"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (v. 10)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Una vez explicada la bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la paz para sí, añade: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia". Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de cualquier virtud del alma.
San Agustín,
de sermone Domini,. 1, 2
Una vez establecida y firmada interiormente la paz, aquel que ha de sufrir cualquier clase de persecuciones exteriores, de cualquier manera que sea atribulado exteriormente, dará mayor gloria a Dios.
San Jerónimo
Terminantemente añade: "Por la justicia". Muchos sufren persecución por sus culpas, pero éstos no son justos. A la vez téngase en cuenta que la octava bienaventuranza concluye con el martirio.
Pseudo-Crosóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
No dijo, pues: "Bienaventurados los que padecen persecución de los gentiles", para que no creas que sólo es bienaventurado el que padece persecución por no adorar los ídolos. Y por lo tanto el que sufre persecución de los herejes por no abandonar la verdad, es bienaventurado puesto que padece por la justicia. Además, si alguno de los poderosos, aun los que parecen cristianos, te persiguiese cuando le reprendas por sus pecados, si éste te persigue serás bienaventurado con San Juan Bautista. Si bien es verdad que los profetas fueron mártires, aun cuando fueron muertos por los suyos, no dudes que todo aquél que padece algo por la causa de Dios, aun cuando sea por los suyos, obtiene el premio del martirio. Por esto no especifica la Escritura las personas de los perseguidores, sino solamente la causa de la persecución, para que no te fijes en quién es el que te persigue, sino por qué te persigue.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Así cuenta en la última bienaventuranza a todos aquéllos que sufren todas las cosas por Jesucristo (quien se llama justicia), se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en el desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu. Por ello dice: "Porque de ellos es el reino de los cielos".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 3
La octava bienaventuranza vuelve sobre la primera, porque la manifiesta y prueba consumada y perfecta. Así en la primera y en la octava es donde se nombra el Reino de los Cielos. Siete bienaventuranzas son las que perfeccionan, porque la octava clarifica y demuestra lo más perfecto, para que por estos grados se perfeccionen los demás, como se ofrecen en el principio.
San Ambrosio,
in Lucam, 5,61
El primer Reino de los Cielos se ofrece a los santos en la disolución de su cuerpo y el segundo consiste en estar con Cristo después de la resurrección. Después de la resurrección empezarás a poseer la tierra, cuando hayas sido librado de la muerte, y en esta misma posesión encontrarás tu consuelo. El gozo sigue a la consolación y al gozo sigue la divina misericordia. El Señor llama a aquel de quien se apiada y éste, llamado así, ve al que lo llama. Y el que ve a Dios es recibido en el derecho de la divina generación. Finalmente, como hijo de Dios disfruta de las riquezas del Reino de los Cielos. Aquél, pues, empieza y éste queda satisfecho.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,5
No te admires, pues, si en cada una de estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice "serán consolados", "alcanzarán misericordia" y otras cosas por el estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos. Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que proceden de esta vida.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 4
Debemos fijarnos atentamente en el número de estas sentencias. En estos siete grados conviene observar la obra septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías (
Is 11). Pero aquél empieza por lo más alto y éste por lo más bajo, porque allí se enseña que el Hijo de Dios habrá de bajar a lo más humilde, y aquí que el hombre, de lo más bajo habrá de elevarse hasta unirse con Dios. En estas cosas lo primero es el temor, que conviene a los hombres humildes, de quienes se dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu", esto es, no los que saben las cosas elevadas, sino los que temen. La segunda es la piedad, que conviene a los mansos, porque el que busca piadosamente, honra, no reprende, no resiste, lo cual es hacerse manso. La tercera es la ciencia, que conviene a los que lloran, los que aprendieron por qué males han sido oprimidos, siendo así que pedían los bienes. La cuarta es la fortaleza, que conviene a los que tienen hambre y sed, porque deseando la alegría sufren por los verdaderos bienes, deseando separarse de los bienes terrenos. La quinta es el consejo y conviene a los misericordiosos, porque es el único remedio para librarse de tantos males, perdonar a unos y dar a otros. La sexta es el entendimiento y conviene a los limpios de corazón, los cuales, una vez limpio el ojo, pueden ver lo que el ojo no vio. La séptima es la sabiduría, que conviene a los pacíficos, en los cuales ninguna disposición es rebelde, sino que obedece al espíritu. Un solo premio que es el Reino de los Cielos se designa de varias maneras. En el primero (como convención), está colocado el Reino de los Cielos, que es el principio de la sabiduría perfecta. Como si dijera: "El principio de la sabiduría es el temor de Dios" (
Sal 110,10). A los mansos, se concede la herencia del reino de los cielos como testamento de un padre hacia los que le buscan con piedad. A los que lloran se les ofrece el consuelo como conociendo lo que han perdido, y en qué cosas han tomado parte. A los que tienen hambre se les ofrece la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna salvación. A los misericordiosos se les ofrece misericordia, porque usan del mejor consejo para que se les ofrezca lo que ellos ofrecen. A los limpios de corazón la facultad de ver a Dios como a los que tienen ojo limpio para entender las cosas eternas. Y a los pacíficos se les concede la semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en esta vida, así como sabemos que se cumplieron con los Apóstoles, porque lo que se ofrece después de esta vida no puede explicarse con palabras.