La exasperación nuestra

Impresión penosa, una vez más, cuando veo que tal persona que aprecio «habla contra la Iglesia»*. Esa mezcla de tristeza y de ira, de todos conocida… quiero creer. Exasperación nacida del amor al prójimo, del amor a la Iglesia, del amor a la verdad… queremos creer. Pero esto, a mí ya se me está haciendo cuesta arriba creerlo. Evoco otros sentimientos menos nobles: el resentimiento ante la pérdida de algo propio, o ante el peligro de perderlo; y creo ver demasiadas semejanzas. Apego. El temor crispado a que me mutilen o me quiten… algo. ¿Qué?

Ayer hablé con el padre A. acerca de Teresa Neumann. Esta mañana pensaba yo con exasperación en la negativa rotunda que opondría un racionalista a tales hechos.

Y reflexionando sobre mi propia exasperación llegué a pensar que, sin dudas, se debía a que todavía subsiste en mí cierta duda.
Si yo tuviera la certeza absoluta no experimentaría hacia los escépticos otros sentimientos que la compasión y la caridad pura.

Creo que esto va muy lejos. Me parece que la caridad está vinculada a la certeza. Habría que profundizar esto.

(Hay aquí una idea aparentemente paradójica: admitir que no es de ningún modo la certeza lo que constituye la raíz del fanatismo, sino una desconfianza de sí, un temor que no se confiesa uno a sí mismo.)

Gabriel Marcel – Diario metafísico – 21.nov.1931

Sí, yo también creo que aquello va muy lejos. Aunque no parezca ¿No? Digo, porque suena a las resobadas pretensiones de impasibilidad, la ataraxia del sabio que no se altera ante la contradicción y el error; la acusación frívola: «si te alterás, es que en el fondo dudás». Pero a lo que va Gabriel Marcel, creo, no es eso; o es casi eso, pero el matiz hace la gran diferencia.

No es que «no haya que alterarse», así nomás. El tema es que, pasión que no está ordenada al bien, está ordenada al mal. Sobre todo, no creer que nuestra pasión o alteración es como un pedazo de energía generada por una fuente esencialmente buena (nuestro amor por la verdad, etc) y que, después, veremos de orientar en la buena dirección… (si tenemos tiempo y espacio; bueno, qué querés, tampoco uno es perfecto, hacemos lo que podemos, por algo se empieza; etc etc) No se trata de tácticas de acción. En todo caso, la táctica debe ir a la fuente. Y la «acción» bien puede ser, en primer lugar, interna: ordenar los afectos. Amor y compasión. Caridad pura. También sentimientos mortificadores, si a mano vienen: pero exclusivamente en el registro (difícil de definir pero fácil de reconocer) de las mortificaciones sanas, las que hacen bien al alma. Sin esto, la pasión es impotente; y si es impotente, no tiene ninguna virtud -en ambos sentidos de la palabra. Sólo un reflejo de defensa, con toda probabilidad. Culpable, en tanto pretenda ser cosa más alta (o en cuanto pretenda ser excusa para contraatacar haciendo el mal -incluso en el fuero interno). Y síntoma de una relación impura con la verdad: la fundada en un apego.

La certeza exige desapego.


* Entrecomillo porque soy conciente de que la expresión es un poco ingenua; pero tampoco es cuestión de que el miedo al ridículo nos mate la autenticidad; y esas son las palabras auténticas, qué vamos a hacerle.

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