Para quién canto yo entonces

(Disculpas por este post indigerible. Cosas viejas que tenía que sacarme de encima, para poder ocupar la cabeza -y el blog, espero- en asunto más edificantes.)

Saben… allá en nuestros lejanos comienzos —ya van para cinco añitos—, los blogueros éramos muy pocos. Y los católicos, o simplemente de temática religiosa… menos que pocos. A menos población, menos segmentación, y uno visitaba y era visitado por gente que —como dicen los chicos—… «nada que ver». Lo cual tenía sus pro y sus contra, claro. Por ejemplo, uno podía aspirar, si no a la comunión de ideas, al módico honor de hacerse notar, como un impresentable, un energúmeno o un payaso.
En aquellos tiempos, un blogger-lector de aquellos, lejano en muchos aspectos, refiriéndose a algunos de mis amores o rechazos (y la energía puesta en expresarlos), me comentó que (cito de memoria) imaginaba que ciertas cosas sólo podían entenderse o explicarse dentro de la historia personal, en el contexto de una conversión o una apostasía.
Me gustó eso, y siempre lo recuerdo.

En todo caso, ya sé que no puedo esperar mucho eco o sintonía, con estos palos a la derecha. Unos ni entenderán de qué estoy hablando, a otros les parecerá una obviedad que no merece gastar diez líneas, a otros les parecerá una crueldad o una injusticia; o acaso la jactancia del crítico que no quiere ensuciarse las manos; y otro, aun sin conocerme, pretenderá interpretar el asunto, justamente, en el contexto de una conversión o apostasía…
Qué vamos a hacerle.

Si de hacer conocer mi historia se tratara, tendría que contar cómo, después de una adolescencia pasablemente agnóstico-zurdo-democrática fui a entrar a la Iglesia por la puerta derecha… hablando mal y pronto (ni «entré», propiamente; ni existe semejante puerta); Bloy, Castellani… y algún contacto con algún ambiente católico-de-derechas. Contacto modesto (aunque no efímero, ni interrumpido) y más bien libresco. Que conocí el Concilio II bastante tarde, con el libro de Malachi Martin (y con esos ojos!), y que leí varias cosas de Meinvielle y de Lefevbre, con esa confianza fervorosa del alumno. Tendría que contar mi muy gradual apartamiento (mi apostasía, si quieren) de ese mundo…
Creo que consumé esa ruptura —o tomé conciencia de ella— con la lectura de un librito-folleto, hace casi diez años; su autor, con el aparato intelectual que es al uso, hacía un llamado a la unidad a los «católicos fieles», proponiendo una doctrina sobre la herejía de la iglesia post-conciliar (en qué sentido Pablo VI puede ser llamado hereje, etc), una especie de vía media o credo común para unir a esos católicos fieles: sedevacantistas, lefevristas, filo-lefebristas, comunión-y-liberación, algún opusdeísta… y hasta algún «cura de sensibilidad progresista, pero fiel» («los hay», llegaba a admitir, en un inaudito esfuerzo de generosidad ecuménica). La repulsión, inmediata y violenta, que me produjo este folleto (llegué a subrayar varias partes, y hasta pensé en poner por escrito algunas de mis protestas) me hizo tomar conciencia de que yo no era de ellos. Que sean uno, si quieren y pueden; conmigo, no cuenten.
Y bien, ya he contado más de lo que pensaba contar; igual, es dudoso que esto amerite el nombre de conversión o apostasía. Y en todo caso, no me ha acercado lo más mínimo a la izquierda o el progresismo; como sabrán los que siguen el blog, la teología de la liberación, la librería San Pablo y las liturgias desacralizadoras me siguen cayendo tan simpáticas como antes. No es porque haya cambiado de vereda, entonces, que le hago la guerra a la derecha (yo también, en muchos sentidos, puedo decir que «soy de derecha»). Sí podría tratarse del sentido de urgencia que provoca la conciencia de un peligro cercano, una tentación afín, el mal recuerdo de quien ha dejado atrás una adicción triste y asfixiante.

Como sea, me dicen varios: lo tuyo es desproporcionado; estás tirando un misil a una hormiga. Los tradicionalistas, me dicen (sea con desprecio o con afecto) hoy son/somos cinco tipos, sin ningún peso.

Me lo han dicho muchas veces, y nunca me convence, aunque tampoco sé muy bien qué responder.

En primer lugar, habría que saber delimitar eso que imprecisamente llamo «tradicionalismo católico» o «derecha católica»; esas denominaciones son demasiado estrechas y demasiado amplias. Se trata más bien de cierto espíritu, típico de esos grupos (pero no exclusivamente de ellos), y que tampoco son la esencia de esos grupos (hay una componente de «verdad parcial necesaria» -buena en sí; y una de «circunstancias humanas-no-espirituales» -neutras; podríamos acaso decir que el espíritu es la componente mala, y la que absolutiza esos componentes relativos). Los rasgos principales de este espíritu pueden encontrarse en otras religiones, en ideologías políticas, en tribus…; incluso también en la izquierda.
(Digamos, muy de paso, que uno de estos rasgos parecería ser la impaciencia, la que decía el texto de Congar; la veo en la derecha católica como en la izquierda, aunque con focos distintos).

Pero, dejando por un ratito estas caracterizaciones (demasiado pretenciosas para lo poco que uno conoce) ateniéndonos a ese impreciso pero reconocible «tradicionalismo católico». ¿Es verdad que es inofensivo por su misma insignificancia? No sé. Es cierto que numéricamente parecen pocos; pero en este mundo (internet y blogs) no parecen tan pocos. Casi más bien parecen mayoría. Y para que no digan que doy nombres, para no ser más críptico de lo indispensable: en los links del blog de Cruz y Fierro, a la derecha (en los dos sentidos de la palabra) pueden ver unos cuantos ejemplos del espíritu al que me refiero (los sitios «Panorama Católico Internacional»[*], «Ediciones católicas», «Radio cristiandad», sobre todo; y unos cuantos blogs como «El sacristán serrano», «La espada y la cruz», «El último alcázar» y otros…). Y cada vez son más… y como pueden ver, no hay casi nada del otro extremo. No sé qué quiere decir esto, pero ahí están.
Por otro lado, aunque sean pocos… se me hace que —en el contexto del catolicismo argentino contemporáneo— un católico tradicionalista vale por cien progres; para bien y para mal. Porque, en ese contexto, ser progre es casi lo mismo que ser mundano, que es algo así como ser … nada (salvo los casos de los extremistas; pero estos son muy raros). Y, dicen por ahí, un poco de levadura fermenta la masa. Por esto mismo, me pueden parecer más peligrosos; y tienen especial poder de seducción para las personas más religiosas, para (digamos) las almas más grandes.
Y es que, como intenté pobremente decir hace unos días, acaso el mayor perjuicio lo causen a la porción de verdad que quieren defender, y de la que se adueñan malamente. Es como la mala apologética, que a la corta o la larga resulta contraproducente. Así como muchos hombres ha perdido la fe al abrir un poquito los ojos y reconocer la insuficiencia, incosistencia o franca falsedad de tantas apologéticas fallutas que de niños tuvieron que tragar, parecidamente, me parece, muchos sienten rechazo (hacia tal aspecto tradicionalista, o incluso hacia la religión) al percibir el mal espíritu y las bajezas de tantos defensores ardientes de la religión. Así somos. Yo mismo siento (con razón o sin ella) algún resentimiento contra estos militantes, porque presiento que sus miserias destiñen -en mi modo de ver- con muchas verdades que quisiera conocer mejor, con cosas que me son relativamente lejanas y que quisiera amar más; desde el patriotismo hasta los cristeros mexicanos. Cuesta no despreciar lo que es presentado a nuestros ojos, casi exclusivamente, como objeto de aplausos despreciables.
Igualmente, la acriticidad con que se manejan con sus esquemas de derecha, sin parecer advertir cuánto hay de simplemente humano (caracteres, ambiente, historia) en sus modos de sentir y razonar, resulta doblemente risible cuando estamos hablando en nombre del Cristianismo, al que pretendemos proclamar como la Verdad. El incrédulo tiene motivos para reafirmarse en su escepticismo, cuando ve a tantos defensores de la Verdad obrar y discurrir según esquemas que se dan idénticos (en tanto esquemas) en otras religiones, o partidos políticos, o clanes familiares, o clubs de fans… Unos mismas mecanismos psicológicos, afectivos y sociales; como álgebras, idénticas, cuyos resultados sólo difieren por la asignación de las variables (X=Jesucristo; Y=Marx; Z= …). Tiene motivos, digo, cuando percibe que el militante pretende absolutizar su resultado pero en verdad vive por y para su álgebra.

Y bueno, me dirán los pocos que hayan llegado acá; tampoco podés estar contra todos. Te vas a quedar solo, como perro malo.
No por nada había traído yo aquello de Bernanos, antes de lo que siguió. Pero no renegaré de la soledad, que siempre nos hemos llevado bastante bien. (Y no es que no haya peligros y aporías por acá, pero esto lo dejamos para otro día).
Y al que le suene mal, como una jactancia, esto de criticar a la derecha pero no desde la izquierda; no estar a favor de estos, ni de aquellos, sino todo lo contrario; pretender exhibir un equilibrio inhumano (y asocial) a fuerza de pegar a los dos costados… qué puedo decirles, así se dieron las cartas; y espero poder escapar a las jactancias y a las soledades que me queden grandes. Y al que me recuerde aquello de que es preferible ser caliente o ser frío a ser tibio… le diré que no creo que la frase se me aplique (es lo que dicen todos los que son atacados con una sentencia bíblica, claro); y hasta le podría decir que, en todo caso, soy caliente y frío: la derecha católica me provoca una furia ardiente, y la izquierda progresista un desprecio helado. Ah, y el ayuno de jactancias… lo empiezo este lunes.


[*No la leo, pero a veces tengo la mala suerte de caer… El otro día, por ejemplo, encontré por ahí una reseña pretendidamente objetiva de un cardenal argentino (en rigor, era de un libro autobigráfico); no siento especial simpatía por ese cardenal, pero la reseña era de una maledicencia y una bajeza tal, que no me costó adivinar la procedencia. Con un promedio de dos palos por párrafo -y en ese tono pomposo, ensayístico y amargo tan característico- quiero destacar dos de esos palos, que tantos amigos de PCI, previsiblemente habrán aplaudido en su interior.
1. «Dime con quién andas». Pues… eso.
2. Refiriendo algunos desaires que recibió de otros obispos argentinos, el cardenal relata un ataque en particular, y nuestro comentarista acota: «Ataque ante el cual no se defendió. Por algo será.»
Ahora bien. Yo apuesto que este comentarista -¡y cuántos de sus lectores!- estará íntimamente convencido de que su trabajosa maledicencia está motivada en el ansia de defender al cristianismo. Y asimismo apuesto que no se le ocurrió pensar, si esas mismas acusaciones, no se podrían usar -si de hecho no se usaron- contra el mismo Cristo.
Para peor, sospecho que si uno se los hace notar no les causará gran aprensión.]

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