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Carta de J. R. R. Tolkien a Milton Waldman
Un resumen "autorizado" de la mitología de El Silmarillion y el Señor de los Anillos
 
La Segunda Edad

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El próximo ciclo trata (o debería tratar) de la Segunda Edad. Pero reina en la Tierra una edad oscura y no se cuenta (o no es necesario contar) mucho de su historia. En las grandes batallas contra el Primer Enemigo, las tierras quedaron deshechas y en ruinas, y el Oeste de la Tierra Media fue una tierra de desolación. Nos enteramos de que a los Elfos Exiliados, si bien no se les ordenó, se les aconsejó severamente que volvieran al Oeste y allí se quedaran en paz. No debían morar permanentemente en Valinor otra vez, sino en la Isla Solitaria de Eressëa, a la vista del Reino Bendecido. A los Hombres de las Tres Casas se los recompensó por su valor y por la fidelidad que mostraron con su alianza, permitiéndoseles habitar «al extremo oeste de todos los mortales», en la gran isla «Atlantis» de Númenóre.[nota 9] Los dioses, por supuesto, no pueden cancelar el hado o el don de la mortalidad concedido por Dios, pero los númenóreanos disfrutan de una larga vida. Se hicieron a la vela, abandonaron la Tierra Media y establecieron un gran reino de marineros en lo más lejano que alcanza la vista desde Eressëa (pero no de Valinor). La mayor parte de los Altos Elfos volvieron también al Oeste. Pero no todos. Algunos Hombres emparentados con los númenóreanos permanecen en la tierra no lejos de las costas del Mar. Algunos de los Exiliados no han de regresar o demoran su regreso (porque el camino hacia el oeste está siempre abierto para los inmortales y en los Puertos Grises los barcos están permanentemente listos para navegar por siempre). Tampoco los Orcos (trasgos) y otros monstruos criados por el Primer Enemigo han sido del todo destruidos. Y está Sauron. En el Silmarillion y los Cuentos de la Primera Edad, Sauron era un ser de Valinor pervertido y transformado en sirviente del Enemigo, de quien se convierte en su principal Capitán y asistente. Se arrepiente atemorizado cuando el Primer Enemigo es derrotado por completo, pero al final no hace lo que se le ordena: volver para ser juzgado por los dioses. Se demora en la Tierra Media. Se convierte muy lentamente, comenzando por buenos motivos: la reorganización y rehabilitación de las ruinas de la Tierra Media, «olvidada por los dioses», en la reencarnación del Mal y en una criatura que anhela el Completo Poder, y, por tanto, se consume por siempre jamás en un odio feroz (especialmente por los dioses y los Elfos). A lo largo del crepúsculo de la Segunda Edad, la Sombra crece en el Este de la Tierra Media y avanza más y más sobre los Hombres, que se multiplican a medida que los Elfos empiezan a debilitarse. Los tres temas principales son, pues, los Elfos que se Demoran en la Tierra Media; la conversión de Sauron en un nuevo Señor Oscuro, amo y dios de los Hombres, y Númenor-Atlantis. Se los trata analíticamente y en dos Cuentos o Crónicas: Los Anillos del Poder y la Caída de Númenor. Ambos constituyen el marco esencial de El Hobbit y su continuación.

En el primero vemos una especie de segunda caída o, cuando menos, «error» de los Elfos. No había nada de malo esencialmente en que se demoraran a pesar de los consejos recibidos, todavía entristecidos en las tierras mortales de sus antiguas hazañas heroicas. Pero querían comerse el pastel y conservarlo al mismo tiempo. Querían la paz, la beatitud y la perfecta memoria del «Oeste», y permanecer, sin embargo, en la tierra ordinaria donde su prestigio como pueblo, por encima del de los Elfos salvajes, los enanos y los Hombres, era mayor que el que ocupaban en el fondo jerárquico de Valinor. Así pues, los obsesionó la idea de la «mengua», el modo en que percibían los cambios del tiempo (la ley del mundo bajo el sol). Se volvieron tristes, su arte (lo diremos así) se convirtió en la obra de un anticuario, y sus esfuerzos todos, en una especie de embalsamamiento; aunque también conservaron el antiguo motivo de su especie, el adorno de la tierra y la curación de sus heridas. Oímos de un reino demorado más o menos en el extremo Noroeste de lo que quedaba de las antiguas tierras de El Silmarillion, bajo Gilgalad; y de otros asentarmentos, como ImIadris (Rivendel), cerca de Elrond; y uno muy grande en Eregion, al pie occidental de las Montañas Nubladas, junto a las Minas de Moria, el mayor reino de los Enanos durante la Segunda Edad. Por primera y única vez, surgió una amistad entre los pueblos por lo general hostiles (de los Elfos y los Enanos), y la herrería alcanzó su más alto punto de desarrollo. Pero muchos Elfos escucharon a Sauron. En aquellos primeros tiempos, sus intenciones eran todavía buenas, y sus motivos y los de los Elfos parecían coincidir en parte: la curación de las tierras desoladas. Sauron encontró su punto débil al sugerir que, ayudándose los unos a los otros, harían del Oeste de la Tierra Media un lugar tan hermoso como Valinor. Era, en realidad, un ataque velado contra los dioses, una incitación a intentar hacer un paraíso separado e independiente. Gilgalad rechazó todas estas proposiciones y también lo hizo Elrond.

Pero en Eregion se iniciaron grandes obras, y nunca estuvieron los Elfos tan cerca de sucumbir ante la «magia» y las maquinarias. Con la ayuda de la ciencia de Sauron construyeron los Anillos de Poder («poder» es una palabra ominosa y siniestra en todos estos cuentos, salvo cuando se aplica a los dioses).

El principal poder (de todos los anillos por igual) era el de evitar o disminuir la velocidad del deterioro (es decir, el «cambio» visto como algo lamentable), la preservación de lo que se desea o se ama, o la de su apariencia: éste es más o menos el motivo élfico. Pero destacaban también los poderes naturales del poseedor, acercándose así a la «magia», un motivo que fácilmente puede corromperse y volverse malvado, como un deseo de dominio. Y finalmente tenían otros poderes más directamente derivados de Sauron («el Nigromante»: así se lo llama cuando arroja una sombra flotante de malos augurios en las páginas de El Hobbit), tales como volver invisible el cuerpo material o volver visibles las cosas del mundo invisible.

Los Elfos de Eregion hicieron Tres anillos de supremo poder y belleza partiendo casi exclusivamente de su propia imaginación, dirigidos a la preservación de la belleza: no conferían la invisibilidad. Pero secretamente, en el Fuego subterráneo, en su propia Tierra Tenebrosa, Sauron hizo el Anillo único, el Anillo Regente, que contenía los poderes de todos los demás y los gobernaba, de modo que quien lo llevara podía ver los pensamientos de los que usaban los anillos menores, controlar todo lo que hacían y, en última instancia, esclavizarlos por completo. No contaba, sin embargo, con la sabiduría y la sutil percepción de los Elfos. En el momento en que él dispuso del único, tuvieron conocimiento de ello y de sus propósitos secretos, y tuvieron miedo. Escondieron los Tres Anillos, de modo que ni siquiera Sauron descubriera nunca dónde estaban, y permanecieron sin mácula. A los otros trataron de destruirlos.

En la guerra resultante entre Sauron y los Elfos de la Tierra Media, especialmente en el oeste, la ruina fue todavía mayor. Eregion fue to­mada y destruida, y Sauron se apoderó de muchos Anillos de Poder. Para su definitiva corrupción y sometimiento, se los dio a los que los aceptaban (por ambición o codicia). De ahí el «antiguo poema» que aparece como leit-motiv en El Señor de los Anillos:

Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.

Sauron se volvió así una fuerza casi suprema en la Tierra Media. Los Elfos perduraron en lugares secretos (todavía no revelados). El último Reino Élfico de Gilgalad se mantiene de manera precaria en las costas del extremo oeste, donde están los puertos de los Barcos. Elrond el Medio Elfo, hijo de Eârendil mantiene una especie de santuario encantado en Rivendel , en el extremo oriental de las tierras occidentales.[nota 10] Pero Sauron domina todas las hordas crecientes de los Hombres que no han entrado en contacto con los Elfos e, indirectamente, con los verdaderos Valar y dioses que nunca han caído. Gobierna un imperio creciente desde la gran torre oscura de Barad-dûr, en Mordor, cerca de la Montaña de Fuego, esgrimiendo el único Anillo.

Pero para lograr esto, se había visto obligado a permitir que gran parte de su propio poder inherente (un motivo frecuente y muy significativo en el mito y en el cuento de hadas) pasara al único Anillo. Mientras lo llevaba, su poder en la tierra de hecho aumentaba. Pero aun si no lo llevaba puesto, ese poder existía y estaba en «relación» con él: no quedaba «disminuido». Ano serque otro lo cogiera y fuera su poseedor. Si eso sucedía, el nuevo poseedor (si era lo bastante fuerte y de naturaleza heroica) podía retar a Sauron, volverse amo de todo lo que había aprendido o hecho desde la fabricación del único Anillo y, por tanto, derrocarlo y ocupar su lugar. Ésta era la debilidad esencial que había introducido en su situación en el esfuerzo (en gran parte inútil) por esclavizar a los Elfos y en el deseo de establecer el control de las mentes y las voluntades de sus sirvientes. Había otra debilidad: si el único Anillo realmente se deshacía, si era aniquilado, su poder entonces se disolvería, el mismo ser de Sauron disminuiría hasta convertirse en un punto de fuga y quedaría reducido a una sombra, al mero recuerdo de una voluntad maliciosa. Pero nunca contempló esa posibilidad, ni la temía. El Anillo no era destructible por herrería alguna que no fuera la suya. Ningún fuego podía disolverlo, salvo el inmortal fuego subterráneo en el que había sido forjado... y era imposible aproximarse a él, pues estaba en Mordor. Además, tan grande era el poder de deseo del Anillo, que cualquiera que lo llevara puesto quedaba dominado por él; estaba más allá de la fuerza de cualquier voluntad (aun la suya propia) dañarlo, deshacerse de él o no tenerlo en cuenta. Así lo creía. De cualquier modo, estaba en su dedo.

Así pues, mientras la Segunda Edad avanza, tenemos un gran Reino y una maligna teocracia (pues Sauron es también el dios de sus esclavos) que crece en la Tierra Media. En el Oeste -en realidad el Noroeste es la única parte claramente considerada en estos cuentos- están los precarios refugios de los Elfos, mientras que los Hombres de aquellos sitios permanecen más o menos incorruptos, aunque ignorantes. La mejor y más noble especie de Hombres está constituida, de hecho, por los parientes de los que habían partido a Númenor, pero permanecen en un simple estado «homérico» de vida patriarcal y tribal.

Entretanto, Númenor ha crecido en riqueza, sabiduría y gloria bajo el linaje de grandes reyes de larga vida, descendientes directos de Elros, el hijo de Earendil, hermano de Elrond. La Caída de Númenor, la Segunda Caída del Hombre (o el Hombre rehabilitado, pero todavía mortal), es causa del final catastrófico no sólo de la Segunda Edad, sino del Viejo Mundo, el mundo primordial de la leyenda (concebido plano y limitado). Después de lo cual empezó la Tercera Edad, una Edad Crepuscular, un Medium Aevum, el primero del mundo quebrantado y cambiado; el último del prolongado dominio de Elfos visibles plenamente encarnados, y también el último en el que el Mal asume una única forma dominante encarnada.

La Caída es en parte el resultado de una debilidad interior de los Hombres, consecuencia, si se quiere, de la primera Caída (sin registro en estos cuentos), sobre la que hubo arrepentimiento, pero no curación definitiva. ¡En la tierra es más peligrosa la recompensa que el castigo! La Caída es consecuencia de la astucia de Sauron, capaz de explotar esta debilidad. El tema central es (inevitablemente, creo, en una historia acerca de Hombres) una Proscripción, una Prohibición.

Los númenóreanos moran apenas a la vista de la tierra inmortal del más extremo oriente, Eressëa; y como los únicos; hombres que hablan una lengua élfica (aprendida en los días de su Alianza), están en constante comunicación con sus antiguos amigos y aliados, sea en la beatitud de Eressëa o en el reino de Gilgalad, en las costas de la Tierra Media. Se vuelven así, en apariencia y aun en las capacidades de la mente, apenas distinguibles de los Elfos, pero siguen siendo mortales, aunque recompensados por un triple, o aún más de un triple, número de años. Esta recompensa es su ruina o, al menos, el medio por el que son tentados. Su larga vida contribuye a los logros que obtienen en arte y sabiduría, pero alimenta la actitud posesiva que adquieren en relación con esas cosas, y se les despierta el deseo de disponer de más tiempo para disfrutar de ellas. Previendo esto en parte, los dioses impusieron a los númenóreanos desde un principio la Proscripción de no navegar nunca hacia Eressëa ni hacia el oeste hasta perder de vista su propia tierra. Podían ir a su gusto en cualquier otra dirección. No debían poner pie en las tierras «Inmortales»; y de ese modo enamorarse de una inmortalidad (en el mundo) que estaba en contra de la ley que los regía, el hado o el don especial de Ilúvatar (Dios), y que su naturaleza, de hecho, no podía soportar. [nota 11]

Hay tres fases en su caída del estado de gracia. Primero, consentimiento, obediencia que es libre y voluntaria, aunque sin cabal comprensión. Luego, durante largo tiempo, obedecen de forma involuntaria, murmurando cada vez más abiertamente. Por último, se rebelan, y se produce una pequeña fisura entre los rebeldes hombres del Rey y la pequeña minoría de los Fieles perseguidos.

En la primera etapa, siendo hombres de paz, su coraje se consagra a los viajes por mar. Como descendientes de Earendil, se convierten en supremos marineros, y por estar proscritos del Oeste, navegan hasta el máximo posible hacia el norte, el sur y el este. Sobre todo llegan a las costas occidentales de la Tierra Media, donde ayudan a los Elfos y a los, Hombres en contra de Sauron e incurren en su odio imperecedero. En aquellos días llegaban al encuentro de los Hombres Salvajes casi como benefactores divinos, cargados de obras de arte y conocimientos, que se marchaban luego otra vez y dejaban tras de sí muchas leyendas de reyes y dioses salidos del crepúsculo.

En la segunda etapa, durante los días de Orgullo y Gloria y de rencor por la Proscripción, empiezan a buscar la riqueza antes que la beatitud. El deseo de escapar de la muerte dio origen a un culto a los muertos, y prodigaron riqueza y arte sobre tumbas y monumentos recordatorios. Se asentaron entonces en las costas occidentales, pero éstas fueron más bien fortificaciones y «fábricas» de señores en busca de riqueza, y los númenóreanos se convirtieron en recolectores de impuestos que transportaban por mar en sus grandes barcos cada vez mayor número de bienes. Los númenóreanos empezaron la forja de armas y maquinarias.

Esta fase acabó, y empezó la última con el ascenso al trono del decimotercer rey del linaje de Elros, Tar-Calion el Dorado, el más poderoso y orgulloso de todos los reyes. Cuando se enteró de que Sauron había adoptado el título de Rey de Reyes y Señor del Mundo, resolvió derrocar al «pretencioso». Se dirige magnífico y majestuoso a la Tierra Media, y tan vastos son sus armamentos y tan terribles son los númenóreanos en los días de su gloria, que los servidores de Sauron no los enfrentan. El mismo Sauron se humilla, rinde homenaje a Tar-Calion, y es llevado a Númenor como rehén y prisionero. Pero allí se eleva fácilmente, por su astucia y conocimientos, desde la situación de sirviente a la de máximo consejero del rey, y con sus mentiras seduce a éste y a la mayoría de los señores y a las gentes del pueblo. Niega la existencia de Dios, diciendo que el único es una mera invención de los celosos Valar del Oeste, el oráculo de sus propios deseos. El principal de los dioses es el que habita en el Vacío, quien vencerá al final y erigirá en el vacío infinitos reinos para sus servidores. La proscripción es sólo un recurso mendaz del miedo para impedir que los Reyes de los Hombres adquieran vida imperecedera y rivalicen con los Valar.

Bajo Sauron nace una nueva religión, la veneración de la Oscuridad con su propio templo. Los Fieles son perseguidos y sacrificados. Los númenóreanos trasladan su mal también a la Tierra Media y se vuelven allí crueles y malvados señores de la nigromancia que matan y atormentan a los hombres; y las viejas leyendas se entretejen con oscuras historias de horror. Esto no ocurre en el Noroeste; porque allí, por causa de los Elfos, sólo llegan los Fieles que siguen siendo amigos de los Elfos. El puerto principal de los númenóreanos bondadosos está cerca de la desembocadura del gran río Anduin. Desde allí la influencia todavía beneficiosa de Númenor remonta el Río y a lo largo de la costa llega hasta el reino de Gilgalad al norte, a medida que se difunde una Lengua Común.

Pero al final la estratagema de Sauron alcanza su culminación. Tar-Calion siente que la vejez y la muerte se aproximan y escucha las últimas incitaciones de Sauron y, formando la más grande de todas las armadas, se hace a la vela hacia el Oeste, desobedeciendo la Proscripción; y declara la guerra a los dioses, dispuesto a arrancarles «la vida sempiterna dentro de los círculos del mundo». Enfrentados con esta rebelión de espantable locura y blasfemia, y también con un verdadero peligro (pues los númenóreanos dirigidos por Sauron podrían haber llevado la ruina a la misma Valinor), los Valar deponen el poder que se les había delegado, apelan a Dios y reciben la capacidad y el permiso para tratar esta situación; el viejo mundo se rompe y cambia. Se abre un cisma en el mar, y Tar-Calion y su armada se hunden en él. La misma Númenor, al borde de la hendedura, se derrumba y desaparece para siempre en el abismo con toda su gloria. Desde entonces no hay morada visible divina o inmortal en la tierra. Valinor (o el Paraíso) y aun Eressëa desaparecen, y sólo quedan en la memoria de la tierra. Los Hombres pueden navegar ahora hacia el Oeste si quieren, tan lejos como les sea posible sin acercarse jamás a Valinor o al Reino Bendecido, para volver siempre al este; porque el mundo es redondo y finito, y un círculo inevitable... salvo por mediación de la muerte. Sólo los «inmortales», los Elfos demorados, pueden todavía, si así lo quieren, fatigados del círculo del mundo, embarcarse y encontrar el «camino recto» que lleva al -antiguo o Verdadero Oeste, y permanecer allí en paz.

De modo que la Segunda Edad avanza por una fundamental catástrofe, pero no ha terminado del todo todavía. Hay sobrevivientes del cataclismo: Elendil el Hermoso, jefe de los Fieles (su nombre significa Amigo de los Elfos), y sus hijos Isildur y Anárion. Elendil, figura de Noé, que se ha mantenido apartado de la rebelión y cuyos barcos tripulados y provistos se hallan en la costa este de Númenor, huye ante la abrumadora corriente desatadapor la ira del Oeste, y es transportado en lo alto de olas como torres que llevan la ruina al oeste de la Tierra Media. Él y los suyos son arrojados como exiliados sobre las costas. Allí establecen los reinos númenóreanos de Arnor, en el norte, cerca del reino de Gilgalad, y de Gondor, alrededor de las desembocaduras del Anduin, más hacia el sur. Sauron, como que es inmortal, a duras penas escapa a la ruina de Númenor y vuelve a Mordor, donde al cabo de un tiempo cobra fuerzas suficientes como para desafiar a los exiliados de Númenor.

La Segunda Edad culmina con la última Alianza (de los Elfos y los Hombres) y el gran sitio de Mordor. Termina con el derrocamiento de Sauron y la destrucción de la segunda encarnación visible del mal. Pero a un alto precio y con un desastroso error. Gilgalad y Elendil reciben la muerte en el acto de matar a Sauron. Isildur, hijo de Elendil, corta el anillo de la mano de Sauron, que pierde sus poderes y su espíritu huye a las sombras. Pero el mal empieza a actuar. Isildur reclama el Anillo como de su propiedad, como «Indemnización por la muerte de su padre», y se niega a arrojarlo al Fuego que arde a su lado. Se marcha, pero se ahoga en el Gran Río, y el Anillo se pierde sin que nadie sepa adónde ha ido a parar. Pero no se deshace, y la Torre Oscura que se ha levantado con su ayuda aún está en pie, vacía, pero no destruida. Así termina la Segunda Edad con la llegada delos reinos númenóreanos y la desaparición del último reinado de los Altos Elfos.

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