Como yo lo siento

«De todos modos» —me replica un lector— «me parece flojo de tu parte eso de “siento, luego escribo”.»

Sí, la verdad que sí. Flojito. Nunca me gustó, eso de poner al sentimiento como tribunal de última instancia («yo escribo lo que me dicta el corazón», «hay que sacarlo todo afuera», «no me importa explicarlo, así es como lo siento»), y creo que aquí tiendo más bien a pecar por intelectualismo que por sentimentalismo. En teoría, al menos. Así que no me enorgullece aquella frase que me endilga, lamentaría haberla escrito. ¿La escribí? A ver (releo mi mail previo)… y…. más o menos; le decía algo que suena bastante parecido… Bueno, trataremos de salvar lo que tenga de salvable —y no más. Porque, de verdad, es un tema que me preocuupa desde hace bastante tiempo.

La cuestión vendría a ser: distinguir el plano de los sentimientos y el de los juicios razonados. Distinción muy elemental, sí. Como elemental es la jerarquía: el primero es comparativamente irrelevante, sobre todo cuando se trata de gente adulta y masomenos instruida que (poesía aparte) quiere comunicar algo escribiendo —aunque sea en un blog.

Es claro: a nadie interesan tus gustos o disgustos; hay que ser un adolescente ególatra para postear estados de ánimo. Y no es precisamente signo de vigor intelectual arrancar un argumento con la frase «Me tiene harto [tal cosa]»…. ¿Y a mí qué cuernos me importan tus hartazgos? Si sabés señalar un mal que uno no ve claro, pues aportá algo de luz para verlo, en sus características o sus causas… O sus efectos. Pero no los efectos sobre el rinconcito insignificante de la realidad que son tus sentimientos; eso me ne frega.

Por aquí estamos todos de acuerdo,creo.

Pero, por otro lado: peor que exhibir sentimientos en su desnudez, puede ser racionalizarlos, maquillarlos para que luzcan como juicios razonados. Y de eso se ve demasiado, me temo.

Es fácil comprender el mecanismo. Uno siente un violento desagrado al —pongamos— escuchar una canción de misa; ese sentimiento (pasión – alteración) solicita algunas reacciones, sobre todo un reclamo interior de justificación y comunión. Decir(nos) sólo «a mí me revienta esa manera de tocar la guitarrra en la misa», atenernos al dato primario… no, eso no nos llena. Necesitamos sentirnos acompañados, y necesitamos tener razón. Y entonces salimos a recopilar razones: como explica el teólogo fulano, el canto litúrgico debe ser así y asá… y (esperen que revuelvo mi biblioteca…) según el decreto tal y cual ¡la guitarra no figura entre los instrumentos canónicamente aprobados para el culto!* ¿Ven? Ahí tienen. No se trata sólo de que a mí me moleste. Primero, no soy yo, somos nosotros (y nosotros no somos desdeñables). Y segundo: tenemos razón, y sabemos dar razones. Mi subjetividad importa poco, desde ya; pero, ya ven, hay algo que objetivamente está mal, y «de eso se trata».

Evocaré, entre mil, otro ejemplo; creo que fue el que me hizo disparar la alarma. Hace unos cuantos años leí de ojito un artículo en la revista Gladius (si no recuerdo mal), algunas consideraciones sobre las traducciones bíblicas en Argentina. En realidad, se enfocaba casi exclusivamente en el tema del “ustedes” vs “vosotros” en nuestra liturgia**; para abogar, naturalmente, (según el perfil de la revista, tradicionalista con empaque intelectual) por el uso antiguo. Y abogaba como abogado: argumentos de distinto calibre, pero todos para el mismo lado. Uno de ellos alegaba el inconveniente de la ambigüedad: el ustedes equivale gramaticalmente al ellos, por lo cual varias construcciones (verbos y pronombres) se prestan a la confusión. Eso no ocurre con el vosotros (aquí venían algunos ejemplos). Y como hay que cuidar que los fieles no se confundan… etc. Q.E.D. Punto para nosotros. Tirad papelitos.

No recuerdo cuan relevante era este argumento dentro de aquel panfleto-ensayo, ni cuan representativo del conjunto (apostaría que bastante). Pero sí recuerdo que yo, pobre ingeniero electrónico sin credenciales intelectuales que -creo- había pasado nomás a revisarle la PC al poseedor de la revista, absolutamente ignorante de latín, griego y alemán (por no hablar del español), casi tanto como de liturgia, crítica bíblica y teología, tuve la certeza inmediata: esto es una necedad… escandalosa. Por si hiciera falta mostrarlo (pero vamos, no hace falta), el mismo argumento puede usarse para propugnar el vos argentino en lugar del : «Dios, escucha nuestra oración…» es ambiguo, dirá mañana alguno, puede confundirse con el indicativo de la tercera persona («Dios escucha nuestra oración») y diluir el sentido de súplica; por eso, usemos mejor «Dios, escuchá nuestra oración…», que es más llano e inequívoco. ¿Te gustó el argumento?

Pero el hallazgo de este contraejemplo debería ser innecesario; con o sin él, el valor del argumento es el mismo: no ya nulo, sino negativo. (Y no es tampoco que el argumento sea malo porque pueda volverse en contra; eso sería como decir que robar está mal porque podés ir preso; y argüir así sería agregar un mal al otro). A mi ver la cuestión de fondo es mucho más grave —más que cualquier polémica litúrgica. Porque… quizás yo tenga derecho a creer que tal preferencia u opinión mía es justa, y por lo tanto justificable; y puede ser útil y meritorio intentar discernir esas razones. Pero en el momento en que empiezo a forjar razones artificiales, cuando pretendo convencer (a los otros o a mí) que son esas razones las que han fundado mi apoyo o rechazo (y en realidad nunca han tenido nada que ver, ni siquiera remotamente)… en ese momento estoy pecando; en todos los sentidos de la palabra.

Y si hiciera falta ponerle un nombre al pecado, yo lo llamaría —y sin retórica, todo lo técnicamente que uno puede: prostitución de la inteligencia. Lo pensé entonces, y lo sigo pensando ahora.

—¿Y entonces, qué? ¿Por miedo a caer en eso vamos a dejar de razonar? ¿Nos limitaremos a exhibir sentimientos sin ningún análisis? Ya dijiste al principio que eso estaba mal. ¿Es acaso un mal menor, por el que estamos obligados a optar? ¿No te caerá el sayo de «irracionalismo», o de «quietismo intelectual»? ¿Te acordás de los planteos luteranos contra los escolásticos, el desdén de los pietistas por la filosofía y aun la teología? ¿No te estarás descarriando por ahí?

No creo. Un ejemplo, por si te sirve de algo: el trabajo que me tomé con la Suma Teológica fue posterior a aquella lectura y alarma. Y otro ejemplo: los párrafos anteriores bien podrían caer bajo mi misma acusación, de armar razones para justificar un rechazo pasional; pero, con conciencia del peligro —y con demasiada transpiración— los he escrito; igual que lo que seguirá, mañana o pasado.

 
* No es un ejemplo exagerado, ni siquiera imaginario, como podrán atestiguar lectores de blogs tradicionalistas. Y si me apuran creo que puedo encontrarles —y en mi biblioteca— la fuente.

** Tema de actualidad, puesto que en estos días está entrando en vigencia una nueva traducción argentina del Misal, que adopta el «ustedes» incluso en la fórmula de la consagración. Pero, repito el artículo data de varios años atrás (más de cinco, diría; quizás diez), cuando era tema abierto. Por lo cual, al menos, no podemos imputarle a aquel autor la culpa de agitar las aguas y alimentar la discordia y el éscandalo.

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