"No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura". (vv. 31-33)
Glosa
Después de haber excluído sucesivamente la preocupación por el vestido y la comida, tomando su argumento de las cosas inferiores, excluye ahora las dos, diciendo: "No os acongojéis, pues, diciendo: Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos?"
Remigio
El Señor repitió esto para manifestar que es muy necesario, inculcándolo así mejor en nuestros corazones.
Rábano
Nótese que no dice: "No queráis buscar o andar solícitos acerca de la comida, o de la bebida, o del vestido", sino: "Qué comeréis, o beberéis, o vestiréis". En donde me parece que se reprende a aquellos que, despreciando el alimento o el vestido de aquellos con quienes viven, buscan para sí alimentos o vestidos más delicados o más austeros.
Glosa
Hay también una preocupación superflua, hija de la mala inclinación de los hombres, cuando reservan, tanto en dinero como en frutos, más de lo que necesitan. Y, olvidándose de las cosas espirituales, se fijan demasiado en ellos, casi desesperando de la bondad de Dios, y esto está prohibido, como sigue: "Porque los gentiles se afanan por estas cosas".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dado que creen que la fortuna consiste en estas cosas humanas, no creen que hay providencia, ni que Dios sea quien se cuida del gobierno de estas cosas, sino que suceden por casualidad. Así, con razón, temen y desesperan, como si no tuviesen quien los dirigiese. Pero los que creen que todas las cosas son gobernadas por Dios, confían la comida a la dirección de su liberal mano, y por eso añade: "Sabe vuestro Padre que necesitáis de todas estas cosas".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,2
No dijo sabe Dios, sino sabe vuestro Padre, para inspirarles más confianza. Si es padre, no podrá despreciar a sus hijos. Esto ni aun los hombres que son padres podrían soportarlo. Dice, en efecto: "Puesto que necesitáis de todo esto", para que esforcéis vuestra solicitud, porque os son necesarias. ¿Qué padre sostiene que no deben darse a sus hijos aun las cosas necesarias? Si fuesen superfluas, no convendría confiar así.
San Agustín, de Trinitate, 15, 13
Dios no conoce esto desde hace poco tiempo, sino que conoce todas las cosas futuras, y en ellas, sabe desde el principio, qué es lo que habíamos de pedir, y cuándo.
San Agustín, de civitate Dei, 12, 18
En cuanto a lo que dicen algunos que Dios no ha podido comprender todas estas cosas, porque son infinitas, réstales decir que Dios no ha conocido todos los números, porque son ciertamente infinitos. La infinidad del número no es incomprensible para Aquél cuya inteligencia no tiene número. Todo lo que se comprende es limitado por la ciencia del que comprende; por consiguiente, todo lo que llamamos infinito está limitado de una manera inefable por la ciencia de Dios, para la cual todo es comprensible.
San Gregorio Niceno, de opificio hominis, 1, 4, 6, 7
Como su providencia se demuestra por signos de esta clase, a saber: la permanencia de todo (especialmente de aquello que es capaz de reproducirse y desaparecer), la colocación y el orden de las cosas que existen, conservadas siempre según su modo. Todas estas cosas, ¿cómo podrían perfeccionarse si no hubiese quién se cuidase de ellas? Pero algunos dicen que Dios sólo se cuida de mantener la permanencia de los universales, a los que solamente se extiende su providencia; mas que lo particular sucede al acaso. Tres solas causas puede alguno alegar contra la providencia de los particulares: o Dios ignora que es bueno cuidar de las cosas particulares, o no quiere o no puede hacerlo. La ignorancia es enteramente ajena a la Divinidad. ¿Cómo puede ignorar Dios lo que no se oculta a un hombre sabio, a saber, que destruidos los particulares se destruyen los universales? Nada impide la destrucción de todos los individuos si no hay un poder que cuide de ellos. Si no quiere es por dos causas: o por pereza o por indecencia. La pereza reconoce dos causas: o de la atracción de un placer que cautiva la voluntad, o de un temor que hace desistir, ninguno de los cuales es lícito pensarlo de Dios. Si dicen que no es decente, ni digno de la Majestad Divina el ocuparse en cosas pequeñas, ¿cómo es que no hallamos inconveniente en que el artífice, que procura lo universal, cuide también de los particulares sin descuidar ningún detalle, sabiendo que la parte aprovecha al todo? Y siendo esto así, ¿cómo vamos a decir que Dios es un creador menos capaz que los artífices de este mundo? Si no puede, Dios es un imbécil, e incapaz de hacer el bien. Porque si nos es desconocida la razón de la providencia de los particulares, no por esto podemos decir que no hay providencia, pues equivaldría a decir que no hay hombres porque ignoramos cuántos son.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Por lo tanto, el que crea que en Dios se da providencia, espere de su mano el alimento, pero considere que lo mismo debe esperar lo bueno que lo malo de lo que, si no fuere solícito, ni se librará del mal, ni podrá alcanzar el bien. Por ello añade: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia". El Reino de Dios es el premio de las buenas obras, y su justicia el camino de la piedad, por la que se va al reino. Si piensas en la gloria de los santos, es necesario que, o te separes del mal por temor de la pena, o te encamines al bien por el deseo de la gloria. Y si piensas en la justicia de Dios (a saber, qué es lo que Dios aborrece y lo que Dios ama), su misma justicia te manifiesta sus caminos, que siguen todos aquellos que lo aman. No daremos razón, pues, de si somos pobres o ricos, sino si obramos bien o mal, porque esto entra en nuestro libre albedrío.
Glosa
O dice: "Su justicia", como si dijese: "Para que por El, no por vosotros, seáis justos".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
La tierra también es maldecida por los pecados de los hombres, para que no produzca, según aquellas palabras ( Gén 3,17): "Maldita eres tierra en tu trabajo". Es bendecida cuando obramos bien: "Busca la justicia, y no te faltará el pan", de donde prosigue: "Y todas estas cosas se os darán por añadidura".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 16
A saber, las cosas temporales, las cuales manifiesta terminantemente aquí, que no son tales bienes nuestros por los que debemos obrar bien, pero que, sin embargo, son necesarios. Mas el Reino de Dios y su justicia son nuestro bien, en el cual debemos constituir nuestro fin. Pero como en esta vida, en la que peleamos para conseguir aquel reino, nos son necesarias estas cosas, por eso nos dice: "Se os darán por añadidura". Cuando dijo primeramente, significó, no prioridad de tiempo, sino de dignidad. Aquello, como nuestro verdadero bien; esto, como necesario para la vida. Y no debemos, por ejemplo, predicar para comer, porque así haríamos el Evangelio de peor condición que la comida, sino que debemos comer para poder predicar. No debe molestar el cuidado de si faltarán las cosas necesarias, a los que buscan primeramente el Reino de Dios y su justicia, esto es, a los que dan preferencia a estas cosas, para que las demás les vengan como por añadidura. Y por ello dice: "Estas cosas se os darán por añadidura", esto es, las conseguiréis, si no ponéis impedimento, no sea que buscando estas cosas os pervirtáis de tal modo, que constituyáis dos fines.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 22,3
Y no dijo: "Se os concederán" sino: "Se os darán por añadidura", para que comprendamos que las cosas presentes nada valen en comparación con las futuras.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 16
Cuando leemos que el Apóstol tuvo hambre y sed, no creamos que faltó la promesa del Salvador. Como estas cosas se nos dan por añadidura, el Médico Divino, a quien todos nos hemos confiado, sabe cuándo debe concedernos la abundancia, y cuándo la escasez, según cree que nos conviene. Si alguna vez nos faltan las cosas necesarias a la vida, lo que con frecuencia permite el Señor para nuestra prueba, no debilita lo que nos hemos propuesto, sino que, examinado, lo confirma.