Artículo 1:
¿Le compete a Cristo, en cuanto hombre, ser cabeza de la
Iglesia?
lat
Objeciones por las que parece que a Cristo, en cuanto hombre, no le
compete ser cabeza de la Iglesia.
1. La cabeza transmite a los miembros el sentido y el movimiento.
Pero el sentido y el movimiento espiritual, por ser obra de la gracia,
no nos son comunicados por Cristo hombre, pues, como dice Agustín en
el libro De Trin., tampoco Cristo en cuanto hombre da el
Espíritu Santo, sino sólo en cuanto es Dios. Luego, en cuanto hombre,
no le compete ser cabeza de la Iglesia.
2. No es propio de la cabeza tener otra cabeza. Ahora bien,
Cristo, en cuanto hombre, tiene a Dios por cabeza, según 1 Cor
11,3: La cabeza de Cristo es Dios. Luego Cristo no es
cabeza.
3. En el hombre, la cabeza es un miembro particular que
recibe la vida del corazón. Cristo, en cambio, es principio universal
de toda la Iglesia. Luego no es cabeza de la misma.
Contra esto: está lo que se dice en Ef 1,22: Le dio por cabeza de
toda la Iglesia.
Respondo: Así como se llama a la Iglesia entera
cuerpo místico por analogía con el cuerpo natural del hombre, que
realiza actos diferentes de acuerdo con la diversidad de miembros,
como enseña el Apóstol en Rom 12,4-5 y 1 Cor 12,12ss, así también se
llama a Cristo cabeza de la Iglesia por semejanza con la cabeza del
hombre. En la cabeza se puede prestar atención a tres cosas, que son:
el orden, la perfección y el poder. El orden, porque la cabeza es la
primera parte del hombre, comenzando por arriba. Y de ahí que se
acostumbre a llamar cabeza a todo principio, según lo que se lee en
Jer 2,20:
En toda cabeza de camino te pusiste un lupanar.
La perfección, porque en la cabeza se encuentran todos los sentidos,
tanto internos como externos, mientras que en los demás miembros sólo
se encuentra el tacto. Y de ahí que en Is 9,14 se diga: El anciano y
el honorable, ése es la cabeza.
El poder, porque de la cabeza, a causa de la fuerza sensitiva y
motiva, que allí reside, se deriva la fuerza y el movimiento de los
demás miembros, y el gobierno de éstos en todos sus actos. Por eso se
llama al gobernante cabeza del pueblo, como se dice en 1 Sam 15,17: Siendo pequeño a tus propios ojos, te has convertido en cabeza de las
tribus de Israel.
Estas tres propiedades competen a Cristo en el campo del espíritu. Lo
primero porque, debido a su proximidad a Dios, su gracia es más
elevada y anterior, aunque no en el orden temporal, porque todos los
otros han recibido la gracia por relación a la suya, según Rom
8,29: A los que de antes conoció, a ésos los predestinó a hacerse
conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. Lo segundo, porque tiene la perfección en
cuanto a la plenitud de todas las gracias, según Jn 1,14: Lo vimos
lleno de gracia y verdad, como antes hemos demostrado (q.7 a.9).
Lo tercero, porque tiene el poder de hacer correr la gracia por todos
los miembros de la Iglesia, como se lee en Jn 1,16: De su plenitud
todos hemos recibido. Y así resulta claro que a Cristo se le puede
llamar con toda razón cabeza de la Iglesia.
A las objeciones:
1. A Cristo, en cuanto Dios, le
compete dar la gracia o el Espíritu Santo por su propia autoridad;
pero en cuanto hombre le compete hacerlo instrumentalmente, ya que su
humanidad fue instrumento de su divinidad. Y de este modo sus
acciones, por virtud de su divinidad, fueron saludables para nosotros,
al causar en nosotros la gracia, tanto por mérito como por una cierta
eficacia. Agustín niega que Cristo, en cuanto hombre, comunique el
Espíritu Santo por su propia autoridad. Pero, instrumental o
ministerialmente, se dice que incluso otros santos comunican el
Espíritu Santo, según Gal 3,5: El que os da el Espíritu Santo,
etc.
2. En las expresiones metafóricas
no es necesario extender la semejanza a todos los elementos, porque de
ese modo no habría analogía, sino identidad. Por
consiguiente, la cabeza natural no tiene otra cabeza, porque el cuerpo
humano no es parte de otro cuerpo. Pero el cuerpo, tomado
analógicamente, es decir, como una multitud ordenada, es parte de otra
multitud, como la sociedad familiar es parte de la sociedad civil. Y
por eso el padre de familia, que es la cabeza de la sociedad
doméstica, tiene sobre sí como cabeza al gobernante de la ciudad. Y,
en este sentido, nada impide que Cristo tenga a Dios por cabeza y, sin
embargo, el propio Cristo sea cabeza de la Iglesia.
3. La cabeza tiene una clara
superioridad sobre los miembros exteriores; pero el corazón tiene
sobre ellos una influencia oculta. Y por este motivo se compara al
Espíritu Santo con el corazón, porque vivifica y une invisiblemente a
la Iglesia; en cambio, Cristo se compara con la cabeza según su
naturaleza visible, por la que, en cuanto hombre, es superior a todos
los hombres.
Artículo 2:
¿Es Cristo cabeza de los hombres en cuanto a los cuerpos?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no es cabeza de los hombres
en cuanto a los cuerpos.
1. Se llama a Cristo cabeza de la Iglesia en cuanto comunica el
sentido espiritual y el movimiento de la gracia a la misma. Pero el
cuerpo no es capaz de ese sentido espiritual ni de ese movimiento.
Luego no es cabeza de los hombres en lo referente a los
cuerpos.
2. Los hombres tenemos unos cuerpos afines con los de los
animales. Por consiguiente, si Cristo fuese cabeza de los hombres en
cuanto a los cuerpos, sería también cabeza de los
animales, cosa que es inadmisible.
3. Cristo recibió su cuerpo de otros hombres, como está
claro en Mt 1 y Lc 3,23ss. Ahora bien, la cabeza es el primero entre
los demás miembros, como queda dicho (
a.1). Luego Cristo no es cabeza
de la Iglesia en lo que se refiere a los cuerpos.
Contra esto: está lo que se dice en Flp 3,21: Transformará el cuerpo
de nuestra humilde condición, conformándolo al cuerpo de su condición
gloriosa.
Respondo: El cuerpo humano guarda un orden
natural respecto del alma racional, que es su propia forma y su motor.
Y del alma, en cuanto forma propia, recibe la vida y las demás
propiedades conformes con el cuerpo humano según su especie. En cuanto
es motor del cuerpo, éste sirve instrumentalmente al
alma.
Así pues, hay que decir que la humanidad de Cristo, en cuanto unida
al Verbo de Dios, al que el cuerpo está unido por medio del alma, como
antes se ha dicho (q.6 a.1), tiene poder de influir. Por lo que toda
la humanidad de Cristo, es decir, por parte del alma y por parte del
cuerpo, influye en los hombres en cuanto al alma y en cuanto al
cuerpo; pero principalmente en cuanto al alma; secundariamente
respecto al cuerpo. Primero influye porque los miembros del cuerpo
se presentan como instrumentos de justicia, como dice el Apóstol
en Rom 6,13. Después, porque la vida gloriosa se deriva del alma al
cuerpo, según Rom 8,11: El que resucitó a Jesús de entre los
muertos, dará vida también a vuestros cuerpos mortales, por virtud de
su Espíritu que habita en vosotros.
A las objeciones:
1. El sentido espiritual de la
gracia no llega al cuerpo primaria y principalmente, sino de manera
secundaria e instrumental, como queda dicho (en la
exposición).
2. El cuerpo del animal no tiene
ninguna disposición respecto del alma racional. Y por eso no es el
mismo caso.
3. Aunque Cristo recibiese de otros
hombres la materia de su cuerpo, sin embargo, todos los hombres han
recibido de él la vida inmortal del cuerpo, según 1 Cor 15,22: Así
como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos
vivificados.
Artículo 3:
¿Es Cristo cabeza de todos los hombres?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no es cabeza de todos los
hombres.
1. La cabeza sólo se relaciona con los miembros de su cuerpo. Pero
los infieles no son en modo alguno miembros de la Iglesia, que es
el cuerpo de Cristo, como se dice en Ef 1,23. Luego Cristo no es
cabeza de todos los hombres.
2. El Apóstol dice en Ef 5,25.27 que Cristo se entregó
por la Iglesia, para presentársela a sí mismo gloriosa, sin mancha o
arruga o cosa semejante. Pero hay muchos, incluso fieles, en los
que se encuentra la mancha o la arruga del pecado. Luego Cristo ni
siquiera será cabeza de todos los fieles.
3. Los sacramentos del Antiguo Testamento se comparan con
Cristo como la sombra con el cuerpo, como se escribe en
Col 2,17. Ahora bien, los Padres del Antiguo Testamento rendían culto
a Dios por medio de tales sacramentos en su tiempo, como se lee en Heb
8,5: Sirven a un ejemplar y sombra de las realidades
celestiales. Por consiguiente, no pertenecían al cuerpo de Cristo.
Y, en consecuencia, Cristo no es cabeza de todos los
hombres.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Tim 4,10: Es salvador de todos,
y en grado sumo de los fieles. Y en 1 Jn 2,2 se lee: El es la
propiciación por nuestros pecados;y no sólo por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo. Ahora bien, salvar a los
hombres, o ser propiciador por sus pecados, compete a Cristo en cuanto
que es cabeza. Luego Cristo es cabeza de todos los
hombres.
Respondo: La diferencia entre el cuerpo natural
del hombre y el cuerpo místico de la Iglesia está en que los miembros
del cuerpo humano existen todos a la vez, mientras que los del cuerpo
místico no coexisten todos: ni en el orden de la naturaleza, porque el
cuerpo de la Iglesia está constituido por los hombres que han existido
desde el principio hasta el fin del mundo; ni tampoco en cuanto al
orden de la gracia, porque, entre los que viven en una misma época,
unos carecen de la gracia, habiendo de poseerla más tarde, mientras
que otros la tienen. Así pues, se consideran como miembros del cuerpo
místico no sólo los que lo son en acto, sino también los que lo son en
potencia. De éstos, algunos nunca serán miembros en
acto; otros, en cambio, lo serán en algún tiempo, de acuerdo con un
triple grado: primero, por la fe; segundo, por la caridad en esta
vida; tercero, por la bienaventuranza en el cielo.
Así pues, hay que sostener que, teniendo en cuenta todas las épocas
del mundo de forma global, Cristo es cabeza de todos los hombres, pero
en diversos grados. En primer lugar y principalmente, es cabeza de los
que están unidos a él en acto por la gloria. En segundo lugar, de
aquellos que le están unidos en acto por la caridad. En tercer lugar,
de aquellos que le están vinculados por la fe. En cuarto lugar, de
aquellos que están unidos a él sólo en potencia todavía no
actualizada, pero que se convertirá en acto de acuerdo con la divina
predestinación. Por último, es cabeza de aquellos que le están unidos
en potencia que nunca se convertirá en acto; tal acontece con los
hombres que, viviendo en este mundo, no están predestinados. Estos,
una vez que salen de este mundo, dejan totalmente de ser miembros de
Cristo, porque ya no están en potencia para unirse a
Cristo.
A las objeciones:
1. Los infieles, aunque no
pertenezcan en acto a la Iglesia, sí pertenecen en potencia. Tal
potencia se apoya en dos motivos: primero y principal, el poder de
Cristo, que es suficiente para salvar a todo el género humano;
segundo, el libre albedrío.
2. La Iglesia gloriosa, sin
mancha ni arruga, es el último fin al que somos conducidos por la
pasión de Cristo. De ahí que esto será realidad en la patria
celestial, pero no en esta vida, durante la cual, si dijésemos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, como se
escribe en 1 Jn 1,8. Hay, sin embargo, algunos pecados, los mortales,
de los que carecen los que son miembros de Cristo por la unión actual
de la caridad. En cambio, los que son esclavos de tales pecados no son
miembros de Cristo en acto, sino en potencia; a no ser, quizá, de una
manera imperfecta, mediante la fe informe, que une a Cristo de un modo
relativo y no absoluto, es a saber, para que el hombre consiga la vida
de la gracia por medio de Cristo; porque la fe sin obras es una fe
muerta, como se dice en Sant 2,20. Sin embargo, los miembros de
esta clase reciben de Cristo una cierta influencia vital, que consiste
en creer; como si un miembro paralizado es movido un tanto por el
hombre.
3. Los Santos Padres no se
apoyaban en los sacramentos legales como en realidades, sino como en
imágenes y sombras de lo que había de venir. Ahora bien, uno mismo es
el movimiento hacia la imagen en cuanto imagen, y el movimiento hacia
la realidad, como es claro por el Filósofo en De memoria et
reminiscentia. Y por eso los Padres antiguos, guardando los
sacramentos legales, eran conducidos hacia Cristo por la misma fe y
caridad por las que lo somos nosotros. Y así los Padres antiguos
pertenecían al mismo cuerpo de la Iglesia a que pertenecemos
nosotros.
Artículo 4:
Cristo en cuanto hombre, ¿es cabeza de los ángeles?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo, en cuanto hombre, no es
cabeza de los ángeles.
1. La cabeza y los miembros son de la misma naturaleza. En cambio,
Cristo, en cuanto hombre, no coincide en la naturaleza con los
ángeles, sino sólo con los hombres, porque, como se dice en Heb
2,16: No tomó la naturaleza angélica, sino la raza de Abrahán. Luego Cristo, en cuanto hombre, no es cabeza de los
ángeles.
2. Cristo es cabeza de los que pertenecen a la Iglesia, que es su cuerpo, como se lee en Ef 1,23. Pero los ángeles no
pertenecen a la Iglesia, pues ésta es la comunidad de los fieles, y la
fe no se da en los ángeles, pues éstos no caminan
en la fe, sino en la visión; de otro modo, estarían
alejados del Señor, como arguye el Apóstol en 2 Cor 5,6-7. Luego
Cristo, en cuanto hombre, no es cabeza de los ángeles.
3. Dice Agustín, en loann., que así
como el Verbo, que desde el principio estaba en Dios, vivifica
las almas, así también el Verbo hecho carne vivifica los
cuerpos, de los que carecen los ángeles. Ahora bien, el Verbo hecho
carne es Cristo en cuanto hombre. Luego Cristo, en cuanto hombre,
no influye vitalmente en los ángeles. Y así, en cuanto hombre, no es
cabeza de los ángeles.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Col 2,10: Es la cabeza de
todo principado y potestad. Y otro tanto acontece respecto de las
otras jerarquías angélicas. Luego Cristo es cabeza de los
ángeles.
Respondo: Como queda explicado (
a.1 ad 2),
donde hay un solo cuerpo es necesario que haya una sola cabeza. Por
analogía se llama cuerpo a una multitud ordenada en unidad según
diversas actividades o funciones. Pero es manifiesto que los hombres y
los ángeles se ordenan a un mismo fin, que es la gloria de la
bienaventuranza divina. Por eso el cuerpo místico de la Iglesia está
compuesto no sólo por los hombres, sino también por los ángeles.
Cristo es la cabeza de toda esta multitud, porque está más cerca de
Dios y participa de sus dones de modo más perfecto no sólo que los
hombres, sino también que los ángeles; y de él reciben influencia
tanto los hombres como los ángeles. En Ef 1,20-22 se dice que Dios
Padre
le sentó, a Cristo,
a su derecha en los cielos, sobre
todo principado y potestad, poder y dominación y de todo cuanto tiene
nombre, no sólo en este mundo, sino también en el venidero, y todo lo
puso bajo sus pies. Y, por tanto, Cristo es cabeza no sólo de los
hombres, sino también de los ángeles. Por eso se lee en Mt 4,11 que
se acercaron los ángeles y le servían.
A las objeciones:
1. La influencia de Cristo sobre
los hombres se ejerce principalmente en cuanto a sus almas, por las
que los hombres son iguales a los ángeles en la naturaleza genérica,
aunque no lo sean en la específica. Y, en virtud de esta semejanza,
Cristo puede llamarse cabeza de los ángeles, aunque falte la semejanza
en cuanto a los cuerpos.
2. La Iglesia en su fase terrena
es la comunidad de los fieles; pero en su fase celeste es la comunidad
de los bienaventurados. Pero Cristo no fue sólo viador, sino también
bienaventurado. Y, por eso, es cabeza no sólo de los viadores, sino
también de los bienaventurados, porque posee en grado plenísimo la
gracia y la gloria.
3. Agustín, en el texto aducido,
habla de una cierta semejanza de la causa con el efecto, a saber, en
cuanto las cosas corporales actúan sobre los cuerpos, y las cosas
espirituales lo hacen sobre los seres espirituales. Sin embargo, la
humanidad de Cristo, en virtud de su naturaleza espiritual divina,
puede actuar no sólo sobre las almas de los hombres, sino también
sobre los espíritus angélicos, debido a su íntima unión con Dios, es
decir, a su unión personal con El.
Artículo 5:
La gracia de Cristo en cuanto cabeza de la Iglesia, ¿es la misma que
él tiene en cuanto hombre particular?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia de Cristo en cuanto
cabeza de la Iglesia no es la misma que le compete en cuanto hombre
particular.
1. El Apóstol escribe en Rom 5,15: Si por el pecado de uno solo
murieron muchos, mucho más ha abundado la gracia de Dios y su don en
beneficio de muchos por la gracia de un solo hombre, Jesucristo.
Pero uno es el pecado actual del propio Adán, y otro distinto el
pecado original, que transmitió a sus descendientes. Luego una es la
gracia personal propia de Cristo, y otra distinta la gracia que le
compete en cuanto cabeza de la Iglesia, que de él desciende a los
demás.
2. Los hábitos se distinguen según los actos. Ahora bien, en
Cristo, su gracia personal se ordena a un acto, que es el de la
santificación de su propia alma; y a otro acto distinto, que es el de
la santificación de los demás, se ordena su gracia capital. Luego una
es la gracia personal de Cristo, y otra distinta su gracia
capital.
3. Como antes se dijo (
q.7 intr), en Cristo hay tres
gracias distintas: la gracia de unión, la gracia capital y la gracia
personal. Pero la gracia personal de Cristo es distinta de la gracia
de unión. Luego también es distinta de la gracia capital.
Contra esto: está lo que se lee en Jn 1,16:
De su plenitud todos
hemos recibido. Pero Cristo es nuestra cabeza según lo que hemos
recibido de él. Por tanto, es nuestra cabeza en cuanto posee la
plenitud de gracia. Y tuvo la plenitud de gracia, porque la gracia
personal fue perfecta en él, como antes se explicó (
q.7 a.9). Luego es
nuestra cabeza en virtud de su gracia personal. Y, de esta manera, su
gracia capital no es distinta de su gracia personal.
Respondo: Cada ser obra en cuanto es ser en
acto. Y, por tanto, es necesario que sea una misma realidad lo que
permite a un ser estar en acto y, a la vez, obrar; así, es una misma
cosa el calor que hace al fuego caliente y le da virtud para calentar.
Sin embargo, no todo acto por el que un ser es actualizado es
suficiente para que se convierta en principio de acción sobre otros
seres; pues, como dicen Agustín, en el libro XII
De Genesi ad
Litt., y el Filósofo, en el III
De
anima,
por ser el agente superior al
paciente, es necesario que el que actúa sobre otros seres esté él
mismo actualizado de una manera eminente. Y ya hemos dicho antes (
q.7 a.9 y
10) que el alma de Cristo tuvo la gracia en grado sumo. De ahí
que, por la eminencia de la gracia que recibió, le competa hacer
llegar tal gracia a los demás. Esto es propio de la cabeza. Y por eso
la gracia personal que justifica el alma de Cristo es esencialmente la
misma gracia que le convierte en cabeza de la Iglesia, justificando
así a los demás. Sin embargo, media entre las dos una diferencia
conceptual.
A las objeciones:
1. En Adán el pecado original, que
es un pecado de naturaleza, se derivó de un pecado actual suyo, que se
convierte en pecado personal, porque en él la persona corrompió a la
naturaleza; por medio de tal corrupción, el pecado del primer hombre
pasó a sus descendientes, de modo que la naturaleza corrompida
corrompe a la persona. Ahora bien, la gracia no pasa de Cristo a
nosotros por medio de la naturaleza humana, sino exclusivamente por la
acción personal del propio Cristo. Por eso no es preciso distinguir en
Cristo una doble gracia, correspondiendo una a la naturaleza y otra a
la persona, como se distingue en Adán el pecado de la naturaleza y el
pecado de la persona.
2. Los actos diversos, de los que
uno es motivo y causa del otro, no diversifican el hábito. Ahora bien,
el acto de la gracia personal, que consiste en hacer formalmente santo
a quien la tiene, es la causa de la justificación de los demás,
justificación que pertenece a la gracia capital. Y de ahí que no se
diversifique la esencia del hábito por una diferencia de esta
naturaleza.
3. Tanto la gracia personal como
la gracia capital se ordenan al acto; en cambio, la gracia de unión no
se ordena al acto, sino al ser personal. Y por eso la gracia personal
y la gracia capital coinciden en la esencia del hábito; cosa que no
sucede con la gracia de unión. Sin embargo, la gracia personal pudiera
llamarse en cierto modo gracia de unión, en cuanto que suscita una
cierta conveniencia para la unión. Y, en este sentido, son
esencialmente idénticas la gracia de unión, la gracia capital y la
gracia personal, de modo que sólo conceptualmente son
distintas.
Artículo 6:
El ser cabeza de la Iglesia, ¿es propio de Cristo?
lat
Objeciones por las que parece que ser cabeza de la Iglesia no es
propio de Cristo.
1. En 1 Sam 15,17 se lee: Siendo pequeño a tus propios ojos, has
venido a ser cabeza de las tribus de Israel. Pero la Iglesia del
Nuevo y del Antiguo Testamento es una sola. Luego parece que, por ese
mismo motivo, otro hombre distinto de Cristo puede ser cabeza de la
Iglesia.
2. Se llama a Cristo cabeza de la Iglesia porque comunica la
gracia a los miembros de la misma. Ahora bien, también a otros compete
comunicar la gracia a los demás, de acuerdo con lo que se escribe en
Ef 4,29: No salga de vuestra boca palabra mala,
sino buena, si la hay, para edificación de la fe, para que comunique
gracia a los oyentes. Luego parece que el ser cabeza de la Iglesia
compete a otros, además de Cristo.
3. Cristo, por tener la presidencia de la Iglesia, no sólo
es llamado cabeza, sino también pastor (Jn 10,11.14) y
fundamento (1 Cor 3,11) de la Iglesia. Pero Cristo no reservó
para sí solo el nombre de pastor, según las palabras de 1 Pe 5,4:
Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona
inmarcesible de la gloria. Ni tampoco retuvo para sí el nombre de
fundamento, conforme a Ap 21,14: El muro de la ciudad tiene doce
fundamentos. Parece, por consiguiente, que tampoco se reservó para
sí solo el nombre de cabeza.
Contra esto: está lo que leemos en Col 2,19: El es la cabeza de la
Iglesia, de la cual el cuerpo, alimentado y edificado mediante los
nervios y las coyunturas, crece con el aumento de Dios. Pero esto
sólo compete a Cristo. Luego solamente Cristo es cabeza de la
Iglesia.
Respondo: La cabeza influye en los otros
miembros de dos maneras: una, por un influjo intrínseco, en cuanto que
de ella se deriva a los demás miembros la virtud motriz y sensitiva.
Otra, mediante un cierto gobierno exterior, en cuanto que el hombre se
orienta en sus actos externos por la vista y los demás sentidos que se
asientan en la cabeza. El fluido interior de la gracia sólo proviene
de Cristo, cuya humanidad, por estar unida a la divinidad, tiene el
poder de justificar. En cambio, el influjo sobre los miembros de la
Iglesia en lo que se refiere al gobierno exterior puede ser compartido
por otros. Y, en este sentido, pueden llamarse otros cabezas de la
Iglesia, en conformidad con Am 6,1: Los príncipes son cabezas de
los pueblos. Pero lo son de modo distinto de la manera en que lo
es Cristo. Primero, porque Cristo es cabeza de todos los que
pertenecen a la Iglesia en todo lugar, tiempo y estado; mientras que
los otros hombres reciben el título de cabezas en determinados
lugares, como sucede con los obispos respecto de sus iglesias; o
también durante cierto tiempo, como es el Papa cabeza de la Iglesia
entera durante su pontificado; y según un estado concreto, a saber,
mientras viven en la tierra. Segundo, porque Cristo es cabeza de la
Iglesia por su propio poder y por su propia autoridad, mientras que
los otros son llamados cabezas en cuanto hacen las veces de Cristo,
según 2 Cor 2,10: Pues también yo, lo que perdoné, si algo perdoné,
por amor vuestro lo hice, en la persona de Cristo. Y en 2 Cor 5,20
se lee: Somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por
medio de nosotros.
A las objeciones:
1. En el texto aducido, la cabeza
se entiende del gobierno exterior, en cuanto que el rey es llamado
cabeza de su reino.
2. El hombre no da la gracia
mediante un influjo interior, sino exteriormente, persuadiendo hacia
el mundo de la gracia.
3. Como escribe Agustín, In
loann., si los gobernantes de la Iglesia son pastores,
¿cómo hay un solo pastor si no es porque todos ellos son miembros de
un solo pastor? Y, análogamente, otros pueden ser llamados
fundamentos y cabezas en cuanto que son miembros de una sola cabeza y
de un único fundamento. Y sin embargo, como añade Agustín en el mismo
lugar, concedió a sus miembros el oficio de pastor,
pero ninguno de nosotros se llama puerta, porque esto lo reservó
exclusivamente para sí mismo. Y esto porque en la puerta va
incluida la autoridad principal, al ser la puerta el lugar por donde
todos entran en la casa; y sólo el propio Cristo es por quien
tenemos acceso a la gracia en que nos mantenemos (Rom 5,2). Los
otros nombres citados pueden incluir no sólo la autoridad principal,
sino también la secundaria.
Artículo 7:
¿Es el diablo cabeza de los malos?
lat
Objeciones por las que parece que el diablo no es cabeza de los
malos.
1. Es propio de la cabeza comunicar el sentido y el movimiento a los
demás miembros, como dice una Glosa
sobre la frase Le puso por cabeza, etc. (Ef 1,22). Pero el
diablo no tiene poder para comunicar la malicia del pecado, que
procede de la voluntad del que peca. Luego el diablo no puede
denominarse cabeza de los malos.
2. Todo pecado hace malo al hombre. Pero no todos los
pecados provienen del diablo. Esto es manifiesto respecto a los
pecados de los demonios, que no pecaron por persuasión de otro ser. Y,
de modo semejante, tampoco todos los pecados de los hombres proceden
del diablo, pues en el libro De ecclesiasticis dogmatibus se dice: No todos nuestros malos pensamientos se originan por instigación del demonio, sino que, a veces, surgen por un movimiento de nuestra propia libertad. Luego el diablo no es cabeza de todos los malos.
3. Un solo cuerpo está presidido por una sola cabeza. Pero
toda la multitud de los malos no parece tener una realidad que les una porque acontece que un mal es contrarío a otro, por originarse de
diversos defectos, como dice Dionisio, en el capítulo 4 del De
Div. Nom.. Luego el diablo no puede llamarse
cabeza de los malos.
Contra esto: está lo que sobre Job 18,17: Desaparezca de la tierra su
memoria, dice la Glosa: De cada uno de
los inicuos se dice que retorne a la cabeza, es decir, al
diablo.
Respondo: Como acabamos de explicar (
a.6), la
cabeza no influye en los miembros sólo interiormente, sino que también
los gobierna externamente, dirigiendo sus actos hacia un fin. Así
pues, alguien puede llamarse cabeza de una multitud o en ambos
sentidos, a saber, por el influjo interior y el gobierno exterior, y
así es Cristo cabeza de la Iglesia, como queda dicho (
a.6), o sólo por
el gobierno exterior, y en este aspecto, cualquier príncipe o prelado
es cabeza de la multitud que le está sometida. Y en este último
sentido se llama al diablo cabeza de todos los malos, pues se dice en
Job 41,25 que él
es el rey de todos los hijos de la
soberbia.
Ahora bien, es propio del gobernante conducir al fin a los gobernados
por él. Y el fin del demonio es apartar de Dios a la criatura
racional; por eso intentó desde el principio apartar al hombre de la
obediencia al precepto divino (Gen 3). Pero tal separación de Dios
tiene razón de fin en cuanto que se apetece bajo pretexto de libertad,
de acuerdo con las palabras de Jer 2,20: Desde antiguo quebrantaste
el yugo, rompiste las coyundas; dijiste: no serviré. Por
consiguiente, en cuanto que algunos son arrastrados a ese fin cuando
pecan, caen bajo el régimen y el gobierno del diablo. Y por este
motivo se le llama cabeza de los mismos.
A las objeciones:
1. Aunque el diablo no influye
interiormente en el alma racional, induce sin embargo al mal por medio
de la sugestión.
2. El gobernante no siempre
inspira a cada uno la obediencia a su voluntad, sino que a todos les
propone una señal de la misma, a cuyo seguimiento unos acceden
impelidos, otros espontáneamente, como es claro con el jefe de un
ejército, cuya bandera siguen los soldados sin que nadie les persuada
a hacerlo. Así pues, el primer pecado del demonio, que peca desde
el principio (1 Jn 3,8), fue propuesto a todos para que lo
siguieran: unos lo imitan por sugestión del mismo diablo, otros por
propia voluntad, sin sugestión de ninguna clase. Y, de esta manera, es
el diablo cabeza de todos los malos, porque le imitan, según Sab
2,24-25: Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo;y le
imitan los que están de su parte.
3. Todos los pecados coinciden en
ser una separación de Dios, aunque difieran entre sí de acuerdo con la
conversión a diversos bienes mudables.
Artículo 8:
¿Es el Anticristo cabeza de los malos?
lat
Objeciones por las que parece que el Anticristo no es cabeza de los
malos.
1. Un solo cuerpo no tiene varias cabezas. Pero el diablo es cabeza
de la muchedumbre de los malos. Luego el Anticristo no es cabeza de
los mismos.
2. El Anticristo es un miembro del diablo. Pero la cabeza se
distingue de los miembros. Por consiguiente, el Anticristo no es la
cabeza de los malos.
3. La cabeza influye en los miembros. Ahora bien, el
Anticristo no tiene influencia alguna en los hombres malos que le
precedieron. Luego el Anticristo no es la cabeza de los
malos.
Contra esto: está que la Glosa, comentando el pasaje de Job
21,29: preguntad a cualquiera de los caminantes, dice: Mientras hablaba del cuerpo de todos los malos, de improviso se pone a
hablar de la cabeza de todos los malos, del Anticristo.
Respondo: Como acabamos de exponer (
a.1), en la
cabeza natural tienen su asiento tres realidades, a saber: el orden,
la perfección y el poder de influencia. Por lo que se refiere al orden
temporal, no se dice que el Anticristo sea cabeza de los malos, como
si su pecado hubiera sido anterior a éstos, tal como les precedió el
pecado del diablo.
Análogamente, tampoco se dice que sea cabeza de los malos por el
poder de influencia. Dado que haya de atraer hacia el mal a algunos de
sus contemporáneos por incitación externa, sin embargo no indujo al
mal a los que vivieron antes que él y no imitaron su malicia. Por eso,
en este aspecto, no podría llamarse cabeza de todos los malos, sino de
algunos.
Así pues, resta llamarle cabeza de todos los malos por la perfección
de su malicia. Por este motivo, comentando 2 Tes 2,4: presentándose
como si fuera Dios, dice la Glosa: Así
como en Cristo habitó toda la plenitud de la divinidad, así también
habitó en el Anticristo la plenitud de toda malicia. No
ciertamente porque su humanidad haya sido asumida por el diablo en
unidad de persona, como lo fue la humanidad de Cristo por el Hijo de
Dios, sino porque el demonio le transmite su malicia, inspirándole en
grado más eminente que a todos los demás. Y, en este sentido, todos
los otros malos que le han precedido son como cierta figura del
Anticristo, según las palabras de 2 Tes 2,7: El misterio de la
iniquidad está ya en acción.
A las objeciones:
1. El diablo y el Anticristo no son
dos cabezas, sino una sola, porque se dice que el Anticristo es cabeza
en cuanto que en él está perfectísimamente impresa la malicia del
demonio. Por eso, comentando 2 Tes 2,4: manifestándose como si
fuese Dios, dice la Glosa: En él estará
la cabeza de todos los malos, es decir, el diablo, que es el rey de
todos los hijos de la soberbia. Pero no se dice que se halle en él
mediante unión personal, ni por inhabitación interior, porque sólo
la Trinidad es capaz de penetrar en el alma, como se dice en el
libro De ecclesiasticis dogmatibus. Se halla en
él como efecto de su malicia.
2. Así como
Dios es cabeza de
Cristo (1 Cor 11,3), y sin embargo
éste es cabeza de la
Iglesia (Col 1,18), como antes se ha explicado (
a.1 ad 2), así
también el Anticristo es miembro del diablo y, no obstante, es
asimismo cabeza de los malos.
3. Se llama al Anticristo cabeza
de todos los malos, no por una analogía de influencia, sino por una
semejanza de perfección. En él viene el diablo como a llevar al culmen
su propia malicia, al modo en que se dice que uno ha llevado su
propósito a la cima cuando lo ha ejecutado totalmente.