Del libro Poemas solariegos
Como una telaraña abandonada
Al soplo misterioso de lo eterno,
La noche va borrándose, soslayada
En la oblicua pisada
Del perro cabizbajo, que a paso alterno,
Se aleja con ella por la cañada.
Con noble pesadumbre
El lucero se apaga en pepita de oro.
Triza la calandria en brindis canoro
El tenue cristal de la vislumbre.
Y desde las cicutas más acerbas,
Hasta la piadosa malva,
Se santifica en la paz del alba
La trémula adoración de las hierbas.
Sobre el roto lago de la bruma temprana,
Desprende su lóbrego témpano azul el cerro.
Y en el frescor de choclo tierno de la mañana,
Rompe a cantar la roldana
Como un valiente violín de hierro.
El brocal, con musgosa humedad de maceta,
Da pedestal al busto de una muchacha,
Que empeñosa y fortacha,
Llena, balde tras balde, la pileta,
Donde al enfático jadeo
Del ganso que abanica su alborozo,
Es de rigor el matinal aseo
«Con agua recién tirada del pozo».
Y aquella adolescencia clara,
Parece que empinándose en la tensión, lanzara
Al sol saliente el cántico del esfuerzo y del gozo.
Un ademán de antigua nobleza alzan a los cielos
Sus brazos que, pujándose, en el afán gemelos,
Redondean con ternura graciosa
Los codos de membrillo rosa
Sonreídos de hoyuelos.
(El membrillo pintón
Que asoma por el seto de la quinta cercana,
Arropado en su vello como un pichón.)
En la boca entreabierta a cada tirón,
dijera que grana
Aquel choclo tierno que dio parangón
A la frescura de la mañana.
Pinta en seno y mejillas la manzana
De la ocasión...
Y en la cintura cenceña,
Y en la mecha que le desgreña
El vientecillo retozón,
Cimbra su gracia trigueña
La esbeltez de una espiga en sazón.
En su perfil que excava la órbita enjuta,
Muerde el sol un bocado de fruta.
Y el vigor que en sus firmes caderas trabaja,
Parece que a la vez mórbido y macizo,
Tornea el ascendente barro de la tinaja.
Ante el cubo escurridizo,
Los gansos en mangas de camisa,
Le bufan con atolondrada prisa
Su sibilante romadizo.
Y la calandria que se improvisa
Fugaz columpio con la misma piola,
Retardada al roce del brocal que la frisa,
Teclea con la cola,
Muriéndose de risa.
Desde el cabezal que es su andamio
De diligente albañil,
Le echa el hornero su gentil
Epitalamio.
Y del mismo lodazal
Que encharca el pie del brocal,
Alzando el bravío zumbo,
Tienden al sol las abejas,
En bisectrices parejas
Las rectas cuerdas del rumbo.
A la vez presurosas y atrasadas,
En su capricho coqueto,
Aunque es lunes, pasan de asueto
Las mariposas desaplicadas;
Estampando y despegando,
Al vagabundeo blando
De la leve fantasía,
En la ventana
De la mañana
Su alada calcomanía.
La tierra que empapada de aurora resplandece,
Un sonrojo de carne morena disfuma.
Y en el dorado trebolar parece
Que es sol en flor lo que perfuma.
Dilata el viento lánguidos suspiros...
Sobre las hierbas palpitantes,
Tiembla la luz con todos sus diamantes
Y la sombra con todos sus zafiros.
Levántase la fuerza del campo en el toro.
Sobre una hebra de paja humilde y ruda,
Se gloría la belleza desnuda
En una sola gota de oro.
Templan los gallos sus clarines;
Y de gallinero a gallinero,
A un tiempo heraldos y paladines,
Incrépanse alto y claro como héroes de Homero.