El caso Taxil – 1

Francia, 1892. Leo Taxil funda la revista La Francia cristiana y antimasónica, otro de sus emprendimientos para defender la Iglesia y la Patria.

¿Quién es este Taxil? Un tipo bastante ruidoso, ex militante anti-clerical y masón, que en 1885 se ha convertido al catolicismo. Desde entonces se dedica activamente a denunciar el influjo satánico de la masonería, y es muy leído y mimado por el medio católico: ha sido incluso recibido y felicitado por el papa, León XIII, y algunos obispos franceses lo tienen por las nubes.

León Bloy, en una carta de por entonces (16 de julio de 1892 – «El mendigo ingrato») responde con fastidio ante el entusiasmo de un amigo, teniente católico, hacia este Taxil y otros nombres nombres que estaban en boca de aquella militancia que hoy llamaríamos «de derecha». («¿Con qué objeto me habla de esa inmundicia de Taxil?») … pero no solo Taxil, sino también Drumont (famoso propangadista anti-judío)… y en la misma carta hay una mención a un afiche electoral de un tal Willette, el cual (aprendemos en la edición crítica de los Diarios de Bloy) era pintor conocido de éste de sus tiempos de bohemia parisina, y este año se postulaba como el «candidato antisemita» de su circunscripción: «¡Electores! Los Judíos sólo nos resultan grandes porque estamos de rodillas. ¡Pongámonos de pie! Son cincuenta mil que se benefician del trabajo agotador y desesperanzado de treinta millones de franceses, convertidos en sus esclavos temblorosos. No es una cuestión de religión, el Judío es una raza diferente. El judaísmo es nuestro enemigo…» Aquel teniente (que hoy sería el típico lector de «Panorama Católico» o «Cabildo») no podía entender que su admirado Bloy abominara de todo este combo: podrás o no estar de acuerdo con algunos detalles, pero… ¡son de los nuestros! si no estás con ellos, si no te preocupa la conspiración judeomasónica (en el siglo XX el comunismo in-trín-se-ca-men-te-per-ver-so pasaría al primer lugar)… estás con los enemigos de la iglesia, caramba.
Si nos quedan dudas de cuán extendido estaba este espíritu en aquel mundo católico, basta con considerar cómo reaccionó ese mundo un par de años más tarde ante el caso Dreyfuss (todavía hoy, para algún energúmeno, es signo infamante no haberse puesto en contra de Dreyfuss!). Pero volvamos a Taxil.

Leo Taxil no se tiraba tanto contra el judaísmo, más contra la república y el liberalismo; pero sobre todo, contra la francmasonería. Publicaba montones de folletos donde, como ex-integrante, revelaba sus secretos tenebrosos, sus ritos demoníacos y su propósito destructor de la sociedad cristiana. Había un público católico sediento de ese material. Es fácil entenderlo. El catolicismo se sentía asediado, los Estados Pontificios perdidos, tanto intelectual en contra, tantas derrotas recientes y por venir. Era consolador saber que, efectivamente, todo era obra del demonio, y que los enemigos estaban por allá. Por esos años, en 1894, Leon XIII condenará explícitamente en una Encíclica la masonería; y l’Osservatore Romano (los periodistas siempre un pasito más allá) dirá que la francmasonería «es satánica, y hoy día hace causa común con el judaísmo para desterrar de este mundo el reino de Jesucristo y sustituirlo por el reino de Satanás».

En este ambiente, Taxil se anota otro punto importante. Debido a su influencia, según parece, Diana Vaughan se convierte al catolicismo en 1895; ella se transforma en su protegida, y él en su vocero. Tremenda sensación. Pero ¿quién es esta Diana Vaughan? Es un personaje célebre, una escritora norteamericana de unos treinta años, que a los veinte había sido iniciada en el Paladismo y … pero, momento ¿qué cuernos es el Paladismo? es —explica Taxil— una «secta masónica espiritista luciferina», nada menos; parece incluso que Diana había desposado al demonio Asmodeo; y escribía unos folletos esotéricos anti-cristianos de miedo. Pero al irse a vivir a París en 1893, trabó conocimiento con Taxil, y en sus escritos empezaron a salir alusiones apreciativas a Juana de Arco… y surgieron esperanzas, y el periódico católico más importante, La Croix, pidió a sus lectores que recen por la conversión de la pobre mujer… Y se convirtió, nomás.

Entusiasmo enorme, los diarios conservadores exultan (entre ellos «L’Univers», el de Veuillot), las monjas lloran… Diana se pasa a la militancia anti-masónica y a reparar su pasado pecaminoso. Se anuncia la publicación de las «Memorias de una ex-paladista», y redacta una devota y sofisticada «Novena eucarística reparadora», que circula mucho; el mismísimo Papa la lee y la felicita públicamente, varios cardenales de Roma están admirados.

Pero… no todos. Algunos empiezan a dudar: fines de 1896, y prácticamente nadie ha visto a la tal Diana Vaugham… Sólo Taxil, que oficia de vocero y representante… Se aduce que Diana debe ocultarse porque su antigua secta ha jurado venganza. Bien, pero… vamos… ¿no será un invento, no? … No, no, claro, no puede ser… Pero… de todas maneras… Taxil se ve cada vez más presionado. Finalmente, anuncia para abril de 1897 una conferencia en París, con la promesa de notables revelaciones: al fin conocerán a Diana Vaughan.

Gran expectativa. Sala llena, más de cuatrocientos asistentes, de todos los colores; curas y periodistas entre ellos. A la entrada -detalle curioso- todos son obligados a dejar bastones y paraguas en el guardarropas. Escenografía: Taxil, solo; sobre la pared del fondo se proyecta la fotografía de una mujer disfrazada como Juana de Arco en la prisión.

El fin de nuestra historia… algunos lo podrán imaginar. La tal Diana Vaughan nunca había existido, era una impostura completa de Leo Taxil; como también era una impostura su propia conversión y sus historias sobre las prácticas satánicas de la masonería, y la secta paladista. El tipo, confesó entonces, había dedicado esos doce años de su vida a tomarles el pelo a los católicos, para burlarse de su credulidad y ver cuánto eran capaces de tragar.

 

También podrán imaginar lo duro que fue para tantos católicos soportar este papelón, y los insultos que le llovieron a Taxil, en los medios y en la misma conferencia. Un detalle —algo lateral, pero significativo; y que sorprendió al mismo Taxil— fue que también los asistentes anticlericales en su mayoría se sintieron indignados contra el farsante, y le dedicaron casi tantos insultos como los otros -hizo bien en requisar bastones y paraguas, pues.

 

Y esta es la historia de la farsa Taxil. Aunque hay más. (continuará)

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