"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: nunca os conocí. Apartaos de mí los que obráis la iniquidad". (vv. 21-23)
San Jerónimo
Así como había dicho antes que aun los que llevan el vestido de la buena vida no deben ser recibidos si hay maldad en sus enseñanzas, así ahora dice, por el contrario, que no debe oírse a los que, enseñando buena doctrina, la destruyen con sus malas obras. Una y otra cosa es necesaria a los que sirven al Señor: que las obras se prueben con las palabras y las palabras con las obras. Y por ello añade: "No todo el que me dice Señor, Señor", etc.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
En estas palabras parece que se dirige especialmente a los judíos, que ponen toda su atención en los dogmas. Por ello San Pablo los denuncia, diciéndoles en la segunda carta a los Romanos ( Rom 2,17): "Si, pues, te llamas judío y descansas en la ley", etc.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Como ya nos había enseñado a distinguir los verdaderos y los falsos profetas por sus frutos, ahora ya nos manifiesta de una manera terminante cuáles son los frutos por medio de los que se distinguen los maestros buenos y los malos.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Debemos cuidar de no ser engañados en el nombre de Cristo por los herejes, o por los que lo entienden mal, o por los que aman el mundo, y por ello dice: "No todo el que me dice: Señor, Señor", etc. Pero veamos cómo puede concordar con esta sentencia aquella otra del Apóstol: "Ninguno puede decir: Señor Jesús si no lo dice inspirado por el Espíritu Santo". No podemos decir que aquellos que no entran en el reino de los cielos tienen el Espíritu Santo, pero el Apóstol puso propiamente esta palabra ( 1Cor 12,3): dice, para dar a conocer la voluntad y el entendimiento del que habla. Habla con propiedad aquel que manifiesta su voluntad y su pensamiento por medio de la voz. El Señor puso aquí en general la palabra decir. Parece que también dice aquel que ni quiere ni entiende lo que dice.
San Jerónimo
Es costumbre en la Sagrada Escritura el tomar los dichos por los hechos, según cuya interpretación dice el Apóstol: "Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con los hechos" ( Tit 1,16).
Ambrosiaster, commentario de 1 Cor 12,3
Toda verdad, sea dicha por quien quiera, proviene del Espíritu Santo.
San Agustín, de sermone Domini, 2,25
No creamos que pertenece a aquellos frutos de que había hablado antes, si alguno dice a nuestro Señor: "Señor, Señor", y que por ello nos parezca que es árbol bueno, sino que aquellos frutos son cumplir el designio de Dios. Por ello sigue: "Sino el que hace la voluntad de Mi Padre", etc.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
El camino del reino de los cielos es la obediencia al designio de Dios, no el repetir su nombre.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Cuál sea el designio de Dios El mismo nos lo enseña: "Esta es la voluntad de Aquel que me envió, que todo el que ve a su Hijo y cree en El obtenga la vida eterna" ( Jn 6,40). La palabra creer afecta lo mismo a la confesión que a la acción. El que no confiesa o no vive, según la palabra de Jesucristo, no entrará en el Reino de los Cielos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
No dijo: "El que hace mi voluntad", sino "la del Padre", porque, entre tanto, era conveniente decir esto para acomodarse a la ignorancia de aquéllos; mas ya por esto les insinuó ocultamente aquello: "No es otra la voluntad del Hijo que la del Padre".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Aquello tiene por objeto evitar que seamos engañados, no sólo en el nombre de Cristo por aquellos que tienen el nombre mas no los hechos, sino también por ciertos prodigios y milagros que Dios opera por medio de ellos a causa de los infieles. Nos advierte así que no nos dejemos engañar con tales obras, creyendo que hay alguna sabiduría invisible allí donde vemos el milagro, por lo cual añade y dice: "Muchos me dirán en aquel día".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Ves cómo se introduce de una manera discreta; cuando ya hubo terminado su sermón, se presenta a sí mismo como juez. Que la pena afecta a los que pecan ya lo demostró antes, quién es el que castiga ya lo revela, diciendo: "Muchos me dirán en aquel día", etc.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
A saber, cuando venga en la majestad de su Padre, cuando ya nadie se atreverá a defenderse con palabrería ni con mentira ni a contradecir a la verdad, cuando hablen las acciones de cada cual, las bocas se cierren, ni uno intervendrá por otro, sino que cada uno temerá por sí. En aquel juicio no habrá testigos aduladores de los hombres, sino ángeles veraces y el juez, el Señor lleno de justicia. Por eso expresó propiamente las angustias de los hombres que temen y la voz de los que sufren, diciendo: "Señor, Señor". Decir una sola vez: "Señor", no bastaría a aquel a quien aprieta la necesidad del temor.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
Presumen para sí la gloria por la virtud de su palabra, la profecía de la doctrina, la expulsión de los demonios y otras obras por el estilo, y por ello se prometen el Reino de los Cielos, diciendo: "Pues no profetizamos en tu nombre", etc.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Pero hay algunos que dicen que éstos lo dijeron mintiendo y que por eso no se han salvado, pero que no se atreverían a decir lo mismo en presencia del juez. Mas la misma pregunta y su misma respuesta manifiestan que ellos hicieron estas cosas. Como aquí eran admirables haciendo milagros en presencia de todos y allí se ven castigados, admirados dicen: "Señor, ¿pues no practicamos muchas virtudes en tu nombre?", etc. Algunos dicen que cuando hacían milagros no obraban mal, sino después. Pero no consta que esto sea lo que el Señor quería demostrar, a saber, que ni los milagros ni la fe valen algo cuando la vida no es buena, como dice San Pablo: "Si tuviese una fe tan firme que traspasase los montes de un lado a otro, pero no tuviese caridad, nada soy" ( 1Cor 13,2).
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Considera que dicen en el nombre y no en el espíritu. Profetizan en el nombre de Cristo, pero con el espíritu del diablo, como son los que adivinan, pero se distinguen así porque el diablo dice a veces las cosas falsas, mientras que el Espíritu Santo nunca. Se puede conceder que el diablo diga alguna vez alguna verdad, con el fin de hacer creer sus mentiras con alguna verdad rara. Arrojan los demonios en nombre de Cristo teniendo el espíritu del demonio, mas no los arrojan sino que aparentan que los arrojan, entendiéndose en realidad con los demonios. Hacen cosas admirables, esto es, milagros no útiles y necesarios, sino inútiles y faltos de significación.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Léase cuanto hicieron los magos de Egipto, en contraposición a los milagros de Moisés.
San Jerónimo
El profetizar, hacer cosas admirables y arrojar los demonios (aun cuando sea por virtud divina) no constituye mérito alguno en aquel que ejecuta tales cosas, sino que, o la invocación del nombre de Cristo hace esto, o se concede para condenación de aquellos que lo invocan, o para utilidad de los que ven u oyen tales prodigios. Para que ellos, aunque desprecien a los hombres que hacen tales signos, honren, sin embargo, a Dios, con cuya invocación tantos milagros se hacen. Saúl ( 1Sam 10), Balaán ( Núm 23) y Caifás ( Jn 11) vaticinaron; y según leemos en los Hechos de los Apostóles ( Hech 19), los hijos de Sceva arrojaban los demonios en la apariencia, y el apóstol Judas se dice que hizo también muchos prodigios entre los demás apóstoles, cuando ya había concebido la idea de ser traidor.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Como no todos eran aptos para todo, y mientras unos tenían una vida pura y no tan grande fe, en otros sucedía lo contrario, el Señor convertía a los primeros por los últimos para que mostrasen mucho la fe. Evocaba a éstos por el inefable don de los milagros, para hacerlos mejores, y como les concedía esta gracia con gran abundancia, dicen, pues: "Hemos hecho muchos milagros". Mas como fueron ingratos con Aquel que así los honró, con razón siguen las siguientes palabras: "Y entonces yo les diré claramente nunca os conocí".
San Jerónimo
Con intención dijo: "Y entonces yo les diré claramente", lo cual había callado mucho tiempo antes.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Una gran paciencia precederá a esta gran cólera de Dios, que hará más justo el juicio y más merecido el castigo de los culpables. Debe tenerse en cuenta que Dios desconoce a los pecadores, porque se han hecho indignos de que los conozca; no porque no los conozca en absoluto, sino porque no los reconoce como cosa propia. Dios conoce a todos naturalmente, pero aparenta no conocer a éstos. Así como también parece que no conocen a Dios los que no le adoran dignamente.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, 24,1
Dice, pues, el Señor a éstos: "¿Acaso os conocí?" Como si, no solo no los conozca en el día del juicio, sino que tampoco los conocía cuando hacían milagros: a muchos tienen ya odio aquí y los separa antes de castigarlos.
San Jerónimo
Observa también lo que dice el Salvador: "Que nunca os he conocido". Esto lo dice contra algunos que afirman que los hombres se han conducido siempre como criaturas racionales.
San Gregorio Magno, Moralia, 20, 9
En esta sentencia se da a conocer que entre los hombres debe tenerse en gran veneración la humildad de la caridad y no las apariencias de las virtudes. Por esto la Iglesia aun en esta vida desprecia los milagros de los herejes, si es que hacen algunos, porque no reconoce en ellos cosa alguna de santidad. La prueba de la verdadera santidad no consiste en hacer cosas aparatosas, sino en amar al prójimo como a sí mismo. Acerca de Dios debemos tener los mejores sentimientos, acerca del prójimo debemos pensar mejor que de nosotros mismos.
San Agustín, contra adversarium legis et prophetarum libri, 2, 4
No puede creerse que Dios diga lo que llevamos dicho, refiriéndose a los santos profetas, como quieren los maniqueos. Esto lo dijo refiriéndose a aquellos que, después de predicado el Evangelio, hablan en nombre de El sin saber lo que dicen.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
Así se han gloriado a sí mismos los hipócritas, como si lo que hacían o decían procediese solamente de ellos y no lo hiciese todo la virtud de Dios invocada. Esta doctrina ilustra la lectura del Evangelio, y el nombre de Cristo atormenta allí a los demonios. En nuestra mano está la consecución de aquella eternidad bienaventurada. Pero es necesario que pongamos de nuestra parte algo, como puede ser el querer el bien, evitar lo malo, y que hagamos con más gusto lo que el Señor quiere, que aquello que nos agrada, para que así podamos alcanzar la gloria. Rechazando el Señor a aquéllos por las obras de iniquidad, les dice: "Separaos de mí todos los que obráis la iniquidad".
San Jerónimo
No dijo: "Los que habéis obrado la iniquidad", para que no pareciese que prescindía de la penitencia, sino: "Los que obráis", esto es, hasta este mismo momento en que ha llegado la hora del juicio. Pues aunque no tengáis ya facultades para pecar, conserváis el afecto del pecado.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Porque la muerte separa el alma del cuerpo, pero no cambia las disposiciones de aquélla.