Alabanzas de llenos

Descubro unos versos de una comedia de Tirso de Molina:

Serví luego a un clerigón
un mes (pienso que no entero)
de lacayo y despensero.
Era un hombre de opinión:
Su bonetazo calado,
lucio, grave, carilleno,
mula de veintidoseno,
el cuello torcido a un lado;
y hombre, en fin, que nos mandaba
a pan y agua ayunar
los viernes, por ahorrar
la pitanza que nos daba;
y él comiéndose un capón
(que tenía con ensanchas
la conciencia, por ser anchas
las que teólogas son),
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decía, al cielo mirando:
¡­Ay, ama, qué bueno es Dios !
Dejéle, en fin, por no ver
santo que tan gordo y lleno,
nunca a Dios llamaba bueno,
hasta después de comer. …
… versos que al parecer glosó (por así decirlo) Castellani… No recuerdo dónde estaba su poema, pero sí que además del personaje (el cura glotón) tenía al menos un verso idéntico («Ay ama, qué bueno es Dios»).
Y está bien, el verso y la escena tiene una especie de valor ejemplar, eso de alabar la bondad de Dios tras haberse atracado de comida; como una parábola, casi; sencillita pero no sin filo.

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