"Si no hubiera venido ni les hubiera hablado no tendrían pecado: mas ahora no tienen excusa de su pecado. El que me aborrece, también aborrece a mi Padre. Si no hubiese hecho entre ellos obras, que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; mas ahora ya las han visto, y me aborrecen a mí, y a mi Padre. Mas porque se cumpla la palabra que está escrita en su Ley: Que me aborrecieron de grado". (vv. 22-25)
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Añade el Señor otro consuelo a sus discípulos, manifestándoles cuán injustamente sufrirán tales cosas El y sus discípulos. Por esto dice: "Si no hubiese venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado", etc.
San Agustín In Ioannem tract., 89.
Jesucristo habló a los judíos, no a otras naciones. En ellos, pues, quiso que se entendiera, el mundo que aborrece a Cristo y a sus discípulos. Y aun demostró que no sólo los judíos, sino que también nosotros mismos pertenecemos a este mundo. ¿Por ventura los judíos a quienes Jesucristo habló estaban sin pecado antes de que viniese en carne? Pero no quiere que se entienda en general toda clase de pecados, sino cierto gran pecado. Este los comprende todos, y al que no lo tuviere todos se le perdonan. Este es, pues, el de que no creyeron en Cristo; que para esto vino, para que se crea en El. Si no hubiera venido, no tendrían este pecado. Su venida, pues, cuanto es saludable a los creyentes, tanto es ruinosa a los que no creen. Sigue: "Ahora, pues, no tienen excusa de su pecado". Puede suscitarse la cuestión si tendrán excusa de pecado aquellos a quienes no vino y habló Cristo. Si, pues, no tienen excusa de su pecado, ¿por qué se ha dicho aquí que no tienen excusa porque vino y les habló? Y si la tienen, ¿por qué no han de ser libres de la pena o tratados con menor rigor? A esto respondo que éstos tienen excusa, no de todos los pecados, sino del pecado suyo, porque no creyeron en Cristo. Pero no son de este número aquellos a quienes vino Cristo por medio de sus discípulos, pues no merecen menor pena los que no quisieron de ningún modo recibir la ley en cuanto a ellos atañía y la negaron rotundamente. Esta excusa pueden alegarla los que antes de predicarse el Evangelio fueron sorprendidos por la muerte; pero no podrán evitar la condenación todos aquellos que pudieron ser salvos por el Salvador, que había venido a buscar lo que había perecido. Todos, sin ningún género de duda, perecerán, aunque pueda presumirse que unos padecerán mayor pena que otros. Se entiende que perece todo aquel que es castigado con la separación de la bienaventuranza que Dios da a sus santos. Es tanta la diversidad de penas, cuanta la diversidad de pecados; lo cual se comprende o se explica mejor por la infinita sabiduría de Dios que por conjetura humana.
Crisóstomo In Ioannem hom., 76.
Como objetaba y decía públicamente que lo perseguían por causa de su Padre, dice para destruir su excusa: "Quien me aborrece, también aborrece a mi Padre".
Alcuino.
Así como el que ama al Hijo, ama al Padre (porque así es uno el amor del Padre y del Hijo, como es una su naturaleza), del mismo modo, el que aborrece al Hijo aborrece al Padre.
San Agustín In Ioannem tract., 90.
Si había dicho antes "No conocen a Aquel que me envió" ( Jn 15,21), ¿cómo pueden haber aborrecido a quien no conocen? Pero si aborrecieron a Dios, no como es El mismo, sino como sospechan o creen que es, no es éste a quien aborrecieron, sino la errada sospecha o vana credulidad que concibieron. Pero si lo comprenden como es, ¿cómo pueden decir que no lo conocen? Respecto a los hombres, puede suceder que amemos o aborrezcamos a aquellos que nunca vimos, por lo bueno o malo de que tienen fama, ¿pero cómo se puede llamar desconocido aquel de quien tenemos íntimo conocimiento? En verdad, no se nos comunica su semblante corporal, pero se nos patentiza su conocimiento cuando son públicas su vida y costumbres. De otro modo, ni a sí mismo se conocería quien no pudiera ver su semblante. Pero con frecuencia nuestra credulidad se engaña respecto de los demás, porque algunas veces la historia, y mucho más la fama, mienten. A nosotros nos toca (para que no seamos engañados por una falsa opinión), ya que no podemos escudriñar la conciencia de los hombres, formar concepto seguro por sus hechos. Cuando, pues, no se yerra en las cosas, para que sea acertado el concepto de los vicios y virtudes, si hay equivocación en los hombres, el error es perdonable. Por lo demás, puede suceder que un hombre bueno aborrezca a otro bueno; es decir, no como es, sino como piensa que es; o más bien que lo ame como bueno ignorando lo que es. Así, puede suceder que un hombre injusto aborrezca a un hombre justo, y, sin embargo, creyéndole injusto, le ame, no por esto, sino porque le juzgue que es como él. Del mismo modo, pues, que los hombres, así actúa Dios. Si preguntáramos a los judíos si amaban a Dios, responderían que sí, no creyendo mentir sino equivocándose en la opinión. ¿Pero cómo podrían amar al Padre de la Verdad los que aborrecen la Verdad? Ellos no quieren ser condenados por su conducta, y esto es verdad. Tanto es, pues, lo que ellos aborrecieron la Verdad, cuanto odiaron las penas con que se castiga tal pecado. Pero ignoran que la verdad es aquella que condena a los que como ellos son. Y como ellos ignoran esta verdad nacida de Dios y por la que son condenados, resulta que desconocen al mismo Dios Padre.
Crisóstomo ut supra.
Así, pues, no tienen excusa de su pecado, ya por la doctrina que Jesucristo les enseñaba, ya por los milagros con que la confirmaba, según la Ley de Moisés, que mandaba a todos obedecer a quien tales cosas decía y hacía, tan conducentes a la piedad y a la manifestación del Autor de tan grandes maravillas. Por eso añade: "Si no hubiera hecho las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado".
San Agustín In Ioannem tract., 91.
He aquí el pecado: el de no haber creído su predicación y sus milagros. Pero ¿por qué añade que ningún otro hizo? Ninguna de las obras de Cristo aparece mayor que la de la resurrección de los muertos, lo cual sabemos que lo hicieron los antiguos profetas. Esto lo hizo Elías ( 1Re 17) y también Eliseo ( 2Re 4), viviendo en carne y aun muerto y enterrado. Hizo, sin embargo, Cristo algunas cosas que ninguno otro hizo cuando alimentó a cinco mil hombres con cinco panes, cuando marchó sobre las aguas y comunicó a Pedro el mismo poder, cuando convirtió el agua en vino, cuando abrió los ojos del ciego de nacimiento, y otras muchas que sería largo el recordar. Se nos contesta que otros hicieron cosas que ni El mismo ni otro alguno hizo. ¿Quién, sino Moisés, dividiendo el mar, salvó al pueblo, lo alimentó con el maná en el desierto e hizo manar agua de la roca? ¿Quién sino Josué suspendió las corrientes del río Jordán para que pasara el pueblo, y paró al sol en su carrera? ¿Quién otro que Eliseo sepultado, con el contacto de su cadáver volvió a la vida a otro cadáver? Paso por alto los demás milagros, porque éstos bastan para demostrar que otros santos obraron maravillas que nadie más hizo. Pero no se lee de ninguno de los antiguos que curara tantos vicios, graves enfermedades y mortales molestias, con tanto poder. Pero aun callando los que particularmente curó con su autoridad a los que se le iban presentando, dice San Marcos, que doquiera que entraba en villas y ciudades, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que al menos les permitiera tocar la orla de su vestido, y cuantos la tocaban curaba. Esto ninguno otro lo hizo en ellos. Así ha de entenderse entonces por qué dice: "en ellos"; no 'entre ellos' o 'en presencia de ellos', sino precisamente "en ellos": porque los curó a ellos. Pues ninguno otro tales milagros hizo en ellos, porque cualquiera otro hombre que hizo alguno de aquellos, no los hizo por sí, sino en nombre de Jesús, que fue quien los hizo, no ellos. Pero si esto lo hizo el Padre y el Espíritu Santo, no fue otro quien lo hizo, porque las tres personas son una sola sustancia. Estos beneficios debieron excitar al amor, no al odio, y esto es lo que echándoles en cara dice: "Ahora, pues, que vieron, me aborrecieron".
Crisóstomo ut supra.
Esto lo dice para que sus discípulos no lo reconvengan: ¿por qué pues, nos has metido en tantos compromisos? ¿Acaso no previste la oposición y el odio? Pero les contesta con la profecía que sigue: "Para que se cumpla la palabra que está escrita en su Ley".
San Agustín ut supra.
Algunas veces se cita con el nombre de Ley todo el Antiguo Testamento y Sagradas Escrituras. Y así, dice el Señor "Está escrito en su Ley", cuando se lee en los salmos.
San Agustín In Ioannem tract., 91.
Dice su Ley, no por ellos hecha, sino a ellos impuesta. Aborrece, pues, gratuitamente el que no busca en el odio ninguna ventaja, ni huye de ninguna incomodidad. Así aborrecen los impíos a Dios, y así lo aman los justos; de modo que nada esperan fuera de El, pues El es todo para ellos en todas las cosas.
San Gregorio Moralium 25, 26
Una cosa es no hacer el bien, y otra aborrecer al Autor de los bienes. Así como también es una cosa pecar por precipitación, y otra con ánimo deliberado. Suele suceder con frecuencia amar el bien y por debilidad no poderlo ejecutar. El pecar de propósito, es lo mismo que no amar ni hacer el bien. Así, pues, siempre es más grave amar el pecado que perpetrarlo, como también es peor aborrecer la justicia que dejarla de practicar. En la Iglesia hay muchos que no sólo no practican el bien, sino que lo persiguen, y detestan en los demás lo que ellos desprecian hacer. El pecado de éstos no es de debilidad o ignorancia, sino de mala intención.