Los dos filos de un voto (2)

Parece improcedente advertir sobre el lado negativo si no se aprecia antes el lado positivo, señalar que el voto es un arma de doble filo cuando ni siquiera nos es muy evidente que sea un arma…
Y sí… así en general, parece que a los modernos nos cuesta apreciar el sentido y la virtud del voto. De hecho, su uso está cada vez más empobrecido; y, curiosamente, a mayor solemnidad en las formas pareciera corresponder menor seriedad en el fondo —menor realidad: el político que asume un cargo, el profesional que recibe un diploma, el testigo que declara en un juicio… y, si me apuran (pero no me apuren) el de los novios que contraen matrimonio. No se ve muy claro qué fuerza tiene el juramento, en qué ayuda a cumplir el cometido.
Pero si no se ve muy claro, algo se vislumbra; sobre todo si nos fijamos en ejemplos más humildes e informales. Esas pequeñas promesas que uno hace a un amigo, o a sí mismo. No se acabará el mundo si no las cumplimos, pero el hecho de haberlo prometido, el compromiso asumido hoy, es un arma contra todo lo que (no cuesta nada imaginarlo) mañana surgirá en nosotros para oponerse al acto: las futuras vacilaciones, perezas, cobardías, olvidos.

Por eso, porque nos sabemos (o deberíamos sabernos) débiles e inconstantes, porque sabemos (o deberíamos saber) que nuestro corazón y nuestra cabeza no son de fiar, y que muy probablemente mañana se aliarán entre sí (una racionalizando -mal- las pasiones -malas- del otro) y diluirán nuestro buen propósito de hoy en una bruma de deliberaciones, reparos y justificaciones, por eso hacemos (o deberíamos hacer) votos solemnes. En cierto modo, es para defendernos de nosotros mismos. Si fuéramos perfectos, no tendría sentido hacer juramentos [*]; simplemente diríamos que, llegado el momento, actuaríamos según nuestra inteligencia y nuestra voluntad nos dicten.
Un voto es una atadura, una coerción, una privación de libertad -nos dicen. Sí, pero en otro plano esa atadura nos libera (en un sentido análogo, dicho sea de paso, a las ataduras que se fabrica la poesía[**], la música … y la moral).

Todo esto es, si no me equivoco, lo que (con muchas menos palabras) dice Gimli.
Y, si no me equivoco, también armoniza con lo que dice Chesterton sobre el voto matrimonial. Virtud potenciada (con perdón) por formularse la promesa -en primer lugar- a la persona amada. Suponiendo el caso, claro está, en que los que prometen creen lo que dicen (y que por lo tanto rechazan el divorcio como opción); pero este es otro tema.

Ahora bien: en todo esto, también Elrond tiene algo que decir.
Elrond advierte a Gimli que el voto tiene sus bemoles. Que, así como puede dar fuerzas a un corazón vacilante, también puede quebrarlo.
Es, evidentemente (demasiado evidente para muchos; pero tal vez no para Gimli, y para los que se le parecen), el lado negativo del voto. «Es una atadura…» se objetaba; «… pero te libera», contestábamos. Lo cual no debe hacernos olvidar la contraobjeción: «…pero si no te libera, te ata (y te mata)». Es un remedio bueno… cuando funciona.
Un voto imprudente, se vuelve una carga pesada. Es, en cierta manera, una apuesta de alto riesgo. Un arma de doble filo.

Así, podemos suponer que Elrond y Gimli tienen razón, hablando en general. Podemos suponer que, en el caso particular, Elrond tenía razón, y que ese no era tiempo de hacer votos.
Y que hay un tiempo para hacer promesas, y otro tiempo para no hacerlas, para esperar a ver lo que el futuro nos tiene guardado.

Naturalmente, la cultura actual tiende a olvidarse de lo primero; hoy somos hombres independendientes que creen en sí mismos… y nos dan miedo las ataduras y los compromisos (y cuanto más humanos, más miedo). Se habla mucho, sin embargo, de la necesidad de «comprometerse»… pero, claro está, se trata de compromisos con abstracciones; compromisos que cuestan gratis… y valen lo mismo.
Yo me quedo con la chica que se compromete a empezar la dieta el lunes que viene.


[* Pero, se objetará, ¿acaso Dios no hace promesas? Pero, sacado el elemento antropomórfico, lo que queda de una tal promesa es una simple declaración «juramentada» de un hecho: la voluntad de Dios (que es inmutable). Pero esto es asimilable a los juramentos humanos que no se refieren a una acción a cumplir sino a un hecho actual, a una garantía de veracidad. No se trata de eso acá.]

[** En este plano, si la memoria no me falla, Dolina solía citar una frase, cuya atribución ignoro: «Soneto, tus cadenas me liberan»; y, en un plano levemente diferente, gustaba repetir: «Yo no quiero hacer lo que quiera». ]

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