Mas como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó a sus discípulos pasar a la otra parte del lago. Y llegándose a El un escriba, le dijo: "Maestro, te seguiré a donde quiera que fueres". Y Jesús le dijo: "Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza". Y otro de sus discípulos le dijo: "Señor déjame ir primero, y enterrar a mi padre". Mas Jesús le dice: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos". (vv. 18-22)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2
Como Jesús no solamente curaba los cuerpos, sino que también enmendaba el alma y enseñaba la verdadera sabiduría, quiso mostrarse a sí mismo, no sólo curando las enfermedades, sino también no haciendo nada por ostentación, y por eso se dice: "Mas como viese Jesús muchas gentes alrededor de sí, mandó pasar a la otra parte del lago". Hacía esto, educándonos en la moderación, calmando la envidia de los judíos y enseñándonos a no hacer nada por ostentación.
Remigio
Hizo esto, como hombre, queriendo evitar la importunidad de la muchedumbre. Estaban fijos en El admirándole, y queriendo verle. ¿Quién, en efecto, querría separarse de El, cuando tales milagros hacía? ¿Quién no querría ver su rostro sencillo y aquella boca que tales cosas hablaba? Pues si Moisés tenía la cara radiante de gloria y San Esteban como la de un ángel, comprendamos que el dueño de todas las cosas debió aparecer entonces cual convenía. Por lo cual dice el profeta: "Magnífico en hermosura sobre los hijos de los hombres" ( Sal 44,3).
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
No debemos creer que el nombre de discípulo conviniese solamente a los apóstoles; pues leemos que, además de los apóstoles, hubo otros muchos discípulos.
San Agustín, De consensu evangelistarum, 2, 22
Es manifiesto que el día en que Jesús mandó pasar a la otra parte del lago, no es aquel que sigue al otro en que fue curada la suegra de San Pedro, porque en ese día San Marcos y San Lucas dicen que salió Jesús para el desierto.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2
Observemos que, para no ofender a la muchedumbre, no las despide directamente, no le dice: Retiraos, sino que mandó a sus discípulos ir al otro lado, dando esperanza a la muchedumbre de ir también allá.
Remigio
Qué es lo que sucedió entre tanto que Jesús mandó y se verificó el embarque, el evangelista procuró manifestarlo, cuando añade: "Y llegándose a El un escriba, le dijo: Maestro, te seguiré adonde quiera que fueres".
San Jerónimo
Este escriba, que sólo conocía la letra que mata, si hubiese dicho: "Señor, te seguiré adonde quiera que tú vayas", no hubiese sido rechazado por el Señor. Mas como le consideraba como maestro de entre muchos, y era literato, y no oyente espiritual, no tenía lugar en el cual pudiese Jesús reclinar su cabeza. Se nos demuestra, pues, con esto que el escriba fue rechazado, porque viendo la grandeza de los milagros, quiso seguir al Salvador para procurarse ganancias con la industria de los milagros, deseando lo mismo que Simón Mago quería comprar a San Pedro.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,2
Veamos también cuánto es su orgullo. Vino y habló de tal modo, que parecía desdeñarse de ser contado con la muchedumbre, manifestando que era superior a muchos.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
Este escriba, que es uno de los doctores de la ley, le pregunta si quiere que le siga, como si en la ley no estuviese manifiesto que éste era Jesucristo, a quien debe seguirse con gran provecho. Por lo tanto manifestó su pensamiento de infidelidad bajo la duda de la pregunta, porque el aceptar la fe no es cosa que debe preguntarse, sino seguirse.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 27,2
Jesucristo le responde, no a la pregunta, que hace por medio de palabras, sino al fin que se propone, como sigue: "Y Jesús le dijo: Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza", como si dijese
San Jerónimo
: ¿Cómo es que quieres seguirme por las riquezas y las ganancias del mundo, cuando yo soy tan pobre que no tengo albergue ninguno, ni techo que pueda llamar mío?
San Juan Crisóstomo, homilae in Matthaeum, hom. 27,2
Esta respuesta no era para rechazarle, sino para reprenderle. Hubiérale aceptado, a haber querido seguirle en la pobreza. Y para que se comprenda su malicia, oyendo esto, no dijo: "Estoy preparado a seguirte".
San Agustín, sermones 100,1
O de otro modo, el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, a saber, en tu fe. Las zorras tienen cuevas en tu corazón, porque eres un falsario, las aves del cielo tienen nidos en tu corazón, porque estás elevado por el orgullo. Como falsario y como orgulloso no me seguirás. ¿Cómo puede suceder que el falsario siga al que es sencillo?
San Gregorio Magno, Moralia, 19, 1
Las zorras son los animales más engañosos. Se esconden en fosas o en cuevas y cuando aparecen, nunca marchan por caminos derechos, sino que corren por sendas tortuosas. Las aves se remontan con alto vuelo. Así, con el nombre de zorras se significan los engaños y los fraudes, con el nombre de las aves, esta misma soberbia, propia de los demonios. Como si dijese: "Los demonios, engañadores y soberbios, encuentran hospedaje en tu corazón, pero mi humildad no encuentra descanso en el alma soberbia.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 5
Se entiende, pues, que movido por los milagros, el escriba quiso seguir a Jesús buscando la vanagloria (que significan las aves), y fingió ofrecerse como discípulo, cuya ficción se significa con el nombre de las zorras.
Rábano
Los herejes, que confían en su astucia, se significan por las zorras, y los espíritus malignos por las aves, que tenían en el corazón del pueblo judío cuevas y nidos, esto es, sus domicilios.
Prosigue: Otro de sus discípulos le dice: "Señor, permíteme primero ir a enterrar a mi padre".
San Jerónimo
¿Qué semejanza hay entre el escriba y el discípulo? Aquél le llama maestro, y éste le confiesa como Señor. Este, manifestando su piedad, desea ir a enterrar al padre. Aquél promete seguirle a donde quiera que vaya, no buscando al Maestro, sino utilidad del maestro.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
Este discípulo no le pregunta si le debe seguir (ya creyó que convenía seguirle), sino que le ruega le permita ir a enterrar a su padre.
San Agustín, sermones, 100,2
El Señor, cuando prepara a los hombres para el Evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso sigue: "Jesús le dijo: Sígueme, y deja a los muertos que entierren a sus muertos".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,3
Dijo esto, no mandando despreciar el honor que se debe a los padres, sino demostrando que ninguna cosa es tan necesaria para nosotros como el ocuparnos en los negocios del cielo. A ese fin debemos unirnos a ellos con todo nuestro ardor, y no tardar un momento por inevitables e incitantes que sean las cosas que nos atraen. ¿Qué cosa era más necesaria que enterrar a su padre? ¿Y qué otra cosa más fácil? El tiempo que se podía tardar no era mucho. Por ese medio el Señor le libró de muchos males, como son los llantos y las tristezas, y las demás cosas que de aquí se desprenden. Después de la sepultura era necesario examinar el testamento, hacer las particiones y otras cosas por el estilo. Y así, sucediéndose en él las fluctuaciones unas a otras, pudieron alejarle mucho de la verdad. Mas si aún se subleva tu corazón, piensa que muchos no permiten que los enfermos sepan la muerte de su padre, de su madre o de su hijo, ni les permiten acompañar su cadáver al sepulcro, y lejos de ser esto una crueldad, lo sería lo contrario. Y mucho más malo es separar a un hombre de los tratos espirituales, sobre todo cuando hay otros para cumplir esos tristes deberes de sepultura, como acontecía en esta ocasión. Por eso contesta el Señor: "Deja a los muertos que entierren a sus muertos".
San Agustín, sermones 100,2
Como diciendo: "Tu padre ha muerto, pero hay otros muertos que entierran a sus muertos, como son los infieles".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 27,4
En lo que manifiesta que este muerto no le pertenecía, porque el difunto, según yo creo, era del número de los infieles. Si admiras a este joven porque preguntó al Salvador acerca de un asunto tan necesario y no se marchó espontáneamente, admira mucho más que, habiéndose prohibido marchar, se quedó, sin que esto pueda llamarse ingratitud, puesto que no lo hizo por desidia, sino por dar la preferencia a un asunto de más interés.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7
Lo que nos enseña el principio de la oración dominical, que en primer lugar debemos rogar: "Padre nuestro que estás en los cielos" ( Mt 6,9), se realiza en el discípulo, personificación del pueblo creyente. Se le advierte que tiene un solo Padre, que está en los cielos. Después, entre el hijo fiel y el padre infiel, no queda ningún derecho para llamarse padre. Advirtió también que no se mezclen en las memorias de los santos los muertos infieles, que igualmente están muertos los que viven apartados de Dios, que por consiguiente, los muertos sean sepultados por los muertos, porque es necesario que por la fe de Dios los vivos se adhieran a los vivos.
San Jerónimo
Si un muerto sepulta a otro muerto, no debemos cuidarnos de los muertos, sino de los que viven, no sea que mientras andamos solícitos por los muertos, vengamos a ser muertos también.
San Gregorio Magno, Moralia, 4,27
Los muertos sepultan también al muerto cuando los pecadores favorecen a los pecadores, pues los que alaban al que peca, le esconden ya muerto bajo la losa de sus palabras.
Rábano
En esta sentencia podemos ver también que en algunas ocasiones debe prescindirse de los bienes pequeños para conseguir otros mayores por su utilidad.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,23
Lo que San Mateo nos cuenta aquí como acontecido después que el Señor mandó que se pasase al otro lado del lago, San Lucas ( Lc 9) lo coloca en el momento en que estaban en marcha por el camino, lo cual no es contrario, porque era necesario andar camino para llegar al mar.