El tesoro y el barro

Llevamos un tesoro en vasijas de barro”, escribió san Pablo, en metáfora afortunada que los cristianos solemos recordar y citar de buen grado. Me pregunto si nuestra apropiación es del todo lícita, si no estaremos haciendo una lectura demasiado cómoda.

Se supone que el tesoro es Cristo y la vasija de barro -fragilidad y precariedad- es… uno. Bien. Eso parece claro. Pero temo que tendemos a restringir este «uno» a las deficiencias más visibles (a nuestros propios ojos), a lo más externo de nuestra persona: miserias corporales y anímicas, vicios chicos o grandes, torpezas de acción y expresión; durezas, sequedades, perezas; pobreza de sentimiento, imaginación, empatía humana, devoción; infecundidad intelectual y espiritual.

¿Y todo esto no es bastante? No es poco. Pero no sé si basta, para el caso.

Quiero decir que cuando la frase de Pablo nos resulta demasiado consoladora, cuando no necesitamos violentarnos para llamar «barro» al barro… es para sospechar. «Yo valgo poco, sí. Pero lo que llevo vale mucho» deriva fácilmente a «Mi calidad en cuanto cristiano es pobre. Pero el cristianismo que creo y confieso, no». Lo cual equivaldría a imaginar que uno posee un cristianismo de buena calidad – aunque sea un cristianismo teórico.

Cuando escuchaba las justificaciones de ciertos religiosos cuyas congregaciones se veían demasiado prósperas: «La orden es rica, pero el religioso es pobre», Bloy se enfurecía («¡qué sofisma y qué irrisión!»). Con razón. Una pobreza tal es cuestionable, acaso una parodia. Si uno integra una congregación rica, de algún modo participa de esa riqueza.

Algo parecido, me parece, puede pasar con el cristiano que encuentra consuelo en la imagen de la vasija de barro… Bien está que uno se vea como el humilde recipiente que porta un tesoro. El problema es confundir el tesoro con… otras cosas, cosas que también son de uno – y son uno… o nosotros. En tal caso, puesto que el tesoro viene a ser una propiedad, nuestra humildad es digna de sospecha.

Fíjense, si no: ¿por qué uno no tiene ningún problema en decirse «Yo llevo un tesoro en una vasija de barro», pero en cambio se achica a la hora de apropiarse (como afirmación de hecho, aplicable a este individuo cristiano existente) del versículo que precede – y que da pie a la imagen? «[Dios] ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.» ¿O de tantas otras frases paulinas como: «Yo no vivo en mí sino Cristo»…? Si afirmar sencillamente esto (como un simple hecho, algo que me pasa a mí; no como deseo o un ideal) se me hace cuesta arriba, ¿tengo derecho a repetir lo otro, puedo afirmar tranquilamente que, aunque yo sea una vasija de barro, «llevo un tesoro»? Yo diría que no. Si es problemático que Cristo viva en mí, es igualmente problemático que yo lleve tal tesoro. (Hablo por mí; si al lector no le resulta problemático, me alegro por él).

apostoladodelaprensa

La tentación es dibujar mal la linea divisoria: llamar barro a todo lo nuestro que naturalmente nos provoca desprecio y vergüenza, pero dejar del otro lado cosas, también nuestras, que nos generan orgullo y apego. El peligro es imaginar que ese barro nuestro es parte del tesoro (o peor, terminar identificándolo con el tesoro). Creo que convendría preguntarnos, de vez en cuando, si no será también barro ese jardincito de opiniones (política y religión, para empezar) que nos gusta tanto cultivar y exhibir con orgullo de propietario; ese capital de aplausos y maledicencias proferidas, de rezongos litúrgicos, denuncias, aclaraciones, distingos, posts y comentarios en blogs y chats, ratificaciones y retractaciones; juicios a favor o en contra de tal papa o tal cura o tal teólogo, bibliotecas, conversiones, devociones, apologéticas y citas -san Pablo incluido, y el Denzinger y el catecismo y el CV2 y el novus ordo y el vetus ordo. Y aun nuestro catolicismo; en tanto es cosa nuestra, en tanto lo imaginamos como una posesión ¿no será acaso, también, barro?

Aun con eso, -se me dirá- no hay por qué despreciar al barro, el tesoro necesita vasijas, quiere ser llevado en recipientes. Sí, pero sólo sirven como recipientes, y no pueden dejar de ser de barro: que es decir, precarios. Y, llegado el caso, descartables.

 

“Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día”

2Cor 4:16

Un comentario sobre “El tesoro y el barro

  1. orlando heredia

    Primero, darte Mil gracias por tu excelente pagina web que acabo de descubrir hoy 20 de junio del 2014.
    En cuanto a este blog , el tesoro puede ser nuestra alma (creada por Dios, aunque manchada por la soberbia…), la gracia…. En lo que estoy 100% de acuerdo es con la afirmacion que haces «el peligro es imaginar que ese barro es parte del tesoro». Si se parte la vasija, perderemos el tesoro! y vendra el rechinar de los dientes.

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