"Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a aquéllos que a ti son enviados, ¡cuántas veces quise allegar tus hijos, como la gallina allega sus pollos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí que os quedará desierta vuestra casa. Porque os digo que desde ahora no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor". (vv. 37-39)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 74,3
Después de lo ya dicho, el Señor dirigió su palabra a la ciudad, queriendo a la vez instruir a los que le oían diciendo: "Jerusalén, Jerusalén". Esta doble exclamación es propia del que se compadece y del que ama mucho.
San Jerónimo
Llama Jerusalén, no a las piedras y a los edificios de la ciudad, sino a los habitantes de quienes se lamenta con el acento de padre.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 46.
Previendo la ruina de aquella ciudad y el gran castigo que había de venirle de parte de los romanos, les recordaba, en verdad, la sangre de sus santos, que había sido derramada hasta entonces y que aún debía serlo. Por esto añade: "Que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados". Te envíe a Isaías y lo aserraste, has apedreado a mi siervo Jeremías, arrastraste por las piedras a Ezequiel, hasta derramarle los sesos. ¿Cómo te salvarás, si no recibes médico alguno? Y no dijo: mataste o apedreaste, sino que matas y apedreas, esto es, que tienes esto por costumbre natural, el matar y apedrear a los santos. Esto mismo hicieron con los apóstoles, como habían hecho antes con los profetas.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 74,3
Además, habiéndola llamado y expuesto sus matanzas abominables, queriendo excusarse en cierto modo, le dice: "¿Cuántas veces quise allegar tus hijos?" Como diciendo: no me han separado de mi benevolencia hacia ti, ni aun las anteriores matanzas, sino que te he querido unir a mí, no una vez ni dos, sino muchas. Y da a conocer la magnitud de su amor con la semejanza de la gallina.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,36
Esta clase de animales tiene un grande afecto hacia sus hijos, hasta el punto de que si ellos enferman, también enferma la madre. Y en ella encontrarás lo que es difícil encontrar en los otros animales, porque con sus alas defiende a sus hijos y pelea contra el milano. Así también nuestra madre, la sabiduría de Dios, después de haber tomado nuestra carne, ha enfermado, como dice el Apóstol: "Que lo que parece flaco en Dios, es más fuerte que los hombres" ( 1Cor 1,25), protege nuestra debilidad y resiste al diablo, para que no nos arrebate.
Orígenes, homilia 26 in Matthaeum
Llama hijos de Jerusalén, según lo que llevamos dicho, a los sucesores de aquellos ciudadanos e hijos de los que habían precedido. Dice, pues: "Cuántas veces he querido", siendo así que había enseñado a los judíos corporalmente. Pero Jesucristo siempre estuvo presente en Moisés y en los profetas y en los ángeles, que cuidan de la salvación humana en todas las generaciones. Y si alguno no estaba reunido, se entendía que no había querido reunirse.
Rábano
Cesen, pues, los herejes de creer que Jesucristo tuvo principio únicamente de la Virgen. Callen, y no sigan diciendo que el Dios de la ley y de los profetas es otro.
San Agustín, Enchiridion, 97
¿Dónde está, pues, aquella omnipotencia con que fabricó los cielos y la tierra, y todas las demás cosas que quiso hacer, si queriendo reunir a los hijos de Jerusalén no pudo? ¿Acaso no fue más reunir a los que quiso aun no queriendo ella?
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 74,3
Además, amenaza con la pena que siempre habían temido, a saber, con la destrucción de la ciudad y del templo, diciendo: "He aquí que os quedará desierta vuestra casa".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 46
Así como el cuerpo, cuando el alma se separa de él, primero se enfría, después se pudre, y por último se disuelve, así nuestro templo, cuando se separa de él el espíritu de Dios, primero se encuentra muy rebelde e indisciplinado, y después viene a su ruina.
Orígenes, homilia 26 in Matthaeum
También amenaza siempre Jesucristo a aquellos que no quisieron reunirse bajo sus alas. "He aquí que os quedará desierta vuestra casa", esto es, vuestra alma y vuestro cuerpo. Pero si alguno de vosotros no quiere reunirse bajo las alas de Jesucristo, desde el momento que huye de encontrarse con El (más bien por sus acciones que con su cuerpo), no verá la hermosura del Verbo hasta que se arrepienta de su mal propósito y diga: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". Porque entonces viene el Verbo bendito de Dios sobre el corazón del hombre cuando se convierte al Señor. Por esto sigue: "Os digo que desde ahora no me veréis hasta que digáis: bendito el que viene en el nombre del Señor".
San Jerónimo
Como diciendo: si no hacéis penitencia y confesáis que soy el mismo de quien han hablado los profetas, llamándole Hijo del omnipotente Padre, no veráis mi rostro. Tienen también los judíos su tiempo de penitencia. Confiesen que es bendito el que viene en el nombre del Señor y entonces verán la cara de Jesucristo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 74,3
Por esto dio a conocer, su venida -aunque en secreto-, porque entonces todos le adorarán. Y cuando dice: "Desde ahora", se refiere al tiempo de su pasión.