Las Moradas Santa Teresa de Jesús
Trata de algunas maneras con que despierta nuestro Señor al alma,
que parece no hay en ellas qué temer, aunque es cosa muy subida.
1. Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos
son los que la hacen tener más alto vuelo.
Pues comencemos ahora a tratar de la manera que se ha con ella el Esposo
y cómo antes que del todo lo sea se lo hace bien desear, por unos
medios tan delicados, que el alma misma no los entiende, ni yo creo
acertaré a decir para que lo entienda, si no fueren las que han pasado
por ello; porque son unos impulsos tan delicados y sutiles, que proceden
de lo muy interior del alma, que no sé comparación que poner
que cuadre.
2. Va bien diferente de todo lo que acá podemos procurar y aun de
los gustos que quedan dichos
[1], que muchas veces estando la misma persona
descuidada y sin tener la memoria en Dios, Su Majestad la despierta, a manera
de una cometa que pasa de presto, o un trueno, aunque no se oye ruido;
[2]
mas entiende muy bien el alma que fue llamada de Dios, y tan entendido, que
algunas veces, en especial a los principios, la hace estremecer y aun quejar,
sin ser cosa que le duele.
Siente ser herida sabrosísimamente, mas
no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser
cosa preciosa y jamás querría ser sana de aquella herida.
Quéjase con palabras de amor, aun exteriores, sin poder hacer otra
cosa, a su Esposo; porque entiende que está presente, mas no se quiere
manifestar de manera que deje gozarse.
Y es harta pena, aunque sabrosa y
dulce; y aunque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría
jamás: mucho más le satisface que el embebecimiento sabroso
que carece de pena, de la oración de quietud.
3. Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta
operación de amor, y no sé cómo. Porque parece cosa
contraria dar a entender el Amado claramente que está con el alma,
y parecer que la llama con una seña tan cierta que no se puede dudar
y un silbo tan penetrativo para entenderle el alma que no le puede dejar
de oír; porque no parece sino que en hablando el Esposo, que está
en la séptima morada, por esta manera que no es habla formada), toda
la gente que está en las otras no se osan bullir, ni sentidos, ni
imaginación, ni potencias.
¡Oh mi poderoso Dios, qué grandes son vuestros secretos, y qué
diferentes las cosas del Espíritu Santo
[3] a cuanto por acá
se puede ver ni entender, pues con ninguna cosa se puede declarar ésta
tan pequeña, para
[4] las muy grandes que obráis con las
almas!
4. Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo
de deseo y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está
con ella su Dios.
Diréisme: pues si esto entiende, ¿qué desea, o qué
le da pena?, ¿qué mayor bien quiere? No lo sé;
sé que parece le llega a las entrañas esta pena, y que, cuando
de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las
lleva tras sí
[5], según el sentimiento de amor siente.
Estaba
pensando ahora si sería que de este fuego del brasero encendido que
es mi Dios, saltaba alguna centella y daba en el alma, de manera que se dejaba
sentir aquel encendido fuego, y como no era aún bastante para quemarla
y él es tan deleitoso, queda con aquella pena y al tocar hace aquella
operación; y paréceme es la mejor comparación que he
acertado a decir.
Porque este dolor sabroso y no es dolor no
está en un ser; aunque a veces dura gran rato, otras de presto se
acaba, como quiere comunicarle el Señor, que no es cosa que se puede
procurar por ninguna vía humana.
Mas aunque está algunas veces
rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante
[6], y por
eso no acaba de abrasar el alma, sino ya que se va a encender, muérese
la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que
le causa.
5. Aquí no hay que pensar si es cosa movida del mismo natural, ni
causada de melancolía, ni tampoco engaño del demonio, ni si
es antojo; porque es cosa que se deja muy bien entender ser este movimiento
de adonde está el Señor, que es inmutable; y las operaciones
no son como de otras devociones, que el mucho embebecimiento del gusto nos
puede hacer dudar.
Aquí están todos los sentidos y potencias
sin ningún embebecimiento, mirando qué podrá ser, sin
estorbar nada ni poder acrecentar aquella pena deleitosa ni quitarla, a mi
parecer.
A quien nuestro Señor hiciere esta merced que, si se la ha hecho,
en leyendo esto lo entenderá), déle muy muchas gracias, que
no tiene que temer si es engaño; tema mucho si ha de ser ingrato a
tan gran merced, y procure esforzarse a servir y a mejorar en todo su vida,
y verá en lo que para y cómo recibe más y más;
aunque a una persona
[7] que esto tuvo pasó algunos años con
ello y con aquella merced estaba bien satisfecha, que si multitud de años
sirviera al Señor con grandes trabajos, quedaba con ella muy bien
pagada. Sea bendito por siempre jamás, amén.
6. Podrá ser que reparéis en cómo más en esto
que en otras cosas hay seguridad A mi parecer por estas razones: la
primera, porque jamás el demonio debe dar pena sabrosa como ésta;
podrá él dar el sabor y el deleite que parezca espiritual;
mas juntar pena, y tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad;
que todos sus poderes están por las adefueras
[8], y sus penas, cuando
él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni con paz,
sino inquietas y con guerra.
La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene
de otra región de las que él puede señorear.
La tercera,
por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario
determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar
muy más determinada a apartarse de los contentos y conversaciones
de la tierra, y otras cosas semejantes.
7. El no ser antojo
[9], está muy claro; porque aunque otras veces
lo procure, no podrá contrahacer aquello. Y es cosa tan notoria, que
en ninguna manera se puede antojar, digo parecer que es, no siendo, ni dudar
de que es; y si alguna
[10] quedare, sepan que no son éstos verdaderos
ímpetus; digo, si dudare en si le tuvo, o si no; porque así
se da a sentir, como a los oídos una gran voz.
Pues ser melancolía,
no lleva camino ninguno, porque la melancolía no hace y fabrica sus
antojos sino en la imaginación; estotro procede de lo interior del
alma.
Ya puede ser que yo me engañe, mas hasta oír otras razones
a quien lo entienda, siempre estaré en esta opinión; y así
sé de una persona harto llena de temor de estos engaños, que
de esta oración jamás le pudo tener
[11].
8. También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar
el alma: que a deshora, estando rezando vocalmente y con descuido de cosa
interior, parece viene una inflamación deleitosa, como si de presto
viniese un olor tan grande que se comunicase por todos los sentidos no digo
que es olor, sino pongo esta comparación) o cosa de esta manera,
sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve
un deseo sabroso de gozar el alma de El, y con esto queda dispuesta para
hacer grandes actos y alabanzas a nuestro Señor.
Su nacimiento de
esta merced es de donde lo que queda dicho; mas aquí
[12] no hay cosa
que dé pena, ni los deseos mismos de gozar a Dios son penosos: esto
es más ordinario sentirlo el alma.
Tampoco me parece que hay aquí
que temer, por algunas razones de las dichas
[13], sino procurar admitir
esta merced con hacimiento de gracias.
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