Jesús sufre en su pasión los tormentos que le infligen los hombres; pero en la agonía sufre los tormentos que se da a sí mismo: «turbare semetipsum». Es un suplicio de una mano no humana, sino omnipotente, y hay que ser omnipotente para soportarlo.
Jesús busca algún consuelo por lo menos en esos tres amigos, los más queridos, y duermen; les ruega que se sostengan un poco con él, y le dejan con una completa negligencia, y tan poca compasión, que no fue capaz de impedirles dormir ni un solo momento. Y así, Jesús quedó solo, abandonado a la cólera de Dios.
Jesús está en la tierra solo, sin nadie, no solamente que sienta y comparta su pena, pero ni tan siquiera que la conozca: sólo el Cielo y Él tienen este conocimiento.
Jesús está en un jardín, no de delicias como el primer Adán, en que se perdió todo el género humano, sino en un jardín de suplicio, donde se salvó Él y todo el género humano.
Sufre esta pena y este abandono en el horror de la noche.
Creo que Jesús no se ha quejado más que esta única vez; pero entonces se quejó como si no hubiera podido contener su excesivo dolor: «Mi alma está triste hasta la muerte.»
Jesús busca compañía y alivio por parte de los hombres. Creo que esto es algo único en toda su vida. Pero no lo encuentra, porque sus discípulos duermen.
Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo.
En medio de este abandono universal y de sus amigos elegidos para velar con Él, Jesús, al encontrarles dormidos, se enfada a causa del peligro a que se exponen, no Él, sino ellos mismos, y les amonesta acerca de su salvación propia y de su bien con una ternura cordial por ellos durante su ingratitud, y les advierte que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.
Jesús, al encontrarles todavía durmiendo, sin consideración por El ni por ellos mismos, tiene la bondad de no despertarles, y les deja en su reposo.
Jesús ora en plena incertidumbre acerca de la voluntad del Padre, y teme la muerte; pero, al conocerla, se adelanta a ofrecerse a ella: «eamus. Processit» (Juan).
Jesús ha rogado a los hombres y no fue escuchado.
Mientras sus discípulos dormían, Jesús ha operado su salvación. La ha operado a cada uno de los justos mientras dormían, y en la nada antes de su nacimiento, y en los pecados después de su nacimiento.
No ruega sino una sola vez que el cáliz pase, y todavía con sumisión, y dos veces que venga si hace falta.
Jesús con el corazón fatigado.
Jesús, viendo a todos sus amigos dormidos, y a todos sus enemigos vigilando, se entrega por entero a su Padre.
Jesús no ve en Judas su enemistad, sino la orden de Dios, que es a quien ama; y lo confiesa, puesto que le llama amigo.
Jesús se arranca desgarradoramente de sus discípulos para entrar en la agonía; hay que arrancarse de los más próximos y de los más íntimos para imitarle.
Puesto que Jesús está en la agonía y en medio de los más grandes sufrimientos, mantengámonos en oración.
Imploramos la misericordia de Dios, no para que nos deje en paz en nuestros vicios, sino para que nos libere de ellos.
Si Dios nos diese por su propia mano maestros, ¡oh, cómo habría que obedecerles de todo corazón! La necesidad y los acontecimientos lo son, infaliblemente.
«-Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado.
»Yo pensaba en ti en mi agonía, he derramado por ti esta gota de sangre.
»Es tentarme a mí más que probarte a ti el pensar si tú obrarías bien en ausencia de esto o aquello: yo la haré en ti cuando eso llegue.
»Déjate conducir por mis designioss; mira cómo he conducido a la Virgen y a los santos que me han dejado obrar en ellos.
»El Padre ama todo lo que yo hago.
»¿Pretendes que ello me cueste siempre sangre de mi humanidad, y tú no das ni una lágrima?
»Tu conversión es asunto mío; no temas, y ruega con confianza en mí.
»Yo presente a tu lado: por mi palabra en la Escritura, por mi espíritu en la Iglesia, y por las inspiraciones, por mi poder en los sacerdotes, por mi oración en los fieles.
»Los médicos no te curarán, porque, por fin, morirás; pero soy yo quien cura y hace que el cuerpo sea inmortal.
»Sufre las cadenas y la esclavitud corporales; yo no te libero actualmente sino de la espiritual.
»Te soy más amigo que tal o cual hombre; porque he hecho por ti más que ellos y no te aguantarían lo que yo te he aguantado, y no morirían por ti en el tiempo de tus infidelidades y crueldades, como yo lo he hecho y estoy dispuesto a hacerlo en mis elegidos y en la Sagrada Eucaristía.
»Si conocieras tus pecados, te desanimarías.
»-Me desanimaré, entonces, Señor, porque creo en su malicia por tu palabra.
»-No, porque yo, que te lo he enseñado, puedo curarte de ellos, y el hecho de que te lo diga es señal de que te quiero curar. A medida que los espíes, los conocerás y te será dicho: «Mira los pecados que te son remitidos.» Haz, pues, penitencia por tus pecados ocultos y por la oculta malicia de los que tú conoces.
»-Señor, te doy todo.
»-Yo te amo más ardientemente que lo que tú has amado tus manchas, «ut immundus pro luto».
»Sea la gloria para mí, y no para ti, gusano y tierra.
»Interroga a tu director cuando mis propias palabras sean para ti ocasión de mal o de vanidad y curiosidad.»
Veo mi abismo de orgullo, de curiosidad, de concupiscencia. No guardo relación ninguna con Dios ni con Jesucristo justo. Pero ha sido hecho pecado por mí; todas vuestras plagas han caído sobre él. Es más abominable que yo, y lejos de aborrecerle, se considera honrado con que vaya a él y le ayude.
Pero se ha curado a sí mismo, y con mayor razón me curará.
Hay que añadir mis llagas a las suyas, y unirme a él, y me salvará salvándose. Pero no hay que añadir nuevas llagas en el futuro.
«Eritis sicut dii scientes bonum et malum.» Todo el mundo hace de Dios al juzgar: «esto es bueno o malo»; y afligiéndose o alegrándose demasiado de las cosas que suceden.
Hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes, a causa de la majestad de Jesucristo, que las hace en nosotros, y que vive nuestra vida; y las grandes como si fueran pequeñas y fáciles, a causa de su omnipotencia.