"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos". (vv. 14-16)
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: "Vosotros sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran enviados.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.
Remigio
Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.
San Jerónimo
Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida: "No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 12
Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: "Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de Dios" (
Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois los conciudadanos de los santos" (
Ef 2,19). Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel: "La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran monte" (
Dn 2,34).
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
O por esto que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): "Tu palabra es la antorcha que guía mis pasos". Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: "Y la ponen debajo del celemín"? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que anuncia la palabra de Dios.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.
San Ambrosio Super Lucam,
Super his verbis
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
Beda
O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su encarnación.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos los que están en la casa".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 6
Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del mundo".
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por ello sigue: "Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 7
Si tan sólo hubiese dicho: "para que vean vuestras buenas obras", hubiese constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.