Patriotismos

Siempre me ha intrigado (y un pequeño revuelo gallego-mexicano de estos días es un ejemplo) esa especie de instinto defensivo, siempre en guardia contra las agresiones, y que por lo mismo deriva en un talante agresivo; siempre ansioso de no ceder terreno, de no reconocer lunares y de mostrarse/verse grande.
Tratése del cristianismo, el Vaticano, la nación, el partido político, el equipo de investigación científica, la familia o (menos frecuente) la propia persona.

Un forma de celo amoroso, dirá alguno; no sé.
Yo quisiera tener un poco más de empatía con esa actitud, para poder entenderla mejor (por cuestión de temperamentos, yo tiendo a pecar más bien por el lado contrario: el desapego y el criticismo); pero no puedo dejar de verla con malos ojos. Francamente, no veo demasiado amor ahí; me parece más bien una forma de vanidad, de amor propio herido.

Puede alguien sulfurarse cuando se le señala la (presunta) escasa producción de artistas que tiene su país; o su escasa producción de intelectuales, o de científicos. O de corredores de cien metros con vallas. O de chips de silicio. O de manganeso, o de duraznos priscos.
Puede, no digo que no. Pero también puede no sulfurarse.
Puede uno querer perfectamente a su país, me parece, y decir(se) con toda tranquilidad que… es verdad, su producción de artistas o de manganeso es muy baja. Puede reposadamente lamentar sus bajas productividades, como puede alegrarse módicamente de las altas; incluso puede enorgullecerse de éstas (incluso de manganeso). Pero no mucho más que lo que un -buen- padre se alegra de las buenas notas en el colegio del hijo.

¿El amor implica alegrarse de las virtudes de lo amado? Sí, seguramente.
¿El amor necesita ver al amado como superior (al resto)? No creo.
¿El amor se siente impulsado a defender al amado de los ataques? Sí, claro.
¿El amor lleva a ponernos en abogado defensor? Según y conforme, vea.

Me parece a mí que en ese sulfuramiento sistemático yace una concepción peligrosa de lo amable, de la grandeza mal entendida. Como si algo fuera más digno de nuestro amor cuanto más grande es…
Lo cual podrá ser verdad en alguna coordenada; pero difícilmente en la coordenada que el mundo usa para medir la grandeza. (El mundo… que también somos nosotros, incluso cuando hablamos contra él).

Y si, encima, de cristianismo estuviéramos hablando… ayúdenme a pensar.

Y para ayudarme a pensar, un texto de Simone Weil. Algo que escribió a propósito de Francia, en el año 1943. Observaciones de por sí interesantes, que tienen otra resonancia si hacemos la trasposición Francia -> Iglesia (o cristianismo, como prefieran). Aunque no es nada necesario hacerla.
… Posiblemente Francia esté hoy obligada a escoger entre el apego a su Imperio y la necesidad de recuperar el alma. O, más en general, entre un alma y la concepción romana, corneliana, de grandeza. […] Pero si no son los sentimientos de tipo corneliano los que animen nuestro patriotismo, ¿por qué móvil los sustituiremos?
Hay uno no menos enérgico, absolutamente puro y que responde por completo a las circunstancias actuales: la compasión por la patria. Tiene un glorioso precedente. Juana de Arco decía sentir lástima del reino de Francia.
Pero aun puede alegarse una autoridad infinitamente mayor. En el Evangelio no hay rastro alguno de que Cristo sintiera por Jerusalén y Judea otro amor que el que nace de la compasión.[…]

Ese sentimiento de punzante ternura por una cosa bella, preciosa, frágil y perecedera, tiene un calor distinto al de la grandeza nacional. La energía de la que procede es muy intensa y perfectamente pura. ¿Acaso un hombre no es capaz de heroísmo para proteger a sus hijos o a sus padres ancianos, los cuales no se asocian comúnmente al prestigio de la grandeza? Un amor perfectamente puro hacia la patria tiene afinidades con los sentimientos que le inspiran a un hombre sus hijos, sus padres ya mayores o una mujer amada. La idea de la debilidad puede inflamar el amor tanto como la de la fuerza, pero se trata de una llama con una muy distinta pureza. La compasión por la fragilidad va siempre unida al amor de la auténtica belleza, pues sentimos vivamente que las cosas verdaderamente bellas deberían tener asegurada, y no la tienen, una existencia eterna….

La compasión por la patria es el único sentimiento que no suena a falso en este momento; que es apropiado al estado en que se hallan las almas y la carne de los franceses; el único que tiene a la vez la humildad y la dignidad adecuadas en la desdicha, y también la simplicidad que ésta exige por encima de todo. Evocar en este momento la grandeza histórica de Francia, sus glorias pasadas y futuras, el esplendor que ha rodeado su existencia, no es posible sin una especie de rigidez interior que da al tono un algo de forzado. Nada parecido al orgullo conviene a los desdichados.

Para los franceses que sufren, evocar la grandeza entra en la categoría de las compensaciones. La búsqueda de compensaciones en la desgracia constituye un mal. Esa evocación, de repetirse demasiado a menudo, de convertirse en la única fuente de consuelo, puede causar un daño ilimitado. Los franceses están hambrientos de grandeza. Pero a los desdichados no es la grandeza romana lo que les hace falta; o les parece burla, o les emponzoña el alma, como ocurrió en Alemania.
Más, acá.

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