Introducción
Se ofrece aquí, integramente, con leves modificaciones en formato e índice, el libro del biblista y sacerdote católico Raymond E. Brown (1928-1998) «101 preguntas y respuestas sobre la Biblia». No tengo los derechos (copyright) sobre la obra, no autorizo su descarga ni impresión, y sí recomiendo a los interesados su compra, puesto que «el obrero merece su salario». Mi única intención al armar esta página es la misma del autor del libro: propiciar la lectura de la Biblia y progresar en su conocimiento.
Introducción del autor
A finales de la década de 1950 completé mis estudios de doctorado para dedicarme a la enseñanza de la Biblia, y un año después, tras recibir una beca para trabajar en Jerusalén en torno a los manuscritos del Mar Muerto, que todavía no habían sido publicados, regresé a Baltimore para iniciar mis clases de sagrada Escritura en el seminario de Santa María. En el curso de verano de 1960 impartí mi primera lección sobre la Biblia, y en años sucesivos, sin contar mis clases habituales, me habré dirigido miles de veces a los más variados grupos interesados en oír algo sobre la sagrada Escritura: entre ellos conferencias episcopales, el clero católico, o de confesiones distintas a la mía, monjas de distintas congregaciones, y mucha, muchísima gente que asistía a cursillos de verano, congresos y conferencias. Me ha impresionado constatar cómo, a lo largo de los años, se han ido repitiendo una y otra vez las mismas preguntas sobre los mismos temas. Por supuesto que esa repetición me ha resultado interesante no sólo por proporcionarme una idea clara de lo que interesaba a la gente sino también para poder dar con unas respuestas satisfactorias. Me dicen, a menudo, y muy amablemente, que para ellos el tiempo que dedico a responder a sus preguntas les resulta tan importante como el dedicado a las lecciones o conferencias para profundizar aún más sus conocimientos bíblicos. Por ello he decidido agrupar las preguntas que más se fueron repitiendo e imprimirlas junto a las respuestas dadas.
Permítaseme insistir en que se trata de las preguntas que a mí más me hicieron. Supongo que la mayoría de ellas podrían formularse a cualquiera que pronuncie conferencias sobre la Biblia; con todo, es inevitable que cuanto he escrito y hablado suscite algunas de las preguntas planteadas. Trato de formular las preguntas tal como las recuerdo. Algunas se hacen por simple interés o curiosidad. Otras, algo a la defensiva debido a que la temática sobre la que se pregunta preocupa realmente a la persona. A veces quienes preguntan lo hacen con mucha insistencia.
Han oído una respuesta pero no es la que buscan. Procuro mantener esta variedad en los matices. Me he planteado también qué extensión debo dar a las respuestas en este libro. ¿Sería más apropiado responder más extensamente a menos preguntas o bien contestar más brevemente, lo que daría lugar a nuevas preguntas y a retomar algunos puntos no tratados exhaustivamente en la primera respuesta?
En líneas generales, he optado por lo segundo, ya que, a menudo, esa ha sido mi experiencia en el tiempo reservado a preguntas y respuestas al final de mis conferencias. Los oyentes no desean otra disertación como respuesta a su pregunta. Quieren, más bien, una oportunidad para contrastar una respuesta que hallaron incompleta. Hay, sin embargo, preguntas complicadas; y que en las circunstancias reales (que intenta reproducir este libro) exigen respuestas más minuciosas. De ahí que los lectores pronto podrán ver la distinta extensión que tienen las respuestas a las 101 preguntas.
He intentado en este libro, aunque no siempre con éxito, expresarme en un lenguaje poco formal y más coloquial. A veces, he conseguido recordar cómo fue formulada la pregunta, aun cuando la formulación no fuera de mi agrado. En tales casos, me gusta señalar en mis respuestas el porqué de mi desagrado en la formulación de la pregunta, ya que, a menudo, la diferencia en la formulación constituye ya parte del problema planteado. Al tratar de ser razonablemente fiel a la manera cómo recuerdo que se formuló una determinada pregunta, tengo que reflejar también mi franqueza con las preguntas mal enfocadas. Los especialistas de cualquier tema prefieren generalmente tratarlo con suavidad, sin estridencias. Por ejemplo, a mí me gusta tratar siempre el tema de Pedro en el nuevo testamento comentando los diversos cometidos que él o su figura han desempeñado. Inevitablemente, tras hacerlo así, habrá quien apretará el tornillo con la pregunta directa y con carga de fondo: ¿Fue papa? Ni siquiera habré aludido a esa palabra, pero quienes hacen la pregunta lo que quieren es que se trate del tema con un lenguaje que ellos mismos puedan valorar. Forma parte del arte que supone una buena respuesta hallar la manera de contestar a preguntas mal planteadas sin caer en anacronismos.
Según mi experiencia, en el tiempo dedicado a preguntas y respuestas, la pregunta sobre un tema concreto lleva a otras y desencadena una serie de preguntas que facilitan el desarrollo de toda una temática. En este libro aprovecho este tipo de situaciones y de ahí que, en lugar de colocar al azar las 101 preguntas, o de acuerdo con su frecuencia o importancia, las he ordenado por temas (véase la Tabla analítica de materias). Con esto no quiero decir que el encadenamiento de preguntas y respuestas que aquí presento se haya dado siempre, aunque efectivamente en algunos casos así ha sido. Más aún, en la formulación de las mismas preguntas he reflejado algunas de las extrañas secuencias que recuerdo. Por ejemplo, la repetida pregunta de si creo o no en el demonio no surge porque sí, casi siempre viene a continuación de una explicación de los milagros de Jesús, y en concreto, de la expulsión de demonios. La pregunta, todavía más frecuente, sobre la existencia de los ángeles, aparece no a partir de un pasaje del antiguo testamento, sino tras mi explicación de los relatos de anunciación en los que los ángeles hablan con María y José. Estas experiencias determinan el lugar en el que sitúo mi explicación con respecto al demonio y a los ángeles. O dicho de otro modo, este libro, aunque ordenado temáticamente, no es simplemente sistemático; la secuencia temática refleja las pautas de pensamiento que motivan a los oyentes a formular sus preguntas.
La selección de las preguntas no sigue mi criterio sobre lo que constituye lo más importante de los estudios bíblicos. La selección refleja, más bien, el interés de los que, a lo largo de los años, me han planteado sus dificultades. Quiero advertir a los lectores que éste es un libro destinado, ante todo, al público en general y no a quienes se dedican al estudio de estos temas. Por ejemplo, encuentro muy importante para la comprensión de la Iglesia primitiva el pequeño incidente de Hechos 6, 1-6, la primera discusión en la Iglesia cristiana relatada en ese libro, en la que se ven implicados los hebreos y los helenistas. Pero, a menos que haya pronunciado una conferencia sobre ese tema particular del libro de los Hechos, nadie se va a levantar a preguntarme sobre los helenistas. En cambio, sea cual fuere el tema tratado con respecto al nuevo testamento, siempre habrá quien se levante para preguntar sobre los hermanos de Jesús. El tema de si los hermanos de Jesús eran hijos de María apenas reviste importancia en el estudio del nuevo testamento, pero se trata de un relato bíblico con el que muchos se enfrentan en sus vidas y es algo que les deja perplejos.
El hecho de que las preguntas de este libro procedan de oyentes auténticos hace que surjan no sólo temas que a los especialistas pueden parecer irrelevantes sino también otros que preferirían pasar por alto. Me sorprende cuando personas juiciosas me sugieren que un tema tan delicado como el de la concepción virginal debería evitarse ya que desconcierta a la gente (aun cuando sea un tema del que las revistas y los semanarios femeninos hayan difundido ampliamente sus puntos de vista sensacionalistas y liberales). Pero es un privilegio del que no se puede disfrutar desde una tarima de conferenciante, dado que quienes hacen las preguntas muestran sus preferencias por las preguntas incómodas y los temas candentes. Y las preguntas se hacen de una manera tan directa que no es fácil «escaparse por la tangente». El conferenciante aprende además que no hay pregunta impensable. Siempre habrá alguno que la haya pensado.
Dada mi condición de sacerdote católico, a mis charlas asisten más católicos que protestantes o judíos, lo que inevitablemente da un tono católico a muchas de las preguntas que aparecen en este libro. Sin embargo, como durante muchos años he dado clases en un seminario de mayoría protestante, me he dado cuenta de que muchos temas, aun tratados desde una perspectiva católica, preocupan a los demás precisamente porque viven en contacto con católicos. Anteriormente hice referencia a la pregunta de si María tuvo más hijos o permaneció virgen. Los protestantes me hacen a menudo esta pregunta porque desean saber cómo puede defender un católico especializado en estudios bíblicos una visión de María que, según ellos, resulta ajena a la Biblia. En las respuestas a las preguntas que aquí aparecen, espero que quede claro que acepto las enseñanzas de la Iglesia católica; con todo, confío también que quedará igualmente claro que lo que intento es exponer los datos bíblicos lo más objetivamente posible, dejando claro dónde acaba el dato bíblico y dónde añade nuevos matices la interpretación de la Biblia en las diferentes etapas de la vida de la Iglesia. Si el dato bíblico resulta ambiguo en sí mismo, todos, en mi opinión, lo deben saber. No veo razón alguna para que los cristianos de las distintas Iglesias no se pongan de acuerdo en qué dice la Biblia y en qué querían decir quienes escribieron las sagradas Escrituras (hasta donde puede alcanzar un estudio científico del tema). Inevitablemente no se pondrán de acuerdo sobre el significado de la Biblia en diversos aspectos de la vida de la Iglesia, pero entonces aparecerá con mayor claridad en qué consiste esa discrepancia. Lo más corriente será que pongan en discusión lo que no aparece claro en las Escrituras y sobre lo que se ha tomado, con el paso de los tiempos, distintas posiciones. Eso ayuda a eliminar de los debates cristianos internos la acusación de que una de las partes no es bíblica; lo más frecuente es que una misma cita bíblica se interprete de distintas maneras, lo que no impide que ambas partes, desde su propio punto de vista, se mantengan fieles a la Biblia.
Otros que hayan dedicado toda su vida al estudio de la Biblia podrían muy bien contestar a estas preguntas de distinta manera. Mis respuestas son simplemente las mías, pero realizadas con el deseo de que resulten más comprensibles que llamativas. He descubierto que una contestación demasiado pretenciosa u ocurrente, que hace reír, a menudo molesta e impide que se capte aquello que se intenta transmitir. Prefiero más bien insistir en explicar con claridad lo que pienso antes que en ridiculizar otras respuestas, por muy ridículas que me puedan parecer. He de advertir a mis lectores que serán escasas las respuestas brillantes; me daré por satisfecho si son suficientemente claras. Opto por la palabra «respuesta» en lugar de «contestación» para indicar mis intervenciones. Lo que pretendo es responder, no contestar en el sentido de repeler la dificultad; pero serán los lectores quienes dictaminarán si la respuesta ha satisfecho sus preguntas.
Agradecimiento del autor
Dedico este libro, con profunda gratitud, a tanta gente cuyos nombres desgraciadamente jamás he llegado a saber o he olvidado, pero cuyo rostro reconozco cuando los encuentro conferencia tras conferencia. Esta manifestación de su amor por las Escrituras ha sido para mí fuente incesante de ánimo. Este libro es su libro ya que fueron su interés y sus preguntas las que lo engendraron.
Raymond E. Brown - 1990