hablaba Amós Am 5,18ss, se convierte en el «día de la ira» (dies irae, Sof 1,15-2,3), del que nadie podrá escapar, ni los paganos Sal 9,17s 56,8 79,6ss, ni los impíos de la comunidad Sal 7,7 11,5s 28,4 94,2, sino únicamente el hombre piadoso, al que se ha perdonado su pecado Sal 30,6 65,3s 103,3.

Así se ha operado una distinción entre ira e ira. Los castigos de Dios a lo largo de la historia no son propiamente la ira de Dios que extermina para siempre, sino únicamente figuras que la anticipan. A través de ellos, la ira del fin de los tiempos sigue ejerciendo su valor saludable, revelando bajo uno de sus aspectos el amor del Dios santo. Con referencia a esta ira, las visitas de Dios a su pueblo pecador pueden y deben comprenderse como gestos de longanimidad que difieren el ejercicio de la ira definitiva 2Mac 6,12-17. Los autores de apocalipsis comprendieron bien que al tiempo de la gracia definitiva debe preceder un tiempo de la ira: «Anda, pueblo mío, entra en tu casa y cierra las puertas tras de ti; ocúltate por un poco mientras pasa la cólera» Is 26,20 Dan 8,19 11,36.

NT

Desde el mensaje del Precursor Mt 3,7 p hasta las últimas páginas del NT Ap 14,10, el Evangelio de la gracia mantiene la ira de Dios como un dato fundamental de su mensaje. Se renovaría la herejía de Marción si se eliminara la ira para no querer conservar más que un concepto falacioso de «Dios de bondad». Sin embargo, la venida de Jesucristo transforma los datos del AT, realizándolos.

1. De la pasión divina a los efectos de la ira.

El acento se desplaza. Cierto que las imágenes del AT sobreviven todavía: fuego Mt 5,22 1Cor 3,13.15, soplo exterminador 2Tes 1,8 2,8, vino, copa, cuba, trompetas de la ira Ap 14,10.8 16,1ss. Pero estas imágenes no pretenden ya tanto describir psicológicamente la pasión de Dios cuanto revelar sus efectos. Hemos entrado en los últimos tiempos. Juan Bautista anuncia el fuego del juicio Mt 3,12, y Jesús le hace eco en la parábola de los invitados indignos Mt 22,7; también, según él, el enemigo y el infiel serán aniquilados Lc 19,27 12,46, arrojados al fuego inextinguible Mt 13,42 25,41.

2. Jesús encolerizado.

Más terrible que este lenguaje inspirado, más trágica que la experiencia de los profetas aplastados entre el Dios santo y el pueblo pecador, es la reacción de un hombre que es Dios mismo. En Jesús se revela la ira de Dios. Jesús no se conduce como un estoico que no se altera jamás Jn 11,33; impera con violencia a Satán Mt 4,10 16,23, amenaza duramente a los demonios Mc 1,25, se pone fuera de sí ante la astucia diabólica de los hombres Jn 8,44 y especialmente de los fariseos Mt 12,34, de los que matan a los profetas Mt 23,33, de los hipócritas Mt 15,7. Como Yahveh, Jesús se alza encolerizado contra todo el que se alza contra Dios.

Jesús reprende también a los desobedientes Mc 1,43 Mt 9,30, a los discípulos de poca fe Mt 17,17. Sobre todo se irrita contra los que, como el envidioso hermano mayor del pródigo acogido por el Padre de las misericordias Lc 15,28, no se muestran misericordiosos Mc 3,5. Finalmente, Jesús manifiesta la cólera del juez: como el presidente del festín Lc 14,21, como el amo del servidor inexorable Mt 18.34, entrega a la maldición a las ciudades sin arrepentimiento Mt 11,20s, arroja a los vendedores del templo Mt 21,12s, maldice a la higuera estéril Mc 11,21. Como la ira de Dios, tampoco la del cordero es una palabra vana Ap 6,16 Heb 10,31.

1. La justicia y la ira.

Con su venida a la tierra determinó el Señor dos eras en la historia de la salvación. Pablo es el teólogo de esta novedad: Cristo, revelando la justicia de Dios en favor de los creyentes, revela también la ira sobre todo incrédulo. Esta ira, análoga al castigo concreto de que hablaba el AT, es una anticipación de la ira definitiva. Mientras que Juan Bautista fundía en su perspectiva la venida del Mesías a la tierra y su venida al final de los tiempos, tanto que el ministerio de Jesús hubiera debido ser el juicio final, Pablo enseña que Jesús ha inaugurado un tiempo intermedio, durante el cual se revelan plenamente las dos dimensiones de la actividad divina, la justicia y la ira. Pablo mantiene ciertas concepciones del AT, pdr ejemplo, cuando ve en el poder civil un instrumento de Dios «para ejercer la represión vengadora de la cólera divina sobre los malhechores» Rom 13,4, pero se aplica sobre todo a revelar la nueva condición del hombre delante de Dios.

2. De la ira a la misericordia.

Desde los orígenes es el hombre pecador Rom 1,18-32 y merece la muerte 3,20; es por derecho objeto de la ira divina, es «vaso de ira» pronto para la perdición 9,22 Ef 2,3, lo que transpone Juan diciendo: «la cólera de Dios está sobre el incrédulo» Jn 3,36. Si el hombre es así congénitamente pecador, las más santas instituciones divinas han sido pervertidas a su contacto, así la santa ley «produce la ira» Rom 4,15. Pero el designio de Dios es un designio de misericordia, y los vasos de ira, si se convierten, pueden volverse «vasos de misericordia» Rom 9,23; y esto, sea cual fuere su origen, pagano o judío, «pues Dios incluyó a todos en la desobediencia a fin de usar con todos misericordia» 11,32. Como en el AT, Dios no da libre curso a su ira, manifestando así su poder (tolera al pecador), sino también revelando su bondad (invita a la conversión).

1. Jesús y la ira de Dios.

Sin embargo, algo ha cambiado radicalmente con la venida de Cristo. De esta «ira que viene» Mt 3 7 no nos libra ya la ley, sino Jesús Tes 1,10. Dios, que «no nos ha reservado para la ira, sino para la salvación» 1Tes 5,9, nos asegura que «justificados, seremos salvados de la ira» Rom 5,9, y además, que nuestra fe nos ha «salvado» 1Cor 1,18.

En efecto, Jesús ha «quitado el pecado del mundo» Jn 1,29, ha sido hecho «pecado» para que nosotros fuéramos justicia de Dios en él 2Cor 5,21, ha muerto en la cruz, ha sido hecho «maldición» para darnos la bendición Gal 3,13. En Jesús se han encontrado los poderes del amor y de la santidad, tanto que en el momento en que la ira descarga sobre el que había «venido a ser pecado», el amor sale triunfante; el laborioso itinerario del hombre que trata de descubrir el amor tras la ira se acaba y se concentra en el instante en que muere Jesús, anticipando la ira del fin de los tiempos para librar de ella para siempre a quien crea en él.

2. Mientras llega el día de la ira.

La Iglesia, plenamente liberada de la ira, sigue siendo, sin embargo, el lugar de combate con Satán. En efecto, «el diablo, animado de gran furor, ha descendido entre nosotros» Ap 12,21, persiguiendo a la mujer y a su descendencia; por él, las naciones han sido abrevadas con la ira divina 14,8ss. Pero la Iglesia no teme esta parodia de la ira, pues la nueva Babilonia será vencida cuando el rey de reyes venga «a pisar en el lagar el vino de la ardiente ira de Dios» 19,15, asegurando así en el último día la victoria de Dios.

hjg.com.ar - Última actualización: 14-junio-2009
*