"No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen: y en donde los ladrones los desentierran y roban. Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni los consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni roban. Porque en donde está tu tesoro, allí también está tu corazón". (vv. 19-21)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2
Después de que manifestó la malicia de la vanagloria, creyó el Salvador muy oportuno hablar del menosprecio de las riquezas. Ninguna otra cosa hace desear tanto las riquezas como el deseo de la gloria. Por esto los hombres presentan gran número de criados, caballos cubiertos de oro y mesas adornadas con plata. No para reportar de ello alguna utilidad sino para hacer ostentación delante de muchos. Y esto es lo que dice el Señor cuando continúa: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 13
Si alguno hace estas cosas con el objeto de conseguir algún beneficio terreno, no podrá decirse que tiene el corazón limpio aquel que se complace con las cosas de la tierra. El que se une a una naturaleza inferior, mancha la suya, aunque aquélla a la que se ha unido no esté manchada en su especie. Y así como el oro se deteriora cuando se mezcla con plata pura, así también nuestra alma se mancha cuando se mezcla con la tierra, por muy buena que sea en su clase 1.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Como nuestro Señor nada había enseñado acerca de la limosna, de la oración y del ayuno, sino que sólo había reprobado el su fingimiento, ahora de las tres cosas mencionadas deduce tres consecuencias de enseñanza. La primera de ellas afecta a la limosna de esta manera y en este orden: "No queráis atesorar para vosotros, etc". "Cuando das limosnas, no quieras tocar la trompeta delante de ti"; y después prosigue: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra". Aquí, en primer lugar, da consejo para que se haga limosna; en segundo lugar manifiesta cuál sea la utilidad de la limosna; y en tercero, exhorta a que el temor de la pobreza que pueda sobrevenir, no impida a la voluntad dar limosna.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,2
Habiendo dicho: "No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra", añade: "En donde los consume orín y polilla", para demostrar que los tesoros de la tierra, tanto por el lugar como por las personas los dañan, perjudican, mientras que los del cielo producen gran utilidad. Por esto decía: "¿Por qué temes que se te acabe el dinero si das limosna? Da, pues, limosna y ella te traerá el aumento de las riquezas, porque se añadirán las que están en el cielo, las cuales perderás si no das limosna". Y no dijo: "Las dejarás a otro", porque esto es agradable a los hombres.
Rábano
Pone tres cosas, según las tres clases de riquezas: los metales se destruyen por el orín, los vestidos por la polilla. Pero hay otras cosas a las que no afecta ni el orín ni la polilla, como son las piedras preciosas, y por eso pone su destrucción a los ladrones que pueden robar toda clase de riquezas.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
En otros textos se encuentra: "Porque los destruyen la comida y la polilla". Todos los bienes del mundo pueden destruirse de tres maneras. O por sí mismos, como cuando se vuelven viejos y se llenan de polilla, según acontece a los vestidos. O por los mismos dueños que se los comen, viviendo con lujuria. O por los extraños, cuando engañan a los propios dueños por medio del fraude, o por la fuerza, o por las calumnias, o por otro modo cualquiera. Es decir, todos los que se llaman ladrones, porque desean hacer que las cosas ajenas les sean propias. Pero dirás: ¿Acaso los que hacen estas cosas también las pierden? Pero que mientras que unos, hablando con propiedad, no las pierden, sí las pierden los otros, a quienes se las arrebatan. En verdad, las riquezas mal conservadas pueden perderse fácilmente, si no de una manera material, de una manera espiritual, porque no aprovechan a su dueño para conseguir su salvación.
Rábano
Hablando de una manera alegórica, el orín significa la soberbia, que oscurece el brillo de las virtudes, y la polilla, que muerde el buen deseo, y por esto descompone lo compacto de la unidad. Ladrones son los herejes y los demonios, que siempre están dispuestos a quitarnos las gracias espirituales.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Por lo demás, la alabanza celestial es eterna y no puede ser robada por el hurto del ladrón, ni mortificada por el orín y la polilla de la envidia. Y por ello prosigue: "Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde ni lo consume orín ni polilla, y en donde los ladrones no los desentierran ni los roban".
San Agustín de sermone Domini, 2, 13
Yo no considero en este lugar el cielo como una cosa corpórea, porque todo cuerpo es tierra. Debe despreciar todas las cosas del mundo aquél que atesore para sí tesoros en el cielo, del que se ha dicho: "El cielo son los cielos para Dios" ( Sal 113,16), esto es, en el firmamento espiritual. El cielo y la tierra pasarán. No debemos, pues, colocar nuestro tesoro en lo que puede pasar (o constituir nuestro corazón), sino en lo que permanece siempre.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
¿Qué es, pues, mejor, el amontonar sobre la tierra, donde no es segura su conservación, o en el cielo, donde es segura su defensa? ¡Qué necedad tan grande es amontonar bienes donde se ha de dejar, y no enviarlos allí a donde se ha de ir! Coloca tus riquezas allí donde tienes tu patria.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 20,3
Como no todo tesoro de la tierra se destruye por el orín y la polilla ni se roba por los ladrones, añade aquello diciendo: "Donde está tu tesoro, allí está tu corazón". Como si dijese: "Aun cuando no suceda lo primero, no sufrirás pequeña pérdida, apegado a las cosas inferiores, hecho su esclavo, caído del cielo e incapaz de pensar en las cosas sublimes".
San Jerónimo
Esto no debe entenderse solamente del dinero, sino de todas las cosas que se poseen en la tierra. Para el goloso, su dios es el vientre; para el lascivo, su tesoro es la impureza; para el amante, la liviandad. Cada uno es esclavo del que le ha vencido. Allí, pues, tiene su corazón donde tiene su tesoro.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 15
Ahora trata sobre la utilidad que se percibe cuando se hace limosna. El que coloca su tesoro en la tierra nada tiene que esperar en el cielo. ¿Qué esperará encontrar en el cielo aquel que nada ha enviado? Por lo tanto, peca dos veces: primero, porque atesora cosas malas, segundo, porque tiene su corazón fijo en la tierra. Asimismo, por causas contrarias obra bien doblemente quien atesora tesoros en el cielo.
Notas
1. Por esta metáfora no debe entenderse un rechazo a la materia y a las cosas creadas, sino más bien el rechazo al pecado.