Un hombre enojado

Hojeaba estos días la «Introducción a la vida devota» de San Francisco de Sales; es libro famoso y con buenas -y cercanas- recomendaciones (además la traducción es de Quevedo) pero no llego a engancharme del todo. Ayer, sin embargo, me encontré comulgando con una frase, modesta ella:
Aquel santo e ilustre Patriarca José, enviando sus hermanos a Egipto a la casa de su padre, les dió este solo aviso : «No os enojéis en el camino» [Gen 45,24]. Lo mismo te digo yo, Filotea: esta miserable vida no es sino un camino para la otra bienaventurada: no nos enojemos, pues, en el camino los unos con los otros: caminemos con la tropa de nuestros hermanos, y compañeros, dulce, amigable y apaciblemente.
Y más te digo, que de ninguna manera te enojes, si fuere posible, ni abras la puerta de tu corazon a ningun enojado pensamiento; porque dice Santiago: «La ira del hombre no obra la justicia de Dios» Sant 1,20. Hase de resistir el mal, y reprimir los vicios de los que tenemos á cargo, constante y valientemente ; pero suave y apaciblemente. […]

Mejor es el rehusar la entrada á la ira cabal, y justa, que el recibirla, por pequeña que sea; porque recibiéndola, es trabajoso el despedirla, por cuanto se entra como un pequeño pimpollo, y en un instante se hincha, y engrosece; que si llega á ganar la noche, y el sol se acuesta sobre nuestra ira (lo cual el Apóstol defiende*), convirtiéndose en odio, y rencor, apenas hay remedio de desecharla, por quanto se cria de mil falsas persuasiones; y un hombre enojado no piensa nunca que su enojo es injusto.

Mejor es, pues, el procurar saber vivir sin cólera, que el querer usar de ella moderada y sabiamente; y cuando por imperfección, o flaqueza nos hallamos arrebatados de ella, es mejor el rechazarla con presteza, que detenerla un solo punto en nuestro corazón; porque por poco espacio que la den de asiento, se hace dueño del lugar, y hace como la serpiente, que tira fácilmente todo su cuerpo donde puede poner la cabeza. Pero ¿cómo la rechazaré yo? me dirás tú. Es menester, mi Filotea, que al primer toque suyo, que sientas en tí, juntes prontamente tus fuerzas, no áspera ni impetuosamente, sino suavemente ; porque como vemos en las Audiencias de muchos Senados, y Parlamentos que que los Ujieres gritando «Silencio», hacen mas ruido que aquellos á quien pretenden hacer callar; también sucede muchas veces que queriendo con ímpetu reprimir nuestra cólera, levantamos mas alboroto en nuestro corazón, que ella pudiera haber hecho; y hallándose así el corazón alborotado, no puede mas ser dueño de sí mismo…

(Cap. 8, tercera parte)
* «Defiende» acá significa «veda, prohíbe»: Ef 4,26

Sí, la cuestión y la frase va muy cerca de un tema que siempre me ha dado que pensar, y que ya he tocado por acá (está visto que uno sólo puede aprender las cosas que ya sabía, de alguna manera).

Así es la cosa. El hombre enojado no piensa nunca que su enojo es injusto. Y lo peor es que casi siempre lo es. Si no por su causa, por su medida. Con la perspectiva que da el tiempo, uno ve que casi todas sus irritaciones pasadas fueron exageradas.

¿Y entonces? ¿Qué concluiremos? ¿Que mejor es no enojarse nunca? Suena liviana esta conclusión, con su olor quietista y hasta inhumano. Incluso Santo Tomás dice la falta de ira puede ser vicio… Y sin embargo, al parecer, San Francisco de Sales la da por buena… al menos como guía de conducta.

Pienso en Bloy… él no estaría muy de acuerdo, se diría —y creo recordar alguna frase suya despectiva hacia las mieles salesianas. Pero también el mismo Bloy decía que «cuando ha pasado un corto espacio de tiempo, me asombro de haber concedido tanta importancia a lo que tenía tan poca.».

(Y ahora iba a intentar decidir si yo estaba o no de acuerdo, para cerrar esta entrada; pero pensándolo mejor ¿a quién le importa eso? a mí, no, por cierto).

Deja un comentario

Para comentar en el blog hay que autenticarse con cuenta de Google (Gmail), Twitter, Facebook, Windows Live (Hotmail) (o Disqus, o wordpress.com). También recibo comentarios por mail, a hjg.com.ar@gmail.com.