"Mas dígoos a vosotros, que oís: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os quieren mal. Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiere en una mejilla, preséntale también la otra. Y al que te quitare la capa, no le impidas llevar también la túnica. Da a todos los que te pidieren; y al que tomare lo que es tuyo, no se lo vuelvas a pedir. Y lo que queráis que os hagan los hombres, eso mismo haced vosotros a ellos". (vv. 27-31)
Beda
Como había dicho antes todo lo que se puede sufrir de los enemigos, ahora nos enseña cómo debemos tratar a estos mismos enemigos, diciendo: "Mas dígoos a vosotros, que oís".
San Ambrosio
No en vano, sólo después de referir un gran número de hechos sublimes, viene a esto, a fin de enseñar a los pueblos, robustecidos ya con sus milagros, a marchar por las huellas de los prodigios más allá de las tradiciones de la ley. Como entre las tres virtudes -la fe, la esperanza y la caridad- la mayor es la caridad, se ocupa de ella en primer lugar, cuando dice: "Amad a vuestros enemigos".
San Basilio, in Regulis brevioribus ad interrogat. 176
Es propio del enemigo el oprimir y acechar. Por tanto, todo el que hace un daño cualquiera a otro, se llama enemigo.
San Cirilo
Era muy oportuno dar a conocer todo esto a los santos doctores, que habían de predicar en todo el mundo la doctrina salvadora, porque si quisieran tomar venganza de sus perseguidores, omitirían el llamarlos al conocimiento de la verdad.
Crisóstomo, in Mat hom 18
No dice, pues: No aborrezcas, sino: Ama. Y no mandó amar solamente, sino además hacer bien; por lo que sigue: "Haced bien a los que os quieren mal".
San Basilio
Como el hombre consta de alma y cuerpo, le hacemos bien respecto del alma cuando le aconsejamos o le reprendemos trayéndole -como de la mano- a la conversión; pero según el cuerpo, le hacemos bien, dándole lo necesario para su sustento.
Prosigue: "Bendecid a los que os maldicen".
Crisóstomo
Los que hieren sus propias almas son dignos de lágrimas y de suspiros, no de maldiciones, porque no hay cosa más detestable que un alma maldiciente, ni nada más inmundo que una lengua que maldice. Eres hombre, no vomites el veneno del áspid, ni te conviertas en bestia feroz. Se te ha dado una boca no para que muerdas, sino para que cures la herida de los demás. El Señor manda que trates a tus enemigos lo mismo que a tus amigos; no de cualquier modo, sino como a los más íntimos, por quienes acostumbras a orar. De donde prosigue: "Y orad por los que os calumnian", etc. Hay muchos que, por el contrario, mientras se postran en tierra y arrastran su frente por el suelo, hiriendo sus pechos y levantando sus manos al cielo, no piden a Dios el perdón de sus pecados, sino que piden contra sus enemigos, lo cual no es otra cosa que hincarse a sí mismos el puñal. Cuando pides al que prohibió las imprecaciones contra los enemigos que escuche tus maldiciones contra ellos, ¿cómo puedes ser oído cuando provocas al que ha de oírte, castigando a tu enemigo en presencia de su Rey, si no con las manos, al menos con las palabras? ¿Qué haces, hombre? Estás pidiendo el perdón de tus pecados, y a la vez llenas tu boca de amargura. Es el tiempo del perdón, de la oración, del llanto, no del furor.
Beda
Pero con razón se cuestiona: ¿Cómo es que en los profetas se encuentran imprecaciones contra sus enemigos? Pues bien, sépase que los profetas anunciaban en sus imprecaciones lo que debía suceder; no eran votos que expresaban su deseo, sino revelaciones del Espíritu que preveía.
San Cirilo
La ley antigua mandaba no ofender a otros; o si antes fuéramos ofendidos, no traspasar en la venganza las proporciones de la ofensa recibida; pero la perfección de la ley está en Jesucristo y en sus mandamientos; por esto prosigue: "Y al que te hiriere en una mejilla, preséntale también la otra".
Crisóstomo, in Mat hom 18
Porque los médicos, cuando reciben una patada de un furioso, tienen más compasión de él y se preparan para curarle; tú también debes hacer lo mismo con los que te persiguen. Ellos son los que principalmente enferman: no desistamos antes que arrojen toda su amargura, y entonces te darán gracias, y el Señor te coronará, porque has librado a tu hermano de una enfermedad repugnante.
San Basilio, in Isaiam
Casi todos obramos en contra de este precepto; y especialmente los poderosos y los príncipes, no sólo cuando experimentan alguna contrariedad, sino también cuando se les falta a la debida reverencia, considerando como enemigos a todos aquellos que no los respetan tanto cuanto ellos se creen merecer. Es grande la maldad del príncipe cuando está pronto para vengarse; porque, ¿cómo enseñará a otro a no devolver mal por mal cuando se complace en vengarse del que le hace daño?
San Cirilo
El Señor quiere además que nos desprendamos de las cosas. Y prosigue: "Y al que te quitare la capa, no le impidas llevar también la túnica". Esta es la virtud del alma, que en un todo se opone a la pasión de la codicia. Conviene que el que es bueno se olvide también de las injurias, porque en aquellas cosas en que favorecemos a nuestros amigos más íntimos, debemos favorecer a nuestros enemigos.
Crisóstomo, in Mat hom 18
No dijo, pues: lleva con paciencia las furias del que te ofende, sino: procede con sabiduría, y así te dispondrás a sufrir todo lo que otro quiera hacerte; superando la insolencia de él con la abundancia de tu prudencia para que, avergonzándose de tu excelente paciencia, se retire. Pero dirá alguno: ¿Cómo puede ser esto? Cuando ves que el Señor se ha hecho hombre y ha padecido tanto por ti, ¿aún preguntas y dudas cómo es posible perdonar las injurias de tus hermanos? ¿Quién ha sufrido tanto como tu Señor, que fue aprisionado, azotado, recibió salivazos y sufrió la muerte? De donde prosigue: "Da a todos los que te pidieren".
San Agustín, de serv. Dom. 1, 40
No dice, da todas las cosas al que pida, sino da lo que justa y buenamente puedas; esto es, lo que no te perjudique a ti ni a otro, en cuanto el hombre pueda conocerlo y juzgarlo; y al que justamente negares lo que pide, has de hacerle ver la justicia, y tal vez será mejor lo que estés dando, corrigiendo al que pide cosas injustas.
Crisóstomo, hom 3 de Lázaro
En esto pecamos no poco; no solamente no dando a los que piden, sino vituperándolos diciendo: ¿Por qué no trabaja? ¿Por qué se ha de sustentar el ocioso? Dime, ¿y tú eres rico porque trabajas? Y si trabajas, ¿lo haces para vituperar a otros? ¿Y por un pan y una túnica le llamas codicioso? ¿No das? Pues no le vituperes. ¿Por qué no te compadeces, y disuades a los que quieren dar? Si diéremos indiferentemente a todos siempre nos compadeceríamos; porque Abraham recibía a todos, recibió también a los ángeles. Y aun cuando sea un homicida, o un ladrón, ¿no le consideras como digno de tener pan? No seamos, pues, censores severos de los demás, para no ser juzgados también nosotros con rigor.
Prosigue: "Y al que tomare lo que es tuyo, no se lo vuelvas a pedir".
Crisóstomo, hom 10 in Epist. 1 ad Cor
De Dios recibimos todas las cosas; y cuando decimos mío y tuyo, pronunciamos palabras sin sentido. Y cuando dices que la casa es tuya, pronuncias una palabra que carece de sentido. Porque el aire, y el suelo, y el cemento es del Creador; y aun tú mismo que construiste la casa. Es dudoso si aún el uso de esas cosas te pertenece, no sólo porque te puedes morir, sino también por las diversas eventualidades de la vida. La vida no te pertenece, ¿a qué título han de ser tuyas las riquezas? Quiere Dios, sin embargo, que los bienes que te ha confiado para tus hermanos sean tuyos; y tuyos serán, si para ellos los dispensares; mas si te prodigas a ti mismo las cosas que son tuyas, ya no serán tuyas, sino ajenas. Pero los hombres muchas veces se pelean por la codicia nefanda de las riquezas ante los tribunales, contra lo que dice Jesucristo: "Y al que tomare lo que es tuyo no se lo vuelvas a pedir".
San Agustín, de serv. Dom. 2, 36
Lo que dice el Señor respecto del vestido, de la casa, de la hacienda, del jumento, generalmente lo dice refiriéndose a todas las cosas. No conviene que el cristiano posea a su siervo como posee el caballo y el dinero. Si un criado es tratado mejor por ti que por otro que quiere quitártelo, no sé si alguien se atreva a decir que debes dejarlo ir.
Crisóstomo
Hay en nosotros una ley natural, por medio de la cual distinguimos la virtud del vicio; por lo que sigue: "Y lo que queréis que hagan a vosotros los hombres, eso mismo haced vosotros a ellos". Como son dos los caminos que conducen a la práctica de la virtud, a saber, abstenerse del mal y obrar el bien; establece esta última, que contiene también la otra. Y sinceramente, si hubiese dicho: "Para que seáis hombres, amad a las bestias", sería un mandato difícil; pero mandándonos amar a los hombres, según nuestra inclinación natural, ¿dónde está la dificultad de esta ley, observada por los leones y los lobos, a quienes inclina a amarse el natural parentesco? Se manifiesta, pues, que Jesucristo no ha mandado ninguna cosa superior a nuestra naturaleza sino que enseña, lo que grabó en nuestra conciencia, para que sea ley para nosotros, para que si queremos que se compadezcan de nosotros, nos compadezcamos también del prójimo.