pecado pesado pasado pisado

Aun para los que miran desde afuera, hay cosas de la Iglesia que pueden dar una impresión como de acierto artístico; pequeñas genialidades [*] , por ejemplo (o debería decir: incluso) en una misa. El domingo pasado, se leyó el evangelio de la adúltera perdonada (Jn 8: 1): «Yo tampoco te condeno; vete y no peques más». Y el resto de las lecturas del día repetían, en otras tonalidades, el mismo tema. Dejar los pecados atrás; no mirar atrás. Isaías, que dice que Yahveh dice: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo«. El salmo de los que lloraban al sembrar y ríen al cosechar. Y San Pablo: «Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.».
Qué bien, pensaba yo (un domingo que no me distraje durante las lecturas), qué lindo; qué bien viene esto, precisamente ahora, entrando al final de la Cuaresma.

Y hace muy poco, entre mis propias lecturas fragmentadas paralelas, se había producido una coincidencia: Bernanos citando algo de Peguy… que acababa de leer días atrás. Algo muy en esta línea.

Bernanos critica (con dureza; ¿con justicia? ni idea) un texto de Mauriac sobre Lamennais; decía Mauriac «que todo hombre primero debe llegar a esa fuerza, a ese valor de contemplar su corazón y su cuerpo sin repulsión» y Bernanos le responde:

El autor de tantos libros, donde, bajo nombres diversos, ya profanos, ya sagrados, la desesperación carnal se filtra como el agua por las paredes de un subterráneo, me permitirá hacerle observar que Charles Baudelaire, teólogo más seguro de lo que se cree, no esperaba ese valor sino de la gracia de Dios, y no de esas exploraciones de las regiones bajas donde temo que a la larga ha de entrar, con mucha repulsión —claro está— alguna complacencia secreta.

Y cuando Mauriac dice que «Antes de arrojarse de cabeza a la lucha civil, el espiritual mide bien su fuerza y sobre todo su debilidad«, Bernanos sospecha.

Dios mío, hay algo de cierto en ello y al leerlo uno se siente orgulloso de ser un verdadero espiritual. Pero no se puede dejar de pensar que una imagen tal de la vida interior, no está hecha para alentar a las almas rectas y que esas inmersiones en sí mismo, esa gimnasia subterránea, esas reptaciones, esas lasitudes representan un gran entrenamiento, previo a deleites menos santos, y por decirlo todo, algún gideísmo y muchos ocios.
«¡Ustedes piensan demasiado en sus pecados!» decía el querido Péguy. Pero la lección de Péguy se ha perdido, completamente perdido. Restaurar la cristiandad, la inmensa fraternidad medieval, ¡qué quimera! Como en el intelectual, su gemelo profano, el «espiritual» es individualista. Como en él, su desconfianza de la acción también es grande. ¡Ah! más que intentar ver claro, Lamennais prefirió arrojarse a las disputas de su tiempo: plantear cuestiones, problemas, ¡qué coartada! Plantear cuestiones, problemas ¡vamos! El único asunto es tantearse; ni un escalofrío, ni siquiera un poco de sudor. «¿La cadena interior se ha roto?» «¿Se ha soltado la Bestia?…» Es lo mismo, todos esos señores sentados en círculo, cada uno vigilando a su cerdo, ¡qué imagen de la Cristiandad!

Dejemos el resto (vibrante y oscuro, como es Bernanos) y quedémonos con la cita de Péguy, que es lo que nos importa ahora. ¿Apunta en la dirección de aquellas lecturas de misa? Me parece que sí. Copiemos entonces algunas líneas de «El misterio de los Santos Inocentes».

…Comprendo muy bien, dice Dios, que se haga un examen de conciencia.
Es un ejercicio excelente. Pero no hay que abusar. Es incluso recomendable. Está muy bien.
Todo lo que es recomendable está muy bien.
Además, no sólo es recomendable: también está prescrito. Y por lo tanto, está muy bien.
Pero vamos a ver, estáis en la cama. A qué llamáis vosotros un examen de conciencia, hacer un examen de conciencia. Si se trata de pensar en todas las tonterías que habéis hecho durante el día, si se trata de acordaros de todas las tonterías que habéis hecho durante el día
Con un sentimiento de arrepentimiento y, cómo no, de contrición, sí
Pero, a fin de cuentas, con un sentimiento de penitencia que me ofrecéis, entonces vale, está bien.
Acepto vuestra penitencia. Sois buenas personas, buenos chicos.
Pero si lo que queréis es machacar y dar vueltas por la noche a todas las ingratitudes del día,
A todas las fiebres y a todas las amarguras del día,
Y si lo que queréis es rumiar por la noche todos vuestros agrios pecados del día,
Vuestras fiebres agrias y vuestros pesares y vuestros arrepentimientos y vuestros remordimientos aún más agrios,
Y si lo que queréis es llevar un archivo perfecto de vuestros pecados,
De todas esas tonterías y de todas esas idioteces,
No, entonces dejad que lleve yo mismo el Libro del Juicio. Y puede que aun salgáis ganando.
Y si lo que queréis es contar, calcular, computar como un notario y como un usurero y como un publicano,
Es decir, como un recaudador de impuestos,
Es decir, como el que recoge los impuestos.
Dejadme cumplir con mi obligación y no os metáis
En trabajos que no debéis hacer.
Acaso son vuestros pecados tan preciosos que hay que catalogarlos y clasificarlos
Y registrarlos y alinearlos sobre mesas de piedra
Y grabarlos y contarlos y calcularlos y compulsarlos
Y compilarlos y volverlos a ver y repasarlos
Y computarlos e imputároslos eternamente
Y conmemorarlos con no sé qué clase de piedad.
Como atamos nosotros en el cielo los haces eternos,
Y los sacos de oración y los sacos de mérito
Y los sacos de virtudes y los sacos de gracia en nuestros imperecederos graneros
Pobres imitadores, id ahora a mezclaros,
—E imitadores contrarios, imitadores al revés—
Poneos a atar todas las noches
Los miserables haces de vuestros horrendos pecados de cada día.
Aunque no fuera más que para quemarlos, ya sería demasiado. No merecen ni eso.
Ni siquiera eso.
Pensáis demasiado en vuestros pecados.
Mejor haríais en pensar en ellos para no cometerlos. Mientras aún estáis a tiempo, hijo mío, mientras aún no han sido cometidos. Mejor haríais en pensar en ellos un poco más en ese momento.
Pero de noche no ateís esos vanos haces.
Desde cuándo el labrador hace gavillas de cizaña y de gramilla. Se hacen gavillas de trigo, amigo.
[…]
Y si por encima de todo queréis ofrecerme algo
Por la noche, al acostaros
Que sea en primer lugar una acción de gracias
Por todos los favores que os hago
Por los innumerables beneficios con los que os colmo cada día
Con los que os he colmado ese mismo día.
Dadme gracias primero, que es lo que corre más prisa Y es también lo más justo.
Después, que vuestro examen de conciencia
Sea un lavado, una vez hecho
Y no, por el contrario, unos restos de marcas y de manchas. El día de ayer ya está cumplido, hijo mío, piensa en el de mañana.
Y en tu salvación, que está al cabo del día de mañana.
Para el ayer, ya es demasiado tarde. Pero para el mañana no es demasiado tarde.
Y para tu salvación, que está al cabo del día de mañana. Tu salvación ya no está ayer. Pero puede estar mañana.
El ayer ya está hecho. Pero el mañana no está hecho, el mañana está por hacer
Y tu salvación, que está al cabo del día de mañana.
Tu salvación no está en la dirección del ayer, está en la dirección del mañana.
Dirígete hacia el mañana, no te vuelvas sobre el ayer.
Así pues, pensad un poco menos en vuestros pecados cuando ya los habéis cometido
Y pensad un poco más en ellos en el momento de cometerlos.
Antes de cometerlos.
Será más útil, dice Dios.
Cuando ya han sido cometidos, cuando ya han sido hechos, es demasiado tarde.
No es demasiado tarde para la penitencia.
Pero es demasiado tarde para no cometerlos
Y para no haberlos cometido.
Cuando ya habéis pasado por encima de vuestros pecados, los hacéis grandes como montañas, dice Dios.
En el momento de pasar por encima es cuando hay que ver que son, efectivamente, montañas, y que éstas son horrendas.
Vosotros sois virtuosos después. Pues sed virtuosos antes.
Y durante.
La hora que está sonando ya ha sonado. El día que está pasando ya ha pasado. Sólo queda el mañana, y los pasado mañana.
Y no quedarán mucho tiempo.
Que vuestros exámenes de conciencia y vuestras penitencias No sean endurecimientos y saltos hacia atrás,
Pueblo de dura cerviz,
Sino que sean ablandamientos, y que vuestros exámenes de conciencia y vuestras penitencias y vuestras contriciones, incluso las más amargas,
Sean penitencias de relajación, pobres hijos míos, y contriciones de remisión
Y de entrega en mis manos y de dimisión.
(De dimisión de vosotros).
Pero ya os conozco, siempre seréis los mismos.
Claro que queréis ofrecerme grandes sacrificios, con tal de que podáis escogerlos.
Preferís ofrecerme grandes sacrificios, con tal de que no sean los que yo os pido,
Antes que ofrecerme otros pequeños que yo os pediría. Sois así, os conozco.
Lo haríais todo por mí, excepto ese pequeño abandono
Que lo es todo para mí
.
Vamos, sed como un hombre
Que está en un barco, en el río
Y que no se pasa el tiempo remando
Y que a veces se deja ir siguiendo la corriente.
Así vosotros y vuestra barca
Dejaos llevar alguna vez por la corriente del tiempo
Y dejaos introducir con valor
Bajo el arco del puente de la noche.

Se habla siempre, dice Dios, de la imitación de Jesucristo Que es la imitación,
La fiel imitación de mi hijo por los hombres.
Y es verdad que he conocido y conoceré imitaciones tan fieles, dice Dios,
Y tan aproximadas,
Que yo mismo me quedo sobrecogido de admiración y respeto.
Pero bueno, no hay que olvidar
Que mi hijo ya empezó por esa singular imitación del hombre.
Singularmente fiel.
Que llevó ésta hasta la identidad perfecta.
Cuando tan fielmente, con tanta perfección se vistió con la suerte mortal.
Cuando tan fielmente, con tanta perfección imitó la acción de nacer.
Y de sufrir.
Y de vivir.
Y de morir.
Pero cuando yo os digo: Pensad más bien en el mañana, no os digo: calculad ese mañana.
Pensad en él como en un día que llegará; y pensad que eso es todo lo que sabéis de él.
No seáis como ese desgraciado que da vueltas y se consume en la cama
Para llegar a la jornada siguiente.
No acerquéis la mano
Al fruto que no está maduro.
Sabed únicamente que ese mañana
Del que siempre se habla
Es el día que va a llegar,
Y que estará bajo mi gobierno
Como los demás.
Y que estará bajo mi cuidado
Como los demás.
Eso es todo lo que debéis saber. En cuanto al resto, esperad. Yo espero mucho, aun siendo Dios. Vosotros me hacéis esperar mucho.
Me hacéis esperar demasiado la penitencia tras la falta
Y la contrición tras el pecado.
Y desde el principio de los tiempos yo espero
El juicio hasta el día del juicio.
No me gusta, dice Dios, el hombre que especula sobre el mañana.
No me gusta el que sabe mejor que yo lo que voy a hacer. No me gusta el que sabe lo que haré mañana.
No me gusta el que se las da de listo. El hombre fuerte no es mi debilidad.
Pensar en el mañana, ¡qué vanidad! Guardad para mañana las lágrimas del mañana.
Que siempre habrá suficientes.
Y esos sollozos que os salen y os estrangulan.
Pensar en el mañana, ¿sabéis siquiera cómo haré el mañana? ¿Qué mañana os haré?
¿Sabéis si yo lo he decidido ya?
No me gusta, dice Dios, el que desconfía de mí.
Creéis que me voy a divertir jugándoos malas pasadas, como un rey bárbaro.
Creéis que dedico mi vida a tenderos trampas y a disfrutar viéndoos caer en ellas.
Yo soy un hombre honrado, dice Dios, y actúo siempre con rectitud.
Yo soy el honor, y la rectitud, y la honestidad.
Soy un buen francés, dice Dios, recto como un francés. Leal como un francés.
Soy el rey de Francia, recto como el rey de Francia.
Lo que el último de los pobres no hubiera temido de san Luis, ¿vais a temerlo de mí?
En fin, ¡yo valgo quizá tanto como san Luis!
Creéis que me voy a divertir haciéndoos fintas como un espadachín.
Toda la malicia que tengo es la malicia de mi gracia, y la finta y el engaño de mi gracia, que con tanta frecuencia actúa con el pecador para su salvación, para impedirle que peque. Que seduce al pecador; para salvarle. Pero acaso creéis. Creéis que yo, Dios, me voy a divertir causándoles dificultades y comportándome como no lo haría un simple hombre honrado…

* Y por lo mismo, porque son pequeñas y también porque son genialidades, no demuestran nada en términos religiosos.

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