Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu, para que fuese tentado por el diablo, y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. (vv. 1-2)
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
Después que Jesús fue bautizado por San Juan en agua, fue llevado por el Espíritu al desierto, para que allí fuese bautizado con el fuego de la tentación. De donde se dice que entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu. Fue entonces cuando el Padre clamó desde el cielo: Este es mi hijo muy amado.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 13,1
Cualquiera que seas, por grandes que sean las tentaciones que sufras después del bautismo, no te turbes por ello, más bien permanece firme. Pues has recibido las armas para combatir, no para estar ocioso. Y esa es la razón por la que Dios no te exceptúa de las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres mucho más fuerte. Segundo, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos. Tercero, para que el demonio que acaso duda si realmente lo has abandonado, por la prueba de las tentaciones, puede tener seguridad de que te has apartado de él. Cuarto, la resistencia te hace más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto, las tentaciones te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Pues, si no hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor y altura, no te tentaría.
San Hilario,
in Matthaeum, 3
En los santificados se ceban más las tentaciones del diablo porque la victoria sobre los santos le es mucho más grata.
San Gregorio Magno,
homiliae in Evangelia, 16,1
Algunos suelen dudar por qué espíritu fue llevado Jesús al desierto. Por ello se añade: lo llevó el diablo a la santa ciudad. Pero verdaderamente y sin vacilación alguna se entiende por todos y se cree que fue llevado por el Espíritu Santo, para que su Espíritu lo llevase a aquel lugar, en donde el espíritu maligno habría de tentarlo.
San Agustín,
de Trinitate, 4,13
¿Por qué se ofreció a ser tentado? Para constituirse en mediador que venciese las tentaciones, no sólo con su auxilio, sino con su ejemplo.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
Fue llevado por el Espíritu Santo, no como precepto del mayor al menor. No se dice que es llevado solamente, quien es llevado por la potestad de otro, sino también aquel que se complace en la exhortación racional de alguien. Como está escrito de San Andrés, que encontró a Simón su hermano y lo llevó a Jesús.
San Jerónimo
Fue llevado, no obligado, ni cautivo, sino por el deseo de combatir.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
El diablo busca a los hombres para tentarlos, pero como el demonio no podía ir contra el Señor, Este fue a buscarlo. Por ello se dice: que fue para ser tentado.
San Gregorio Magno,
homiliae in Evangelia, 16,1
Pero sépase que la tentación se hace de tres maneras: por sugestiones, por delectaciones y por consentimiento. Cuando nosotros somos tentados, empezamos por la sugestión, cayendo después en la delectación y en el consentimiento, pues obramos según las tendencias del pecado, propagado con la naturaleza, y por ello sufrimos las tentaciones. Pero Dios que se había encarnado en las entrañas de una Virgen, había venido al mundo sin pecado; por ello, ninguna lucha debía sentir en sí. Pudo ser tentado por sugestión, pero la delectación no pudo ofender su inteligencia y por ello, aquella tentación del diablo fue exterior y no afectó al interior.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 13,1
Cuanto mayor es la soledad más tienta el diablo. Por ello tentó a la primera mujer cuando estuvo sola, sin su marido. De donde se le dio ocasión al demonio para que tentase. Por ello fue conducido al desierto.
La glosa
Este desierto está entre Jerusalén y Jericó, en donde habitaban los ladrones, cuyo lugar se llama Dammaín, esto es, de la sangre, por el derramamiento de sangre que con tanta frecuencia hacían allí los ladrones. Es ahí donde aquel hombre que venía de Jerusalén a Jericó, se dice que cayó en poder de los ladrones, representando a Adán, que había caído en poder de los demonios. Era conveniente, pues, que Cristo venciese al demonio, en el sitio en que el demonio había vencido al primer hombre, bajo la figura de la serpiente.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
No sólo Jesucristo fue llevado por el Espíritu al desierto, sino que también lo son todos los hijos de Dios que tienen el Espíritu Santo. No se contentan con vivir ociosos, sino que el Espíritu Santo los insta para que emprendan alguna gran obra, lo cual equivale a ir al desierto a buscar al demonio, porque no hay injusticia allí, donde el diablo no se complace. Todo el bien existe fuera de la carne y fuera del mundo, porque el bien es superior a la carne y al mundo. Todos los hijos de Dios salen, pues, a tal desierto para ser tentados; por ejemplo: si te has propuesto no casarte, te lleva el Espíritu al desierto, esto es, más allá de los límites de la carne y del mundo, para que seas tentado por la concupiscencia de la carne. ¿Cómo puede ser tentado por la lujuria, el que todo el día está con su mujer? Pero debemos saber, que los verdaderos hijos de Dios, no son tentados por el demonio si no salen al desierto. Pero, los hijos del diablo, en la carne y en el mundo, son tentados y obedecen o consienten en la tentación. Así como el hombre de bien no fornica, sino que vive contento con su esposa, así el malo, aunque tenga su mujer, no se contenta con ella; esto se constata por regla general. Los hijos del diablo no salen a buscarlo para que los tiente; ¿qué necesidad tiene de salir a la pelea, quien no desea vencer? Los que son verdaderos hijos de Dios, salen más allá de los límites de la carne a combatir contra el demonio, porque arden en deseos de obtener la victoria. Por ello Jesús salió a buscar al diablo, para ser tentado por él.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 13,1
Para que conozcas cuán útil y bueno es el ayuno y qué clase de escudo es contra el diablo y por qué después del bautismo conviene ayunar y no vivir sujetos a apetitos inmoderados, quiso ayunar Jesús, no porque El lo necesitase, sino para enseñarnos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
Y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, para expresar la medida de nuestros ayunos. De donde se sigue que, habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 13,2
No ayunó más de lo que habían ayunado Moisés y Elías, para que no se creyese imposible que había tomado carne.
San Gregorio Magno,
homiliae in Evangelia, 16,5
El autor de todas las cosas no tomó comida alguna en cuarenta días. Nosotros también mortificamos nuestra carne, cuanto podemos por medio de la abstinencia, en el espacio de cuarenta días. Se conserva el Números cuadragésimo, porque se conserva la virtud del Decálogo, por los cuatro libros del Santo Evangelio. El Números diez, multiplicado por cuatro, da el Números cuarenta. O de otro modo, en el cuerpo contamos cuatro elementos, en los cuales podemos obedecer los preceptos del Decálogo, puesto que el Decálogo acepta la sumisión de los cuatro. Los que por los apetitos de la carne despreciamos los mandatos del Decálogo, es muy justo que mortifiquemos la carne, cuatro veces diez. También, así como en la ley se nos ordena dar a Dios la décima parte de los frutos, así debemos ofrecerle la décima parte de los días de cada año. Seis semanas transcurren desde el primer domingo de cuaresma, hasta las alegrías del tiempo pascual, cuyos días son cuarenta y dos: de los cuales, quitando los seis domingos de abstinencia, quedan treinta y seis. El año consta de trescientos sesenta y cinco días; y nosotros nos mortificamos en el espacio de treinta y seis días, que constituyen la décima parte del año, que es lo que ofrecemos como décimas al Señor.
San Agustín,
de diversis quaestionibus octoginta tribus liber, q. 81
O de otro modo: toda la sabiduría consiste en conocer al Creador y a la creatura. El Creador es la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La creatura, es en parte invisible como el alma, que consta de tres potencias (se nos manda amar a Dios de tres maneras: con todo el corazón, con toda el alma y con toda la inteligencia) y parte visible como es el cuerpo. A éste debemos también el Números cuatro, por el frío y el calor, la sequedad y la humedad. El Números diez, que forma toda la ley, multiplicado por cuatro (esto es, es el Números que corresponde al cuerpo, multiplicado, porque el cuerpo ejerce sus funciones de cuatro modos), se forma el Números cuarenta, cuyas partes iguales que son diez, si se añade una de ellas, forma el Números cincuenta. Los números uno, dos, cuatro, cinco, ocho, diez y veinte, que son partes iguales del Números cuarenta, unidos, forman el Números cincuenta: y por ello, el tiempo que nos mortificamos y nos afligimos, se fija en el Números cuarenta. Además el estado de eterna felicidad, en el que habrá alegría, se prefigura en la celebración de la Quincuagésima, desde la Pascua hasta Pentecostés.
San Agustín,
sermones, 210,3
Y porque Jesús ayunó inmediatamente después del bautismo, no debe entenderse que el precepto del ayuno obliga inmediatamente después del bautismo, para que sea necesario ayunar a continuación, como lo hizo Jesucristo, sino que debe ayunarse cuando somos atacados por el tentador, para que el cuerpo pague su malicia con el castigo y el alma consiga su victoria por la humillación.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 5
Sabía el Señor las intenciones del demonio cuando se proponía tentarle. El demonio sabía que Cristo había nacido en el mundo, según la predicación de los ángeles, la relación de los pastores, la búsqueda de los magos y la manifestación de San Juan. Por lo que el Señor se adelantó contra él no como Dios, sino como hombre; mejor aún, como Dios y como hombre, porque no tener hambre en el espacio de cuarenta días, no era propio de hombre y tener hambre alguna vez, no es propio de Dios. Por ello tuvo hambre para que no se crea que sólo es Dios, porque entonces hubiese destruido la esperanza del demonio que se proponía tentarle y hubiese impedido su propia victoria. De donde se sigue: después tuvo hambre.
San Hilario,
in Matthaeum, 3
Después de cuarenta días. No tuvo hambre en el espacio de cuarenta días. Por lo tanto, el Señor cuando tuvo hambre, no fue víctima de la necesidad, sino que dejó el hombre a su naturaleza. No debía ser vencido el diablo por Dios, sino por la carne. En lo que se demuestra que habría de tener hambre después del trascurso de cuarenta días, en que había de habitar sobre la tierra. Habría de tener hambre de la salvación humana, en cuyo tiempo, habiendo esperado el premio del Padre, recobró al hombre a quien había redimido.