"No déis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y volviéndose contra vosotros los perros os despedacen". (v. 6)
San Agustín,
de sermone Domini, 2, 20
Como puede engañar a algunos el nombre de simplicidad (de que había hablado antes), para que se vea que tan malo es ocultar lo verdadero como publicar lo falso y lo malo, añade con toda oportunidad: "No déis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Había mandado el Señor, antes de ahora, amar a los enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen y hacen mal; y para que los sacerdotes no piensen que también deben concederles las cosas divinas, les advirtió sobre esta idea, diciendo: "No déis lo santo a los perros", como si dijese: "Os he mandado amar a vuestros enemigos y hacer bien a los que os perjudican con vuestros bienes materiales". Pero no con vuestros bienes espirituales, porque vuestros enemigos son iguales a vosotros en cuanto a la naturaleza, no en cuanto a la fe. Dios concede los beneficios terrenos lo mismo a los dignos que a los indignos, pero no así las gracias espirituales.
San Agustín,
de sermone Domini, 2,20
Debe saberse qué es lo que entiende el Señor por
santo, por
perros, por
perlas y por
puercos.
Santo es lo que no es lícito corromper, de cuya infracción se considera culpable la voluntad, aun cuando aquello quede incorrupto.
Perlas son todas las cosas espirituales de mayor estima. Aun cuando son una misma cosa lo santo y las perlas, sin embargo se llama santo lo que no debe corromperse, y perla lo que no debe despreciarse.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Santo es el bautismo, la gracia que se concede por medio del sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y otras del mismo orden. Los misterios de la verdad son las perlas, porque así como las perlas cuando están en las conchas se encuentran en lo profundo del mar, así los misterios divinos se encuentran en la profundidad del sentido de las Sagradas Escrituras.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.23,3
Para aquellos que son de buena intención y tienen entendimiento, las verdades reveladas aparecen con su propia dignidad, mientras que a aquellos que son incapaces les parecen más respetables cuando las ignoran.
San Agustín,
de sermone Domini, 2,20
Son
perros los que combaten la verdad, y consideramos como
puercos a los que la menosprecian. Como los perros se arrojan para morder, y como destrozan lo que muerden no dejándolo entero como estaba antes, dijo: "No déis lo santo a los perros", porque en cuanto pueden, si está a su alcance, se esfuerzan en destruir la verdad. Los puercos, aunque no tienen tanto instinto de morder como los perros, andando por el fango todo lo ensucian, y por ello añade: "Ni echéis vuestras perlas ante los puercos".
Rábano
O bien los perros son aquellos que han vuelto a su vómito, y los puercos los que, aún no convertidos, se revuelcan en el cieno de los vicios (ver
Prov 26,11;
2Pe 2,22).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
El perro y el puerco son animales inmundos. El perro lo es en absoluto, porque no rumia ni tiene la uña hendida; mas el puerco lo es en parte, porque tiene la uña partida, pero no rumia. Por ello creo que, por los perros, deben entenderse los gentiles, enteramente inmundos, tanto por la fe como por sus actos. Los puercos representan a los herejes, porque parecen invocar el nombre de Dios. No debe, pues, darse lo santo a los perros, porque el bautismo y los demás sacramentos no deben darse sino a los que tienen fe. Además, los misterios de la fe, esto es, las margaritas, no deben darse sino a los que desean la verdad y viven con la inteligencia perfectamente subordinada. Si las arrojamos ante los puercos (esto es, a los que viven enlodados en las complacencias impuras de la vida), no comprenden su preciosidad, y las estiman como semejantes a las fábulas mundanas y las confunden con sus acciones impuras.
San Agustín,
de sermone Domini, 2,20
Se dice que se pisa todo lo que se desprecia, y por ello añade el Señor: "No sea que las huellen con sus pies".
Glosa
Pero se dice: "No sea que", porque pueden reconocerse y separarse de su mala vida.
San Agustín,
de sermone Domini, 2,20
En cuanto a lo que sigue: "Y revolviéndose contra vosotros os despedacen". No dice a las perlas, a éstas las pisan, y cuando se vuelven para oír algo más destrozan a quien arroja las perlas. No hallarás fácilmente a quien pueda agradarle que se le desprecien las cosas que ha encontrado a costa de gran trabajo. No veo cómo los que enseñan a tales hombres no se desgarran de indignación y despecho.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Los puercos no sólo pisotean con sus acciones carnales las perlas, sino que poco tiempo después de convertidos destrozan con la desobediencia a los que las presentan. Con frecuencia sucede que, alborotados, los calumnian, como si enseñasen dogmas nuevos. Los perros también, confundiendo las cosas santas con sus sentimientos, sus acciones y sus disputas, destrozan al predicador de la verdad.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom 23,3
Y dijo con toda propiedad: "Volviéndose", porque fingen mansedumbre para aprender, y luego que han aprendido, se apartan.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Prohibió con toda prudencia arrojar las perlas ante los puercos. Y si esto dice respecto de los puercos, menos inmundos, ¿con cuánta más razón prohibirá que se arrojen a los perros, que son mucho peores? Tratándose de dar lo santo, no podemos decir lo mismo, porque con frecuencia damos la bendición a los cristianos que viven a manera de bestias, no porque merezcan recibirla, sino para que no se escandalicen más y se pierdan.
San Agustín,
de sermone Domini, 2, 20
Debe evitarse el descubrir algo a quien no pueda entenderlo, porque es mejor darle, buscar lo que no comprende, que exponerlo a profanar lo que se le ha revelado, o con el oído como el perro, o con el desprecio como el puerco. De que se pueda ocultar la verdad, no debe inferirse que es lícito mentir, porque el Señor, aun cuando no mintió, ocultó algunas veces la verdad, según las palabras de San Juan: "Tengo algunas cosas que deciros, que no podréis comprender ahora" (
Jn 16,12). Pero si alguno no comprende por su mezquindad o inmundicia, debemos limpiarlo, o con la palabra o con la obra, cuanto sea posible. Pero si resulta que el Señor dijo ciertas cosas que muchos de los que estaban presentes no recibieron (o porque las resistieron o porque las despreciaron), no debe juzgarse que arrojó lo santo a los perros, ni dejó caer sus perlas delante de los puercos. Dio a los que podían aprender y que estaban presentes, a quienes no convenía despreciar por la inmundicia de los otros. Y aun cuando los que le tentaban se desconcertasen con sus respuestas, otros que podían comprender oían cosas de gran utilidad en las contestaciones que el Salvador daba a los primeros. El que sabe, pues, responder a las cuestiones en asuntos pertenecientes a la salvación, debe hacerlo, a fin de no desalentar a aquellos que, al ver que no responde, pueden sospechar que la dificultad propuesta no tiene solución. No debe contestarse a las cuestiones inútiles o perjudiciales, sino explicar por qué no debe responderse a tales preguntas.