De enfermos, en el peor sentido de la palabra

En la misa del domingo pasado se leyó uno de los episodios de curaciones de endemoniados: la hija de la cananea, en este caso. El cura (joven y en general estimable -«la paz está con uds» aparte) intentó en el sermón conciliar el relato evangélico (hija endemoniada) y el pensamiento contemporáneo (hija enferma) haciendo una paráfrasis del ruego de la cananea: «Mi hija está cautiva, mi hija no es libre»…
Recetas de seminario, parecería ¿no? Y por ahí no está mal… qué se yo… cierto es que el modo habitual que tienen para encarar estas dificultades no termina de resultar convincente ni inspirado… como un regusto de mala conciencia (no menos presente en los que, del otro lado, no se hacen cargo de la dificultad). Pero bueno, es lo que hay ( y en todo caso, es mucho mejor que lo de un joven y engolado obispo de por acá: «endemoniados entre comillas»). Bien.

Como sea, la relación entre enfermedad y pecado, sigue misteriosa. Sí, la analogía es elemental -y evangélica. Pero, se nos dice, importa no confundirlos, no reducir una cosa a la otra… porque si el pecado se piensa como una forma de enfermedad, se pierde el sentido de la culpa; … etc, etc. El argumento es trillado, basta leer esos textos que se viven copy-pasteando los blogs católicos derechosos. Y en verdad la objeción, la exhortación a distinguir pecado y enfermedad, viene generalmente esgrimida por el lado tradicionalista contra el progresista; hablando en sentido amplio ahora, como para hacer lugar en el primer grupo a tipos como Chesterton o Dostoyevsky (y también a mí, si gustan).

Un ejemplo entre mil: dice Chesterton, en Ortodoxia, que el recurso al libre albedrío es…

… la verdadera objeción contra ese torrente de cháchara moderna sobre tratar al crimen como una enfermedad, sobre hacer de la prisión un mero lugar sanitario como un hospital, de curar el pecado por lentos métodos científicos. La falacia de todo esto reside en que el mal es una cuestión de elección activa, mientras que la enfermedad no. Si ud. me dice que va a curar a un disoluto como quien cura a un asmático, mi réplica elemental y obvia es: «Muéstreme hombres que quieran ser asmáticos, así como hay hombres que quieren ser disolutos.»

Un hombre puede curarse de una enfermedad con solo quedarse quieto. Pero no debe quedarse quieto si quiere curarse de un pecado; al contrario, debe incorporarse, debe saltar con violencia. Y todo el punto viene expresado por la misma palabra que usamos para el hombre hospitalizado: «paciente» es un vocablo pasivo; «pecador» es activo. Para curarse de un gripe, habrá que ser paciente. Para curarse de adulterar, hay que ser no paciente sino impaciente: se debe tener un impaciencia personal contra la adulteración. Toda reforma moral debe comenzar con la voluntad activa, no con la pasiva.
—¿Y? ¿No estás de acuerdo?
—Y… hasta cierto punto. Hasta el punto de la ortodoxia, diría: siempre que pelear contra un error no nos haga caer en otro contrario, o cegarnos ante la parte de verdad que tiene el hereje.
Lo de Chesterton está lindo, pero así nomás (y así nomás les gusta a muchos tradis, parece) puede pecar por unilateral. Y creo que conviene recordar a su réplica puede oponerse una contraréplica no menos elemental (cheap, dice en el original) y obvia. O varias. Apuntemos, sin desarrollar mucho.

¿Me dice ud. que el malo quiere ser malo mientras que el enfermo no quiere estar enfermo? Bueno. Pero hasta por ahí nomás. Yo podría replicarle que un sentido más profundo el malo no quiere de verdad ser malo. Y no me faltaría de dónde agarrarme; empezando por la tremenda frase de San Pablo: «hago el mal que no quiero», con todo su contexto, en el que el mal se presenta como una especie de enfermedad.
Y las palabras de Cristo: «no he venido para los sanos sino por los enfermos». Y tantas otras en que asimila la enfermedad al pecado. Y el texto de Isaías que cita Pablo «Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, se taparon los oídos y cerraron los ojos, por temor de que sus ojos vean, que sus oídos oigan, que su corazón comprenda, que se conviertan, y que yo los cure»
Y el mismo hecho de la posesión diabólica. Caso especialísimo y muy sugerente de sumo mal como suma enfermedad; y, en principio, sin culpa. Y la unción de los enfermos…
Y el reconocimiento (desde cualquier catecismo hasta Tolkien) de que la moralidad de la acción humana está inscripta limitada por un marco, personal y social, circunstancial e histórico, un mundo caído que es un ambiente insalubre, y por lo tanto una salud imperfecta…
Y finalmente, y de paso: la jerga popular (no sé cuánto tiene de contemporánea o de argentina) que, con diferentes registros de simpatía, tilda de «enfermo» (o incluso «enfermito») al malvado.

No es cuestión de rejuntar autores o textos (bíblicos o no) a favor, cual abogado… ni de ignorar la distinción, el caracter simbólico que tienen las curaciones milagrosas y todo lo que cualquier cristiano sabe. Pero tampoco es cuestión de creer que los términos de ese simbolismo enfermedad-pecado no tienen más relación que los de una metáfora convencional.

La enfermedad se sufre, el pecado se hace; concedido.
La enfermedad no lleva culpa, libertad, responsabilidad; el pecado sí; claro está.
Confundirlos para reducir un término al otro (y por lo tanto perder a uno de ellos) de ningún modo. Pero forzar la distinción conceptual al punto de divorciarlos, tampoco.
Y no se trata de teorías, la cosa es bien práctica, importa para situarnos ante el mal -propio y ajeno. En ciertos momentos hay que recordar que, desde cierto punto de vista, todo pecado es una especie de enfermedad; y a veces, a la inversa. Lo de Chesterton… está bien, es verdad; pero que por aplaudir (y copiar) eso no olvidemos otras verdades: por ejemplo, que en cierto sentido podemos y debemos ser pacientes con el pecado -sí, también con el propio.

Finalmente (y de hecho, esta es la aplicación práctica que me disparó todo esto) el evangelio recomienda rezar por la curación del enfermo (no recuerdo que haga lo propio con la oración por la conversión del pecador); y en particular, hay una afirmación del Nuevo Testamento que uno podría considerar demasiado comprometedora: «Cuando oren con fe, el enfermo sanará» *. Pues bien, juntemos esto con lo anterior, incluido el significado moral-popular de la palabra, combinemos con aquello de «orar por los enemigos»… y podremos leer aquí una afirmación aún más comprometedora que la de la lectura ingenua. Y por cierto, aún más inquietante. En el mejor sentido de la palabra.

* En realidad, recién ahora descubro que es de Santiago; y descubro que mi recuerdo proviene del dibujo del nuevo testamento que usaba en mi catecismo de niño; y yo que pensaba que aquella catequesis no me había dejado nada… nunca se sabe. Siempre la recuerdo, y en su interpretación más literal -o ingenua (cierto es que la traducción de la de Jerusalén es algo distinta; y vale la pena ver el contexto. Pero, para lo que venimos diciendo acá… más a mi favor, vamos.

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