Más gente extraña

– ¿Sabes lo que siente… caer en el lodo… y que te pateen… en la cabeza… con un bota de hierro?… Claro que no, nadie lo sabe. Eso no ocurre nunca. Qué pregunta idiota, Ted. Olvídala.

Rex Kramer – Airplane!
Otros tipos dignos de nota: los capaces de reconocer que acaban de decir una estupidez; así (ad intra y ad extra), con naturalidad.
También me consta que existen, aunque no abunden.
Y también me dan una envidia enorme.

Curioso y deplorable hábito el que tenemos la mayoría de los mortales, cada vez que nos toca intervenir en alguna especie de diálogo: poner por sobre todo el objetivo no quedar desairados, de hacer un buen papel. Deplorable porque es un pecado de vanidad, contrario a la humildad y a la verdad; curioso porque, si la vanidad es un vicio común, esta forma de ejecerlo es especialmente pueril e ineficaz.
Si sólo pudiéramos despegarnos un ratito de nosotros mismos, vernos desde cierta distancia, desinteresadamente… (sí, claro si pudiéramos… tendríamos casi solucionados asuntos mucho más importantes que lo tratado acá).

Un versión particular de este hábito puede verse en los reportajes y diálogos en TV o radio. En la inmensa mayoría de los casos, el interés por pensar y dialogar es nulo, se trata de cumplir una especie de rito, y lo único que preocupa es terminarlo sin incomodidades o disonancias; que salga bien. Y todo con una naturalidad que en verdad es afectación. Cuando en tantísimos casos lo natural -lo auténtico- sería decirle al entrevistador «Qué pregunta estúpida»; o también «Qué respuesta estúpida. Olvídela.» O detenerse a meditar lo que vamos a decir, sin miedo a los silencios o las vacilaciones.
En los medios de por acá, esos rasgos los he encontrado en muy poca gente: Dolina y Carrizo son los únicos que se me ocurren ahora.

Y a ellos, como a otros que uno conoce, hay que decirles que ese rasgo (esa virtud) les sienta muy bien.

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