"Venga el tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". (v. 10)
Glosa
Muy oportunamente se sigue que después de haber sido adoptados por hijos, pidamos el reino que se debe a los hijos, y así es como prosigue: "Venga a nos el tu reino".
San Agustín,
de sermone Domini, 2,6
Eso no quiere decir que Dios no reine en la tierra, porque siempre ha reinado sobre ella. La palabra
venga quiere significar que se manifieste a los hombres. A ninguno le será lícito desconocer el reino de Dios, siendo así que su Unigénito, no sólo de una manera inteligible o espiritual sino también de una manera visible, habrá de juzgar a los vivos y a los muertos el día de juicio, que según nos enseña el Señor habrá de tener lugar cuando el Evangelio se haya predicado a todas las gentes. Esta súplica se refiere a la santificación del nombre de Dios.
San Jerónimo
O bien se pide de una manera general que reine en todo el mundo, a fin de que el diablo deje de reinar en el mundo, o que Dios reine en cada uno de nosotros y no reine el pecado en el cuerpo mortal de los hombres (
Rom 6).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
O pedimos que nos venga de Dios nuestro reino, según nos está prometido, y que hemos adquirido con la sangre de Cristo, para que los que hemos servido antes a Cristo en este mundo, reinemos después.
San Agustín,
Ad Probam, epístola 130,11
El reino de Dios vendrá, lo mismo si queremos que si no queremos, pero encendemos nuestro deseo hacia aquel reino, para que venga a nosotros y reinemos en él.
Casiano,
Collationes, 9, 9
O bien porque el justo conoce, por el testimonio de su conciencia, que cuando aparezca el reino de Dios, habrá de participar de él.
San Jerónimo
Debe entenderse que es gran atrevimiento y propio solamente de una conciencia pura, pedir el reino de Dios y no temer su juicio.
San Cipriano,
de oratione Domini
Puede suceder también que el mismo Cristo sea el reino de Dios, que todos los días deseamos que venga, y cuyo advenimiento mueve nuestro deseo apenas el pensamiento nos lo representa. Pues así como El mismo es la resurrección, toda vez que en El hemos resucitado, así se puede tomar por el reino de Dios, puesto que habremos de reinar en El. No sin razón pedimos el reino de Dios, esto es, el celeste, porque también hay un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo es mayor que todos sus honores y su reino. Y por lo tanto, el que se consagra a Dios y a Jesucristo, no desea los reinos de la tierra sino los del cielo.
San Agustín,
de dono perseverantiae, 2
Cuando se pide diciendo: "Venga a nos el tu reino", ¿qué es lo que piden los que ya están santificados, sino la perseverancia en aquella santidad que ya se les ha concedido? No de otra manera vendrá el reino de Dios, que ciertamente habrá de venir, para aquellos que perseveran hasta el fin.
San Agustín,
de sermone Domini, 2, 6
En aquel reino de la bienaventuranza, se perfeccionará la vida feliz en los santos, como ahora sucede con los ángeles que están en los cielos. Y por lo tanto, después de aquella petición en la que decimos: "Venga a nos el tu reino", se sigue: "Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". O sea, así como en los ángeles que están en el cielo se hace tu voluntad para que gocen de Ti, no viniendo error alguno a oscurecer su inteligencia, ni penalidad ninguna a impedir su felicidad, hágase tu voluntad en tus santos que están en la tierra, y han sido hechos de tierra (en cuanto al cuerpo). "Hágase tu voluntad", se entiende también diciendo que deseamos que los preceptos de Dios se cumplan, así en el cielo como en la tierra, esto es, así por los ángeles como por los hombres: no porque ellos determinan la voluntad de Dios, sino porque hacen lo que El quiere, esto es, obran según su voluntad.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 19,5
He aquí una consecuencia muy buena. Después de habernos enseñado a desear las cosas del cielo por estas palabras: "Venga a nos el tu reino", antes de llegar al cielo nos enseña a hacer de la tierra cielo con estas palabras: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".
San Jerónimo
Avergüencense por estas palabras los que mienten diciendo que todos los días hay ruinas en el cielo.
San Agustín,
de sermone Domini, 2, 6
O bien: "Así como en el cielo, en la tierra", esto es, así como en los justos, también en los pecadores, como si dijese: "Así como hacen tu voluntad los justos, háganla también los pecadores, para que se conviertan a Ti". O de otro modo, para que pueda darse a cada uno lo suyo, como sucederá en el juicio final. También podemos conocer que por cielo y tierra se entienden el espíritu y la carne, y por lo que dice el Apóstol: "Con la mente sirvo a la ley de Dios, y con la carne a la ley del pecado" (
Rom 7,25), debemos comprender que la voluntad de Dios también se hace con el espíritu. Así sucede en aquella transformación que se promete a los justos. Hágase la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo, esto es, así como el espíritu no resiste a Dios, así el cuerpo no resista al espíritu. O de otro modo: "Así en la tierra como en el cielo", esto es, así en la Iglesia como en Jesucristo, en la Esposa del Hijo de Dios como en Este, que cumplió la voluntad del Padre. Se toman oportunamente el cielo y la tierra como un hombre y una mujer, puesto que la tierra fructifica cuando es fecundada por el cielo.
San Cipriano,
de oratione Domini
No pedimos que El haga lo que quiera, sino que nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Lo que se hace en nosotros es obra de la voluntad divina, esto es, por medio de su ayuda y de su protección, porque ninguno es suficientemente fuerte por sus solas fuerzas, sino que está seguro por la misericordia de Dios.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 19,5
La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior. Por esto se nos manda aquí a cada uno de nosotros que oremos por todo el orbe, y no dijo: "Hágase tu voluntad en mí o en nosotros", sino: "En toda la tierra", para que desaparezca el error y se siembre la verdad, y se destierre la malicia, y vuelva la virtud, y para que ya no se diferencie el cielo de la tierra.
San Agustín,
de dono perseverantiae, 3
En esto se manifiesta claramente (en contra de los pelagianos) que el principio de la fe es un don de Dios, cuando ruega la santa Iglesia por los no creyentes, para que empiecen a tener fe. Como la voluntad de Dios se ha cumplido ya en los santos, cuando aún se pide que se cumpla, ¿qué otra cosa pedimos sino que perseveren en lo que comenzaron a ser?
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 14
Debe considerarse como dicho para todos lo que dice: "Así en el cielo como en la tierra", esto es, santificado sea tu nombre, así en el cielo como en la tierra, hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. Y considera con cuánta precaución habló. No dijo, pues: Padre, santifica tu nombre en nosotros, venga tu reino sobre nosotros, haz tu voluntad en nosotros, ni dijo otra vez: santifiquemos tu nombre, recibamos tu reino, hagamos tu voluntad, para que no apareciere que esto era obra exclusiva o sólo de Dios o sólo del hombre, y por ello dijo en sentido impersonal: porque así como el hombre no puede obrar bien sin la ayuda de Dios, así Dios no puede hacer bien al hombre cuando el hombre no quiere.