"En verdad, en verdad os digo: Que el que oye mi palabra, y cree a Aquél que me envió, tiene vida eterna; y no viene a juicio, mas pasó de muerte a vida". (v. 24)
Glosa
Como había dicho que el Hijo da vida a los que quiere, manifiesta a continuación cómo se llega por medio del Hijo a la vida, cuando dice: "En verdad, en verdad os digo, que el que oye mi palabra", etc.
San Agustín in Ioannem tract. 21
Alguna vez sucede que la vida eterna consiste en oír y creer, y mucho más en comprender. Pero la escalera de la santidad es la fe, y el fruto de la fe el entendimiento. Y no dijo: el que cree en mí, sino: el que cree en Aquél que me envió. ¿Por qué escuchas tu palabra y le crees a otro? ¿Qué quiso decir sino que su Palabra estaba en El? ¿Y qué quiere decir: oye a mi palabra, sino que me oye a mí? ¿Y qué quiere decir: y cree en Aquél que me envió? Porque el que en El cree, cree en su palabra, mas cuando se cree en su palabra, se cree en El, porque el Hijo es la Palabra del Padre.
Crisóstomo in Ioannem hom. 28
Y no dijo: el que oye mis palabras y cree en mí. Porque hubiesen creído que esto era soberbia y vanagloria de palabras. Mas como dijo: cree en Aquél que me envió, hacía que sus palabras fueran aceptables. De dos modos conseguía que su predicación fuese aceptable, porque así creía en el Padre todo el que le oía, y porque con ello adquirían muchos beneficios los que le escuchaban. Por esto sigue: "Y no viene a juicio".
San Agustín in Ioannem tract. 22
¿Pero quién sería éste? Sin duda sería alguno mejor que el apóstol San Pablo, que dice ( Rom 14; 2Cor 5,10): "Conviene que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal de Jesucristo". Alguna vez sucede que el juicio se llama sentencia, pero otras veces el juicio significa elección. Por lo tanto, en el segundo sentido es como conviene que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal de Jesucristo. Pero aquí habla el Señor del juicio de condenación. Dice que no viene a juicio, esto es no viene a condenar. Prosigue: "Mas pasó de muerte a vida". No pasa ahora, sino que ya pasó de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe, y de la muerte de la iniquidad a la vida de justicia. O de otro modo, para que no creyeses que no habrías de morir según la carne, sino que sepas que habrás de pagar con la muerte que debes, según el castigo impuesto a Adán. Refiriéndose a ésta, en la que todos incurrimos, dijo ( Gén 2,17): "Morirás de muerte", y no podrás escapar de la divina sentencia. Pero debes comprender que, cuando hayas pagado el tributo a la muerte del hombre antiguo, entrarás en la vida del hombre nuevo y así pasarás de la muerte a la vida. ¿A qué vida? A la vida eterna. Porque resucitarán después que haya concluido este mundo los que hubieren muerto, y pasarán a la vida eterna. Y además, esta vida ni aun debe llamarse vida, porque no es verdadera vida más que la vida eterna.
San Agustín De verb. Dom. serm., 64.
Vemos, pues, que los hombres amantes de la vida presente, temporal y pasajera, se afanan tanto por ella que cuando llegan a temer la proximidad de la muerte hacen todo lo que pueden, no para escapar de ella, sino para dilatarla en lo posible. Por lo tanto, si se procura con tanto empeño, con tanto trabajo y con tanto esfuerzo el vivir aquí un poco más, ¿cuánto debe hacerse por vivir eternamente? Y si se llaman prudentes aquéllos que hacen los mayores esfuerzos por dilatar la muerte y por vivir unos pocos días más, ¡qué necios son aquéllos que viven de tal modo que pierden el día eterno!