El nacimiento del anillo

A propósito de algunas tentaciones de los conservadores de por allá (torturas, etc) Mark Shea evoca los razonamientos -o los sentires- de Boromir y Denethor sobre el Anillo.

A mí también, el motivo del anillo de Tolkien se me presenta muy seguido para ilustrar muchos temas candentes. Una luz que me ilumina muchas cuestiones (que acaso en el fondo sean una sola; pero en el fondo), una llave de sorprendente versatilidad, para mí al menos.

Podría alguien argumentar que esta potencia tiene algo de sospechoso. Porque -entre otros motivos- uno podría suponer que el autor de una imagen tan potente debe ser agudamente consciente de lo que está haciendo, Pero, como es sabido, no es el caso: no se trató de una elaboración esforzada y premeditada en una dirección.. El anillo fue un elemento que surgió un poco, casi de casualidad; Tolkien lo encontró como a tientas (a semejanza del mismo Bilbo), buscando un hilo que conectara con el libro anterior («El hobbit») y que le permitiera armar una nueva historia. Pero en aquel libro, el anillo era algo sin mucha importancia, poco más que un juguete mágico.
Cuenta Carpenter en su biografía que Tolkien hizo varias anotaciones en los primeros borradores de lo que sería El Señor de los Anillos, cuando todavía Frodo no existía (diciembre de 1937); una desorientación que hoy nos resulta algo curiosa: … «Que la devolución del anillo sea el motivo […] ¿De dónde proviene? ¿del Nigromante? No es muy peligroso si se usa para un buen fin. Pero cobra un precio. O lo pierdes o te pierdes…». Recién en agosto de 1938 empezó a tener una idea clara de la naturaleza del Anillo, y de la necesidad de llevarlo a Mordor para destruirlo.

Esta concepción del tema, algo vacilante y azarosa, puede sembrar dudas sobre su «verdad» de fondo, y por lo tanto, sobre su utilidad. Demasiado arbitrario su nacimiento como para suponerla una parábola de tanto alcance, dirá alguno.

Y bien, puede ser; pero yo — persuadido a priori de la potencia y el alcance de la imagen— tiendo a extraer las consecuencias en otra dirección. Más bien pienso que el nacimiento humilde es signo de grandeza; que precisamente el hecho de no haberse Tolkien empeñado en forjar una parábola con un sentido alegórico alto y determinado, sino sólo en armar una historia de ficción artísticamente perfecta (es decir, simplemente bella) es lo que contribuye a convencer de su verdad profunda (todo unido, claro está, al genio y, si acaso, a la sabiduría).

Una especie de humildad (que implica también un saber ubicarse), y que trae su recompensa. También el árbol de Niggle terminó siendo más de lo que el pintor sospechaba.
Y acaso también en este plano, como en tantos otros, pueda aplicarse aquello de que «el que quiera salvar su vida la perderá…».

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