"Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Mas sabed que si el Padre de familias supiese a qué hora había de venir el ladrón, velaría, sin duda, y no dejaría minar su casa. Por tanto, estad apercibidos también vosotros, porque a la hora que menos pensáis, ha de venir el Hijo del hombre". (vv. 42-44)
San Jerónimo
El Señor manifiesta claramente lo que ya dijo antes: "Mas de aquel día nadie sabe sino sólo el Padre" ( Mt 24,36). Esto es, porque no convenía que los apóstoles tuvieran conocimiento de ello, para que vacilando como pendientes de expectación, crean constantemente que ha de venir aquél, cuya venida ignoran en qué tiempo ha de suceder. Y por lo mismo, como sacando la conclusión de las anteriores premisas, dice: "Velad, pues, porque no sabéis", etc.; y no dijo: Porque no sabemos, sino sabéis, para hacer comprender que El no ignora el día del juicio.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,2
Quiere, pues, que los discípulos siempre anden solícitos. Por esto les dice: "Velad".
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 13
Vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia.
Orígenes, in Matthaeum, 31
Pero dice algún sencillo que este discurso lo refería a la segunda vez que había de venir. Y algún otro, que hablaba de la futura venida del Verbo, en un sentido inteligible a la capacidad de sus discípulos, porque todavía no podían ellos comprender de qué manera había de venir.
San Agustín, epistola 80
No dijo: velad, tan sólo a aquéllos a quienes entonces hablaba y le oían, sino también a los que existieron después de aquéllos y antes que nosotros. Y a nosotros mismos, y a los que existirán después de nosotros hasta su última venida (porque a todos concierne en cierto modo), pues ha de llegar aquel día para cada uno. Y cuando hubiera llegado, cada cual ha de ser juzgado así como salga de este mundo. Y por esto ha de velar todo cristiano, para que la venida del Señor no le encuentre desprevenido; pues aquel día encontrará desprevenido a todo aquel a quien el último día de su vida le haya encontrado desprevenido.
Orígenes
Falaces son, pues, todos; ora los que declaran que saben cuándo tendrá lugar el fin del mundo; ora los que se glorían de saber el fin de su propia vida, el cual nadie puede conocer como no sea por las luces del Espíritu Santo.
San Jerónimo
Después de haber puesto el ejemplo del Padre de familia, hace saber claramente el motivo de guardar reserva acerca del día de la consumación, cuando añade: "Mas sabed que, si el Padre de familia supiese", etc.
Orígenes, in Matthaeum, 31
El padre de familia es el entendimiento del hombre, y la casa de éste es el alma, mas el ladrón es el diablo. Es, pues, contrario todo razonamiento que no penetra en el alma del hombre negligente, por la entrada natural, sino como quien mina la casa, destruyendo primero ciertas defensas naturales del alma (esto es, su inteligencia natural) y habiendo penetrado por la misma brecha, despoja al alma. Algunas veces encuentra alguno al ladrón en la misma perforación, y asiéndole, y dirigiéndole palabras agresivas, lo mata. El ladrón no viene durante el día, cuando el alma del hombre solícito está iluminada por el sol de la justicia, sino por la noche; esto es, en el tiempo en que todavía permanece su malicia. En la que encontrándose alguno, es posible, que aun cuando carezca de la eficacia del sol, esté, sin embargo, ilustrado con algún esplendor del Verbo, que es la lumbrera; permaneciendo, ciertamente, aun en la malicia, pero teniendo, sin embargo, resolución formada de hacerse mejor, y vigilancia, para que no sea barrenado su propósito; cuando el ladrón quiere minar la casa del alma, suele venir principalmente, en el tiempo de las tentaciones o de cualesquiera otras calamidades.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 13
O el ladrón mina la casa sin saberlo el padre de familia, porque mientras el espíritu duerme sin tener cuidado de guardarla, viene la muerte repentina y penetra violentamente en la morada de nuestra carne, y mata al Señor de la casa, a quien halló durmiendo. Porque mientras el espíritu no prevé los daños futuros, la muerte, sin él saberlo, le arrastra al suplicio. Mas resistiría al ladrón, si velase, porque precaviendo la venida del Juez, que insensiblemente arrebata a las almas, le saldría al encuentro por medio del arrepentimiento, para no morir impenitente. Quiso, pues, el Señor, que la última hora sea desconocida, para que siempre pueda ser sospechosa; y mientras no la podamos prever, incesantemente nos prepararemos para recibirla. Por lo que sigue: "Y así, estad preparados, porque ignoráis en qué hora", etc.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 77,3
Con esto parece confundir aquéllos que no ponen tanto cuidado en guardar su alma, como en guardar sus riquezas del ladrón que esperan.