"No les temáis, pues; porque nada hay oculto que no sea revelado, ni secreto que no sea sabido. Decid a la luz lo que os he dicho en la oscuridad, y predicad sobre los más alto de la casa lo que vuestros oídos han oído. Y no temáis a aquéllos que matan al cuerpo, mas no pueden matar al alma, sino antes bien, temed a aquél que puede arrojar al infierno al cuerpo y al alma". (vv. 26-28)
Remigio
Luego de la anterior consolación, añade otra no menor, diciendo: "No les temáis"; es decir, a los perseguidores. Y les da la razón de por qué no les deben temer, a saber: "Porque nada hay oculto que no sea revelado".
San Jerónimo
¿Cómo es posible que en el tiempo presente no se sepan las maldades de muchos? Aquí habla, pues, del tiempo futuro, cuando Dios juzgará los misterios de los hombres, iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones (
1Cor 4,5): el sentido es éste: "No temáis la crueldad de los perseguidores y la rabia de los blasfemos, porque llegará el día del juicio y en él se verán bien a las claras vuestra virtud y su malicia".
San Hilario,
in Matthaeum, 10
Les aconseja, pues, que no tengan miedo ni a las amenazas, ni a las afrentas, ni a las revoluciones, ni al poder de los perseguidores; porque ya verán en el día del juicio de cuán poco les valieron todas estas cosas.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 34,1
Parece, a primera vista, que tiene un sentido general lo que acaba de decir; sin embargo, no lo dijo de todos, sino solamente de aquellos de que habló antes. Es como si dijera: Si vosotros sufrís oyendo los ultrajes, tened presente que bien pronto quedaréis libres de toda sospecha: Os llamarán adivinos y magos y seductores; pero esperad un poco y veréis como, cuando la misma realidad de las cosas os declare bienhechores y atiendan ellos a la verdad de las cosas y no a las habladurías de los hombres, os proclaman ellos mismos salvadores de todo el género humano.
Remigio
Opinan algunos que prometió el Señor a sus discípulos por estas palabras que revelarían ellos todos los misterios ocultos por el velo de la letra de la Ley. Por eso dice el Apóstol: "Cuando se hubieren convertido al Señor, entonces se quitará el velo" (
2Cor 3,16), cuyo sentido es: ¿por qué debéis temer a vuestros perseguidores, vosotros que habéis sido elevados tal dignidad, que por vosotros hayan sido puestos de manifiesto los misterios de la Ley y de los Profetas?
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 34,2
Después que les quitó el miedo y les hizo superiores a los oprobios, les habla en tiempo oportuno de la libertad de la predicación, diciéndoles: "Lo que os digo en las tinieblas".
San Hilario,
in Matthaeum, 10
No hemos oído que el Señor acostumbrase a predicar o a enseñar por la noche, sino que dice esto porque para los hombres carnales sus palabras eran tinieblas y para los infieles noche. Y así dijo que debía El ser anunciado con la libertad de la fe y de la predicación.
Remigio
El sentido, pues, es el siguiente: "Lo que os digo en las tinieblas", esto es, entre los judíos incrédulos, "decidlo vosotros a la luz", esto es, predicadlo a los fieles: "Y lo que habéis escuchado al oído", esto es, lo que os he dicho en secreto, "predicadlo sobre los techos", esto es, públicamente y delante de todos; solemos decir muchas veces: Le habla al oído, esto es: en secreto.
Rábano
Sin duda cuando dijo: "Predicad sobre los techos", habla según la costumbre de la provincia de Palestina, donde se habitan los techos, porque no están terminados en punta, sino en una superficie plana. Será, pues, predicado en los techos lo que deba decirse delante de todos los oyentes.
Glosa
O de otra manera: "Lo que os digo en las tinieblas", esto es, cuando aun estáis en el temor carnal, "decidlo en la luz", esto es, en la confianza de la verdad cuando fuereis iluminados por el Espíritu Santo. "Y lo que oísteis al oído", esto es, percibisteis con sólo el oído, "predicadlo" completándolo con vuestras obras, estando sobre los techos, esto es, en vuestros cuerpos, que son el domicilio de las almas.
San Jerónimo
O también: "Lo que os digo en las tinieblas decidlo a la luz", esto es, lo que oísteis en el misterio, predicadlo con más claridad: "Y lo que oísteis al oído predicadlo sobre los techos", esto es, lo que Yo os enseñé en una pequeña aldea de Judea, decidlo sin temor en todas las ciudades del mundo entero.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 34,2
Así como cuando decía: "El que cree en Mí hará las obras que Yo hago y las hará mayores que éstas" (
Jn 14,12), también aquí muestra de que manera todo es obrado a través de ellos más que por sí mismos, como dice: "Yo di el principio; pero más aun, quiero culminarlo a través de vosotros"; pues esto no sólo concierne al que manda, sino también a los que enseñen y prediquen porque triunfarán sobre todo.
San Hilario,
in Matthaeum, 10
Debemos sembrar constantemente el conocimiento de Dios y revelar con la luz de la predicación el secreto profundo de la doctrina del Evangelio, sin temor de aquellos que sólo tienen poder sobre los cuerpos, mas nada pueden sobre el espíritu; por eso se dice: "Y no temáis a aquellos que matan el cuerpo y al alma no pueden matar".
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 34,2
Mirad el modo de que se valió para hacerlos superiores a todos: aconsejándoles a despreciar por temor a Dios, no solamente las preocupaciones y las calumnias y los peligros, sino lo que es aun más terrible que todo esto, hasta a la misma muerte; por eso añade: "Sino temed más bien a aquel que puede arrojar al infierno vuestro cuerpo y vuestra alma".
San Jerónimo
No se encuentra en los libros antiguos la palabra gehenna y el Salvador es el primero que la emplea: indaguemos ahora a qué da motivo esta nueva palabra. Muchas veces hemos leído que el ídolo Baal estuvo cerca de Jerusalén, en la base del monte Moria, de donde brota la fuente Siloé. Este valle y pequeña planicie, regada y cubierta de árboles, era sumamente deliciosa y contenía un bosque consagrado al ídolo. El pueblo de Israel llegó a tal grado de locura, que abandonó los templos inmediatos para ofrecer en él los sacrificios, olvidar las ideas severas de la religión y quemar a sus hijos delante del demonio. Llamábase el bosque Gehennón, esto es, valle del hijo de Ennón. Este nombre está sumamente repetido en los libros de los Reyes, en las Crónicas y en Jeremías y Dios los amenaza con llenar ese lugar de cadáveres, para que no volviera a llamarse Tophet y Baal, sino Polyandrium, esto es, tumba de los muertos. Con este nombre son designados los futuros suplicios y las penas eternas de los pecadores.
San Agustín,
de civitate Dei, 13,2
No se verificará esto antes que el alma esté unida al cuerpo con una unión de que jamás se separará y sin embargo, aun entonces se llama propiamente muerte del alma, porque no vive de Dios y muerte del cuerpo, porque aunque no deja de sentir el hombre en su última condenación, sin embargo, como este sentimiento no le proporciona ninguna dulzura ni tranquilidad alguna, sino el dolor de la pena, merece con muchísima razón que se le dé el nombre de muerte.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 34,2
Observad además que no les promete librarlos de la muerte, sino que les aconseja el despreciarla, que es mucho más que el librarlos de la muerte y que les insinúa el dogma de la inmortalidad.